Kafka en la orilla (60 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Kafka en la orilla
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Cuanto más lo piensas, más te hastía la idea de que sólo tienes quince años. Te sientes incluso desesperado. Si tuvieras veinte años, o incluso dieciocho —con tal de que no fueran quince—, podrías entender mucho mejor a la señora Saeki, el sentido de sus palabras, de sus actos. Podrías reaccionar de manera más apropiada. Tú ahora estás inmerso en algo maravilloso. Quizá no vuelvas a experimentar algo semejante en toda tu vida, de lo maravilloso que es. Pero, sin embargo, ahora eres incapaz de apreciar esta maravilla en todo lo que vale. Y la inquietud que te produce el ser incapaz de comprenderlo te conduce, a su vez, a la desesperación.

Imaginas qué debe de estar haciendo ella ahora. Es lunes y la biblioteca está cerrada. ¿En qué diablos debe emplear la señora Saeki los días de descanso? Te la imaginas sola en su apartamento. Lavando la ropa, preparando la comida, haciendo la limpieza, yendo de compras: imaginas estas escenas, una tras otra. Cuanto más lo imaginas, más agobiante te parece estar aquí. Piensas que eres un cuervo intrépido y que te escapas de la cabaña de las montañas. Vuelas por el cielo, cruzas los montes, te detienes junto a su ventana, te quedas mirándola eternamente.

O, quizá, la señora Saeki va a la biblioteca, visita tu habitación. Llama a la puerta. No hay respuesta. La puerta no está cerrada con llave. Descubre que no te encuentras dentro. Tus cosas han desparecido. La cama está hecha. Se pregunta adónde habrás ido. Tal vez aguarde un poco a que regreses. Y, mientras tanto, probablemente se siente ante la mesa, apoye el mentón en la palma de la mano y contemple
Kafka en la orilla del mar
. Y piense en el pasado que se plasma en el cuadro. Pero, por más tiempo que espere, tú no vuelves. Después, resignada, sale de la habitación. Se dirige al aparcamiento monta en el Volkswagen Golf, pone en marcha el motor. Tú no desearías que se fuera de este modo. Tú querrías estar allí cuando ella, llegara, abrazarla con fuerza contra tu pecho, conocer el sentido de cada uno de sus movimientos. Pero tú no estás allí. Tú estás completamente solo, en un lugar apartado de todo.

Te metes en la cama, apagas la luz, deseas que la señora Saeki se presente en tu habitación. No hace falta que sea la señora Saeki actual. Podría aparecer bajo la forma de la niña de quince años. Quieres verla; cualquiera que sea su forma, espíritu vivo o ilusión. Deseas que esté a tu lado. Tu cabeza, repleta de deseos, va a estallar. Tu cuerpo va a romperse en pedazos. Pero, por más que ruegues, por más que esperes, ella no vendrá. Al otro lado de la ventana no se oye más que el susurro del viento. De vez en cuando un ave nocturna deja oír su voz grave. Contienes el aliento, fijas la mirada en las tinieblas. Aguzas el oído al susurro del viento. Intentas descifrar el mensaje que se oculta en él. Desde el abanico de tinieblas. Resignado, poco después, cierras los ojos y concilias el sueño.

38

Hoshino buscó en una guía telefónica que había en la habitación algunas agencias de alquiler de coches, eligió la que le pareció más apropiada y llamó.

—Quiero alquilar un coche para dos o tres días. Me basta con un sedán normal y corriente. Que no sea muy grande y, sobre todo, que no llame la atención.

—Nosotros sólo trabajamos con coches de Mazda —le dijo su interlocutor—. En nuestras agencias no tenemos ni un solo sedán que llame la atención. No se preocupe usted por eso.

—Bien.

—¿Qué le parece un modelo Familia? Se trata de un coche seguro y le garantizo que es muy discreto.

—Sí, de acuerdo. Que sea un Familia.

La agencia quedaba cerca de la estación.

—En una hora paso a recogerlo —les dijo el joven.

Cogió un taxi él solo, fue hasta la agencia, mostró la tarjeta de crédito y el permiso de conducir, alquiló el coche, de momento, para dos días nada más. El Familia blanco estacionado en el aparcamiento era discreto de verdad. Parecía la máxima expresión del anonimato. Una vez que apartabas la vista de él, te resultaba imposible recordar cómo era.

De vuelta a casa al volante del Familia se detuvo en una librería que había a mitad de camino, compró un plano de la ciudad de Takamatsu y un mapa de carreteras de la isla de Shikoku. Cerca de allí descubrió una tienda de discos compactos, así que se acercó para buscar el
Trío del archiduque
interpretado por el Trío del millón de dólares. La sección de música clásica de aquella tienda de discos compactos al lado mismo de la carretera no era muy grande, sólo tenían una versión del
Trío del archiduque
y a precio de saldo. Aunque el Trío del millón de dólares no era, desgraciadamente, el que ejecutaba la pieza, el joven adquirió el CD por mil yenes.

De regreso a casa se encontró a Nakata en la cocina preparando con mano experta, un
nimono
de
daikon
y
aburaage
.
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Un olor exquisito flotaba por el apartamento.

—Nakata no tenía nada que hacer, así que ha preparado algo para el almuerzo —dijo Nakata.

—¡Qué bien! Estoy harto de comer por ahí. A mí ya me apetecía un plato casero, sencillo. Uno de ésos, vamos —dijo el joven—. Ah, abuelo. Ya he alquilado el coche. Lo he dejado a la puerta. ¿Vamos a necesitarlo enseguida?

—No, podemos esperar hasta mañana. Hoy quiero hablar un poco más con la piedra.

—¡Ah, buena idea! Hablar es bueno. Es mucho mejor hablar que no hablar. Sea con quien sea. O con lo que sea. Yo, ¿sabes?, cuando conduzco el camión, le hablo mucho al motor. Al escuchar con la oreja bien abierta me entero de muchas cosas.

—Sí. Nakata también opina lo mismo. Nakata no puede hablar con los motores, pero cree que hablar es bueno, no importa con quién.

—Y, con la piedra esa, ¿os habéis llegado a entender?

—Sí. Tengo la impresión de que, poco a poco, nos vamos comprendiendo.

—Pues eso es lo principal. Entonces dime, Nakata, ¿crees que la piedra está enfadada, o disgustada, porque la hayamos traído hasta aquí así por las buenas?

—No, en absoluto. Nakata diría que a la piedra le da igual el lugar donde esté.

—¡Uff! ¡Menos mal! —exclamó el joven, aliviado de escucharlo—. Sólo faltaría que ahora nos cayera encima una desgracia por culpa de la piedra esa.

El joven estuvo escuchando hasta el atardecer el
Trío del archiduque
que había comprado. La interpretación no era tan bonita, tan ágil como la del Trío del millón de dólares. Era más sobria y sólida, pero no estaba mal. Se sentó en el sofá, aguzó el oído a los ecos del piano y de la cuerda. Aquella bella y profunda melodía se infiltró en su corazón y el exquisito entrelazado de la fuga avivó sus sentidos.

«Hace una semana quizá no hubiera entendido una mierda de esta música», se dijo el joven. Probablemente, ni siquiera se habría molestado en intentarlo. Pero había entrado en una cafetería que había encontrado por casualidad, se había sentado en un cómodo sofá, se había tomado un buen café y, gracias a ello, había aprendido de manera espontánea a apreciar esa música. Se trataba de un acontecimiento que tenía una gran significación para él.

Como si quisiera poner a prueba una capacidad recién adquirida, escuchó el CD una y otra vez. Aparte del
Trío del archiduque
contenía un trío de piano del mismo compositor, se llamaba
Trío de los espíritus
. Tampoco esa melodía estaba nada mal. Pero el joven prefería el
Trío del archiduque
. Le encontraba una mayor profundidad. Mientras tanto, Nakata permanecía sentado en un rincón de la habitación, rezongándole algo a la piedra blanca y redonda. De vez en cuando asentía y se acariciaba la cabeza con la palma de la mano. Nakata y Hoshino se hallaban en la misma habitación, absortos cada uno en una actividad distinta.

—¿No te molesta la música para hablar con la piedra? —preguntó el joven a Nakata.

—No, no se preocupe. La música no me molesta. La música es para mí como el viento.

—¡Ah! —exclamó el joven—. ¿Como el viento?

A las seis, Nakata empezó a preparar la cena. Salmón a la plancha y ensalada. Además sirvió en platitos diversos
nimono
que él mismo había preparado. Hoshino puso la televisión en marcha, estuvo mirando las noticias. Quería comprobar si la investigación del asesinato del distrito de Nakano del que acusaban a Nakata había experimentado algún avance, pero no dijeron ni una sola palabra sobre el suceso. El rapto de una niña, las mutuas represalias entre israelíes y palestinos, un accidente de tráfico de grandes proporciones en la región de Chûgoku,
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el robo de coches perpetrado por una banda compuesta por extranjeros, la discriminatoria metedura de pata de un ministro, el despido temporal de obreros de una gran empresa relacionada con la industria de la información. Sólo eso. Ni una sola noticia alegre.

Ambos cenaron, mesa de por medio.

—¡Joder! ¡Qué bueno! —dijo Hoshino admirado—. Abuelo, tienes un gran talento, ¿eh?, para esto de la cocina.

—Muchas gracias. Es la primera vez que alguien come lo que Nakata prepara.

—¿No había nadie que pudiera comer contigo, abuelo? ¿Ningún amigo o pariente?

—No. Tenía un gato, pero Nakata y el gato comían cosas muy diferentes.

—Sí, ¡ya! —dijo el joven—. En fin, que está muy bueno. Sobre todo los
nimono
.

—Me alegro mucho de que le guste, señor Hoshino. Como no sabe leer, Nakata hace a veces disparates. Y entonces puede salir cualquier cosa rara. Así que Nakata tiene que utilizar siempre los mismos ingredientes y hacer la comida de la misma forma. Si supiera leer, podría cocinar una variedad mucho mayor de platos.

—Pero a mí me da lo mismo.

—Señor Hoshino —dijo Nakata con voz seria, enderezando la espalda.

—¿Qué?

—No saber leer es algo muy duro, ¿entiende?

—Sí, lo supongo —respondió el joven—. Pero, según las explicaciones del CD, Beethoven era sordo. Beethoven era un gran compositor y, de joven, llegó a ser considerado el mejor pianista de Europa. También tenía una merecida reputación como intérprete. Sin embargo, cierto día, a causa de una enfermedad, se quedó sordo. Apenas podía oír. Y, para un compositor, quedarse sordo es algo muy jodido. ¿No te parece?

—Sí, creo que puedo imaginármelo.

—Para un compositor no poder oír debe de ser como para un cocinero perder el olfato. O, para una rana, quedarse sin membrana interdigital. O, para un conductor de camiones de largo recorrido, que le retiren el permiso de conducir. Cualquier persona vería cómo se vuelve todo negro ante sus ojos. ¿No crees? Pero Beethoven no. Él no se rindió. Bueno, un poco sí que se deprimió al principio, pero no se rindió ante el infortunio. «¿Un problema? ¿Eso?», se dijo. Y, a pesar de todo, siguió componiendo una obra tras otra, creando melodías fabulosas, mejores incluso, de un contenido todavía más profundo que antes. ¡Qué grande era Beethoven! Sin ir más lejos, la obra que he puesto antes, el
Trío del archiduque
, la compuso cuando ya no podía oír nada. Así pues, abuelo, no poder leer es un gran inconveniente y debe de ser muy duro, pero hay más cosas en este mundo. Porque tú no sabrás leer, pero hay cosas que sólo tú, abuelo, eres capaz de hacer. Y es en eso en lo que te tienes que fijar. Por ejemplo, tú, Nakata, puedes hablar con la piedra.

—Sí. Es cierto que Nakata puede hablar un poco con la piedra. Y antes también podía hablar con los gatos.

—Pues eso son cosas que probablemente sólo tú sepas hacer. Por más libros que lean, las personas normales nunca podrían hablar con las piedras ni con los gatos.

—Sí, pero ¿sabe, señor Hoshino? Últimamente, Nakata tiene a menudo un sueño. En el sueño, Nakata sabe leer. No sabe qué ha pasado, pero ya puede leer. Y tampoco es tan tonto. Nakata está muy, muy contento, va a la biblioteca y lee muchos libros. Piensa en lo maravilloso que es poder leer. Y devora un libro y otro libro. Sin embargo, de repente, la luz se apaga de golpe y la habitación queda a oscuras. Alguien ha apagado la luz. No se ve nada. Ya no puedo leer más. En ese punto me despierto. Aunque sólo sea un sueño, saber leer es algo fabuloso.

—¡Mira por dónde! —dice el joven—. Yo sé leer, pero nunca cojo un libro. Qué mal repartido está el mundo.

—Señor Hoshino —dice Nakata.

—¿Qué?

—¿Qué día de la semana es hoy?

—Sábado.

—Entonces, ¿mañana será domingo?

—Bueno, eso sería lo normal.

—¿Le importaría conducir ya temprano por la mañana?

—No. ¿Adónde vamos?

—Eso Nakata tampoco lo sabe. Una vez que Nakata haya subido al coche lo pensará.

—Es posible que no me creas —dijo el joven Hoshino—, pero habría jurado que ibas a responderme así.

A la mañana siguiente, Hoshino se despertó pasadas las siete. Nakata ya se había levantado, estaba de pie en la cocina y preparaba el desayuno. El joven fue al lavabo, se lavó la cara con abundante agua fría, se afeitó con una maquinilla eléctrica. El desayuno consistió en arroz recién hervido,
misoshiru
con berenjena, jurel seco y
tsukemono
.
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El joven repitió de arroz.

Después del desayuno, mientras Nakata fregaba los cacharros, Hoshino volvió a mirar la televisión. Esa vez dieron una breve información sobre el asesinato del distrito de Nakano. «Ya han transcurrido diez días desde que tuvo lugar el crimen, pero la policía no posee todavía ninguna pista importante», decía con desapego el locutor de NHK. En la pantalla aparecía una imagen del fabuloso portal de la casa. Delante del portal acordonado había un policía de guardia. «Continúa la búsqueda del hijo de la víctima, de quince años de edad y desaparecido poco antes del crimen, aunque sin resultado hasta el momento. Se está investigando a su vez el paradero de un hombre de sesenta a setenta años, vecino del barrio, que poco después del crimen se presentó en la comisaría para ofrecer información sobre el suceso. Aún no se ha podido establecer la posibilidad de que exista relación alguna entre ambos. La ausencia de signos de violencia en la casa hace pensar que el móvil del crimen pueda ser la venganza, y, por este motivo, la policía está llevando a cabo una investigación exhaustiva entre los amigos y conocidos de la víctima. Por otra parte, en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio se efectuará, en homenaje a la contribución del señor Tamura al mundo del arte a lo largo de su vida…».

—¡Eh, abuelo! —llamó el joven a Nakata que estaba trasteando en la cocina.

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