— El escenario de una gran victoria, pero olvidado desde entonces. Eso podría tener sentido.
¿Podría ser que diésemos con el Aeón con tanta rapidez, con esa facilidad sólo por unir nuestros razonamientos?
— Pero, en ese caso, ¿cómo lo protegería el mar? —pregunté poniendo en evidencia el fallo de nuestra teoría.
— Carausius estaba con Cidelis, por eso sabemos de Immuron —repuso Palatina— Carausius dirigió el rumbo hacia las profundidades a las que nadie hubiese descendido en circunstancias normales. —Y si alguien más lo ha averiguado...— Incluso si así fuera, nadie ha conseguido encontrar la nave. Ni siquiera Orosius.
— A menos que pretenda hacer que la encuentre para él —afirmé con tristeza. A pesar de que hablábamos en voz baja, alguien podía estar escuchándonos, y si Orosius seguía viendo frustrada su búsqueda, se inclinaría por otros métodos. Quizá incluso llegase a las mismas conclusiones que yo.
— Ésa es nuestra debilidad —opinó Palatina— Una de muchas. Por eso estamos juntos y no separados, porque puede presionar nos mejor de esta forma. Ninguno de nosotros haría algo que lastimase al otro.
La observé por un instante, comprendiendo lo que decía y apenándose por ello. Pero recordé cómo Sarhaddon había utilizado a los rehenes en Lepidor, para que los marinos se negasen a atacar, así como la versión de la historia que me había contado en el palacio de Sagantha. Era tan sencillo para los que ya no les importaba la vida amenazar a los que sí...
— Mejor pronto que tarde —susurró Ravenna— Pero no demasiado pronto. Hay que permitir que baje la guardia, dejar que piense que estamos aterrorizados. No volveré a provocarlo a menos que sea completamente imprescindible.
El emperador había neutralizado nuestros poderes mágicos individuales, pero Ravenna pensaba, o quizá sabía, que estando los dos juntos podríamos hacer algo en el momento en que Orosius menos lo esperase. Pero ¿sería eso suficiente? Podía suceder que fuese más fuerte que nosotros dos juntos (de hecho, nos superaba con mucho por separado), de modo que al enfrentarnos a él sería más importante el modo que la fuerza utilizada (que para nosotros mismos era imposible de calcular).
No tuvimos oportunidad de decir nada más, pues los tres oímos pasos fuera y la puerta se abrió. El emperador bajó la mirada hacia nosotros, sonriendo con frialdad.
— ¡Qué gratificante comprobar que ya me estáis obedeciendo! Sois unos estudiantes aplicados.
— ¿Ya has encontrado tus guardias perdidos? —preguntó Palatina, sin que su tono fuese hostil ni tampoco sumiso.— Ahora mismo estamos buscándolos. En unos pocos minutos cruzaremos la entrada a la ensenada y tendréis la posibilidad de ver la costa de la Perdición sin interferencias. Sarhaddon ha aceptado con amabilidad ayudarnos a encontrarlos. Sus magos pueden detectar las antorchas a muchísima distancia e incluso bajo el agua.
— ¿Cómo se te permite ser uno de los magos elementales corruptos y perversos que Sarhaddon menciona en sus sermones? —pregunté, intentando entretener a Orosius.
Con algo de suerte, la búsqueda de los guardias lo distraería, aunque incluso si nos las arreglábamos para dominarlo, no dejaba de ser un problema qué hacer estando en el buque insignia imperial y rodeados de guardias. ¿Valía la pena dejar que siguiese adelante con sus planes y esperar a que decepcionase a su propia tropa si, como decía Palatina, decidiese mantenernos juntos como rehenes?
— Puedo serlo porque, contrariamente a ti, hermano, no creo en falsos dioses. Mi magia está al servicio de Ranthas, no al de la oscuridad y la Sombra. La Inquisición y yo compartimos muchas metas, así como la misma preocupación por ti. —Consideraré eso un cumplido.— Es posible que llegues a cambiar de idea —afirmó mientras se acercaba al mueble bar y se servía una copa de claro y burbujeante vino azul thetiano— Por Sarhaddon —brindó alzando la copa. Yo observé cuánto bebía, preguntándome si había heredado la misma incapacidad que yo para hacerlo en grandes cantidades. Sin embargo, bebió tanto como cualquier persona normal, acabándose la copa poco a poco mientras nos hablaba.
— Mi padre despreciaba a las personas beligerantes —prosiguió— Y ser despreciado por él podía significar la estima de muchos. Como te habrán dicho muchas veces, Cathan, tú te pareces mucho a él. Aunque, por cierto, careces de sus talentos artísticos. Tus dotes se centran más en el campo de la oceanografía, que quizá sean más inútiles todavía que los de nuestro padre. Al menos él dejó a la posteridad obras de arte y poesías por las que será recordado. Orosius se expresaba como un experto discutiendo sobre arte con sus amigos críticos.
— Quizá su estilo fuese un poco convencional —añadió— , pero no hay duda de que estaba inspirado. Dicen que eso era notable en los retratos que hizo de nuestra madre al poco de conocerse y que, por desgracia, se han perdido.
Probablemente ella se los hubiese llevado consigo para que no quedasen en poder de Orosius. Podía ser que estuviese interesado en ciertos aspectos de pintura thetiana, aunque yo ignoraba cuáles habían sido los motivos preferidos por mi padre para sus obras. —Si soy tan inútil— contraataqué— , ¿por qué te has esmerado tanto para capturarme?
— Porque, como te he dicho antes, tu mérito radica más en lo que otra gente ve en ti que en cualquier cosa que seas capaz de lograr por tu cuenta. Y tampoco es que para cogerte haya tenido que esforzarme demasiado, ¿verdad? Caes con demasiada facilidad en manos de otras personas, incluso si son tribus.
Me mordí los labios para contener la réplica que tenía en la punta de la lengua, ya que aún no quería provocarlo. Por fortuna, él lo consideró más temor que autocontrol. —¿Te han dicho lo poco inteligente que es hacerme enfurecer?— preguntó Orosius tomando su vino. Eso me dio mucha sed, pues no había bebido nada desde antes de subir por el risco. No parecía una gran hazaña sabiendo que él me había estado esperando arriba y que Mauriz tenía la certeza de que el peñasco se podía escalar y no estaba vigilado. Ninguno de nosotros sospechó lo asombrosamente conveniente que había sido que llevase la flecha ardiente.
— ¿Por eso siempre dices que tus siervos son idiotas? —lanzó Palatina— ¿Porque pierdes los estribos con muchísima facilidad? ¿O porque ellos tienen los escrúpulos y la decencia que tú no posees?
— ¿Adonde te han llevado tus escrúpulos?
— La falta de ellos no hace mejor a un emperador. Quizá pienses que debes utilizar la tortura, pero ¿para disfrutarla e infligirla tú mismo debido a esa falta de escrúpulos?
— «Si piensas que ha de hacerse algo desagradable, hazlo tú mismo y comprueba si es de veras necesario.» Pese a todos sus errores, Aetius dijo muchas verdades.
— Eso sólo funciona para los que tienen pocos criterios morales. No sé si tratas a tus concubinas del mismo modo, pero eres un emperador thetiano. ¿Imaginas que la gente te tendría el menor respeto si supiese lo que le has hecho a Ravenna?
— Estaba dentro de mis derechos hacerle pagar por haberme atacado.
— ¡No, no es así! —gritó Palatina— Como sabrás, existe un sistema judicial con juicios, testigos, leyes y un juez que no es a la vez el querellante. ¿Recuerdas todo eso? ¿O ahora has degenerado hasta convertirte en un salvaje haletita?— Ah, sí. Un juicio de alta traición porque ella me dio una patada en el estómago. Tú y tus amigos republicanos lo encontrarían muy divertido. ¿No es así? ¿No crees que mi método fue mejor? ¿Qué hacer...?
Palatina se calló y desvió la mirada hacia mí— Existe una diferencia entre venganza y tortura, Orosius. La tortura no es un castigo aceptado en Thetia, es un medio para llegar a un fin al que sólo recurren unas pocas personas.— ¡Cómo te gusta moralizar, Palatina! Haces que Thetia suene tan culta y liberal, cuando lo cierto es que todo cuanto han logrado nuestras leyes y nuestra piedad es convertirnos en el hazmerreír. ¿Acaso le tembló la mano a Aetius durante la guerra cuando torturó a gente para obtener información? ¿No compensa el bien de muchos la violación del de unos pocos?— No tenía idea de que estuvieses en guerra con Qalathar —subrayó Ravenna.
Permanecí en silencio durante el intercambio verbal, con los puños aferrados a ambos lados para no reaccionar. Fuese lo que fuese lo que le hubiera hecho a Ravenna, Palatina lo sabía y no me lo había contado. Con todo, tenía que ser lo bastante malo para vencer el frágil autocontrol que yo intentaba mantener frente al rostro del odioso emperador.
— Palatina, tú y yo tenemos puntos de vista totalmente opuestos, pero han sido siempre mis métodos los que consiguieron la victoria. La ley religiosa cobra ahora preeminencia absoluta por encima del código legal secular en todo el imperio, así que todos los acusados de herejía ya no podrán salvarse a sí mismos como lo ha hecho Mauriz. Afirmar que el imperio sería mejor sin la guía divinamente establecida por Ranthas será una herejía. Los que como vosotros se empecinen en sus creencias aprenderán por desgracia la gravedad de su error. No importan tampoco, la mayoría no merece la pena que se salve. Dentro de pocas semanas vuestra fe se habrá extinguido, y Thetia será mucho mejor tras haberla perdido.
— ¿Por qué todo lo que haces acaba siempre en derramamiento de sangre y muerte? —preguntó Palatina con tristeza— Tú admirabas a mi padre, ¿crees que él habría hecho lo que te propones? —Tu padre era muy capaz, pero erró el camino. Todo un contraste con su hija. ¿Eres consciente de lo poco que has logrado a lo largo de tu vida, Palatina? Siempre la gran líder rodeada de personas insignificantes, la que imagina planes que podrían tener éxito durante batallas fingidas en una escuela de entrenamiento o en una isla remota. Sin embargo, cada vez que has intentado ir más allá de eso y superarte, has fracasado. Los republicanos sólo te respetaban por ser la hija de Reinhardt, y Tanais sólo aceptó ser tu tutor porque eres mi prima. ¿Acaso tú has hecho algo de valor durante el tiempo que pasaste en Thetia? ¿Hubo alguna clase de victoria, conseguiste nuevos conversos para tu causa?
Orosius negó con la cabeza, acabándose el vino de la copa y dejándola sobre la amplia mesa recubierta de marfil, situada en medio de unas sillas a unos pocos pasos de distancia. La mesa estaba apuntalada al suelo, como el resto de los muebles grandes, para que no se deslizase con mala mar. Cogió entonces una de las sillas ligeras que rodeaban la mesa y se sentó en ella. Yo esperaba hacía rato que lo hiciese, pues reforzaba su sensación de superioridad. —¿Has conseguido algo desde entonces?— prosiguió el emperador— Fue un oscuro tribuno de Océanus quien te salvó de ser ejecutada en Lepidor. Cualquier cosa que te has propuesto ha fracasado y ni siquiera has rescatado a Ravenna. Es un curriculum lamentable. Deberías haber permanecido en Océanus combatiendo contra las tribus, que están a tu mismo nivel. —¡Prefiero ser olvidada que recordada como te recordarán a ti!— ¿Quieres decir como al restaurador de Thetia? ¡Qué humilde eres! Es posible que tu nombre se mencione una o dos veces en libros de historia, en alguna nota al pie de página. Cathan ni siquiera desea tanto, ¿verdad? Él cumplirá su deseo de vivir y morir en el anonimato. —Orosius se rió pero sin el menor sentido del humor— Eso es lo que has buscado durante los últimos meses, ¿verdad, hermano? Desprenderte del nombre de un clan al que nunca has admitido pertenecer. Te garantizo que ese deseo se cumplirá, el exarca elaborará un sencillo decreto retirándote un rango de la realeza, que es más que evidente que no mereces. Y en cuanto a Ravenna, tú serás la faraona que nunca fue tal. La única ocasión en la que tu gente te verá será mañana, cuando abdiques y me ofrezcas tu corona y a ti misma. Un final más glorioso del que merecen los que te han formado tu dinastía: un advenedizo con un reinado de veinte años y una chica que gobierna durante media hora. Sois unos auténticos fracasados.
— Entonces ¿por qué te tomas tantas molestias? —pregunté— ¿Para qué mantenernos vivos si somos tan inútiles? Pensé que sólo querías contar con los mejores para tu nuevo mundo feliz. ¿No sería matarnos la solución más segura, para que nunca volvamos a ser una amenaza para ti? —Vosotros jamás seréis capaces de serlo, ni estaréis siquiera en posición de intentarlo. Esto es suficiente, y además podéis convertiros en excelentes siervos de palacio.
Sus palabras no me convencían en absoluto. Sin duda causar dolor no sería su única intención: debía de pretender algo más de nosotros, tener otra razón para mantenernos con vida. Orosius era lo bastante inteligente para saber que la muerte era el único camino efectivo para lograr que dejásemos de causarle problemas, pero por algún motivo no deseaba matarnos. ¿Por qué? Sentí que me recorría un escalofrío al recordar el Aeón. ¿Sería eso? ¿No pensaría mencionarlo hasta que no nos hubiésemos desmoronado? No, no me parecía que fuese tan paciente. Si quería contar con el Aeón, lo querría bien pronto, para darle más poder y seguridad mientras llevaba adelante su limpieza de herejes.
— Fuimos parte del precio por permitir la participación del Dominio —intervino Palatina— ¿Debo ver en eso una mentalidad comercial, no desperdiciar lo que has comprado?— Si quieres llamarlo así. Os he comprado entonces —repuso Orosius con una intrigante sonrisa.
— Entonces eso significa que tenemos algún valor. Estoy seguro de que la Inquisición no nos habría entregado gratis.
— La Inquisición deseaba quitaros de en medio —dijo él levantando los hombros— La opción era que os cogiese yo o que os tragase el mar.
Volvió a ponerse de pie y caminó alrededor de nosotros hacia las ventanas. Se hizo un silencio. —No podéis verlo, pero estamos pasando la boca de la ensenada. Ahora que nuestras comunicaciones ya no están bloqueadas, la tripulación podrá encontrar a nuestros guardias y nos pondremos en camino. Siempre y cuando no tengan que detenerse para hacer reparaciones, lo que podría demorar un poco las cosas.
Orosius comenzó a caminar hacia la puerta, pero se detuvo y se volvió hacia nosotros.
— El miedo que me tienes es superior al amor que sientes por ella, ¿verdad, Cathan? ¿No le has aflojado caballerosamente las cuerdas? Me has decepcionado. O quizá ella lo prefiera así. Por fortuna, el zumbido de la pantalla de éter, situada con ingenio en una pared y disimulada como si fuese un cuadro, me evitó tener que responderle. Orosius avanzó unos pasos y presionó algo. Entonces la pintura fue reemplazada por la imagen del enorme puente de mando del Valdur, con el capitán al frente.— Su majestad, hemos recibido una llamada de socorro del Gato Salvaje, que navega por mar abierto hacia el oeste. Sus tripulantes dicen haber recibido una petición de auxilio del Peleus a gran distancia. En el Peleus no pueden comunicarse y la nave se adentra cada vez más y más en la costa de la Perdición.— ¿Por qué? —exigió saber el emperador— ¿Es tan difícil mantenerse en posición?