De Philip a Hilary
Pichoncito:
Muchas gracias por tu carta. ¡Qué tipo tan raro parece ese Zapp! Espero que no te haya molestado más. Francamente, cuantas más cosas sé de él, menos me gusta. Sobre todo, no quisiera que Amanda le viera más de lo que sea absolutamente indispensable. Parece ser un hombre carente de principios en lo que se refiere a las mujeres, y, aunque no me consta que sea un corruptor de menores, creo que podría tener una influencia perniciosa sobre una muchacha impresionable de la edad de Amanda. Por lo menos, eso es lo que deduzco de una conversación con la señora Zapp, que, en el curso de una cena muy etílica y ruidosa a la cual estuvimos invitados los dos el sábado pasado, me recitó una letanía de los pecados de su marido. Nuestros anfitriones fueron Sy y Bella Gootblatt. Sy es un joven profesor adjunto de esta universidad, muy brillante; creo que ha escrito el estudio definitivo sobre Hooker
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. Estuvieron allí los Hogan y otros tres matrimonios, todos del departamento, lo cual quizá te parezca un ambiente muy cerrado, pero debes tener en cuenta que el departamento de lengua y literatura inglesas de la Eufórica tiene casi tanto personal docente como toda la Facultad de Filosofía y Letras de Rummidge.Acostumbrarse a las cenas de Plotino exige cierta capacidad de adaptación. En primer lugar, una invitación a las ocho quiere decir en realidad a las ocho y media, lo cual comprendí por la cara de consternación de mi anfitrión cuando me vio aparecer un minuto después de la hora indicada; además, una vez se han presentado todos los invitados, se bebe abundantemente durante varias horas antes de sentarse a cenar. Entre tanto, la anfitriona (Bella Gootblatt, vestida con una blusa transparente y unos pantalones acampanados de terciopelo) traía de la cocina deliciosos tentempiés: salchichas envueltas en crujiente beicon, fondue de queso, cuencos con salsa picante, corazones de alcachofa, pescado ahumado y otros bocados exquisitos por el estilo que provocaban nuestra sed, satisfecha por los abundantes combinados que preparaba nuestro anfitrión. La consecuencia de esto es que cuando por fin los invitados ocupan sus puestos en la mesa para cenar, a las once aproximadamente, todos están medio colocados y sin demasiado apetito. Además, la comida ha perdido todo su sabor porque han tenido que recalentarla. Todos beben abundante vino para empapuzarse una cantidad respetable de comida, con lo cual se emborrachan aún más. Todos hablan tan alto como les permiten los pulmones, cuentan frenéticamente chistes y chismes, y se ríen a carcajadas hasta que alguien tiene una salida un poco subida de tono y de pronto se hace un silencio embarazoso.
La señora Zapp y yo estuvimos sentados el uno al lado del otro en la cena. A la hora del café, y ante los restos de un pastel de chocolate insoportablemente dulce, traté de contener el torrente de sus recuerdos íntimos enseñando a nuestros compañeros de mesa el juego de la Humillación. ¿Lo recuerdas? No puedes imaginarte lo difícil que fue que entendieran la idea básica. En la primera ronda todos nombraron libros que habían leído y que creían que los demás no habían leído. Pero una vez cogieron el hilo se enfrascaron en el juego con una intensidad tremenda, en especial un joven que se llama Ringbaum, el cual acabó peleándose violentamente con nuestro anfitrión y se marchó hecho una furia. Los demás nos quedamos una hora o más, sobre todo (por lo menos en lo que a mí se refiere, porque me sentía exhausto) para recuperarnos del embarazo que nos había causado la extemporánea actitud de Ringbaum.
La bomba, sí, pensé que no hacía falta inquietarte mencionando el hecho. El incidente no se ha repetido, aunque hay mucho desorden en el campus debido a la huelga. Cuando te escribo esto, sentado en mi «oficina», como dicen ellos, oigo a los piquetes, que se manifiestan ante la puerta Mather, justo al pie de mi ventana, cantando: ¡ESTAMOS EN HUELGA, CERRAD LA UNIVERSIDAD!, ¡ESTAMOS EN HUELGA, CERRAD LA UNIVERSIDAD! Unos cantos un poco insólitos en un ambiente universitario. De vez en cuando hay un choque en la puerta entre los piquetes y la gente que quiere entrar, y entonces intervienen los guardias de seguridad del campus y algunas veces también la policía de Plotino; hay carreras y algunas detenciones. Ayer la policía dio una carga en el campus y los estudiantes corrieron en todas direcciones. Estaba sentado ante mi escritorio leyendo el
Lícidas
, de Milton, cuando Wily Smith entró precipitadamente en mi despacho y cerró la puerta tras de sí, apoyándose contra ella y cerrando los ojos, como en una película. Llevaba un casco de motorista, como protección contra las porras de la policía, y tenía la cara brillante a causa de la vaselina con que se la embadurnan porque, según se dice, protege de los efectos de los gases lacrimógenos y vesicantes. Le pregunté qué deseaba y me dijo que quería hacerme una consulta. Tuve mis dudas, pero, cumpliendo con mi obligación, le pregunté cómo iba su novela sobre el gueto. Me respondió distraídamente, con el oído atento a la actividad de la policía en el edificio. De pronto, me preguntó si podía salir por la ventana. Le dije que sí. Pasó una pierna por encima del pretil, saltó a la terraza. Unos momentos después me asomé y había desaparecido. Supongo que encontró una puerta abierta en la terraza y se fue por ella. El ruido se fue desvaneciendo gradualmente. Continué leyendo el
Lícidas
…No tengo la menor noticia acerca de si estoy en la lista de los que van a recibir el nombramiento de profesor agregado, y prefiero que sea así, para no tener el disgusto de saber que he sido descartado. Si Dempsey se preocupa por esas cosas, allá él. Creo que hay muchos argumentos en contra del sistema inglés de patrocinio clandestino, pero aquí, por ejemplo, predomina la ley de la selva y los más débiles van al paredón. En el curso de esta semana ha habido un tremendo alboroto a causa de una renovación de contrato —que, por cierto, afectaba a ese Ringbaum del que te hablaba—, y, en lo que a mí se refiere, estoy muy contento de no tener que pasar por semejantes malos tragos.
Te sorprenderá saber que Charles Boon vive conmigo, aunque provisionalmente. Tuvo que dejar el piso en que vivía a causa de un incendio y le ofrecí que se viniera al mío a petición de su novia, que es una de las muchachas que viven en la planta baja. No puedo decir que haya sido muy diligente en buscar nuevo acomodo, pero no me causa demasiadas molestias, porque duerme durante el día y está fuera de casa la mayor parte de la noche.
Con todo mi amor,
Philip
De Morris a Désirée
¿Qué aspecto tiene, Désirée? ¡Dime, por favor, qué clase de hombre es! Me refiero a Swallow. ¿Le cuelgan los colmillos sobre el labio inferior? Cuando te estrecha la mano, ¿la notas pegajosa y fría? ¿Tienen sus ojos un brillo asesino?
Lo escribió él, Désirée, él escribió aquel comentario sobre mi ensayo, y, por simple despecho, porque es un don nadie, un soleado día de hace tres años mojó su pluma en hiel y la clavó en el corazón de mi espléndido trabajo.
No puedo demostrarlo… todavía. Pero las pruebas circunstanciales son abrumadoras.
¡Cuando pienso que le disuadiste de comprar el Corvair…! ¡Habría sido la venganza perfecta! ¿Cómo pudiste hacerlo, Désirée?
¡Encontré un ejemplar de aquella miscelánea en su casa! ¿Te lo imaginas? En el retrete, para ser exactos. Un retrete muy raro, una pieza muy grande, sin duda destinada antiguamente a un uso muy distinto, tal vez a sala de baile, en un rincón de la cual instalaron el retrete sobre una especie de podio. El suelo de baldosas y una lamparilla de petróleo que arde constantemente para impedir que se hielen las tuberías dan a esa habitación un aspecto un tanto fantasmal y eclesiástico. Allí también hay libros, no precisamente seleccionados como lectura adecuada mientras uno está cagando, sino porque no caben en el resto de la casa, cuyas paredes están cubiertas de viejos libros que huelen a humedad y están llenos de señales de larvas de polilla. No he podido quitarme de la mente aquel libro desde que leí el comentario en el
Times Literary Supplement
, de manera que lo identifiqué enseguida por su encuadernación y sus letras doradas. Curiosa coincidencia, pensé mientras sacaba el volumen del estante —porque no fue un éxito de ventas a nivel mundial, precisamente—, y lo hojeé una vez sentado en el retrete. ¡Imagínate lo que sentí cuando al llegar a mi artículo vi que
los pasajes que habían sido subrayados coincidían exactamente con los citados por el comentarista del Times Literary Supplement
! ¡Imagínate cómo se me revolvieron las tripas!¿Por qué ya no me escribes, Désirée? Aquí me siento muy solo, en estas largas noches inglesas. Para darte una idea de lo solo que me siento, te diré que esta noche voy al seminario del personal del departamento de lengua y literatura inglesas para escuchar una conferencia sobre lingüística y crítica literaria.
Te ama,
Morris
De Désirée a Morris
Querido Morris:
Ya que quieres saber cómo es Philip Swallow, te diré que mide un metro ochenta, más o menos, y pesa, diría yo, unos setenta kilos, lo cual quiere decir que es alto y flaco y cargado de hombros. Va siempre con la cabeza inclinada hacia adelante como si se hubiera dado muchos golpes contra puertas bajas. Su pelo es de la textura y el color de los estropajos metálicos antes de usarlos, y tiene entradas pronunciadas en las sienes. Tiene caspa, como todo el mundo. Tiene los ojos bonitos. No puedo decir nada elogioso acerca de sus dientes, pero no le cuelgan como colmillos sobre el labio inferior. Al estrechar su mano se nota una temperatura normal, pero también flojedad, falta de efusión. Fuma en pipa y tiene los dedos sucios de nicotina.
Tuve oportunidad de observar todo esto el sábado pasado porque estuve sentada junto a él en la cena. Los Gootblatt me invitaron. Parece que hay una conspiración general para imaginar que tu ausencia me hace sentirme muy sola, por lo que todos tienen que invitarme. Resultó una velada sensacional, de la que nuestro amigo Swallow fue el protagonista indiscutible.
Haciendo cuanto puede hacer un británico para animar lo que amenazaba con ser una cena aburrida, nos enseñó un juego que dice haber inventado. Lo llama Humillación. Le aseguré que estaba casada con el campeón del mundo, pero me dijo que no, que en su juego se gana humillándose
uno a sí mismo
. Consiste en que cada persona da el título de un libro que no ha leído, pero que supone que los otros han leído, y se anota un punto por cada persona que tampoco lo ha leído. ¿Comprendes? Bueno, pues Howard Ringbaum no. Ya sabes cómo es Howard, siente una necesidad patológica de tener éxito y un miedo no menos patológico de parecer inculto, y este juego hacía que se enfrentaran sus dos obsesiones, porque sólo podía ganar mostrando fallos en su cultura. De momento no captó la paradoja y dio un título del siglo XVIII tan poco conocido que no lo recuerdo. Naturalmente, quedó el último en la puntuación final, y se disgustó. Dijo que era un juego estúpido y se negó a participar en la segunda ronda. «Paso, paso…», decía burlón, como la señora Elton
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en Box Hill (quizá no lea tus libros, Zapp, pero recuerdo mis lecturas de Jane Austen bastante bien). Pero pude ver que seguía lo que decíamos con mucha atención, frunciendo el ceño y retorciendo la servilleta entre las manos hasta que empezó a entender el meollo del juego, que es muy interesante. Es una especie de strip póquer intelectual. Por ejemplo, resultó que Luke Hogan no leído
El paraíso recobrado
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. Ya sé que no entra en su especialidad, pero el hecho de que se pueda ser el director del departamento de lengua y literatura inglesas de la Eufórica sin haber leído
El paraíso recobrado
da que pensar, ¿no crees? Me di cuenta de que Howard anotó esto, pues palidecía al comprender que Luke decía la verdad. Bueno, en tercera ronda Sy llevaba ventaja con
Hiawatha
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, ya que el señor Swallow era la única otra persona que no lo había leído, cuando de pronto Howard dio un puñetazo sobre la mesa, echó la cabeza atrás y gritó:—¡
Hamlet
!Claro, todos nos echamos a reír; pero no duró mucho nuestra hilaridad, porque aquello no parecía una salida de tono. Y resultó que no lo era. Howard reconoció que había visto la película de Lawrence Olivier, pero insistió en que nunca había leído el texto de
Hamlet
. Nadie le creía, y eso le enfureció. Preguntó si pensábamos que mentía, y Sy dio a entender que más o menos era así, lo cual lo puso aún más furioso. Sy se excusó de mala gana por haber dudado de su palabra. Claro, para entonces todos estábamos la mar de serenos a causa del bochorno. Howard se fue, y los demás nos quedamos un rato haciendo como que nada había ocurrido.Un incidente chusco, has de reconocerlo; pero espera a que te cuente las consecuencias que tuvo. Tres días más tarde, inesperadamente, le comunicaron a Howard Ringbaum que no le renovaban el contrato, y todo el mundo supone que fue debido a que el departamento de lengua y literatura inglesas no se atrevió a mostrarle su confianza a un hombre que reconocía públicamente no haber leído
Hamlet
. El chisme se había difundido por el campus, claro, y llegó a publicarse un suelto en el
Diario de la Eufórica
. Además, como esto causaba una vacante inesperada en el departamento, se reconsideró el caso de Kroop y al final se le ofreció el puesto. No creo que Kroop haya leído
Hamlet
, pero nadie se lo preguntó. Los estudiantes están locos de alegría. Ringbaum está convencido de que Swallow conspiró para desacreditarlo ante Hogan. Swallow, que es un bendito, ignora su responsabilidad en esta tragicomedia.Lamento tener que informarte de que la repentina afición de los gemelos por la jardinería resultó ser un intento de cultivar marihuana. Tuve que arrancar las plantas y quemarlas antes de que viniera la policía.
Me dijeron que Melanie no se ha matriculado este curso, de manera que no pude conseguir su dirección en la universidad.
Désirée
De Hilary a Philip
Amor mío:
Esta mañana he tenido un susto tremendo. Bob Busby llamó y me preguntó cómo te encontrabas. Le dije que según mis noticias estabas bien, y entonces me espetó: «¡Magnífico! ¿Salió ya del hospital?» Y me explicó una terrible historia que le había contado algún estudiante, según la cual un grupo de Panteras Negras te había cogido como rehén, te habían colgado por los tobillos de una ventana del cuarto piso y, finalmente, habías resultado herido en un brazo cuando la policía entró a tiros en el edificio. Hasta que ha llegado a la mitad de esta fantástica narración no me he dado cuenta de que se trataba de una versión, terriblemente distorsionada y adornada con detalles ficticios, de una anécdota que me explicaste en tu última carta y que seguramente yo misma divulgué. Me parece que se la conté a Janet Dempsey.
¡Ah! Bob también me ha contado que Robin recibió una lección de Morris Zapp en el último seminario. Parece que el señor Zapp, a pesar de su apariencia de hombre de Neanderthal y de sus escasos modales, es un tío muy listo y sabe todo lo que hay que saber de Chomsky, Saussure y Lévi-Strauss, esa gente que ahora está tan de moda y cuyas, obras Robin os pasa por los morros como si fuera un experto. Bueno, por lo menos sabe lo suficiente para dejar a Robin en ridículo. Por lo que me dio a entender, todos los presentes se sintieron la mar de satisfechos. Empiezo a ver con más simpatía al señor Zapp, lo cual es una suerte para él, porque ayer tarde vino a casa a pedirme un favor realmente insólito.
Tardó en decidirse a ir al grano. No hacía más que pasar la vista por la habitación y hacerme preguntas sobre la casa y cuántos cuartos tenemos y si no me sentía sola a causa de tu ausencia, hasta el punto que temí que quisiera venirse a vivir conmigo. Pero no, resultó que buscaba acomodo para una amiga, una joven, y se le había ocurrido que, como un favor especial, quizá le alquilara una habitación. Le expliqué que una vez hospedamos a estudiantes en la casa, pero la situación llegó a ser insostenible y decidimos no volver a tener inquilinos. Pareció entristecerse mucho al oír esto, y le pregunté si había buscado en los anuncios de los periódicos. Sacudió la cabeza melancólicamente y me dijo que era inútil, que habían probado en varias direcciones y que nadie quería quedarse a la muchacha. Dijo que la gente la miraba mal porque está llena de prejuicios. Le pregunté si era de color, movida a compasión, y me dijo que no, que estaba embarazada.
Bueno, después de lo que me dijiste en tu última carta sobre la reputación del señor Zapp, saqué mis conclusiones, que debieron de reflejarse claramente en mi cara, porque se apresuró a asegurarme que él no era el responsable, que había conocido a la joven en el avión, que era la única persona a quien ella conocía en Inglaterra y que por eso había acudido a él en busca de ayuda. Se trata de una muchacha americana que vino a Inglaterra para abortar, pero en el último momento cambió de parecer. Quiere que la criatura nazca aquí, porque así tendrá doble nacionalidad y, si es niño, se evitará que lo llamen a filas, si es que la guerra del Vietnam aún dura dentro de veinte años. La joven estuvo trabajando algún tiempo en el Soho ilegalmente como camarera, pero tuvo que abandonar el empleo porque el embarazo es ya muy visible. Y para colmo le han robado algún dinero.
La historia parecía tan inverosímil, que llegué a preguntarme si era posible que se la inventara. No sabía qué pensar. «¿Dónde está la muchacha ahora?», le pregunté. «Fuera, en mi coche», me contestó, lo que me dejó de piedra. Era una noche muy fría y le dije que la hiciera entrar enseguida. Salió disparado como una bala y yo le seguí hasta la puerta. Parecía una escena de novela victoriana, con la nieve, la mujer caída, etcétera, pero al revés, porque en lugar de marcharse de casa, entraba en ella. Supongo que me entiendes. Debo confesar que me puse algo sentimental cuando la muchacha cruzó el umbral de casa, con copos de nieve en su larga cabellera rubia. Estaba poniéndose azul a causa del frío, la pobre, y no decía palabra, no sé si porque estaba helada o por timidez. Se llama Mary Makepeace. Me pareció que lo único que podía hacer era decirle que se quedara, de manera que preparé una sopa (el señor Zapp se zampó tres platos) y la metí en la cama con una botella de agua caliente. Le dije a Zapp que la chica podía quedarse unos días en casa, mientras encontraban una solución, pero que no podía comprometerme a tenerla indefinidamente. No obstante, creo que la dejaré que se quede en casa. Parece simpática y podría hacerme compañía por las noches. Ya sabes que todavía, a veces, paso miedo por la noche… Es una tontería, ya lo sé, pero no puedo evitarlo. Espero conocerla mejor, naturalmente, y no me he comprometido a nada. Pero supongo que, si me decido a dejar que Mary se quede en casa, no pondrás ninguna objeción. Pagaría por la habitación y la comida, claro… Parece que no le robaron todo su dinero, y el señor Zapp insiste en que la ayudará económicamente. Creo que puede permitírselo. Ayer conducía un coche deportivo color naranja, increíblemente bajo y alargado y con pinta de ser carísimo, que supongo que reemplaza al que no llegaste a comprar.
Por cierto, ahora que viene a cuento, espero que Charles Boon te ayude a pagar tu alquiler. A lo mejor, una insinuación en este sentido sería la manera de deshacerte de él.
Con amor,
Hilary
P.D. El señor Zapp me ha encarecido sobremanera que consideres estrictamente confidencial todo lo que te cuente acerca de Mary Makepeace.