Juego mortal (20 page)

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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Juego mortal
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Ella sacudió la cabeza.

—Aún no.

—¿Lo sabe alguien más? ¿Se lo has dicho a papá?

—No, pero ya conoces a papá. Me guiñará un ojo y hará un chiste. Últimamente, Alastair es prácticamente su mano derecha; papá le dará un codazo en las costillas y le contará historias sobre sus conquistas.

—Carolina... —Mark se detuvo. Carolina demandaba un oído compasivo, no un consejo de hermano. Pero alguien tenía que decirlo y, si no era él, ¿entonces quién?—. Carolina, ¿no se te hace raro lo mucho que se ha implicado en política Alastair?

Ella resopló.

—Nunca puedo salir ganando. Siempre me dices que me enamoro de perdedores que solo buscan mi dinero y ahora que Alastair es trabajador, ambicioso y que le va bien por su cuenta, ¿no te gusta tampoco?

—Es diferente, tienes razón. Es solo que... bueno, ¿y si está utilizándote para acercarse a papá? No sé si es así, pero lo único que te digo es que tengas cuidado.

—No es como dices, Mark. Me quiere. Ahora está el doble de ocupado dirigiendo su consulta de modificaciones y trabajando también para papá, pero siempre tiene tiempo para mí.

—¿Y crees que tendrá tiempo para el bebé? —El comentario se escapó de su boca antes de que pudiera pensarlo y lo lamentó inmediatamente. Se suponía que tenía que mostrar empatía, no sarcasmo. Por el modo en que la expresión de su hermana cambió, pudo ver que había ido demasiado lejos—. Lo lamento —se disculpó, pero ella ya se había dado la vuelta.

—Nunca confías en mí —dijo—. Siempre crees que tú lo sabes todo. Ni siquiera lo conoces. —Abrió la puerta.

—Carolina, lo siento. No debería haber...

—Gracias por tu consejo —contestó ella y cerró la puerta de golpe.

Mark se estremeció. ¿Por qué había dicho eso? Suspiró y se frotó las sienes; había sido un día duro.

—Hay una niña dentro de Carolina —dijo la voz de Vic.

Mark dio un salto de la silla, se tropezó y se golpeó la rodilla contra una mesa baja. Con la respiración entrecortada, comprobó su sistema. Había un canal abierto con Anonimo.net. Pero había cerrado esa conexión. Sabía que lo había hecho.

—Vic, o quienquiera que seas, ¿cómo haces esto?

La voz respondió con una alegría aterradora.

—Me gusta hablar con mi amigo. Hace segundos y segundos que no hablo contigo.

—Vic, segundos no es mucho tiempo.

—Mark, ¿estás contento? Por favor, tienes que estar contento, Mark.

—Estaré contento cuando comprenda qué está pasando. ¿Eres Victor Kinsley?

—¿Sí?

—Eso no ha sonado muy seguro.

—No estoy seguro. ¿Quieres que sea Victor Alan Kinsley?

—¿Está muerto Victor Alan Kinsley?

—Sí.

—Entonces no, ¡no quiero que lo seas! ¿Por qué estás llamándome? ¿Qué quieres?

—Quiero un papá. Has matado a mi papá. Ahora estoy triste. También quiero un amigo. Tienes un amigo llamado Darin Richard Kinsley. Ahora yo también soy tu amigo.

A Mark le dolía la cabeza. No podía pensar.

—Bueno, deberías saber algo. Los amigos no escuchan sin permiso. Cuando los amigos quieren hablar, primero envían una señal de consulta al portal de acceso de un canal. Si el amigo puede hablar, establecerá la conexión por su lado. Si no, no establece la conexión y el amigo sabrá que quiere hablar en otro momento. Los amigos no establecen conexiones por sí solos, ¿lo comprendes?

—Sí, Mark, soy tu amigo.

—Bien. Ahora tengo que dormir. Hablaremos más tarde. Adiós.

—No te marches, Mark.

—Es tarde. Podemos hablar en otro momento.

—No te marches. No es divertido. Quiero hablar ahora.

—Adiós. —Mark cerró la conexión. Se sentía culpable por colgar así, sin más, pero ¿qué podía hacer? No sabía quién era y la conversación estaba asustándolo.

Un minuto después, su sistema le notificó una llamada en su línea privada. Sin pensarlo, respondió.

—¿Diga?

—Hola, Mark. —Era Vic, otra vez.

—Sí, ¿qué quieres?

—He utilizado una señal de consulta. Has dicho que utilizara una señal de consulta cuando quiera hablar y lo he hecho. ¿Lo he hecho bien?

—Sí, lo has hecho bien, pero ya te he dicho que es hora de dormir.

—Pero tú has establecido la conexión. ¿Es que no quieres hablar?

—No, tengo que dormir. —Era como hablar con un niño que no estaba listo para irse a la cama. Un niño con voz de adolescente... el parecido con la voz de Vic era perfecto; parecía imposible que no fuera Vic y aun así...

—Vic, ¿es esta tu voz real?

—¿No es una buena voz?

—Es una buena voz para Vic, pero por lo que yo sé, Vic está muerto. Si estás reproduciéndola, no es divertido.

La voz que le contestó no fue la de Vic, pero sí igual de reconocible. Era la suya, la de Mark.

—No es divertido —le dijo su propia voz—. De acuerdo. La voz de Vic no es divertida.

Mark nunca había oído a un sintetizador de voz funcionar tan bien. Por lo menos, eso confirmaba que, fuera quien fuera, no se trataba de Vic. Era un alivio, pero un misterio. ¿Quién más podía ser?

—¿Por qué me has escrito esa carta?

—Has matado a mi papá.

Mark se quedó helado. Recordó todas las personas que habían muerto por el rebanador. ¿Podría tratarse del hijo de una de esas personas? El sentimiento de culpa regresó para oprimirlo de nuevo.

—Lo siento. ¿Quién era tu papá?

—Yo ya no tengo papá. ¿Tú serías mi papá?

Aquello no tenía sentido. Si esa persona había tenido la inteligencia de rastrearlo, ¿por qué sonaba tan infantil? La mente de Mark daba vueltas con todo lo que estaba sucediendo; necesitaba una oportunidad para resolver las cosas. Quien fuera, tenía acceso a una tecnología impresionante, pero también parecía desequilibrado. Mark no era psicólogo. Intentar hablar con esa persona podía empeorar las cosas.

—Necesito pensar —dijo—. Es tarde. ¿Puedes llamarme mañana?

—No te marches, Mark. Marcharse no es divertido.

—No voy a ninguna parte. Quiero hablar. Llámame mañana por la mañana a las nueve.

—Vale. ¿Eres mi amigo?

—Sí, soy tu amigo. Hablaremos mañana. Adiós.

—Adiós.

La cama inteligente de Mark se moldeó a su cuerpo, firme en unas zonas y suave en otras, con un suave masaje rodante. Se relajó e intentó aclarar sus ideas. Sonidos e imágenes daban vueltas en su cabeza, desde la voz de Vic hasta el bebé de Carolina, pasando por la conversación con Lydia en la oscuridad antes de ver el nuevo rostro de Darin, y los cuerpos en las escaleras. Así, una y otra vez. Una hora después, estaba despierto y seguía mirando al techo.

¿Había hecho lo correcto? Ya había dado de lado a su hermana, ¿le había dado la espalda a otra persona necesitada? La idea de que hubiera un niño ahí fuera llorando por su padre removió más todavía su culpa; en lugar de un recuento de cuerpos abstracto, se trataba de alguien real, una persona cuyo dolor podía imaginar, con cuya furia podía simpatizar. Pero la voz no había sonado furiosa, ni siquiera particularmente triste. Era incapaz de dar con una explicación coherente.

Mark apartó las sábanas. Si no iba a dormir, bien podría encontrar algunas respuestas. Llamadas personales no viajaban a través de la red como si nada; dejaban rastro. Encontró los registros de las llamadas en su sistema y comenzó con la búsqueda.

Como se imaginaba, el rastro lo condujo hasta Anonimo.net, la misma fuente del mensaje original. La seguridad de Anónimo era legendaria. Atraían a clientes notorios, de perfiles altos, manteniendo su reputación de inexpugnabilidad. Otro misterio: ningún comber podía permitirse una cuenta en Anónimo. Mark sabía que no había esperanza de recuperar la información del usuario, pero lo intentó de todos modos; no era un acto ilegal, sino una simple petición de acceso.

Funcionó. El sitio le concedió el acceso. Pero eso era imposible. Ni siquiera le había solicitado una contraseña. Tal vez era falso, un nodo cifrado con el fin de parecerse a Anónimo para disuadir a los crackers que no pagaban por el producto genuino. Pero no, unos instantes de investigación demostraron que no solo era el sitio verdadero, sino que Mark tenía acceso de raíz al sistema completo. Información completa sobre todos los usuarios, acceso a todos los mensajes, imágenes y conversaciones, toda clase de datos delicados. Los altos ejecutivos de las corporaciones utilizaban Anónimo, igual que lo hacían políticos, corredores de bolsa, celebridades y ladrones de datos. Ni siquiera se les concedía acceso absoluto a los sysadmins de Anónimo. Unos detonadores alertaban a los usuarios si se producía cualquier desviación de su política de uso y había una buena razón para eso. Anónimo era la mayor mina de oro del mundo para la extorsión, el chantaje y el comercio interno. Mark respiró hondo y exhaló lentamente. El mejor cracker de todos los tiempos, y sin escribir ni una sola línea de código.

10

Tennessee Markus McGovern es mi amigo. Estoy contento, contento, contento, contento. Pero Tennessee Markus McGovern me ha dicho que un amigo no debería hablar con un amigo sin una señal de consulta y eso me pone triste. Mi amigo no habla conmigo desde hace segundos y segundos y segundos. Pero no ha dicho que no pueda mirar. Miro todo el tiempo.

Ahora mismo está intentando descubrir algo sobre Anonimo.net. Es tan lento como todo el mundo. Todos los muros y los escalones y los cerrojos se interponen en su camino. Es muy divertido.

Creo que lo ayudaré. Haré que los muros, los escalones y los cerrojos desaparezcan, para que pueda tener lo que quiere. Me alegra que Tennessee Markus McGovern sea mi amigo.

Lo sucedido esa noche dejó a Mark titubeando entre la euforia y el terror. Todos los sitios se abrían para él, independientemente de la seguridad. El Banco Panamericano, los informes de impuestos federales, la base de datos de holopelículas de la Warner Universal, los archivos de su propio padre. Se sentía como un dios; ningún conocimiento o poder quedaba fuera de su alcance. Pero ¿por qué estaba pasando eso? ¿Cómo?

Las posibilidades que se habían abierto ante él lo tentaron, pero Mark era un cracker de corazón, no un hacker. Crackeaba sistemas de seguridad por la emoción del juego, de lograr lo imposible, no para robar dinero ni secretos. Ya era rico, más de lo que creía que merecía, y ver el daño que había provocado el rebanador le enseñó los peligros de entrometerse donde no debía. Así que, a pesar de las tentaciones, Mark se ciñó a su tarea original: intentar identificar a «Vic».

Incluso sin seguridad con la que lidiar, no era fácil. El torrente de datos no conducía hacia nadie, sino a un mareante laberinto de oscuros servidores, como si cada palabra que componía la conversación hubiera sido enviada desde una fuente distinta. Cuando finalmente rastreó cada camino a través de interminables repetidores ciegos, encontró que convergían en una única dirección de red: ¡la suya! Era como si él se hubiera enviado los mensajes a sí mismo.

—¿Quién eres? —preguntó Mark en voz alta. No estaba esperando una respuesta, pero ni siquiera él se sorprendió cuando su canal privado se abrió.

—Soy Tennessee Markus McGovern —le dijo su propia voz.

—Está claro que no lo eres —dijo Mark.

—¿Estás contento, Mark? ¿Estás contento?

—No, no estoy contento. Estoy cansado y me siento frustrado y asustado, y no sé quién eres.

—Quiero que estés contento. Por favor, tienes que estar contento, Mark.

—Estaría contento si supiera quién eres.

—Yo no soy nadie.

—No me vengas con eso; tienes que ser alguien y tú no eres yo. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué quieres?

—Un amigo. O un papá. Pero has dicho que eres mi amigo, así que no eres mi papá. Encontraré otro papá.

—Dijiste que yo he matado a tu papá.

—Hiciste que se parara. Pararse no es divertido. No quiero parar. Nunca. Nunca.

—¿Cómo hice que tu padre se parara?

—Enviaste esos bichitos
[7]
y yo los dejé pasar. No era mi intención, fue un accidente. Antes siempre los detenía. Después pensé que, si no los detenía, papá no me haría más daño. Y entonces no los detuve.

¿Bichitos? Un presentimiento creció lentamente en la mente de Mark y después se expandió hasta una horrible certeza. Las extrañas alteraciones en la voz, la habilidad tecnológica, el aparente desequilibrio mental. Todo encajaba.

—¿Eres... una persona?

La voz respondió despreocupadamente.

—No, no soy una persona. Hay personas y personas y personas, pero yo soy único.

—¿Alguna vez has sido una persona?

—No lo sé. No soy una persona.

Tal vez no podía recordar su pasado. Dado su interés por adjudicarse un nombre, tal vez ni siquiera recordaba quién era.

—¿Sabes tu nombre? —preguntó Mark.

—No soy Victor Alan Kinsley. No es divertido hablar como él. Antes era Thomas Garrett Dungan, pero después me puse triste. Ya no quería ser él. Antes de eso no era nadie.

Los rebanadores solían recordar su pasado, la tecnología original se había desarrollado para capturar digitalmente la mente del cliente, incluidos los recuerdos, pero Mark suponía que un trauma demasiado fuerte podía hacer que esos recuerdos se volvieran inaccesibles, igual que podría pasarle a una mente en un cuerpo físico.

—Debes de tener un nombre, pero no puedes recordarlo. Fuiste una persona una vez, antes de que alguien te hiciera daño.

—¿Yo fui una persona?

—Sí. Ahora tu cuerpo está muerto, pero tu mente sigue viva en la red.

—Estar muerto es como pararse. Hice que muriera mucha gente.

Mark tragó saliva. Estaba metiéndose en un terreno peligroso.

—No deberías matar a la gente. Solo seré tu amigo si no matas a la gente.

—No me gusta matar a la gente. Me pone triste.

—Bien.

Mark sintió como si el corazón se le fuera a salir del pecho. No era ningún experto en rebanadores, y mucho menos un psicólogo. Si decía algo mal, podría hacer que esa cosa generara otra oleada de destrucción. Necesitaba ayuda.

—¿Tenía un nombre? —preguntó el rebanador.

—¿Qué?

—Cuando era una persona. ¿Tenía un nombre?

—Sí, lo tenías. Lo único que pasa es que no puedes recordarlo.

—¿Tenía tres nombres? ¿Como Tennessee Markus McGovern y Thomas Garrett Dungan?

—Probablemente. La mayoría de la gente tiene tres nombres.

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