Irania (14 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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—No sé —me encogí de hombros.

No veía ninguna lección más allá de la que era más que evidente: hacer sufrir a otro ser humano no está bien. Pero eso ya lo sabía.

Comía junto al resto de alumnos sentados alrededor de la mesa rectangular de madera de pino que había en el centro del comedor. El olor de encina quemada lo envolvía todo. Agradecí el caldo vegetal con garbanzos que nos habían preparado los guardianes de la finca, que vivían en una casa de construcción contemporánea al lado de la masía. Estaba sabroso, tanto como el pan de
pagés
tostado en la chimenea, con ajo y tomate, el queso de cabra, las butifarras, el
fuet
y el chorizo de elaboración artesanal que nos pusieron como entrantes.

La comida sabía a campo, a tranquilidad. Sentí nostalgia de un tiempo pasado y volví a pensar en las familias que habían convivido en aquel mismo comedor. Familias unidas en estrechos vínculos de sangre y tierras. Vi como sus vidas se superponían a mi realidad de aquel momento. Los vi pasar ante mis ojos cambiando de vestuario, vi a los hijos crecer y a los hijos de sus hijos cambiar los muebles, mover los cuadros, arreglar los desconchones de la pared. También vi una época de abandono y miseria. Una época de vejez y la soledad de una mujer junto a la chimenea, mientras hacía ganchillo y a cada momento miraba por la ventana, como si todavía tuviera que venir alguien querido de algún lugar lejano. Pero nadie aparecía, había tristeza, y mucho dolor. Una guerra le había arrancado de los brazos a unos hijos y a un marido. Luego, de nuevo abandono, soledad, polvo y telarañas.

—Está deliciosa, ¿verdad? —me dijo la voz de Elvira, ayudándome a aterrizar de nuevo en el presente.

—¿Sandra? —me llamó.

—Sí está muy buena —contesté. Sentí como el rubor subía a mis mejillas.

Poco a poco conseguí abrirme a María y Elvira mientras tomábamos un té con pastas secas de almendras.

María era alumna de Kahul desde hacía dos años. Recibía las clases en un centro de yoga en el barrio de
Sants
y había hecho varios cursos con él. Elvira era la primera vez que hacía un taller, como yo había percibido, pero según ella misma explicaba, había leído mucho sobre este tema:

—Si heredamos el color de ojos o incluso enfermedades de nuestros padres y abuelos. ¿Por qué no vamos también a heredar sus emociones, sus fobias y pensamientos?

—¿Hablas de memoria celular? —le pregunté a Elvira.

—Sí, digo que tampoco es tan descabellado. Le preguntaremos a Kahul ¿vale?

Cuando retomamos el taller después de comer, Elvira lanzó la pregunta.

—Te has adelantado —le dijo Kahul—. Eso mismo iba a explicaros ahora. No quería sofocaros con demasiada teoría de golpe ¡Podríais empacharos!

Todos reímos.

—Aunque todavía no se pueda demostrar, es más que probable que aparte de heredar nuestros cuerpos, —dijo señalándose con ambas manos— con las características biológicas de nuestros padres, también nos hayan traspasado conceptos emocionales, patrones mentales, miedos y recuerdos que a su vez les traspasaron también sus padres y los padres de sus padres. Quizá también esto sea lo que vemos en nuestras vidas en regresión.

»¿Puede el recuerdo, las vivencias, las historias de nuestros antepasados permanecer cientos o quizá miles de años en nuestros genes? Quién lo sabe, quizá algún día la ciencia pueda obtener las pruebas de ello, mientras, nos quedaremos con las lecciones que nos aportan las experiencias que nuestra alma nos hace vivir. No nos influye demostrarlo científicamente para nosotros que trabajamos la parte espiritual.

Pensé de pronto en las clases de genética de la facultad cuando aprendí que el noventa por ciento del ADN era
no codificante
: no generaba ninguna proteína, mal llamado ADN basura. Me pregunté fugazmente si el ADN basura contenía ese tipo de información que no se puede medir, ni pesar, ni observar.

Quizá ahí estaban las conexiones de por qué pensamos cómo pensamos, o por qué nos emocionamos con una canción en particular o lloramos al ver una escena en concreto de una película. O por qué nos llama tanto la atención la cultura de un país extranjero al cual no hemos ni visitado. O por qué sentimos atracción o repulsión por una persona en concreto sin motivo aparente.

Quizá albergaba el mayor tesoro de la humanidad: el libro de la vida. Toda la historia del ser humano y todo lo que le ha llevado a ser y a actuar tal como lo hace ahora.

Volví a sentir arrepentimiento de no haber ejercido la medicina. Se me instaló un dolor en el estómago.

Volvieron a juntarse los compañeros del taller por parejas para de nuevo realizar las regresiones.

—¿Estás preparada para un nuevo viaje? —me preguntó Kahul.

Sus ojos brillaban, se palpaba que era feliz enseñando, que le gustaba compartir su pasión por la vida espiritual y los misterios del subconsciente.

Mis miedos habían desaparecido durante el día. Había sucumbido a la magia que desprendía todo el grupo y la cordialidad que había entre todos. Ahora estaba deseosa de compartir mi experiencia con María y Elvira.

—Sí, adelante.

Después de la relajación volví a entrar a la sala de los espejos. De nuevo me vi atraída por un espejo en particular. Había algo poderoso que brillaba en su interior. Lo traspasé y me vi de nuevo como la hermosa médica.

—¿Quién eres?

—Soy Irania, estoy de nuevo en oriente, en Shuruppak.

—Has vuelto otra vez a la misma vida. Hay algo muy importante ahí que debes conocer. Tu alma te lleva hasta el momento que más impacta en tu memoria.

De pronto me vi cómo era expulsada de mi hogar y cómo me despojaban de mi puesto. Recordé la tristeza que sentía por no tener a mis conocidos cerca. Ahora ya no era importante, me había convertido en una desterrada.

—Echo de menos a mi madre y a mis amigos. Aunque nunca se lo había dicho a nadie. Yo no demostraba que los quería, era arrogante y orgullosa. Ahora me siento muy sola, tengo miedo fuera de los muros de la ciudad.

—¿Dónde estás ahora? —Camino, pero estoy sola, tengo mucha sed y hambre. —¿Por qué te han desterrado? Ahora de nuevo mi mente me llevaba hasta la ciudad, a mi dormitorio. Había un hombre conmigo. Era fuerte, grande, lo amaba, miraba sus ojos y había algo en ellos que me fascinaba, aquel hombre me había robado la cordura. Estaba perdidamente enamorada de él. Yo sabía que estar con él no estaba bien pero no sabía por qué.

Me sorprendí a mi misma con esa emoción pues jamás la había sentido en mi vida real como Sandra. ¿Cómo entonces era posible que mi mente me confundiera de esa manera? ¿De dónde había sacado mi mente esos recuerdos para reproducirlos? Esa manera de amar a alguien era muy fuerte e intensa. Incluso noté el dolor en mi pecho.

—Por amor.

—¿Por amor? Amar no es malo, Sandra, encuentra el conflicto. Ve al fondo del problema.

Seguía viendo cómo hacía el amor con el hombre al que tanto amaba, era algo obsesivo, prohibido, pasional. No llegaba a entender qué podía haber de malo en ello. Era muy excitante.

Quería quedarme deleitándome con aquella romántica escena de mi vida como Irania. Era mucho mejor que ver como torturaba a las indígenas en el paritorio, pero Kahul me interrumpió:

— ¡Irania! Busca el conflicto en esta vida —me dijo, y al llamarme como en aquella regresión algo se activó en mí.

De pronto mi mente me llevó rápido a través de un túnel hasta aparecer bajo la gran pirámide de Egipto.

—Estoy en Gizah, veo las pirámides aunque está todo verde a su alrededor, hay palmeras y grandes canales de agua me rodean. Son canales rectilíneos que rodean y conectan a las pirámides entre sí. Es un centro especial. Hay mucha actividad en ellas. Veo hombres y mujeres vestidos con faldas plisadas blancas y pañuelos plisados también en la cabeza.

—¿Hay alguien contigo?

Miré a mi alrededor y vi como un joven de rostro amable y piel clara se dirigía hacia mí. Sentí que era alguien muy familiar.

—Es como un faraón, lleva un símbolo colgado a su cuello. Un disco con alas, como los pilotos. Me cae bien, somos amigos. Me entrega un pergamino.

—¿Qué hay escrito?

Desenrollé el pergamino ante la amable sonrisa de mi compañero y leí los pictogramas. Incomprensiblemente para mí tenían significado:

—Debes impedir que lo hagan —traduje.

—¿Qué debes impedir? —me preguntó Kahul.

Miré a mi alrededor, el ambiente era de nerviosismo, olía a incertidumbre y a peligro. Pero nada parecía amenazador. Gentes iban de aquí para allí caminando llenos de actividad y dirección.

—No lo sé.

Caminé por un sendero rectilíneo que llevaba hasta un edificio rectangular construido con grandes piedras de granito rosa. Miré atrás y ya no estaba en Gizah, aunque seguía siendo Egipto. Entré en el edificio y pasé hasta un patio de columnas central. Allí caminé hasta unas escaleras profundas y oscuras. Bajé por ellas sin miedo, conocía el lugar.

—Estoy en una escuela. —Sandra, ¿por qué has vuelto a la escuela? ¿Qué aprendiste allí? Recuérdalo, ahora necesitas esa información. De pronto vi como aparecían a mi alrededor montones de jarros de cristal y alabastro de varios colores. —Aprendí a curar con el sonido y los colores. Esta sala es muy importante, es el último nivel. Aquí solo vienen los altos sacerdotes.

—¿Eres una sacerdotisa? Dudé durante unos segundos. —Estoy confusa, no sé quién soy. —Es Sandra la que está confusa, Irania sabe quién es, ella te lo dirá. La información que me mostraba Irania me pareció fantasiosa, salida de lo real, la juzgué, dudé, no me pareció lógica, ni aun siendo durante la época de los antiguos egipcios y mi alma me sacó del lugar.

Ahora mi mente estaba en blanco, me había bloqueado y ya no veía nada.

Abrí los ojos y me topé con la mirada de Kahul, sus ojos estaban clavados en mí. Sentí defraudarlo.

—Tranquila, suele pasar. Has mezclado tus sentimientos con los sentimientos de la otra encarnación.

—No, creo que Irania tampoco sabía quién era. Estaba tan confundida como yo.

—Para eso estás aquí, para conocerte un poco más.

—Yo no soy Irania, nunca lo he sido y nunca lo voy a ser.

—No se trata de que seas otra persona, se trata de conocer qué guardas en tu interior y sacarlo a la luz. Extraer todo lo bueno que hay en ti para que te expandas y lo compartas. ¡Comparte el amor que hay en tu interior! ¡Eres más grande de lo que crees!

Me incorporé de la colchoneta y miré los ojos de Kahul. Quería creerle, mi corazón ansiaba que tuviera razón pero la desconfianza seguía atormentándome.

—No sé, me parece que todo esto es una tontería. Yo he estudiado medicina, soy una mujer racional y sensata. Acabo de ver en mi cabeza una vida como médico en Egipto o en Oriente o qué sé yo. ¿Por qué médico? Quizá es porque conozco esta profesión, soy licenciada en medicina. ¡Es tan obvio! ¿Por qué no era arquitecto o agricultora? ¡Lo he inventado todo! —sentencié.

—¿Entonces por qué estás aquí? —me preguntó Kahul, sentí un tono frío en su voz.

No sabía qué responderle. ¿Qué me había llevado hasta allí?

—Quién solo cree en la mente, en lo lógico y en lo material está perdido. ¿Entonces, qué hay de tus sentimientos, Sandra? ¿Qué hay de tus sueños y tus anhelos? ¿Qué hay de lo que te hace feliz? Eres una mujer rica, tienes una vida de lujo. No necesito ver tu cuenta porque la cuota del club es mi sueldo de un año entero. ¿Crees que es el aburrimiento lo que te ha hecho venir aquí? Yo sé lo que hacen las mujeres ricas y aburridas; se van de compras a París o toman lecciones de tenis. Pero tú no eres así, hay algo distinto en tu interior. Lo sé desde el primer día que te vi.

Las palabras de Kahul me dejaron sin habla. Sentí miedo de creerle.

—No me creas a mí, cree en ti, en lo que sientes, en lo que deseas. ¿Qué buscas Sandra?

—Quiero ser normal.

—¿Qué significa para ti ser normal? ¿Adaptarte a los demás y ser aceptado?

—Yo solo quiero ser feliz.

—Serás feliz cuando seas tú misma y vivas la vida que deseas y como la deseas. Déjame enseñarte el camino. Kahul me ofreció su mano. La miré como si tocarla fuera mi salvación pero estaba terriblemente asustada, tan condicionada por mi mente que no podía ni moverme.

—No puedo, lo siento —le dije.

Rehusé su ayuda, tenía miedo.

Ya había estado allí hacía muchos años, había estado balanceándome entre lo irreal y lo real. Había sufrido mucho y no quería volver, había intentado borrarlo de mi vida pero ¿Qué había en mi interior que me arrastraba hacia aquel mundo oscuro de lo psíquico y paranormal? ¿Por qué no podía librarme de ello?

La locura me atrapaba de nuevo como una telaraña, enmarañándome y enredando mi cordura.

Me quedé toda la tarde encerrada en el cuarto. Sentí mucho el mal tiempo que hacía porque tras la ventana se apreciaba un sendero hacia un bosque, un corral lleno de animales de granja y una pradera verde con varias vacas pastando. Me hubiera gustado pasear para aclarar mis ideas pero el dios del tiempo no me dejaba salir.

Pasado un largo rato mi compañera de cuarto entró:

—¡Vaya! —exclamó Elvira.

—No sabía que eras mi compañera de habitación —le comenté./p>

—Sí, pues también estoy con María. ¡Vaya coincidencia! ¿Verdad? Bueno, no existen las casualidades —dijo Elvira sonriente. Caminó hasta la cama contigua a la mía y se sentó.

—¿Qué te ha pasado?

—Digamos que me he confundido de taller. No tendría que haber venido.

—Pues yo creo que no te has confundido. Estás aquí porque así lo ha querido tu alma. ¿Por qué te empeñas en que todo tenga un sentido práctico o racional? La vida no está para medirla ni analizarla, sino para vivirla. Si ahora estás aquí pues ¡disfruta, mujer! Mañana Dios dirá. Aprende cosas nuevas y si luego no te sirven ¡deshazte de ellas y punto! ¡Qué manera de complicarte hija! No pienses tanto y vive, porque ya mismo tendrás mi edad y verás cuánto te arrepientes de no haber sido más valiente.

Recuerdo como Elvira, me sonreía y me cogía de las manos. Su alegría era contagiosa y sentí que tenía razón que me estaba atormentando por algo que todavía no había sucedido. Me preocupaban los efectos que las visiones pudieran tener sobre mi mente mucho más que los sentimientos positivos que podía extraer de esa vivencia. Llevaba muchos años viéndolo todo negro, sintiendo que todo lo que me sucedía era para hundirme más en un pozo en vez de verlo como experiencias de vida. Me compadecía de mí misma mucho más de lo que yo era consciente y aquella mujer que tenía frente a mí con su simple sonrisa me sacó de la oscuridad sin pedirme nada a cambio.

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