La casa de la seda (6 page)

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Authors: Anthony Horowitz

BOOK: La casa de la seda
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—¿Y ahora qué? —inquirió—. Primero los oficiales de la policía irrumpen en mi habitación preguntándome cosas absurdas para las cuales no puedo tener respuesta. ¿Acaso no es suficiente? ¿Vamos a invitar al mundo entero a invadir nuestra privacidad?

—Este es el señor Sherlock Holmes, Eliza —balbuceó Carstairs—. Te dije que le había consultado ayer.

—¡Y te sirvió de mucho! No hay nada que pueda hacer, eso te dijo. Una consulta muy útil, Edmund, estoy segura. Nos podrían haber asesinado en la cama.

Carstairs la miró con cariño mezclado con exasperación.

—Es mi hermana, Eliza —dijo.

—¿Vive usted en esta casa? —preguntó Holmes.

—Me toleran, sí —replicó la hermana—. Tengo una habitación en el ático donde me basto y me sobro, y todo el mundo parece preferirlo así. Resido aquí, pero no soy parte de la familia. Se puede dirigir a mí tal y como se habla a los criados.

—Sabe que eso no es justo, Eliza —dijo la señora Carstairs.

Holmes se volvió hacia Carstairs.

—A lo mejor me puede decir cuántas personas hay en la casa.

—Aparte de nosotros, Eliza ocupa la planta de arriba. Tenemos a Kirby, que es nuestro criado, y el hombre para todo. Es quien les ha abierto la puerta. Su esposa es nuestra ama de llaves, y los dos viven en la planta baja. Tienen un joven sobrino, Patrick, que vino hace poco de Irlanda, y que trabaja como ayudante en la cocina y hace recados; y hay una doncella, Elsie. Además, tenemos un cochero y un mozo de cuadra, pero viven en el pueblo.

—Una casa grande y ocupada —comentó Holmes—. Pero íbamos a examinar la caja fuerte.

Eliza Carstairs se quedó donde estaba. El resto salimos del salón por el pasillo hasta llegar al estudio de Carstairs, que estaba en la parte trasera de la casa, desde donde se veía el jardín y, un poco más lejos, un estanque ornamental. Resultó ser una habitación acogedora y bien orientada, con un escritorio enmarcado por dos ventanas, cortinas de terciopelo, una bonita chimenea, y algunos paisajes que, por sus vivos colores y por la manera casi caprichosa en la que habían aplicado la pintura, supe que debían pertenecer a la corriente impresionista de la que Carstairs nos había hablado. La caja fuerte, de un modelo que parecía recio, estaba apartada en un rincón. Todavía estaba abierta.

—¿Así fue como la encontraron? —preguntó Holmes.

—La policía la ha examinado —respondió Carstairs—. Pero pensé que sería mejor dejarla abierta hasta que llegaran.

—Hizo bien —dijo Holmes. Echó un vistazo a la caja fuerte—. La cerradura no parece haber sido forzada, lo que sugeriría que se ha usado una llave —comentó.

—Solo había una llave y la llevo conmigo siempre —replicó Carstairs—. Aunque hace seis meses mandé a Kirby a hacer una copia. Catherine guarda sus joyas en la caja fuerte y, como suelo estar fuera, porque todavía viajo a subastas por todo el país y a veces por Europa, pensó que debía tener su propia llave.

La señora Carstairs nos había seguido hasta el estudio y estaba de pie al lado del escritorio. Juntó las manos.

—La perdí —dijo.

—¿Cuándo?

—No puedo decírselo, señor Holmes. Puede que hace un mes, puede que más. Edmund y yo ya lo hemos repasado. Quise abrir la caja fuerte hace unas semanas y no pude encontrarla. La última vez que la usé fue en mi cumpleaños, que es en agosto. No tengo ni idea de qué pasó después. Normalmente no soy tan descuidada.

—¿Pudo haber sido robada?

—La tenía en un cajón al lado de mi cama y nadie entra en la habitación, excepto los criados. Por lo que yo sé, la llave nunca ha salido de esta casa.

Holmes se volvió hacia Carstairs.

—No cambió la caja fuerte.

—Lo tuve en mente. Pero después se me ocurrió que, si la llave de algún modo se había caído en el jardín o incluso en el pueblo, nadie podría saber exactamente qué abría. Y si, como parecía más probable, estaba por ahí entre las cosas de mi esposa, entonces no era posible que cayera en malas manos. De todas maneras, no podemos estar seguros de que fuera la llave de mi esposa la que utilizaron para abrir la caja fuerte. Kirby pudo hacer otra copia.

—¿Cuánto tiempo lleva a su servicio?

—Seis años.

—¿Ha tenido otro motivo de queja acerca de él?

—Ninguno.

—¿Y ese ayudante de cocina, Patrick? Su esposa dice que no se fía de él.

—A mi esposa no le gusta porque es un insolente y parece un poco taimado. Lleva con nosotros pocos meses, y solo lo acogimos a instancias de la señora Kirby, que nos pidió que le ayudáramos a encontrar empleo. Ella le respaldará, y no tengo razones para creer que me miente.

Holmes había sacado su lupa y examinaba la caja fuerte, prestando especial atención a la cerradura.

—Dice que robaron algunas joyas —dijo—. ¿Las de su mujer?

—No. De hecho fue un collar de zafiros que pertenecía a mi difunta madre. Tres vueltas de zafiros con un broche de oro. Supongo que para el ladrón no vale mucho, pero tenía un gran valor sentimental para mí. Vivió con nosotros hasta hace unos meses, cuando... —Dejó de hablar y su esposa se acercó a él y le puso una mano en el brazo—. Hubo un accidente, señor Holmes. Tenía una estufa de gas en su habitación. De alguna manera la llama se apagó y se asfixió mientras dormía.

—¿Era de avanzada edad?

—Tenía sesenta y nueve años. Siempre dormía con las ventanas cerradas, incluso en verano. Si no, a lo mejor se habría salvado.

Holmes dejó la caja fuerte y se dirigió a la ventana. Me uní a él mientras examinaba el alféizar, el marco y el cristal. Como era costumbre, comentó en voz alta sus observaciones, no necesariamente en mi provecho.

—Sin postigos —empezó—. La ventana está cerrada y a cierta distancia del suelo. Evidentemente la han forzado desde fuera. La madera está astillada, lo que puede explicar los sonidos que oyó la señora Carstairs. —Parecía estar calculando—. Me gustaría, si le parece bien, hablar con su criado, Kirby. Después iré al jardín, aunque supongo que la policía local habrá pisoteado todo lo que me pudiera aportar alguna pista de lo que pasó. ¿Les han dado alguna idea de su línea de investigación?

—El inspector Lestrade volvió a hablar con nosotros un poco antes de que usted llegara.

—¿Qué? ¿Lestrade? ¿Ha estado aquí?

—Sí. Y cualquiera que sea la opinión que usted tenga de él, señor Holmes, a mí me ha dado la impresión de ser eficiente y concienzudo. Ya había averiguado que un hombre con acento americano cogió el primer tren de Wimbledon hacia London Bridge a las cinco de la mañana. Por la manera como iba vestido y por la cicatriz de la mejilla derecha, estamos seguros de que era el hombre que vi fuera de mi casa.

—A ciencia cierta, si Lestrade está involucrado, puede estar seguro de que llegará a una conclusión rápidamente, ¡aunque se equivoque! Buenos días, señor Carstairs. Un placer conocerla, señora Carstairs. Venga, Watson...

Volvimos sobre nuestros pasos por el pasillo a la puerta principal, donde Kirby ya nos estaba esperando. No nos había parecido muy amable cuando llegamos, pero podía deberse a vernos como un impedimento para el correcto funcionamiento de la casa. Su mandíbula parecía cuadrada, con una cara similar a un hacha, un hombre que no quería pronunciar más palabras de las estrictamente necesarias, pero al menos se mostraba un poco más dispuesto a contestar las preguntas de Holmes. Confirmó que había trabajado en Ridgeway Hall los últimos seis años. Procedía de Barnstaple, y su mujer, de Dublín. Holmes le preguntó si la casa había cambiado mucho en el tiempo que llevaba allí.

—Oh, sí, señor —fue la respuesta—. La anciana señora Carstairs era de costumbres muy arraigadas. Desde luego, te hacía saber si había algo que no le gustaba. La nueva señora Carstairs no podría ser más diferente. Tiene un carácter muy alegre. Mi esposa cree que es un soplo de aire fresco.

—¿Se alegraron de que el señor Carstairs se casara?

—Estuvimos encantados, señor, y también sorprendidos.

—¿Sorprendidos?

—No me gustaría hablar fuera de lugar, señor, pero el señor Carstairs no había mostrado anteriormente ningún interés por ese tipo de asuntos, se dedicaba por entero a su familia y a su trabajo. La señora Carstairs irrumpió de repente, pero todos coincidimos en que la casa ha ido a mejor.

—¿Estaba presente cuando murió la anciana señora Carstairs?

—Por supuesto que sí, señor. Parte de la culpa fue mía. La señora tenía pánico a las corrientes de aire y, ante su insistencia, tapé todas las rendijas por las que el aire podía entrar en su habitación. Por tanto, el gas no pudo salir. Fue la doncella, Elsie, quien la descubrió por la mañana. Para entonces la habitación estaba llena de humo, un asunto espantoso.

—¿Estaba el ayudante de cocina, Patrick, en la casa en ese momento?

—Patrick había llegado a la casa una semana antes. No fue un comienzo muy prometedor, señor.

—Tengo entendido que es su sobrino.

—Por parte de mi esposa, sí, señor.

—¿Es de Dublín?

—Sí. A Patrick no le ha resultado fácil ser un criado. Habíamos esperado darle la oportunidad de una vida mejor, pero todavía tiene que aprender la actitud correcta para alguien de su condición, en concreto la manera en la que se dirige al dueño de la casa. También pudiera ser que la desgracia de la que acabamos de hablar y el trastorno que siguió puedan ser la causa, de alguna manera. No es un joven tan malo y espero que con el tiempo pueda prosperar.

—Gracias, Kirby.

—Un placer, señor. Tengo su abrigo y sus guantes...

Fuera, en el jardín, Holmes se mostró de un humor excepcionalmente desenfadado. Caminó dando zancadas por el césped, respirando el aire de la tarde y felicitándose por escapar brevemente de la ciudad, pues no nos había seguido nada de niebla desde Baker Street. En esa época, había lugares en Wimbledon que todavía eran muy similares a estar en el campo. Podíamos ver ovejas arracimadas en una colina al lado de una arboleda de viejos robles. Había unas pocas casas desperdigadas y nos impresionó la serenidad del paisaje y la cualidad de la luz que parecía destacarlo todo de una manera extraña.

—Es un caso sorprendente, ¿no cree? —comentó mientras caminábamos hacia la vereda.

—A mí me parece muy insustancial —respondí—. Han robado la cantidad de cincuenta libras y un collar antiguo. No puedo decir que sea el más arduo de sus retos, Holmes.

—Creo que el collar es particularmente interesante, teniendo en cuenta todo lo que hemos oído en esa casa. Así pues, ¿ya tiene la solución?

—Supongo que todo depende de si la visita inesperada era en realidad del gemelo de Boston.

—¿Y si yo le pudiera asegurar con casi total certeza que no?

—Entonces le diría, y no por primera vez, que es usted de lo más desconcertante.

—Mi querido Watson, qué bueno es tenerle a mi lado. Pero creo que aquí fue por donde el intruso se presentó la pasada noche. —Habíamos llegado al final del jardín, donde la carretera se encontraba con el sendero, con el parque municipal al otro lado. El continuo mal tiempo y el jardín bien cuidado habían creado entre los dos un lienzo perfecto en el que todas las idas y venidas de las últimas veinticuatro horas habían sido, de hecho, conservadas en hielo—. Por aquí, si no me equivoco, ha pasado el eficiente y concienzudo Lestrade.

Estaba lleno de huellas, pero Holmes apuntaba a un par en particular.

—No hay manera de que sepa que son suyas.

—¿No? La longitud de la zancada nos indicaría un hombre de un metro y sesenta y siete centímetros, igual que Lestrade. Llevaba botas de puntera cuadrada, como las que a menudo he visto en los pies de Lestrade. Pero la evidencia más irrefutable es que apuntan en la dirección equivocada, perdiéndose todo lo importante. ¿Y quién más podría ser sino Lestrade? Como verá, ha entrado y se ha vuelto a ir por la puerta de la derecha. Es una elección totalmente natural, pues, al aproximarse a la casa, es la primera puerta que uno se encuentra. El intruso, sin embargo, tuvo que venir por el otro lado.

—Las dos puertas me parecen idénticas, Holmes.

—Las puertas son de hecho idénticas, pero la de la izquierda es menos evidente debido a la posición de la fuente. Si fuera a acercarse a la casa sin querer ser visto, esta es la que escogería, y como observará, aquí solo tenemos un par de huellas de las que preocuparnos. ¡Mire! ¿Qué tenemos aquí? —Holmes se agachó y cogió una colilla para enseñármela—. Un cigarrillo americano, Watson. No se puede confundir el tabaco. Notará que no hay ceniza en la zona aledaña.

—¿Una colilla sin ceniza?

—Lo que significa que, aunque tuvo cuidado de que no le vieran, no se entretuvo. ¿No cree que es importante?

—Era noche cerrada, Holmes. El sí podía ver, pero la casa estaba a oscuras. No temía que le vieran.

—Incluso así... —Seguimos las huellas por el césped, rodeando la casa hasta el estudio—. Caminaba a paso rápido. Se podría haber detenido en la fuente para comprobar si estaba a salvo, pero decidió no hacerlo. —Holmes repasó la ventana que ya habíamos examinado desde dentro—. Debe de haber sido un hombre de fuerza descomunal.

—No debió de ser tan difícil forzar la ventana.

—Por supuesto que no, Watson. Pero considere la altura. Puede ver dónde saltó al terminar. Ha dejado dos marcas profundas en la hierba. Pero no hay señales de una escalera, ni siquiera de una silla de jardín. Entra dentro de lo posible que hubiera encontrado un punto de apoyo para escalar por la pared. Pero, aun así, habría tenido que usar una mano para agarrarse al alféizar mientras hacía palanca en la ventana para abrirla con la otra. Deberíamos preguntarnos si fue una coincidencia que escogiera entrar precisamente en la habitación en la que estaba la caja fuerte.

—Probablemente vino a la parte trasera de la casa porque está más resguardada ¿Quizás había menos posibilidades de que le vieran? Después escogió una ventana al azar.

—En ese caso fue sorprendentemente afortunado. —Holmes había terminado su inspección—. Pero es exactamente como esperaba, Watson —siguió—, un collar con tres vueltas de zafiros engastados en oro no debería ser difícil de localizar, y eso nos debería conducir directamente a nuestro hombre. Por lo menos Lestrade nos ha confirmado que cogió el tren hacia London Bridge. Deberíamos hacer lo mismo. La estación no está lejos y hace un día agradable. Podemos caminar.

Nos trasladamos hacia la parte delantera de la casa siguiendo el camino. Pero antes de que pudiéramos llegar a la vereda la puerta principal de Ridgeway Hall se abrió y una mujer salió apresuradamente y se detuvo delante de nosotros. Era Eliza Carstairs, la hermana del marchante de arte. Se había echado un chal por los hombros, firmemente ceñido contra su pecho, y estaba claro por sus facciones, sus ojos fijos y los mechones sueltos de pelo que volaban alrededor de su frente que se encontraba en un estado de consternación.

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