[
4
] De ahí el dicho de Izumo sobre alguien que anuncia su llegada reiteradamente: “Hablas como hablan los nigromantes”,
Toritsu-banashi no yona (N. del A.)
[
5
] El vocablo religioso es
Migawari
, “sustituto”
(N. del A.)
Durante el Shogunado de Ashikaga[
2
], el altar de Ogawachi-Myojin, en Minami-Isé, medio se derrumbó; y el
daimyô
del distrito, el señor Kitahataké, apremiado por la guerra y otras circunstancias, no pudo costear la reparación del edificio. El sacerdote sintoísta que estaba a cargo de él, Matsumura Hyogo, se procuró ayuda del gran
daimyô
Hosokawa, de Kyôto, cuya influencia en el Shogun era conocida. El señor Hosokawa recibió al sacerdote con amabilidad, y prometió hablarle al Shogun con respecto a la ruina de Ogawachi-Myojin. De todos modos, le advirtió que sólo podrían obtenerse fondos para la restauración del templo después de la debida investigación y una considerable demora, y le aconsejó a Matsumura que permaneciera en la capital mientras se tramitaba la subvención. Matsumura, pues, trajo a su familia a Kyôto y alquiló una casa en el antiguo barrio de Kyogoku.
Esta casa, aunque espaciosa y elegante, había permanecido desocupada durante mucho tiempo. Decíase que era una casa de infortunio. En el sector noreste había una fuente, y algunos de los anteriores habitantes se habían ahogado en ella, sin que nadie supiera la causa. Pero Matsumura, como era sacerdote, no temía a los espíritus malignos; y no tardó en instalarse cómodamente en su nuevo hogar.
En el verano de ese año hubo una terrible sequía. Hacía meses que no llovía en las Cinco Provincias Domésticas; los cauces se secaron, se agotaron las fuentes, hasta en la capital escaseaba el agua. Pero la fuente del jardín de Matsumura permanecía rebosante, como si un arroyo la alimentara, con un agua fría y cristalina, de leves tintes azulados. En esa tórrida temporada mucha gente acudía de todas partes de la ciudad para rogar que le dieran agua; Matsumura les permitía llevar toda la que gustaran. La provisión de agua, sin embargo, no parecía menguar jamás.
Pero una mañana hallaron en la fuente el cadáver flotante de un sirviente de la vecindad, al que habían enviado en busca de agua. Al parecer, no había causa que justificara un suicidio; y Matsumura, recordando los ingratos rumores que aludían a la fuente, comenzó a sospechar una presencia malévola e invisible. Acudió a examinar la fuente, con la intención de rodearla con una cerca; mientras realizaba esa tarea, lo sorprendió una súbita agitación del agua, como si algo vivo palpitara en ella. Esa agitación cesó en el acto; entonces Matsumura vio, claramente reflejado en la tersa superficie, el rostro de una joven de unos diecinueve o veinte años de edad. Parecía estar maquillándose; con toda nitidez, él advirtió cómo se rozaba los labios con
béni
[
3
]. Al principio el rostro sólo era visible de perfil, pero de inmediato se volvió hacia él con una sonrisa. Un extraño temblor estremeció el corazón del sacerdote, quien se vio abrumado por una somnolencia semejante a la que provoca el vino; le rodeó una tiniebla sólo interrumpida por ese rostro sonriente, pálido y hermoso como la luz de la luna, cuya belleza parecía crecer para arrastrarlo a esa insondable oscuridad. Con un esfuerzo desesperado, Matsumura recobró la voluntad y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el rostro ya no estaba y había vuelto la luz: el sacerdote se sorprendió echado sobre el borde de la fuente; un segundo más de somnolencia, un segundo más de esa presencia enceguecedora, y jamás habría vuelto a ver el sol.
Al regresar a la casa, ordenó a su gente que nadie se acercara a la fuente por ninguna circunstancia, y que a nadie le permitieran ir en busca de agua. Y al día siguiente, hizo erigir una empalizada alrededor de la fuente.
Una semana después de la construcción de la cerca una furiosa tormenta interrumpió la sequía; la zona se vio azotada por rayos, vendavales y truenos, truenos de tal magnitud que estremecían a toda la ciudad, como un terremoto. Durante tres días y tres noches arreciaron las lluvias, los relámpagos y los truenos; y el Kanogawa creció con desconocido furor, arrastrando numerosos puentes. En la tercera noche del temporal, a la Hora del Buey, golpes perentorios sacudieron la puerta de la casa del sacerdote, seguidos de la voz de una mujer que rogaba que la dejaran entrar. Pero Matsumura, alertado por su experiencia de la fuente, vedó a la servidumbre responder a la llamada. Él mismo acudió, preguntando:
—¿Quién llama?
Una voz femenina respondió:
—¡Perdón! Soy yo, Yayoi[
4
]. Tengo algo que decir a Matsumura Sama… algo muy urgente. ¡Abridme, por favor!
Matsumura entreabrió la puerta con suma cautela, y vio el mismo rostro que le había sonreído desde la fuente. Pero ahora no sonreía: parecía muy contristado.
—No entrarás en mi casa —exclamó el sacerdote—. No eres un ser humano, sino una Criatura de la Fuente… ¿Por qué engañas y destruyes a la gente con tal perversidad?
La Criatura de la Fuente respondió con una voz tan melodiosa como el entrechocar de
joyas (tama-wo-koro-gasu-koé
):
—Precisamente de eso vengo a hablar… Jamás quise dañar a los seres humanos. Desde hacía mucho tiempo un Dragón Ponzoñoso habitaba esa fuente. Era el Amo de la Fuente, y por su causa ésta siempre rebosaba. Hace mucho yo me caí al agua y de tal modo me transformé en su esclava; y él tenía el poder de atraer a la gente a la muerte, para así alimentarse con la sangre de las víctimas. Pero el Emperador Celestial ordenó que el Dragón morara, en adelante, en el lago llamado Torii-no-Iké, en la provincia de Shinshu, y los dioses han decidido que jamás pueda regresar a esta ciudad. Esta noche, pues, en cuanto él partió, yo pude salir y venir en busca de tu benévola ayuda. Como el Dragón se ha ido, hay en la fuente muy poca agua; si ordenas investigar, allí hallarás mi cadáver. Te ruego que lo rescates sin demora, y por cierto que recompensaré tu bondad…
Dijo estas palabras, y se esfumó en la sombra.
Antes del alba se disipó la tormenta; y cuando surgió el sol, ni una nube maculaba el límpido cielo azul. En las primeras horas de la mañana, Matsumura mandó buscar obreros para limpiar la fuente. Para asombro general, la fuente estaba casi vacía. La limpiaron sin dificultad, y en el fondo descubrieron ciertos adornos de estilo muy antiguo y un espejo de metal de forma muy curiosa, pero no había trazas de ningún cadáver, ni animal ni humano.
Matsumura supuso, empero, que el espejo acaso ofreciera alguna explicación del enigma; pues tales espejos siempre son objetos extraños, ya que tienen un alma propia, y esa alma es femenina. El espejo parecía muy viejo y estaba cubierto por una gruesa costra de arcilla. El sacerdote ordenó limpiarlo y descubrieron que se trataba de una obra artesanal muy rara y valiosa, en cuyo dorso había maravillosos diseños, además de diversos caracteres. Algunos de los caracteres se habían vuelto ilegibles, pero aún podía distinguirse parte de una fecha y unos ideogramas que significaban “el tercer mes, el tercer día”. Ahora bien, el tercer mes solía denominarse Yayoi (o sea, el Mes del Incremento); y el tercer día del tercer mes, que es día de fiesta, aún se denomina Yayoi-no-sekku. Matsumura recordó que la Criatura de la Fuente se había presentado como “Yayoi”, y estuvo casi seguro de que este visitante espectral no era sino el Alma del Espejo.
Decidió, pues, tratar al espejo con todos los respetos debidos a un Espíritu. Tras ordenar que lo pulieran y cromaran cuidadosamente, hizo construir un cofre de madera para guardarlo, y un cuarto en la casa para albergarlo. En la noche del mismo día que lo depositaron en ese cuarto, la misma Yayoi compareció inesperadamente en ante el sacerdote, que estaba a solas en su estudio. Parecía más adorable que antes, pero la luz que irradiaba su belleza era ahora tan tenue como la de la luna estival cuando brilla a través de nubes de blanca pureza. Tras saludar a Matsumura con humildad, dijo con su voz dulce y melodiosa:
—Ahora que me has arrebatado a la soledad y el dolor, vine a agradecértelo… Soy, tal como tú pensabas, el Espíritu del Espejo. Me trajeron aquí en época del Emperador Saimei, desde Kudara; y moré en la augusta residencia hasta el tiempo del Emperador Saga, en que fui augustamente ofrecido a la dama Kamo Naishinno de la Corte Imperial[
5
]. Más tarde me transformé en objeto hereditario de la Casa de Fujiwara, y eso duró hasta el periodo de Hogen, en que fui arrojado a la fuente. Allí me dejaron y me olvidaron durante los años de la gran guerra[
6
]. El Amo de la Fuente[
7
] era un Dragón venenoso que habitaba un lago que anteriormente cubría gran parte de este distrito. Cuando el gobierno ordenó rellenar el lago para que pudieran edificarse casas en el lugar que aquél ocupaba, el Dragón se apoderó de la fuente; y al caer en ella quedé sujeta a su poder, y me obligó a arrastrar a muchos a la muerte. Pero los dioses lo han exiliado para siempre… Ahora debo pedirte un nuevo favor: te imploro que me hagas llegar hasta el Shogun, el señor Yoshimasa, quien por ascendencia está ligado a mis anteriores propietarios. Ofréceme esta última gentileza, y te traerá buena suerte… Aunque también debo advertirte un peligro. En esta casa, después de mañana, no conviene que permanezcas, pues será destruida…
Y con tal advertencia, Yayoi desapareció.
Matsumura prestó oídos a esa premonición. Al día siguiente hizo mudar a su gente y sus pertenencias a otro distrito; casi enseguida se levantó otra tormenta, aún más violenta que la anterior, y ésta provocó una inundación que arrastró la casa que él había habitado.
Poco después, por mediación del señor Hosokawa, Matsumura logró obtener una audiencia con el Shogun Yoshimasa, a quien le presentó el espejo, adjuntándole por escrito su maravillosa historia. Entonces se cumplió la predicción del Espíritu del Espejo, pues el Shogun, harto complacido por este extraño regalo, no sólo le ofreció a Matsumura valiosos presentes, sino que le otorgó una generosa subvención para la reconstrucción del Templo de Ogawachi-Myojin.
[
1
] De
The Romance of the Milky Way and Other Studies and Stories (N. del T.)
[
2
]
Shogun
significa, literalmente, “Generalísimo vencedor de los bárbaros”. A fines del siglo XII, Yoritomo Minamoto se impuso al resto de los señores feudales, se hizo amo del país y se invistió de este título, que pasó a ser familiarmente hereditario e hizo del Emperador una figura políticamente decorativa. Tal situación se prolongó hasta la era Meiji
(N. del T.)
[
3
] Especie de
rouge (N. del A.)
[
4
] Este nombre, aunque infrecuente, aún suele usarse
(N. del A.)
[
5
] El Emperador Saimei reinó de 655 a 662 (d.C.); el Emperador Saga, de 810 a 842. Kudara era un antiguo reino de Corea sudoccidental, mencionado con frecuencia en la historia japonesa temprana. Una Naishinno tenía sangre imperial. En la antigua jerarquía de la corte había veinticinco rangos o grados de damas nobles; la Naishinno se situaba en el séptimo, por orden de importancia
(N. del A.)
[
6
] Durante siglos, las esposas de los emperadores y las damas de la Corte Imperial fueron escogidas en el clan Fujiwara. El periodo llamado Hogen duró de 1156 a 1159: la guerra aludida es la famosa guerra entre los clanes de Taira y Minamoto
(N. del A.)
[
7
] Según antiguas creencias, todo lago o arroyo tenía un guardián invisible que a veces cobraba, según se suponía, forma de serpiente o dragón. El espíritu de un lago o un estanque era comúnmente denominado
Iké-no-Mushi
, el Amo del Lago. Aquí hallamos el título de “Amo” conferido a un dragón que habita en una fuente, pero el guardián de las fuentes es, en realidad, el dios Suyin
(N. del A.)
Hace casi diez siglos, en el famoso templo Miidera, de Otsu[
2
], vivía un docto sacerdote llamado Kogi. Era un gran artista. Pintaba, con casi idéntica maestría, Budas, hermosos paisajes, animales o pájaros; pero lo que más le gustaba era pintar peces. Cuando el buen tiempo y sus deberes religiosos se lo permitían, solía llegarse hasta el Lago Biwa y pagarles a los pescadores para que atraparan peces sin causarles el menor daño, de modo que pudiera pintarlos mientras ellos nadaban en una enorme pecera. Luego de pintarlos y alimentarlos con afecto, les devolvía la libertad; él mismo se encargaba de llevarlos al lago. Sus pinturas de peces lograron tanta fama que la gente recorría grandes distancias para contemplarlas. Pero la más maravillosa de ellas no fue copiada de la vida, sino del recuerdo de un sueño. Pues una vez que estaba en la ribera del lago y contemplaba los peces que nadaban, Kogi se había dormido y soñó que jugaba con ellos debajo del agua. Al despertar, evocó el sueño con tal nitidez que pudo pintarlo; y llamó a esta pintura, que colgó en la alcoba de su cuarto en el templo, “Carpa del sueño”.
Jamás pudieron persuadir a Kogi de que vendiera sus pinturas de peces. Sin dificultad se desprendía de sus paisajes, sus pájaros o sus flores, pero alegaba que no estaba dispuesto a vender sus cuadros de peces vivientes a nadie que tuviera la crueldad de matarlos o comerlos. Y como todas las personas que querían comprarle los cuadros se alimentaban con pescado, el dinero que le ofrecían no bastaba para tentar al sacerdote.
Un verano, Kogi cayó enfermo, y a la semana perdió la facultad del habla y el movimiento, de modo que parecía muerto. Pero, cumplida la ceremonia fúnebre, sus discípulos advirtieron que el cuerpo aún irradiaba un poco de calor, y decidieron postergar la sepultura y vigilar el aparente cadáver. En la tarde de ese día, Kogi súbitamente revivió e interrogó a los centinelas, preguntándoles:
—¿Cuánto hace que permanezco sin conocimiento?
—Más de tres días —respondió un acólito—. Pensamos que habías muerto; y esta mañana tus amigos y feligreses se congregaron en el templo para la ceremonia fúnebre, pero, como advertimos que tu cuerpo no estaba del todo frío, aplazamos el entierro, de lo cual mucho nos regocijamos.
Kogi hizo un gesto aprobatorio, y dijo:
—Deseo que alguno de vosotros vaya inmediatamente a la casa de Taira no Suké, donde los jóvenes celebran un banquete en este mismo momento, con pescado y con vino, y que le diga: “Nuestro maestro ha revivido y os implora que tengáis la bondad de dejar vuestra fiesta y comparecer ante él de inmediato, pues tiene una maravillosa historia que contaros”.