Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
Las esporas caían a través de la envoltura atmosférica de Pern. Frenadas por la fricción de la entrada, caían en una lluvia de cálidos filamentos sobre la superficie del planeta.
Los dragones remontaron el vuelo, destruyéndolas con su aliento llameante. Las Hebras que eludían a los animales en el aire eran eficazmente quemadas por los equipos de tierra, o devoradas rápidamente por gusanos de arena y lagartos de fuego.
Excepto en la ladera oriental de una plantación de árboles de madera dura en las montañas del norte. Allí, los hombres habían dejado que las Hebras cayeran a su antojo. Observaron, uno de ellos con intenso horror, cómo la lluvia plateada perforaba hojas y caía siseando al suelo. Cuando cesó la lluvia, los hombres se acercaron cautelosamente a los puntos impactados, con los lanzallamas que portaban preparados para escupir fuego.
El más próximo de los agujeros producidos por las Hebras, todavía humeante, fue escarbado con una varilla de metal. Un lagarto de fuego pardo saltó del hombro de un hombre y, gorjeando para sí mismo, revoloteó sobre el agujero. Luego se posó en el suelo e introdujo un par de centímetros de inquisitivo hocico en el orificio. Finalmente agitó sus alas y volvió a posarse en el hombro especialmente almohadillado de su dueño, gorjeando, ahora con aire aburrido.
Su dueño sonrió a los otros hombres.
—Ninguna Hebra, F'lar. ¡Ninguna Hebra, Corman!
El caudillo del Weyr de Benden devolvió la sonrisa de Asgenar, engarfiando sus pulgares en su ancho cinturón.
—Y esta es la cuarta Caída sin madrigueras y sin ninguna protección, Señor Asgenar.
El Señor del Fuerte de Lemos asintió, con los ojos brillantes.
—No hay madrigueras en toda la ladera. —Se volvió con aire triunfal hacia el único hombre que no parecía enteramente convencido y dijo—: ¿Puedes dudar de la evidencia de tus ojos, Señor Groghe?
El rubicundo Señor del Fuerte de Fort agitó lentamente la cabeza.
—Vamos, hombre —dijo el hombre de cabellos canos y nariz prominente y ganchuda—. ¿Necesitas más pruebas? Has visto lo mismo en el bajo Keroon, lo has visto en el Valle de Telgar. Incluso ese idiota de Vincet del Fuerte de Nerat ha capitulado.
Groghe del Fuerte de Fort se encogió de hombros, manifestando así la pobre opinión que tenía de Vincet, Señor del Fuerte de Nerat.
—Lo siento, pero no puedo confiar en un puñado de repugnantes insectos. Confiar en los dragones tiene sentido.
—¡Pero has visto a las lombrices devorando las Hebras! —insistió F'lar, cuya paciencia con el hombre se estaba agotando.
—¡No es lógico ni decente que un hombre tenga que estar agradecido a unas lombrices! —insistió por su parte Groghe.
—No recuerdo que te hayas mostrado excesivamente agradecido a la especie dragonil —observó Asgenar maliciosamente.
—¡No confío en las lombrices! —repitió Groghe, irguiendo belicosamente su barbilla. El dorado lagarto de fuego posado sobre su hombro gorjeó suavemente y frotó su cabecita contra la mejilla del hombre. La expresión de Groghe se suavizó. Pero se llamó al orden a sí mismo y se encaró con F'lar—. He pasado toda mi vida confiando en la especie dragonil. Soy demasiado viejo para cambiar. Pero, ahora, tú gobiernas el planeta. Haz lo que quieras. ¡Lo harás de todos modos!
Se alejó en dirección al dragón pardo que era el mensajero residente del Fuerte de Fort. El lagarto de Groghe extendió sus doradas alas, gorjeando alegremente mientras procuraba conservar el equilibrio.
El Señor Corman de Keroon apoyó un dedo contra un lado de su enorme nariz y se sonó ruidosamente. Tenía la desconcertante costumbre de desbloquear sus oídos de aquella manera.
—Viejo tonto. Utiliza las lombrices. Las utiliza. Pero no puede acostumbrarse a la idea de que es absurdo desear ir a la Estrella Roja y aniquilar a las Hebras en su suelo natal. Groghe es un luchador. Encerrarse en su Fuerte a esperar que las lombrices hayan completado su tarea no es lo suyo. A él le gusta actuar, arreglar las cosas a su manera.
—Los Weyrs aprecian tu ayuda, Señor Corman —empezó F'lar.
Corman resopló, y volvió a desbloquear sus oídos antes de rechazar con un gesto la gratitud de F'lar.
—Sentido común, simplemente. Proteger el suelo. Nuestros antepasados eran mucho más listos que nosotros.
—No sabía eso —dijo Asgenar, sonriendo.
—Yo sí, jovencito —replicó Corman secamente. Luego añadió, vacilante—: ¿Cómo está F'nor? Y... ¿cuál es su nombre?... Canth.
Los días en los que F'lar eludía una respuesta directa habían quedado atrás. Sonrió, tranquilizador.
—Está en pie. Para él ha pasado lo peor —aunque F'nor no perdería nunca las cicatrices en sus mejillas, allá donde las partículas ígneas habían penetrado hasta el hueso—. Las alas de Canth han mejorado mucho, aunque la nueva membrana crece lentamente. Cuando llegó, su cuerpo era una pura llaga, excepto en el espacio ocupado por F'nor. Todo el Weyr está a punto para entrar en acción en el momento en que desee ser untado con aceite .¡Es mucho dragón para untar! —Y F'lar rió, tanto para tranquilizar a Corman, que parecía sinceramente angustiado por la suerte de Canth, como al recordar el espectáculo de Canth dominando al personal de todo un Weyr.
—Entonces, el animal volverá a volar.
—Eso creemos. Y combatirá a las Hebras también. Con más motivo que cualquiera de nosotros.
Corlnan miró a F'lar a los ojos.
—Me doy cuenta de que harán falta muchas Revoluciones para sembrar de lombrices todo el continente. Este bosque —y señaló la plantación de árboles de madera dura—, mi rincón en las llanuras de Keroon, el del valle de Telgar, han recibido todas las lombrices que podían sacarse durante esta Revolución del continente Meridional sin debilitar sus defensas. Yo estaré muerto mucho antes de que se haya completado la tarea. Sin embargo, cuando llegue el día en que todo el continente esté protegido, ¿qué pensáis hacer los dragoneros?
F'lar sostuvo unos instantes la mirada del Señor del Fuerte Keroon, y luego sonrió a Asgenar, que esperaba su respuesta con aire expectante. El caudillo del Weyr empezó a reír suavemente.
—Secreto de Artesanado —dijo, viendo reflejarse la decepción en el rostro de Asgenar—. Alegra esa cara, hombre —añadió, palmeando cariñosamente el hombro del Señor de Lemos—. Piensa en ello. Tú deberías saber ya lo que los dragones hacen mejor.
Mnementh estaba posándose cuidadosamente en el pequeño claro en respuesta a su llamada. F'lar cerró su túnica, preparándose para volar.
—Los dragones irán a lugares mucho mejores que cualquier otro en Pern, Señores de los Fuertes. De momento tenemos todo el continente Meridional para explorar cuando termine esta Pasada y los hombres puedan volver a relajarse. Y hay otros planetas en nuestros cielos para visitar.
La sorpresa y el horror se reflejaron en los rostros de los dos Señores de los Fuertes. Los dos tenían lagartos de fuego cuando F'nor y Canth habían dado su salto al inter; sabían íntimamente lo que había ocurrido.
—Todos no pueden ser tan inhóspitos como la Estrella Roja —dijo F'lar.
—¡Los dragones pertenecen a Pern! —exclamó Corman, y se sonó la enorme nariz.
—Es cierto, Señor Corman. Y puedes tener la seguridad de que siempre habrá dragones en los Weyrs de Pern. Después de todo, es su hogar.
F'lar alzó su brazo en un gesto de despedida, y el bronce Mnementh remontó el vuelo majestuosamente.