Nikki miró a Lord Vorkosigan, dubitativo.
—¿Le arreglaron los huesos con retrogenes?
—No, y es una lástima. Habría resultado mucho más fácil para mí, si hubiera sido posible. Esperaron hasta que consideraron que había dejado de crecer, y entonces los sustituyeron por huesos sintéticos.
Nikki estaba muy interesado.
—¿Cómo se sustituyen los huesos? ¿Cómo se los sacaron?
—Me abren —Vorkosigan hizo un gesto de corte con la mano derecha a lo largo del brazo izquierdo, del codo a la muñeca, sacan el hueso viejo, meten el nuevo, vuelven a conectar las articulaciones, trasplantan la médula a la nueva matriz, lo pegan y esperan a que sane. Muy desagradable y tedioso.
—¿Dolió?
—Estaba dormido… anestesiado. Tienes suerte de que puedan aplicarte retrogenes. Todo lo que tienes que soportar son unas cuantas inyecciones.
Nikki parecía enormemente impresionado.
—¿Puedo verlo?
Tras un infinitésimo instante de vacilación, Vorkosigan se desabrochó el puño de la camisa y se subió la manga izquierda.
—Esta línea clara de aquí, ¿la ves?
Nikki miró interesado, tanto al brazo de Vorkosigan como al suyo propio. Meneó los dedos, y vio que su brazo se flexionaba mientras los músculos y los huesos se movían bajo la piel.
—Yo tengo una costra —ofreció a cambio—. ¿Quiere verla?
Se subió la pernera para mostrar el último recuerdo del patio de recreo en su rodilla. Gravemente, Vorkosigan la inspeccionó, y reconoció que era una buena costra, y que sin duda se caería muy pronto y, sí, tal vez quedaría una cicatriz, pero su madre tenía razón al decirle que no se la picotease. Para alivio de Ekaterin, todo el mundo se volvió a abrochar la ropa y la competición no continuó.
La conversación perdió fuerza a partir de ese momento. Nikki colocó artísticamente las últimas gachas y el sirope alrededor del fondo de su plato.
—¿Puedo retirarme? —preguntó.
—Por supuesto —dijo Ekaterin—. Lávate el sirope de las manos.
Vio cómo salía corriendo de la cocina.
—Ha salido mejor de lo que esperaba —dijo, insegura. Vorkosigan sonrió.
—Usted no le dio demasiada importancia, así que él no tuvo motivos para pensar lo contrario.
—¿Tuvo miedo? Su madre, quiero decir —preguntó Ekaterin tras un momento de silencio.
La sonrisa de él se torció.
—Hasta quedarse sin habla, creo —sus ojos se volvieron más cálidos, y chispearon—. Pero no sin seso.
Los dos Auditores se marcharon poco después a hacer una inspección a la estación experimental de Calor Residual. Después de esperar a que Nikki terminara de jugar en su habitación, Ekaterin lo llamó a su taller para leer el artículo más sencillo y directo que había encontrado sobre la Distrofia de Vorzohn. Lo sentó sobre su regazo ante la comuconsola, algo que apenas hacía ya, puesto que había crecido mucho.
Una medida de la inquietud del niño, comprendió ella, fue que no se resistiera a las caricias, ni a sus indicaciones. Leyó el artículo comprendiéndolo bastante bien, deteniéndose aquí y allá para preguntar pronunciaciones y significados de términos desconocidos, o para que ella explicara alguna frase que no entendía. Si no hubiera estado sentado sobre su regazo, Ekaterin no habría detectado cómo su cuerpo se envaraba ligeramente cuando leyó la frase: «… investigaciones posteriores llegaron a la conclusión de que esta mutación natural apareció por primera vez en el Distrito de Vorinnis, al final de la Era del Aislamiento. Sólo con la llegada de la biología molecular galáctica se determinó que no tenía ninguna relación con otras enfermedades genéticas de la Tierra, que sus síntomas imitan a veces».
—¿Alguna pregunta? —quiso saber Ekaterin cuando por fin terminaron el artículo.
—No —Nikki se zafó de su abrazo y se puso en pie.
—Puedes leer más cuando quieras.
—Ya.
Con dificultad, Ekaterin se abstuvo de buscar alguna respuesta más definida, advirtiendo que lo quería más por ella que por él.
¿Estás bien, está bien, me perdonas?
Él no lo asimilaría, no podría hacerlo, en una hora o un día, ni siquiera en un año; todos los días debía tener el desafío y la respuesta apropiada.
Una maldita cosa después de la otra
, había dicho Vorkosigan. Pero no, gracias al cielo, todas las cosas simultáneamente.
La adición de lord Vorkosigan a la expedición a Solsticio causó sorprendentes cambios en los planes de viaje de Ekaterin, tan cuidadosamente calculados. En vez de levantarse de madrugada para conseguir asientos económicos en el monorraíl, se despertaron tarde para ocupar una lanzadera correo suborbital de SegImp que les esperaba, y que cubriría las zonas horarias permitiéndoles una hora para almorzar antes de la cita de Nikki.
—Me encanta el monorraíl —comentó a modo de disculpa Vorkosigan cuando ella empezó a protestar ante la noticia del cambio, después de que los dos Auditores hubieran regresado tras las investigaciones del día—. De hecho, estoy pensando en convencer a mi hermano Mark para que invierta en algunas compañías que tratan de construir más en Barrayar. Pero tal como va el caso, SegImp dejó claro que preferirían que no usara el transporte público.
También los acompañaron dos guardaespaldas. Llevaban discretas ropas civiles komarresas, lo cual hacía que pareciesen exactamente un par de guardaespaldas militares barrayareses vestidos de civil. Vorkosigan parecía igualmente capaz de tratar con ellos o de olvidarse de su presencia, a voluntad. Se trajo informes para leerlos durante el vuelo, pero sólo los miró por encima, pues parecía un poco distraído. Ekaterin se preguntó si la inquietud de Nikki rompía su concentración, y si debería tratar de apaciguar al niño. Pero un tranquilo comentario de Vorkosigan consiguió una invitación al nervioso Nikki para que pasara diez minutos en el compartimiento del piloto.
—¿Cómo va el caso esta mañana? —le preguntó Ekaterin durante este interludio privado.
—Exactamente tal como predije, por desgracia —contestó Vorkosigan—. El hecho de que SegImp no haya podido capturar a Soudha se vuelve más preocupante por minutos. Pensaba que ya tendríamos que haberlo pillado. Entre el grupo del coronel Gibbs y ese equipo de esforzados chicos de SegImp que tenemos trabajando en la estación experimental, mi lista de componentes empieza a tomar forma, pero pasará al menos otro día hasta que esté completa.
—¿Le gustó la idea a mi tío?
—Dijo que era tedioso, cosa que yo sabía ya. Y entonces se apropió de ella, por lo que considero que la aprobó —se frotó los labios, pensativo—. Gracias a su tío, conseguimos dar un paso adelante anoche. Cuando visitamos a la señora Radovas, se le ocurrió confiscar la biblioteca personal de su marido. La enviamos al Cuartel General de SegImp para analizarla. El análisis confirmó el interés de Radovas en la tecnología de salto y la física de los agujeros de gusano, cosa que no me sorprende mucho, pero entonces descubrimos algo más.
»Soudha o sus técnicos hicieron un trabajo soberbio borrando las consolas de todo el mundo antes de que SegImp les pusiera una mano encima, pero evidentemente a nadie se le había ocurrido pensar en la biblioteca. Algunos de los volúmenes técnicos tenían notas en los márgenes. Al profesor le entusiasmó la parte matemática, pero estaba claro que eran recordatorios de algún tipo o cálculos con algunos nombres adjuntos. La mayoría eran miembros del grupo de Calor Residual, pero también había de otros sitios, incluyendo uno que parece ser uno de los difuntos miembros del grupo estacionado en el espejo solar. Ahora pensamos que Radovas y su equipo, con ayuda de dentro, llegaron al espejo solar para hacer algo, en vez de estar a bordo del carguero. Así que la duda es si el espejo era esencial para lo que estaban haciendo, o si sólo lo utilizaban como plataforma de pruebas. SegImp ha enviado hoy a sus agentes por todo el planeta, interrogando y volviendo a interrogar a colegas, parientes y amigos de todos los que estaban en el espejo solar o tenían algo que ver con la lanzadera de suministros. Mañana me pondré a leer esos informes.
El regreso de Nikki puso fin a este amable fluir de información, y pronto aterrizaron en uno de los espaciopuertos privados de SegImp, en el extrarradio de la enorme ciudad sellada de Solsticio. En vez de tomar un coche-burbuja público, se les proporcionó un flotador y un conductor, que los llevó a través de los túneles restringidos, en una mareante ruta que los hizo alcanzar su destino en dos tercios del tiempo que habrían tardado con el coche-burbuja.
La primera parada fue en un restaurante situado en el piso superior de una de las torres más altas de Solsticio y que proporcionaba a los comensales una vista espectacular de la capital, extendiéndose resplandeciente hasta el horizonte. Aunque el lugar estaba abarrotado, Ekaterin observó que nadie se sentó cerca de ellos mientras comían. Los guardaespaldas se mantuvieron aparte.
El menú no tenía precios, lo cual provocó un momento de pánico en el corazón de Ekaterin. No tenía forma de indicar a Nikki, ni a sí misma, que seleccionara los platos más baratos.
Si tienes que preguntar, no puedes permitírtelo
. Su decisión inicial de discutir su parte de la factura con Vorkosigan se vino abajo.
El peso y el aspecto de Vorkosigan llamaron como de costumbre la atención. Por primera vez en su compañía, ella fue consciente de que los confundían con una pareja o incluso una familia. Alzó la barbilla, a la defensiva. ¿Qué, lo consideraban demasiado raro para relacionarse con una mujer? No era asunto suyo, de todas formas.
La siguiente parada (y Ekaterin agradeció no tener que ir sola) fue la clínica, a la que llegaron con un cuarto de hora de antelación. Vorkosigan no pareció considerar que hubiera nada notable en aquel viaje en alfombra mágica, aunque Nikki se había mostrado entusiasmado todo el tiempo. ¿Lo había planeado así? El niño se quedó mucho más callado mientras subían en los tuboascensores hasta el vestíbulo de la clínica.
Cuando los condujeron a la mesa de admisiones, Vorkosigan acercó una silla para sí y se colocó detrás de Ekaterin y Nikki. Los guardaespaldas se perdieron discretamente de vista. Ekaterin presentó sus documentos de identificación y todo pareció ir bien, hasta que revelaron que el padre de Nikki había muerto hacía poco, por lo que la comuconsola de la clínica demandó el permiso formal del tutor legal de Nikki.
Eso sí que no estaba programado
, pensó Ekaterin, y se lanzó a explicar lo lejos que estaba el primo tercero de Tien en Barrayar, y la acuciante necesidad de que Nikki recibiera tratamiento antes de su regreso. La empleada komarresa escuchó con comprensión y simpatía, pero el programa de la comuconsola no estuvo de acuerdo, y después de un par de intentos de anularlo, la empleada fue a buscar a su supervisor. Ekaterin se mordió los labios y se frotó las palmas en las rodillas de los pantalones. Llegar hasta tan lejos, estar tan cerca, para atascarse con un formulismo legal…
El supervisor, un agradable joven komarrés, regresó con la empleada, y Ekaterin volvió a dar sus explicaciones. Él la escuchó, y volvió a comprobar toda la documentación, se volvió hacia ella con aire de profundo pesar.
—Lo siento, señora Vorsoisson. Si fuera usted accionista planetaria komarresa, en vez de súbdita de Barrayar, las reglas serían muy distintas.
—Todos los accionistas planetarios son súbditos de Barrayar —señaló Vorkosigan, con tono tranquilo.
El supervisor consiguió mostrar una sonrisa dolorida.
—Me temo que no me refería a eso. La cosa es que se nos presentó un problema similar hace unos pocos meses, referido al tratamiento en condiciones casi de emergencia de un niño Vor de padres barrayareses residentes en Komarr. Lo abordamos con lo que nos pareció sentido común. Más tarde el tutor legal del niño no estuvo de acuerdo, y las negociaciones judiciales están todavía en marcha. Resultó ser un error de juicio muy caro para la clínica. Ya que la Distrofia de Vorzohn es crónica y no supone una amenaza inmediata para su vida, y que en teoría debería usted conseguir el permiso legal en una semana o dos, me temo que voy a tener que pedirle que vuelva a pedir cita para entonces.
Ekaterin inspiró profundamente, aunque no estaba segura si era para discutir o para gritar. Pero lord Vorkosigan se inclinó hacia delante y le sonrió al supervisor.
—Acérqueme la lectora, ¿quiere?
El asombrado supervisor así lo hizo; Vorkosigan rebuscó en su bolsillo y sacó su sello de Auditor. Lo destapó y lo apretó contra la lectora, junto con su palma derecha. Habló por el grabavoz.
—Por orden mía, y por el bien del Imperio, solicito y requiero que se aplique todo el tratamiento médico disponible a Nikolai Vorsoisson. Vorkosigan, Auditor Imperial.
Se la devolvió.
—A ver si esto hace más feliz a su máquina. Es como aplastar moscas con un cañón láser —murmuró, volviéndose hacia Ekaterin—. Apuntar es un poquito difícil, pero desde luego se carga a todas las moscas.
—Lord Vorkosigan, no puedo…
Se detuvo.
¿No puedo qué?
Esto no era igual que discutir por la cuenta del almuerzo; el dinero de Tien pagaría el tratamiento de Nikki, si los komarreses estaban dispuestos a hacerlo. La contribución que había hecho Vorkosigan era completamente intangible.
—Nada que su estimado tío no habría hecho por usted, si la hubiera acompañado hoy —le dirigió uno de sus saludos, sentado.
La expresión del supervisor cambió del recelo al aturdimiento cuando la comuconsola digirió estos nuevos datos.
—¿Es usted el Lord Auditor Vorkosigan?
—A su servicio.
—Yo… ehh… uh… ¿en calidad de qué está usted aquí, milord?
—Amigo de la familia —la sonrisa de Vorkosigan se torció un poquito—. Cortador de cinta roja y acelerador de formalidades.
El supervisor consiguió no soltar una risita. Tomó el lugar de la empleada y se encargó de procesar los datos, y él mismo los escoltó escaleras arriba hasta entregarlos en manos de los tecnomeds del departamento genético. Luego desapareció, pero las cosas se sucedieron de manera sorprendentemente rápida después de eso.
—Casi parece injusto —murmuró Ekaterin, cuando Nikki se marchó un momento a orinar en un tubito de muestras—. Creo que Nikki se acaba de saltar la cola.
—Sí, bueno… El invierno pasado descubrí que el sello de Auditor tiene el mismo efecto acelerador en el tratamiento de los veteranos del ejército, cuyos pasillos son mucho más fríos y con más corrientes que éstos, y además sus colas son legendarias. Es milagroso. Me quedé encantado —el rostro de Vorkosigan se hizo más introspectivo y sobrio—. Me temo que todavía no he encontrado el equilibrio con este asunto de ser Auditor Imperial. ¿Cómo se usa de manera justa el poder, y cómo se abusa de él? Podría haber ordenado que pasaran a la señora Radovas por la pentarrápida, o que Tien nos llevara a la estación experimental aquella primera noche, y los acontecimientos ahora serían… bueno, no sé cómo serían ahora, aunque sí serían distintos. Pero no deseaba…