—Tengo que conseguir que todo cuadre perfectamente, porque la gente lo hará bien la primera vez, con ganas, a tope y hasta se divertirán, pero cuando lo hayan tenido que repetir cuatro veces, mi oportunidad habrá desaparecido. Si no sale a la primera, a la segunda o a la tercera, lo tengo realmente complicado —explicaba Nora a Carlota (que fingía interés para no desanimar a su amiga, pero ya se conocía la historia al dedillo) mientras se lavaba la cara con agua helada por enésima vez para ver si, ahora sí, conseguía despertarse.
Otra dificultad añadida (por si había pocas) era que, aunque el espíritu de la canción era extremadamente veraniego y su lanzamiento estaba pensado para el mes de mayo, en ese momento la temperatura en la playa de Montgat era de unos seis grados, y más que cervezas, baños y mojitos lo que apetecía era una bebida caliente y resguardarse bajo una manta.
Nora miró el reloj y vio que tenía tiempo para tomarse otro café.
«Bendito tú y benditos los que te descubrieron. Qué sería de mí sin ti», le dijo mentalmente a la taza humeante. Otra de las cosas a las que la había ayudado el café fue a darle una segunda oportunidad a Matías.
Unas semanas después del desplante poscoital, cuando Nora ya había decidido esforzarse por olvidar su existencia —aunque de vez en cuando recordaba la escena, la respuesta de Matías y su propia reacción, y aún notaba cómo las mejillas se le enrojecían de rabia y vergüenza—, recibió un sms de un número desconocido: «Soy Matías. Perdóname por lo del otro día. No dejo de darle vueltas. No estoy loco, simplemente soy idiota. ¿Aún puedo invitarte a ese desayuno que te debo?».
La primera reacción de Nora fue responder con otro sms bomba que hiciera explotar el teléfono en la cara de quien lo recibiera. La segunda, contestar con un: «A ver si entiendes esto: ¡vete a la concha de tu madre! Hasta nunca». La tercera fue, simplemente, no responder.
Por suerte escoger esta última opción hizo que, cuando se le pasó el calentón, la curiosidad por el argentino volviera a aflorar en Nora. En algún lugar de su cabeza, de su corazón o tal vez de su coño —no había que desestimar esta posibilidad—, algo le decía que Matías y ella tenían muchas cosas que decirse, y un par de semanas después decidió aceptar ese
brunch
, poniéndose a sí misma como condición innegociable que lo que había entre sus piernas no sería, de ninguna de las maneras, el postre. Y entre cruasanes, huevos benedict y bloody marys, los dos se dieron cuenta que se lo pasaban bien discutiendo sobre cine, comida, Suecia y Argentina. A este encuentro le siguieron varias citas «en plan amigos», como Nora aclaraba siempre a Matías.
Para rebajar aún más la tensión sexual entre ellos, Nora había aceptado la cena que Xavi le propuso gato mediante —hay que reconocer que el chico podía ser muy convincente, aunque bastante rancio con todo eso de las flores y los bombones— y resultó ser más agradable en las distancias cortas de lo que Nora esperaba.
Cuando no tenía la necesidad de competir por la atención de una mujer con nadie, el productor era un chico encantador, aunque, para gusto de Nora, abusaba de los anglicismos y le gustaba demasiado hablar de su poder dentro de la industria del cine y la publicidad, algo que evidenciaba una cierta inseguridad en (muchos) otros aspectos de su vida.
Cenaron, bebieron, se rieron y follaron. Sin más. El sexo no estuvo nada mal, pero a Nora le dio la sensación de que ninguno de los dos lo estaba dando todo. Ella porque tenía un poco la cabeza en otra parte, y él porque parecía que se estaba, de alguna manera, conteniendo. Como si hubiera algo que quería decirle o pedirle a Nora, pero sin atreverse o encontrar la manera de hacerlo, o como si no se fiara del todo de ella.
Entre la cena y la cama, el productor intentó sacarle un par de veces información sobre la noche que pasó con Matías, con tanta sutileza que Nora pudo esquivar las preguntas con la mayor facilidad y sin parecer grosera en ningún momento. Xavi aceptó el pase al hueco y ahí quedó la cosa, aunque su interés por saber qué había entre ella y el argentino había sido más que evidente.
Después de hacer el amor, Nora descansaba mirando las molduras del techo del dormitorio de Xavi, con el cabello desparramado sobre las sábanas blanquísimas, como una corona de fuego. Mirando la cara de su nuevo amante, que fumaba un Marlboro Light, Nora no pudo evitar el agravio comparativo, y se dio cuenta de que no había la misma desesperación vital que sentía por Matías, las ganas de sentirle en su interior, de saltar encima de él, de poseerle y sentirse poseída.
«Casi mejor así», se dijo Nora. «Este tipo de relaciones son más fáciles de mantener. Menos intensas, sí, pero precisamente por eso también menos complicadas. El mismo placer, menos implicación y la seguridad de que cuando se acabe no habrá un dolor horroroso. Casi mejor así…».
Xavi fue especialmente cariñoso y no dejó a Nora volver a dormir a casa, asegurándole que a la mañana siguiente la llevaría él mismo.
—Es por seguridad —le dijo, muy serio—. Me han dicho que hay por ahí un grupo terrorista que rapta pelirrojas por la noche. Soy un agente encubierto, y ahora que he comprobado por mí mismo que eres pelirroja de verdad, necesitas protección, no puedo contarte más, babe, o, bueno… tendría que matarte. Es todo muy sórdido.
A esa noche le siguieron otras, con cenas en sitios más o menos caros, cócteles en bares que Nora nunca habría visitado de no ser por Xavi y demás citas más o menos bizarras. Solo una vez quedaron con los amigos de Nora —que no estaba dispuesta a repetir la experiencia—, pero Xavi no parecía muy dispuesto a compartirla con nadie, así que en general se veían a solas. Cenas y sexo, hasta ahora su relación estaba bastante limitada a esas dos actividades.
Pero ese fin de semana, por primera vez Xavi le había propuesto hacer algo diferente. Cuando se enteró de que nunca había estado en el Empordá, le dijo que era absolutamente imperdonable, y que lo iban a solucionar yendo ese mismo fin de semana a su casa —«en realidad es de mi padre», matizó en seguida— de Cadaqués.
Mientras estaba embutiendo algunas prendas de ropa en una mochila para su escapada, llamaron al timbre y Nora respondió en seguida para que el timbrazo no despertara a Carlota, que ya se había quedado traspuesta en el sofá. Cogió la bolsa, se despidió de los gatos y bajó corriendo las escaleras, dispuesta a triunfar en su primer rodaje como directora. Estaba realmente nerviosa. La noche antes le había costado mucho dormirse. Había ido al cine y a cenar con Matías, para intentar calmar los nervios típicos de la noche anterior a cualquier acto vital importante (especialmente los que implican madrugar), pero al final había sido peor el remedio que la enfermedad. Mientras compartían una ensalada Fattoush y una ración de hummus, empezaron comentando la película que habían visto y la conversación acabó derivando hacia el concepto de cine con mayúsculas que tenía cada uno.
Matías hablaba de grandes historias, de tragedias vitales, de cine social, de dramas y del celuloide —«¿Quién llama al cine todavía celuloide, vejestorio?», le espetó Nora— como instrumento de denuncia y gran mazo de la justicia. De las películas que pueden hacer cambiar el rumbo de un país. El gran discurso, la gran obra. Aquello le sonaba tan anticuado, tan aburrido…
—Yo no tengo la necesidad de hacer una gran obra —rebatía Nora—. Los pequeños dramas cotidianos, las alegrías de cada día, enamorarse, desenamorarse, ¡ni siquiera eso! Algo incluso más básico, más sencillo. —Nora discutía con las mejillas rojas y absoluto convencimiento—. El cine y la literatura están llenos de grandes historias, y las he visto y leído tanto que ya no me impresionan nada. Dime la verdad: ¿cuándo te pones más triste, cuando Estados Unidos declara la guerra a un país que no sabes ni situar en el mapa o cuando tu equipo de fútbol pierde una final? Si respondes que lo primero, es que no estás siendo sincero.
—Tus afirmaciones categóricas no me dan mucho margen, ¿no crees? —sonreía Matías, ante la exaltada asertividad de su amiga.
—¡Déjate de rollos! No existen los héroes, los auténticos héroes somos nosotros, tú, yo y este camarero, los que conseguimos tirar de este carro que es nuestra vida día sí y día también. Grandes historias, ¡ja, ja y JA! ¡Me río de tus grandes historias!
Habían discutido durante una hora y media, y cuando la acompañó a casa y se despidieron con un par de besos, Nora se dio cuenta una vez más de que no le hacía falta follar con Matías para que hubiera pasión. Todo entre ellos era apasionado, y pasar un rato con él la dejaba tan relajada como una clase de yoga y, a la vez, tan agotada como si le hubiera pasado una apisonadora por encima.
—No sé cómo explicarlo… Me mata, pero me gusta —le decía a Carlota, intentando por enésima vez analizar los pormenores de esa extraña relación.
Nora se frotó los ojos con las manos como para quitarse a Matías del pensamiento y centrarse en el día que tenía por delante. El
runner
que la llevaba en coche hasta la esquina donde habían convocado a los extras del vídeo aparcó, y cuando Nora bajó del coche y se encontró con el reparto casi se cayó —literalmente— de culo al suelo de la impresión.
Aquello era mucho peor de lo que esperaba. En lugar de un grupo de gente a punto de rodar un videoclip de una canción playera, sana y de buen rollo, aquello parecía una invasión de muertos vivientes… y no precisamente en su mejor día. Estaban despeinados, tenían ojeras o el maquillaje corrido y, en el mejor de los casos, estaban ligeramente borrachos. Un par de ellos incluso se habían dormido apoyados en sus propias mochilas.
Nora empezó a plantearse la posibilidad de dejar de respirar en ese mismo momento. A lo mejor si moría ahogada se libraba de ese marrón y las cosas acababan saliendo bien para alguien.
«A lo hecho, pecho», se dijo, intentando aparentar serenidad ante el equipo de rodaje, que ponían cara de no estar nada convencidos de la capacidad del elenco de actores que tenían delante.
Mientras le aseguraba y requeteaseguraba al conductor que ninguno de los pasajeros vomitaría durante el trayecto —aunque ella misma no tenía garantías de ello— y se ocupaba personalmente de requisar latas de cerveza y cualquier tipo de bebida alcohólica, todos fueron subiendo al autobús. A alguien se le encendió la bombillita de ir cantando canciones de excursión infantiles y a los demás les pareció una excelente idea, aplicándose todos a ello con auténtica diligencia.
Para cuando entraron en el Garraf, Nora gritó con todas sus fuerzas —y en un tono bastante desquiciado— que si volvía a oír aquello de «para ser conductor de primeeeera, aceleeeera, aceleeeera», habría heridos, y que por favor se callaran.
Le hicieron caso.
Por lo menos durante dos minutos, hasta que alguien se arrancó con «una vieja y un viejo van p'Albacete, van p'Albacete», y volvió a haber jolgorio generalizado en el autobús.
Cuando llegaron, todos y cada uno de los miembros del equipo se había tomado por lo menos un gelocatil para combatir un dolor de cabeza furibundo causado por los cánticos beodos.
«Esto a peor no puede ir —se dijo Nora—, así que solo queda mejorarlo».
Los miembros del grupo ya estaban en la playa, igual que un par de chicos de producción, que ya habían montado el escenario en la arena. El día era soleado, el aire, limpio y —si no fuera porque hacía un frío de narices, cosa que el espectador no detectaría— todo tenía un perfecto aspecto primaveral.
Le costó varios gritos histéricos e incluso tuvo que recurrir a la sirena incorporada en el megáfono, pero al final consiguió que todo el mundo le hiciera caso.
—Hola, chicos, soy Nora de nuevo, estamos aquí rodando el vídeo de la canción «Summer Sounds», supongo que todos la habéis oído, pero por si acaso la escucharemos un par de veces ahora mismo mientras os recuerdo exactamente qué es lo que tenemos que hacer. Recordad que no hay posibilidad de cortar y empalmar la escena, que es un plano secuencia y va todo seguido, así que si una sola persona se equivoca tendremos que empezar todo de nuevo y no habrá servido de nada. Por favor, tomaos esto en serio, y aprovecho para daros ya las gracias por este esfuerzo, ¡muchas gracias a todos!
La música empezó a sonar por unos altavoces, y Nora y su ayudante empezaron a escenificar la sencilla coreografía que debían hacer siguiendo el ritmo de la música.
Lo repitió tres veces: la primera se les escapaba la risa, la segunda directamente se estaban descojonando de ellos y la tercera ya habían perdido cualquier tipo de interés. Un par de elementos ya amenazaban con sublevarse si no les daban por lo menos un café, y un tercero elevó las exigencias mínimas al nivel de un
gin tonic
.
Cuanto más adversas eran las circunstancias, más se venía arriba Nora. Consiguió que los «actores» se colocaran en sus sitios, aunque en un par de casos tuvo que arrastrarlos ella misma. Logró que todo el mundo hiciera caso de sus instrucciones durante un par de minutos, los músicos se colocaron en sus sitios y empezó a sonar la canción.
Nora suspiró. «Como dice la yaya: "Que sea lo que Dios quiera", yo ya no puedo hacer más que esperar que todo vaya bien».
Pero Dios debía andar ocupado en otros menesteres ese día, porque aquello era un auténtico caos. Nadie iba hacia el lado correcto, tropezaban entre ellos —cuando no lo hacían con sus propios pies—, siempre había alguien que miraba a la cámara (con la mirada perdida, para más inri) y cada toma era ligeramente peor que la anterior.
Hacia las doce del mediodía, y después de unos diez intentos de grabación, la amenaza de sublevación por falta de alcohol era tal que Nora aceptó añadir al
catering
—que consistía en unos bocadillos más bien securrios de chorizo y jamón york— unas cuantas latas de cerveza que, además, acabó pagando de su propio bolsillo.
Y ahí se dio cuenta de lo desencaminada que iba cuando creyó que las cosas no podían ir peor. Uno de los compañeros de barra de Carlota se enganchó por una tontería con el batería del grupo, y acabaron los dos por el suelo dándose puñetazos: resultado, un labio sangrante y una ceja partida.
—Grabadlo todo —les ordenó Nora a los cámaras, que alucinaban con la debacle que los rodeaba—. ¡Todo! ¡No dejéis de rodar pase lo que pase!
Una pareja de chicos que llevaba un rato coqueteando rodaba por la arena, metiéndose mano de una manera obscena. Cuando se dieron cuenta de que un cámara los grababa, se bajaron los pantalones y le enseñaron el culo. Escenas grotescas y caóticas por el estilo se repetían por toda la playa, llamando la atención de los —pocos— paseantes que habían decidido disfrutar del mar un día laborable por la mañana.