Jugada peligrosa (37 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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—Sé cuál es el cable de red, gracias, no soy tan tonta. Espere un momento.

Hubo otra pausa y Harry se imaginó a la mujer agachándose para mirar debajo del escritorio.

—Sí, aquí lo tengo. —La voz de Matilda sonaba ahogada, como si estuviera boca abajo—. Puerto 7—45.

—Estupendo. Bueno, llámeme si me necesita.

Harry colgó y saltó de la cama. El nerviosismo se apoderó de sus extremidades y empezó a dar vueltas por la habitación mientras calculaba cuándo debía dar el siguiente paso. Si lo hacía poco después de la conversación con Matilda, la supervisora podría sospechar pero tampoco disponía de mucho tiempo.

Miró su reloj: las 16.30 en las Bahamas, las 21.30 en Dublín. Harry inspiró profundamente. Le quedaban menos de veinticuatro horas.

Consultó de nuevo el listín telefónico interno para buscar el número de Elliot Mitchell. Empezó a marcar extensiones cercanas cambiando la cifra final, con la esperanza de encontrar a alguien del equipo de apoyo al COR. No hubo respuesta a las dos primeras llamadas, pero a la tercera un tipo llamado Eric descolgó el teléfono en un tono de voz irritado.

—Hola, Eric —le dijo—. Soy Catalina de DataLink Communications. Estoy en la planta de arriba tratando de solucionar un problema de cableado para Matilda, de atención al cliente. Me preguntaba si podría ayudarnos.

—No sabía que hubiera un problema de cableado. Yo me encargo de los cables de red.

Harry articuló con los labios una grosería, pero no le puso voz.

—Bueno, puede que sea así, pero Elliot Mitchell autorizó nuestro desplazamiento urgente para arreglar este problema en su ausencia, y a eso he venido.

—Tendré que buscarla en los papeles. ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Catalina. Mire, me han llamado de otro sitio y tengo que irme dentro de diez minutos. Pierda el tiempo revisando el papeleo si quiere; le explicaré a Elliot que no pude realizar mi trabajo porque su equipo de apoyo no cooperó conmigo.

—¿Y quién ha dicho que no voy a cooperar? Lo único que le pido es que me lo consulte antes.

—Bueno, eso es lo que estoy haciendo. Hay que desconectar el puerto de Matilda un rato mientras examino el cable. ¿Podría hacerme ese favor? Es el puerto 7—45.

Eric hizo una pausa. Harry estaba segura de que había oído rechinar sus dientes.

—Tendrá que esperar un par de minutos —contestó finalmente—. No puedo dejar todo lo que tengo entre manos, ¿sabe?

—Está bien. Le volveré a llamar cuando necesite conectarlo de nuevo.

Cuando Harry colgó el teléfono, notó que la respiración se la había acelerado. El COR era la parte del plan que siempre resultaba más peligrosa, y le preocupaba haberse comportado de forma demasiado agresiva. ¿Y si Eric decidía llamar a Matilda o consultarlo con el jefe del COR? En poco tiempo se daría cuenta de que ni Catalina ni DataLink Communications existían.

Analizó la conversación con Eric y llegó a la conclusión de que no podía haber actuado de otra manera. El objetivo de la ingeniería social es convencer a la gente para que confíen en ti, y el método de persuasión empleado depende de la personalidad del blanco en cuestión. Algunos responden bien a la simpatía trasnochada, pero a otros les motiva más que salga a relucir el nombre de su jefe. La hosquedad de Eric la había llevado a tomar medidas extremas.

Se dirigió de nuevo al balcón para contemplar la playa y calmarse un poco. Un barco bananero surcaba las aguas en paralelo a la orilla. Según su guía, el nombre de Cable Beach provenía de los cables telefónicos transatlánticos que se instalaron bajo la arena en 1907 para unir las aisladas Bahamas con el resto del mundo. Harry se estremeció. Era extraño que conocer aquel dato incrementara aún más su sensación de soledad.

Se acordó de Dillon. Seguramente todavía estaría en Copenhague. Hacía dos días que no lo veía y empezaba a creer que la noche que pasaron juntos sólo había sido un espejismo. Volvió al interior de la habitación y cogió el teléfono del hotel para llamarlo al móvil. Tal como imaginaba, saltó el buzón de voz. Le dejó un mensaje para decirle dónde se encontraba y cuándo regresaría a casa. Acababa de colgar cuando sonó su móvil bahameño. Era Matilda Tomlins, y parecía muy apurada.

—Gracias a Dios, pensaba que me saldría el buzón de voz.

—Hola, Matilda, ¿todo bien?

—Lo estoy pasando fatal. Me he quedado sin conexión, como usted dijo, justo cuando estaba ejecutando un IDO. Mi ordenador está completamente bloqueado. Tiene que arreglarlo, no puedo hacer nada con él.

—Maldita sea, ya me imaginaba que podía pasar. De acuerdo, dentro de una hora estaré libre y me ocuparé de ello.

—¿Una hora? Demasiado tiempo, tengo que estar en marcha en unos veinte minutos como máximo.

—¿Veinte minutos? Vaya, no sé qué decirle, Matilda. Todavía tengo mucho trabajo aquí. Haré todo lo que pueda, ¿de acuerdo? Volveré a llamarla.

Harry colgó y dio un pequeño brinco. La ingeniería social inversa era una de sus técnicas favoritas, ya que consistía en engañar al blanco con el fin de que recurriera a su atacante si necesitaba ayuda. Sentía cierta compasión por Matilda, pero no podía hacer nada al respecto. Debía llevar a cabo sus planes.

Esperó diez minutos y llamó a Eric para pedirle que conectara de nuevo el puerto de Matilda. Al cabo de cinco minutos más, Harry la llamó.

—Hola, Matilda. En teoría, ya puede volver a trabajar.

—Espere, déjeme acceder al sistema. —Hubo una pausa—. Oh, gracias a Dios, funciona. Oiga, le agradezco mucho su ayuda.

—No hay de qué. Lo malo es que puede quedarse de nuevo sin conexión en cualquier momento.

—¿Qué?

—El problema de los IDO no se ha solucionado. Ya no estoy en la oficina, así que me temo que la próxima vez no podré ayudarla.

—¿Me está diciendo que tendré que recurrir a Eric?

—Eso creo. —Hizo una pausa—. Bueno, puedo intentar una cosa. Creo saber la causa del error de programación. Si tengo la oportunidad de analizar los datos de archivo, podré solucionárselo todo, pero necesito que me pase algunos IA.

—¿Ahora mismo?

—Eso puede ahorrarnos a ambas unos cuantos quebraderos de cabeza.

Matilda suspiró.

—Bueno, de acuerdo. ¿Qué quiere que haga?

Harry hizo una pirueta delante del espejo y seguidamente adoptó otra vez un tono profesional.

—Primero necesitamos una lista de operaciones de una de las cuentas corruptas del archivo, y entonces intentaremos relacionarlas con algunas transacciones.

—¿Y con qué número de cuenta pruebo?

—Espere, tengo por aquí unas anotaciones con todas las cuentas dañadas. —Harry consultó el número de cuenta de su padre—. Mire, inténtelo con ésta: 72559353.

—De acuerdo, tomo nota. ¿Desde qué fecha quiere la información?

—Bueno, hemos detectado que el problema comenzó en abril de 2000, así que necesitaríamos un informe desde abril hasta octubre de ese año, por ejemplo. ¿Puede conseguirlo?

—Un momento.

Harry oyó cómo Matilda escribía en el teclado y tuvo que reprimirse para no rogarle que se apresurara.

—Ya lo tengo —aseguró Matilda—. Ha sido bastante rápido, sólo hay ocho operaciones con acciones en esa cuenta. ¿Ahora qué hago?

—Está bien, guárdelo. Ahora intentaremos seguir las referencias cruzadas para delimitar el origen de la corrupción de los punteros. —Harry decía cosas sin sentido, pero estaba convencida de que, a aquellas alturas, a la supervisora ya no le importaba. Matilda sólo quería que el sistema volviera a funcionar—. ¿Puede obtener más información sobre esas ocho acciones? Hay que conseguir una lista de todas las cuentas que realizaron operaciones con esas acciones durante el mismo período. ¿Es posible?

—Sí, pero puede hacerse eterno. Son ocho informes diferentes.

—Está bien, acortémoslo. Seleccione las cuatro operaciones más importantes y concentrémonos en ellas.

Matilda suspiró.

—Espero que valga la pena.

Harry se puso a dar vueltas por la habitación como un soldado de cuerda mientras Matilda ejecutaba los informes. Diez minutos más tarde, le comunicó que ya estaban listos.

—Fantástico —dijo Harry—. ¿Me los puede enviar ahora por correo electrónico? Estoy a punto de llegar a casa. Con suerte, resolveré esto en pocos minutos y después hablaré con Eric sobre la limpieza de la base de datos. Le dejo mi cuenta de correo de Yahoo. —Le dio su dirección, en la que aparecía el nombre de Catalina—. Mientras tanto, llamaré a Eric para pedirle que ponga este asunto en su lista de prioridades, por si acaso.

—A ver si es verdad.

Harry colgó y conectó el portátil al enchufe del teléfono de su habitación. Al cabo de cinco minutos, ya había descargado los informes de Matilda y los estaba revisando.

En el informe de la cuenta de su padre aparecían todas las acciones que había comprado o vendido entre abril y octubre de 2000, con las correspondientes fechas y cantidades de dinero. Harry abrió los ojos de par en par al comprobar a cuánto ascendían algunas de aquellas cifras. Los otros informes se centraban en cuatro acciones en concreto: EdenTech, CalTel, Boston Labs y —sorpresa, sorpresa— Sorohan Software. Además, mostraban todas las cuentas de inversión que habían operado con aquellas acciones durante el mismo período junto con las fechas y las cantidades de cada transacción. Debía de haber más de doscientas cuentas en total.

Harry estudió los datos con una hoja electrónica para clasificar y filtrar la información. Al cabo de un rato, se hizo evidente que existían diferentes tácticas para realizar operaciones.

Primero estaba la de su padre: comprar barato y vender caro invirtiendo a corto plazo. Harry supuso que adquiría las acciones guiándose por la información privilegiada que manejaba; después las vendía cuando la noticia ya era vox pópuli y, por lo tanto, el precio había aumentado. La mayor parte de cuentas seguían otro patrón: compraban acciones cuando los precios crecían, justo en el momento en que su padre se deshacía de ellas. Seguramente eran inversores legítimos que se guiaban por la información de M&A que se hacía pública.

Escondida entre estas dos tácticas existía otra más sutil, de la que Harry no se hubiera percatado si no fuera porque la estaba buscando. La seguía una única cuenta de inversión y su premisa era simple: comprar y vender acciones imitando a su padre, en cantidades inferiores pero casi a la vez. La duplicación de las operaciones tenía lugar en las cuatro acciones, tanto en las adquisiciones como en las ventas.

Alguien se había aprovechado de la información de cuenta de su padre, y Harry estaba segura de que esa persona sólo podía ser Philippe Rousseau.

Capítulo 45

Harry contempló el lujoso complejo iluminado que se alzaba ante ella. Era un palacio de color rosado con más de veinte pisos, arcos en la entrada, puentes y torres de cuento de hadas. El Atlantis Resort de la isla Paraíso.

Se arrimó más el bolso y los sobres crujieron en su interior. Harry notaba las pulsaciones en el cuello cada vez con más intensidad. Se oía el murmullo del agua por todas partes. Varias cascadas y fuentes artificiales con caballos alados flanqueaban el acceso al hotel. Pasó junto a ellas para dirigirse a la entrada principal y algunas pequeñas gotas mojaron su piel. El agua era omnipresente pero, aun así, tenía la boca seca.

Entró en el hotel y se quedó quieta un momento, maravillada por toda aquella grandiosidad que trataba de recrear la leyenda de la Atlántida. Harry no se encontraba en una recepción corriente, sino en una gran rotonda abovedada. Las gigantescas columnas con figuras de caballitos de mar medían unos veinte metros. Arriba, la bóveda estaba construida exclusivamente con conchas doradas.

Los carteles indicaban que se hallaba en la Gran Entrada de las Aguas. Dio una vuelta para explorar sus aledaños e intentar orientarse. Pasó de largo un café circundado de pared a pared por unos acuarios. Harry distinguió la silueta azul y negra de un enorme pez manta surcando las aguas. Según su guía, aquello formaba parte de La Excavación, un laberinto subterráneo de pasillos con grandes peceras de especies marinas. Harry notó un escalofrío. Los laberintos normales y corrientes ya le parecían horribles, pero la idea de estar en medio de unas aguas infestadas de tiburones hizo que se estremeciera.

Prosiguió su recorrido alrededor de la bóveda hasta encontrar lo que buscaba: la entrada al Atlantis Casino.

Pasó a la abarrotada sala y de inmediato se sintió como en casa. El sonido de las fichas inundaba el ambiente como si hubiera millones de saltamontes en su interior. Se veían máquinas tragaperras y juegos de mesa por todas partes:
blackjack
, póquer, ruleta y dados. Los crupieres llevaban pajarita y, a veces, se oía el tintineo de sus timbres plateados cuando los jugadores les daban una propina con el dinero que habían ganado.

Harry estuvo a punto de sonreír. Gracias a su padre, aquel mundo le resultaba familiar. Los casinos del Soho eran de otras dimensiones, pero el protocolo y los apostantes no variaban de un lugar a otro.

Toqueteó el bolso y notó el grosor de los sobres en su interior. Se abrió camino hasta llegar a las mesas de
blackjack
en el centro de la sala e ignoró las partidas con límite de apuestas más bajo. No se adecuaban a sus propósitos y, además, estaban demasiado llenas. Eligió una mesa con apuesta mínima de doscientos dólares. Sólo había otro jugador, un hombre mayor con un cigarrillo apagado en la boca. Se sentó en un taburete, sacó dos mil dólares del sobre más grueso que llevaba en el bolso, colocó los billetes sobre la mesa y aguardó a que el crupier se los canjeara por fichas. Su padre le había enseñado que nunca debía entregar el dinero a los crupieres. Por razones de seguridad, éstos no podían aceptar nada que proviniese directamente de las manos de los apostantes. Cuando le recogió la apuesta, Harry se fijó en sus ojos ámbar claro y recordó haberlos visto en un retrovisor. Era Ethan, el conductor del taxi que había cogido en el aeropuerto.

Harry le sonrió.

—Así que tiene dos trabajos...

Él le lanzó una mirada de extrañeza, pero pronto la reconoció.

—Ah, ¡la señora que venía exclusivamente por negocios! —dijo con acento bahameño. Le devolvió la sonrisa—. De hecho, tengo tres. También me encargo de las visitas a La Excavación por las mañanas. —Arrastró una pila de fichas hasta situarlas delante de Harry e introdujo los billetes en una ranura de la mesa—. ¿Ya ha estado allí?

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