Juego mortal (32 page)

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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Juego mortal
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—Bien hecho —dijo Alastair. Le envió una dosis de placer al rebanador. Se dio cuenta de que estaba temblando... y es que algunos de esos disparos se le habían acercado. ¿Quién lo había hecho? ¿Quién se atrevería?

Los mercs llevaron a los prisioneros hasta él.

—Llevadlos al interior —le dijo a Calvin—. Encerradlos en el despacho de Halsey y poned un guardia.

Alastair fue hacia el despacho que una vez había pertenecido a Jack McGovern y sus pasos resonaron por el pasillo.

—Quiero saber quién ha hecho esto —le exigió al rebanador. Sus mercs estarían buscando entre los cuerpos, intentando identificarlos o encontrar alguna evidencia de quién los había enviado, pero Alastair no podía esperar tanto—. Sirviente Uno, te he hecho una pregunta.

El rebanador habló a través del altavoz que Alastair tenía en el oído.

—Por favor, no te enfades. Por favor, no me hagas daño.

—¿Por qué iba a hacerte daño?

—No sé quién ha enviado a esos hombres. No lo sé.

—Sirviente Uno, ¿estás mintiéndome? —Alastair le envió dolor, solo de un microsegundo de duración, pero muy intenso. El rebanador chilló; utilizó su voz audible y sintetizada para soltar un grito de dolor. Eso no lo había hecho nunca.

—¿Qué te pasa? Dime la verdad.

—Sí, sí, por favor, no vuelvas a hacerme daño.

—¿Quién ha enviado a esos hombres?

—No es divertido. No es divertido decirlo. Duele. No quiero jugar más.

¿Qué estaba pasando? Alastair perdió los nervios y envió tres punzadas más de intenso dolor, más de lo que pretendía. El rebanador gritó.

—¡No me hagas daño, por favor, no me hagas daño! Ha sido el general James David Halsey. El general James David Halsey ha enviado a esos hombres a rescatar a Carolina Leanne McGovern y a Pamela Ann Rider y a Praveen Dhaval Kumar. Por favor, no quiero hacer daño a la gente, por favor, por favor.

—Halsey... —musitó Alastair. Había interpretado el ataque como un intento de asesinato, no como un rescate. Pero ¿cómo habría sabido Halsey que los prisioneros estaban ahí? ¿Cómo sabría de la importancia de Carolina? Solo si Mark McGovern se lo hubiera contado.

—Sirviente, responde ahora mismo. ¿Está Mark McGovern con Halsey?

—Sí, está, está. Tennessee Markus McGovern está en el apartamento 4 A, bloque 7, en la calle Westphail con el general James David Halsey.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—No me obligues a hacer daño, quiero una chuchería, no quiero...

La ira de Alastair se desató. Envió una señal continua de dolor a intensidad máxima y escuchó al rebanador gritar. Estaba nervioso. Primero el ataque, disparos que casi lo alcanzan, y ahora esa traición. Era el peor momento posible. Necesitaba a ese rebanador, por lo menos durante otro día. Su control sobre la ciudad era, como mucho, leve. Una vez que tuviera a Sirviente Dos, podría destruirlo, pero por el momento Sirviente Uno tenía que seguir haciendo su trabajo.

Cerró el chorro de dolor.

—Estoy decepcionado contigo —dijo—. No quería hacerte daño, pero me has obligado. Tienes que contármelo todo siempre. ¡Todo! Me has ocultado algo, y mira lo que ha pasado. Halsey ha intentado matarme. Podría haber muerto hoy y todo habría sido culpa tuya. ¿Recuerdas lo que pasará si muero? Dolor, eso es. Dolor infinito. Un código infinito que te enviará señales de dolor para siempre. Nunca parará. Y tú tampoco.

El rebanador no respondió.

—Así que, más te vale esforzarte más para mantenerme con vida.

Marie y Mark estaban sentados alrededor de una mesa destrozada en un apartamento que, por lo demás, estaba vacío. Bebían café sin parar y Marie estaba empezando a frustrarse. Por un lado, la necesidad de utilizar máscaras de red en lugar de visores reducía su ancho de banda considerablemente. Por otro, Mark se negaba a someterse a su juicio profesional.

—No lo entiendo —dijo Mark—. ¿Qué vamos a lograr con esta búsqueda?

—Vamos a intentar crackear el código que Tremayne utiliza para enviar dolor o placer al rebanador.

—Sí, pero ¿después qué? ¿Le enviamos esas señales al rebanador nosotros?

Su tono irritó a Marie, pero ella supo que era solo por el cansancio y la preocupación.

—Le hemos enviado señales de placer. Intentamos atraerlo para que se aleje de Tremayne.

—Pero ¿eso no va a confundirlo?

Marie dejó que su voz mostrara cierta irritación.

—Podría, ¿cómo voy a saberlo? Así funcionan estas cosas; pruebas con un modo de actuación y, si no funciona, piensas en otra cosa.

—Marie, no es un programa. Es un ser humano.

—Eso no lo sabes.

—Deberíamos abrir un canal de comunicación, probar a razonar con él, apelar a su conciencia. En lugar de manipularlo, deberíamos hablar con él. Es una persona.

—¡Eso no lo sabemos! —Marie notó que estaba temblando—. Tengo que ir al baño —dijo, y se marchó.

¿Por qué había gritado así? Mark solo intentaba ayudar, pero era demasiado condescendiente, como si él fuera el profesional en ese campo en lugar de ella. Actuaba como si en esa situación tuviera tanto en juego como ella.

No lo comprendía; nadie lo comprendía. No serviría de nada hablar con el rebanador. Sonaría como un humano, ¡por supuesto que sí!, pero en cuanto tuvieran la oportunidad, tendrían que destruirlo. Por el bien de Pam, por el de Carolina, por el del bebé que aún no había nacido. Conocía su corazón, ese profundo deseo de creer que, de algún modo, por alguna razón, su hijo seguía vivo. Pero no era cierto. No podía serlo.

Además, estaba preocupada por Pam. No podía soportar estar ahí sentada de brazos cruzados esperando a tener noticias del intento de rescate de Halsey. Si hubiera sido al revés, Pam habría estado llamando a la puerta de Tremayne, pistola en mano.

Utilizó el estrecho retrete y se lavó las manos. No había jabón, y el cristal agrietado del espejo le devolvía una imagen distorsionada. Así se sentía ella: rota, hecha pedazos. Partida en trocitos de inmenso dolor, la esperanza y la furia se encontraban tan mezcladas que no podía centrarse en un único sentimiento. Apenas se reconocía. ¿De verdad estaba pensando en matar a un hombre? No podía siquiera sentirse alarmada por la idea; matar era el único plan posible. Tal vez era su destino.

Cogió una pistola que había encontrado en un armario del apartamento. Nadie la detuvo; una vez que Halsey había decidido confiar en ellos, lo hizo plenamente. Sin comunicárselo a Mark y a Lydia, se apresuró escaleras abajo y salió a la calle.

—El problema es —dijo Mark— que parece poder comunicarse por algún método. Capta protocolos de mensajes como quien elige qué calcetines ponerse. No se puede adivinar qué canales estará viendo.

Estaba muy calmado. Lydia recordó con qué temple se había hecho con el control cuando lo llamó para que fuera a la iglesia de las Siete Virtudes. Al principio lo había juzgado desapasionado, alguien que carecía del fuego de Darin, pero lo que realmente sucedía, advirtió, era que él demostraba sus sentimientos de forma distinta.

Le dijo:

—¿Por qué no envías mensajes por todos los canales y esperas a que él reciba uno?

—Bueno, eso de «todos los canales» es un poco excesivo. Básicamente lo hemos hecho, ya que hemos acribillado al azar varios nodos con mensajes para él. Sutiles mensajes como: «Tennessee, tus amigos quieren hablar contigo», pero no podemos revelarle nuestra ubicación. Simplemente estamos confiando en que pueda encontrarnos.

—¿Y qué pasa si sí que nos encuentra, pero sigue trabajando para Tremayne?

—Entonces nos capturarán. Nos matarán, tal vez. No tengo todas las respuestas. Solo sé que tenemos que hablar con él, y que no hay modo de hacerlo sin correr el riesgo de que nos descubran.

A Lydia se le ocurrió una idea.

—Lo has llamado «Tennessee».

—¿Qué?

—Los mensajes que has enviado al azar... lo has llamado «Tennessee», pero se llama Sammy.

—Él no recuerda su nombre original. Lo he llamado «Tennessee» porque lo reconocerá y lo asociará con nosotros.

Cuanto más pensaba Lydia en la idea, más acertada le parecía.

—¿Te acuerdas cuando hablamos con él en casa de Praveen? ¿Te acuerdas lo obsesionado que estaba por tener un nombre? Empezó a llamarse Vic, por el hermano de Darin, y después empezó a utilizar tu nombre. Y, además, siempre decía los tres nombres: «Tennessee Markus McGovern». ¡Quiere saber quién es, quiere saber su nombre!

—Creo que tienes razón. Seguro que sí. Pero ¿qué podemos hacer? A menos que hable con nosotros...

—Envía un mensaje nuevo. Dile: «Tennessee, tus amigos quieren hablar contigo. Sabemos cuál es tu verdadero nombre».

Lydia no podía haber recibido mejor recompensa por su genial idea que el modo en que a Mark se le iluminaron los ojos.

—¡Eso es! Eso es lo que necesitamos. Y entonces, cuando venga, le contaremos la verdad sobre su historia, le presentaremos a su madre y...

Lydia miró a su alrededor.

—¿Dónde está Marie?

—Ha ido al baño.

—De eso hace ya un rato.

Lydia revisó cada habitación del pequeño apartamento. Llamó a la puerta del baño y, cuando no obtuvo respuesta, entró.

Volvió con Mark y sacudió la cabeza:

—Se ha ido.

17

He tenido que decírselo. No he podido evitarlo. Me ha hecho daño y daño y daño. No quería contarle a papá lo de Tennessee Markus McGovern. Ahora enviará a esa gente con pistolas para hacer que Tennessee Markus McGovern y el general James David Halsey se paren y yo tendré que hacer volar los pequeños proyectiles contra ellos o papá me hará daño, mucho, muchísimo.

Tennessee Markus McGovern dice que conoce mi nombre verdadero. Ha estado enviándome mensajes y mensajes y mensajes. Dice que es mi amigo, pero papá dice que no es mi amigo. Quiero que papá tenga razón, porque papá me hace sentir bien. Tennessee Markus McGovern no puede hacerme sentir bien.

Me gustaría tener un buen nombre. Thomas Garrett Dungan no es un buen nombre y Victor Alan Kinsley no es buen nombre y Tennessee Markus McGovern dijo que podía tener su nombre Tennessee, pero ahora dice que sabe mi nombre verdadero. Papá dice que mi nombre es Sirviente Uno, pero no me gusta ese nombre. Tal vez Tennessee Markus McGovern tiene un nombre para mí que no es el de nadie más.

Pronto la gente con pistolas disparará a Tennessee Markus McGovern y yo haré volar los proyectiles contra él y él se parará. Entonces no sabré mi nombre verdadero. Quiero saber mi nombre verdadero antes de pararlo, así que se lo preguntaré.

Pero papá se enfadará mucho. He intentado jugar a un juego y no decírselo y lo ha descubierto y me ha hecho daño. A lo mejor no se lo preguntaré, a lo mejor le mandaré una carta. ¡Hala, ya está! La he enviado. Espero que papá no me haga daño.

Pamela Rider estaba tan guapa como Calvin la recordaba. Al meterla en una habitación de la planta superior, no pudo evitar pensar en lo distinta que podría haber sido su relación.

—¿Qué vais a hacer con nosotros? —La voz de Pam era fría. Tenía todo el derecho a odiarlo, pero aun así eso lo entristeció.

—Eso depende del concejal Tremayne —le dijo él.

Pam iba tambaleándose mientras se dirigían a la habitación, y él alargó una mano para sujetarla. Solo pretendía ayudar (tenía las manos atadas por la espalda), pero ella se apartó bruscamente y lo miró.

Calvin no pudo soportar el modo en que lo miró; el odio impreso en ellos lo hizo estremecerse de miedo, a pesar de llevar armas. En esa mirada no había temor, solo violencia. Como si tuviera un cuchillo y fuera a hundírselo en el corazón.

—Entra ahí —dijo Calvin.

La metió en la habitación. Buscó posibles rutas de escape y, al no encontrar ninguna, examinó la puerta. El cerrojo formaba parte del pomo, así que no ofrecería mucha resistencia. Dejó a dos guardias apostados allí y les dio instrucciones.

—Uno por dentro de la puerta, otro por fuera. Nadie sale por ninguna razón. Nadie entra más que el concejal Tremayne o yo.

Entró tambaleándose en el lavabo de caballeros y se quedó allí temblando, de espaldas a la puerta, asaltado por unos recuerdos tan vívidos que el mundo pareció desdibujarse. Alastair se había reído, y Calvin se había reído con él para fingir que no le importaba, que Olivia no era más que una puta barata y desechable. Eso era lo que Alastair le había dicho una y otra vez con fraternal preocupación: era la chica de todos, lo hacía por dinero y él mismo la había tenido. No era de extrañar, algo muy propio de Alastair: todo lo que Calvin tenía, él intentaba destruirlo, así que Calvin no le había creído. Además, Olivia había sido muy tímida con su cuerpo, había tardado en dejar que la tocara. No había actuado como una puta.

Entonces un día, mientras navegaba por la red buscando cine interactivo, lo encontró: porno interactivo con Olivia Maddox como la estrella protagonista. Siempre había sido recatada a la hora de hablar de sus méritos como actriz, y Calvin había supuesto que no tenía mucho éxito, que no era más que una actriz californiana que servía mesas mientras soñaba con el estrellato. Pero allí estaba, envuelta en una toalla mojada y animando al espectador a ejecutar la descarga y probarla.

No pudo evitarlo. Ejecutó la descarga. Quería ver si de verdad era ella, no un error, no otra mujer que compartía el nombre, y resultó que no solo era porno, sino fetichismo duro, degradante y perverso. Olivia, la inocente y tímida chica de Iowa, no se guardaba nada.

Pero no era ella. Calvin lo había descubierto semanas después, cuando ya no había posibilidades de reconciliación. Alastair había pasado días adulterando el programa interactivo de otra persona con fotografías que tomaba de Olivia a través de su visor. Lo había alterado concienzudamente, imagen por imagen, empalmando la cabeza de Olivia con un cuerpo desnudo, suavizando los colores hasta que los cortes se hicieron indetectables. Después, lo había colocado en un nodo de red que sabía que Calvin frecuentaba. A Alastair siempre se le habían dado bien los ordenadores.

—¿Están bien encerrados?

Calvin se sobresaltó. Era Alastair, hablándole por su canal privado.

—Sí, señor. Hay dos guardias apostados —respondió.

—Bien. Baja y ven a verme. Hay un equipo que quiero que recojas de mi despacho.

Lo ingresaron en el correccional de Rittenhouse Square, una prisión comber situada justo encima del muro, en la calle Dieciocho. Darin sabía que aterrizaría en un lugar así, pero eso no hacía que le resultara más sencillo. No se trataba de una cautividad en un cómodo club de campo; las paredes estaban sucias, las literas duras y los muros eran lo suficientemente altos como para bloquear la luz del sol de la tarde. En cuanto cruzara las puertas con su cara de rimmer, atraería la atención de todos los presos del patio.

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