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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (29 page)

BOOK: Ira Divina
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—«Cortad las manos del ladrón y de la ladrona».

—Lo que el Profeta, que la paz sea con él, también ordenó, conforme relatan los
ahadith
canónicos, es que se debía cortar la mano derecha. O sea, Alá ordenó cortar las manos a los ladrones y el Profeta aclaró que Él se refería a la mano derecha, pero nuestra ley apenas prevé tres años de prisión con trabajos forzados. Y yo me pregunto otra vez: ¿esto es el islam?

—No, hermano, es evidente que no.

El antiguo profesor levantó el Código Penal a la altura de los ojos y lo miró con desprecio.

—He leído la ley egipcia de atrás hacia delante y de arriba abajo, y no he encontrado ninguna norma que castigue la apostasía. Según la ley egipcia, cualquiera puede dejar de ser creyente y convertirse en un
kafir
cristiano o en cualquier otra cosa. Ahora recítame lo que dice Alá en la sura 2, versículo 214.

La sura 2 es el capítulo más extenso del Corán, por lo que Ahmed necesitó algún tiempo para localizar el versículo en su memoria.

—«Quien de vosotros abjure de su religión y muera, es infiel, y para ésos serán inútiles sus buenas acciones en esta vida y en la última; ésos serán pasto del fuego».

—Lo que se completa por la sunna del Profeta, que la paz sea con él —interrumpió Ayman—. Un
hadith
canónico recoge esta orden del mensajero de Alá, que la paz sea con él: «Matad a los que renieguen de nuestra religión». —Le mostró el libro azul que tenía en la mano—. ¡O sea, Alá envía a los apóstatas al fuego y el Profeta ordena matarlos, pero la ley egipcia ni siquiera considera la apostasía un delito! Y yo pregunto de nuevo: ¿esto es el islam?

—¡Por Alá, claro que no!

—Te he dado sólo tres ejemplos, pero hay muchos otros que demuestran la absoluta discrepancia entre la Ley Divina y la ley que está en vigor en Egipto. —Se sorbió la nariz y escupió—. ¿Sabes qué me recuerda Egipto?

Ahmed negó con la cabeza.

—Antes de que el Profeta, que la paz sea con él, comenzara a predicar la palabra de Alá, toda Arabia estaba hundida en la
jahiliyya
, en la ignorancia de Dios. Una sociedad
jahili
es precisamente aquella que no se somete exclusiva y totalmente a Alá, que vive en la ignorancia de sus leyes. Eso es muy grave, porque la Ley Divina es la ley universal. —Se agachó y cogió una piedra del suelo—. ¿Ves esta piedra? Voy a soltarla. —La dejó caer—. Ha caído, ¿lo has visto? ¿Y sabes por qué ha caído?

—Por la ley de la gravedad.

—¡Que es una ley divina! La ley de la gravedad es igual en la Tierra que en la Luna, hoy que hace mil años, es eterna y universal, porque fue Dios quien la estableció. Lo mismo pasa con la
sharia
. La Ley Divina que Alá prescribió para los hombres, como la ley de la gravedad y todas las leyes de la naturaleza, es eterna y universal, válida para todos los hombres, con independencia de cuál sea su raza o nacionalidad, válida aquí o en Estados Unidos, válida hoy, mañana o en el tiempo del Profeta, que la paz sea con él. La
sharia
es la mejor ley, porque viene de Dios y, que yo sepa, las leyes de las criaturas no se pueden comparar con las leyes del Creador.

—Entonces, debemos rechazar las leyes humanas.

—¡Con todas nuestras fuerzas! La base del mensaje de Alá es precisamente ésa: todos tenemos que aceptar la Ley Divina y rechazar las demás leyes. El principio en el que se funda todo es la verdad eterna que pronunciaste no hace mucho: «
La illaha illallah
», «no hay más Dios que Alá». Esa proclamación constituye una declaración de guerra contra la posibilidad de que los hombres aprueben leyes no permitidas por Alá. «
La illaha illallah
», esa proclamación liberó a unos hombres de los otros. Un creyente no puede ser esclavo de otro creyente; finalmente, todos somos libres y nadie puede ejercer autoridad sobre los demás. La única sumisión es a Alá y a su
sharia
. El islam puso fin a la justicia humana e instituyó la Justicia Divina. Alá dijo que no se puede consumir alcohol, y los creyentes obedecieron. Compara eso con los gobiernos seculares
jahilis
, con toda su legislación, con todas sus instituciones, policías y ejércitos, que tienen tantas dificultades para que las personas obedezcan sus leyes. Estados Unidos también intentó abolir el alcohol, ¿o no lo intentó? ¿Y lo consiguió? ¿No es el fracaso de Estados Unidos a la hora de prohibir el alcohol, comparado con el éxito del islam a la hora de establecer la misma prohibición, la prueba de que la Ley Divina es más eficaz que las leyes humanas?

—Además, somos más libres.

—¿Más libres? ¡Somos totalmente libres! El islam libera al hombre de las leyes imperfectas y de las tradiciones humanas, y lo somete únicamente a Dios. El universo entero queda así bajo la autoridad de Alá y el hombre, que es sólo una ínfima parte de ese universo, obedece así las leyes universales. La Ley Divina regula todas las materias y pone al hombre en armonía con el resto del universo. El ser humano se libera. En el islam no interesa la raza, la lengua, la nacionalidad, la clase social. Somos todos gotas de agua que se juntan en un arroyo y todos los arroyos convergen en un gran río que desemboca en un océano inmenso. Compara, por ejemplo, el imperio de Dios con los imperios del pasado. ¡Fíjate en el Imperio romano! ¿Has visto lo que pasaba en él?

Ahmed dudó sobre el sentido de la pregunta.

—¿Cayó?

—Claro que cayó, eso era inevitable. No obstante, lo que quiero decir es que en él se juntaban personas de todas las razas, pero la relación entre ellas no era de libertad. Unos eran nobles y otros esclavos, y los romanos mandaban más que las personas de otras regiones. ¡Fíjate en los grandes imperios europeos, como el británico o el español, el portugués o el francés! Todos ellos se fundaban en la ganancia y en el orgullo, en la opresión y en la explotación de otros pueblos. ¡Mira el Imperio comunista! En vez de los nobles, allí quien mandaba era el proletariado o, para ser más exactos, una elite privilegiada que usurpó el poder en nombre del proletariado. Todo el comunismo se basa en la lucha de clases, no en la armonía. Compara todo eso con el islam, que libera al ser humano de esos grilletes y lo somete universalmente a la Ley Divina. En su sentido más profundo, «
la illaha illallah
» significa que todos los aspectos de la vida humana deben regirse por la
sharia
, pero eso, hermano mío, tiene una importante consecuencia. ¿Sabes cuál es?

La pregunta era retórica y Ahmed permaneció callado.

—¡Debemos enfrentarnos a aquellos que se rebelan contra la soberanía de Alá y deciden proclamar leyes humanas! Dios quiso que el Profeta, que la paz sea con él, pusiera fin a la
jahiliyya
e impusiera la Ley Divina entre los hombres. «Impusiera», repito. El problema es que, con el tiempo, se ha dejado de aplicar la
sharia
y no se respeta la voluntad de Alá entre los hombres.

—Hermano, ¿crees que ahora Egipto vive en
jahiliyya
?

—¿No es así, acaso? —preguntó Ayman, al que le temblaba todo el cuerpo y cuyo tono de voz se estaba inflamando—. ¿No es así? Alá instituyó el islam precisamente para poner fin al culto a las imperfectas leyes humanas. Todas las personas de la Tierra deben obedecer a Dios y sólo a Dios. Nadie tiene derecho a hacer leyes. Aceptar la autoridad personal de un ser humano significa aceptar que ese ser humano comparte la autoridad de Alá. ¡Eso es una herejía! ¡Ésa es la fuente de todos los males del universo!

Incapaz de permanecer sentado, se levantó, dominado por la exaltación. Remarcaba con un ademán del brazo las frases con las que expresaba su indignación.

—¡Sólo hay un Dios: Alá! ¡Sólo hay una autoridad en la Tierra: Alá! ¡Sólo hay una ley: la
sharia
! Pero aquí, en Egipto y en los países que dicen formar parte del islam, la autoridad es del Gobierno y la ley que rige es la ley de ese Gobierno. Y yo pregunto: ¿esto es el islam? ¡Claro que no! ¡Claro que no! Estos gobiernos que dicen ser islamistas son, en realidad,
jahili
, porque establecen límites a la
sharia
, pues no castigan a los adúlteros con la lapidación hasta la muerte, no ordenan la amputación de la mano derecha de los ladrones, y no consideran siquiera la apostasía como delito, conforme está previsto en la Ley Divina. ¡Una persona puede ser adúltera, borracha e incluso
kafir
, pero siempre que obedezca la ley humana se le considera un buen ciudadano! ¿Eso tiene sentido? ¡En cambio, un creyente que mata a una adúltera a pedradas respetando la
sharia
es, imagínate, tratado como un delincuente y un fanático, y hasta va a la cárcel! ¿Esto es un país islámico? Como ya te he explicado, Alá ordena en el Santo Corán que se respeten todos sus preceptos, no sólo algunos. Quien respeta unos preceptos e ignora otros es, en buen rigor, un
kafir
. Eso significa que estos gobiernos
jahili
que mandan en nosotros no pasan de ser, a los ojos de Dios, más que gobiernos
kafirun
.

Ahmed intentó digerir las implicaciones de lo que acababa de escuchar. «Los gobiernos que no aplican la
sharia
son
kafirun
», repitió mentalmente. Eso significaba que su gobierno también era
kafir
.

—Pero…, pero… ¿cómo podemos vivir en un país
kafir
?

—Eso es precisamente lo que mis compañeros y yo preguntamos. ¿Egipto es o no es un país creyente? Si lo es, debe respetar íntegramente la Ley Divina. Si no la respeta en su totalidad, se convierte en
kafir
.

—¡Tienes toda la razón, hermano! —exclamó Ahmed—. ¿Qué podemos hacer para imponer el respeto a la voluntad de Alá?

Ayman, superada la pasión que se había apoderado de él momentos antes, se volvió a sentar.

—Tenemos que derrocar el Gobierno, no hay otra posibilidad. Repito lo que te he dicho: Alá quiso que el Profeta, que la paz sea con él, pusiera fin a la
jahiliyya
e impusiera la Ley Divina entre los hombres. La palabra «impusiera» es crucial, no me canso de subrayarla. Por eso, Dios nos obliga a restituir la comunidad islámica en su forma original, para acabar con el estado de
jahiliyya
en que el mundo está inmerso. Se ha quitado la soberanía a Alá y se les ha dado a los hombres, lo que hace que unos manden sobre otros y hagan leyes que contradicen la Ley Divina. Como resultado de esa rebelión, ha vuelto la opresión. Fíjate en nuestro gobierno: ¿no es corrupto? ¿No ves corrupción por todas partes? ¿Cómo es posible que los judíos tengan hoy más fuerza que toda la
umma
? ¿Cómo es posible que los cristianos manden sobre nosotros y usen Gobiernos fantoches para oprimirnos? ¿Cómo es posible que nos dejemos dividir? Tenemos que poner en marcha un movimiento que una a la
umma
, que reinstaure la Ley Divina entre los hombres y que restablezca el verdadero islam.

—¿Por eso Al-Jama’a mató al faraón?

—Claro. No fue por los Acuerdos de Camp David con los sionistas, como algunos piensan. El conflicto con los sionistas es sólo un síntoma del mal, no es el mal en sí. El verdadero mal es que tenemos leyes humanas que se anteponen a la Ley Divina. Todos los males de la
umma
son el resultado de ese error. ¡Por eso mandamos al faraón al gran fuego!

—Pero su muerte no ha cambiado las cosas —constató Ahmed—. La
jahiliyya
continúa.

—El asesinato del faraón fue sólo el primer paso. Debemos dar otros. No hay alternativa. Los mandatos de Alá en el Libro Sagrado son muy claros y no podemos fingir que no existen, como hacen muchos que dicen ser creyentes y que, en realidad, son sólo
jahili
.

Ahmed respiró hondo y se meció en su asiento, como un péndulo, reflexionando sobre el problema. Hacía ya algún tiempo que pensaba sobre el asunto, en particular desde que un turista al que guiaba en el
souq
de El Cairo le había sugerido la idea.

—Quizás hay otro camino —murmuró.

—¿Cuál?

—Un
kafir
me habló una vez de la posibilidad de cambiar de gobierno sin grandes problemas —dijo pausadamente—. Lo llamó «democracia». Según ese
kafir
, es…

El antiguo profesor se levantó como un resorte.

—¿Democracia? —preguntó casi a gritos, con la voz cargada de indignación—. ¿Democracia?

Ahmed se estremeció, asustado. No esperaba aquella reacción y mucho menos la vehemencia y el escándalo que traslucía.

—¿Por qué reaccionas así, hermano? ¿He dicho…, he dicho algo malo?

—¿No has oído lo que te he explicado? Te he revelado el islam, te he mostrado que Alá ordenó que respetáramos íntegramente la
sharia
y que la verdadera libertad radica en el respeto a la Ley Divina, y tú… me hablas de… democracia. ¿No has entendido nada de lo que te he explicado?

—¡Pero, señor profes…, hermano! —intentó argumentar Ahmed, en un tono sumiso y tímido, con el cuerpo encogido por la vergüenza—. ¡Que yo sepa, hasta ahora no habíamos hablado de esto! En realidad, yo… no sé bien qué pensar de la democracia, quería entender lo que Alá dice sobre el asunto. Por favor, no te ofendas.

Ayman resopló, como una máquina de vapor que liberara la presión, y se esforzó por calmarse. Se sentó y miró hacia su pupilo.

—¿Sabes qué es la democracia?

La pregunta desconcertó momentáneamente a Ahmed.

—Bueno…, significa… democracia es… que podemos escoger un nuevo gobierno.

—Lo que tiene grandes y graves consecuencias. Imagina que los creyentes son minoría y que el gobierno que sale elegido es
kafir
. ¿Qué pasa entonces? ¿Tenemos que aceptar que nos gobiernen los
kafirun
?

Enfrentado a una posibilidad que nunca se había planteado, el pupilo reflexionó sobre el asunto con el ceño fruncido.

—Pues no lo había pensado.

—Y ése es el menor de los problemas —se apresuró Ayman a adelantar—. El mayor problema es de cariz teológico. Ése es insoslayable.

—No lo entiendo.

—Dime, ¿cuál es la ley verdadera que debe regir a los hombres?

—Bueno, es la Ley Divina, la
sharia
.

—Entonces, ¿no ves que la democracia da a las personas el poder de establecer sus propias leyes? En una democracia, las personas deciden qué se puede hacer y qué no, qué se puede prohibir y qué no. ¡Eso va contra el islam! En el islam, las personas no tienen poder para decidir qué es legal o ilegal. ¡Sólo Alá tiene ese poder! Los adúlteros tienen que ser lapidados hasta la muerte, aunque las personas no estén de acuerdo con esa pena. ¡Es Dios quien hace las leyes, no las personas! La Ley Divina está escrita en el Santo Corán, y las personas, les guste o no, deben respetarla íntegramente. Si no lo hacen, se convierten en
kafirun
y la sociedad se hunde en la
jahiliyya
. Por eso, la democracia es inaceptable para el islam. Al quitar el poder a Dios y entregarlo a los hombres, la democracia siembra la herejía y el politeísmo.

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