Inquisición (21 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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— Nunca comas en una fiesta thanetana, pues luego pretenderán que pagues la cuenta —contraatacó Ravenna con otro dicho, pero noté cómo contenía la respiración al oír las palabras de Mauriz. Él no podía saber quién era ella. No a menos que Palatina se lo hubiese dicho.

—Sólo deberían tener esclavos los que alguna vez lo han sido —añadió Mauriz— Tercera línea del (Código, redactada en un momento en que la esclavitud era todavía mas usual en Thetia, antes de que la legisladora Valentina II la declarase una práctica injusta y malvada. Desde entonces todos los que habían sido esclavos se han convertido en terai obligados a servir sólo durante tres años.

— Una práctica por completo olvidada fuera de Thetia —advirtió Ravenna.

— Parece que no has comprendido mis palabras. Aetius IV lo dijo con mayor claridad.

— No comandará mi ejército nadie que no haya ocupado las posiciones más inferiores —intervino Palatina, y se encogió de hombros en señal de disculpa— Pierde un poco de fuerza con la traducción.

El vocabulario de Palatina parecía pobre y torpe en comparación con la manera perfecta y carente de acento de hablar la lengua del Archipiélago de Mauriz.

— ¿Por qué hablamos entonces de ejércitos y comandantes?, Qué tiene eso que ver con una república? En todo caso, no dudo que todos vosotros habréis pasado por experiencias semejantes replicó Ravenna mientras cambiaba de posición, tan poco acostumbrada como yo al diván. Estaba tan cerca de ella que podía todavía el tinte de su pelo.

— Es una distinción de honor para todos los thetianos —afirmó Mauriz, aunque no tenía aspecto de haber servido jamás a nadie.

— ¿Y qué alcance tiene ese principio? Se trata de una norma poderosa, que puede ser llevada al extremo. Estoy segura de que los filósofos la debatirán en el foro. ¿Sólo puedes condenar si alguna vez has estado entre rejas? ¿Sólo puedes asesinar si alguna vez te han asesinado?

— Esas palabras no son dignas de ti —repuso Mauriz, y sus palabras se superpusieron con las de Telesta:

— Mauriz, así no vamos a ninguna parte.

Era la primera vez que veía bien a Telesta, ya que siempre había estado a la sombra de Mauriz. ¿Por qué vestía siempre de negro, con apenas ese toque dorado en el cuello de su túnica? Su cabello estaba recogido firmemente hacia atrás, sin adornos. Su estilo era austero, parecido al de un sacerdote. El negro y el dorado eran los colores de los magos mentales. ¿Acaso ella lo era? Eso era improbable, ya que el Dominio tenía el monopolio de los magos de la mente, así como de toda magia, con excepción de la curativa. O al menos se suponía que lo tenían. Tekla debía de ser un disidente protegido por sus servicios al emperador.

— Todo lo contrario. Esto es muy importante. Mis invitados me acusan indirectamente de humillarlos, una acusación que no se hace con frecuencia. Antes debo responder a ella.

Supuse que no sería muy común, ya que ningún integrante del clan Scartari osaría contrariarlo, aunque seguramente muchos tendrían motivos de queja.

— Entonces ¿cómo te declaras? —le preguntó Palatina inmediatamente.

— Culpable, pero, dado que soy yo quien preside este tribunal, lo que en cierto sentido lo convierte en una especie de tribunal imperial, ¿no os parece?, me concedo la posibilidad de justificarme

Paseó luego la mirada desde Ravenna hasta mí antes de decir bruscamente:

— Era una prueba.

— ¿Es decir que fue una actitud deliberada, no un descuido?

— ¿Creéis que cometería tal descuido? Se trataba de una prueba, aunque no teníamos mucho tiempo —lo dijo como dando a entender que el escaso tiempo era responsabilidad de alguien, y que él hubiese preferido una prueba más prolongada— Una prueba de observación, de reacción. Y también un modo de constatar si había salvado a un tirano o a un liberador.

— Mauriz, hablas como si tu plan fuese una ciencia exacta —interrumpió Telesta— Un liberador... quizá. Del mismo modo un tirano... es posible. Pero con sólo eso no defines a un hombre. Las cosas nunca son tan simples.

— No puedes distinguir entre ambos con tanta facilidad —añadió Palatina— Hay sutilezas, reflejo de años de condicionamientos. Por ejemplo, si hubiese sido criado como hijo de un sastre, tu prueba no habría tenido el menor sentido.

— Pero no ha sido criado como hijo de un sastre. Y tampoco Ravenna. No me extraña que se tomen a mal todo esto. Pero incluso podrían haber sido enviados a un monasterio, obligados a pasar el resto de sus vidas junto a monjes cobardes. Es un hecho que ninguno de los dos ha ocasionado problemas.

— Sacas conclusiones muy apresuradas —afirmó Palatina negando con la cabeza— Quizá esto nos ayude en algo, pero no tanto como tú crees.

— ¿No habrías hecho lo mismo en mi lugar? Supongo que no es una pregunta justa, pues estoy seguro de que sí, si hubieses creído que así obtendrías la información que necesitas. Pero de todos los que conociste fuera de Thetia... ¿cuantos te parece que...?

— Pocos, pero lo que tú deseas es compararlo con el emperador, ¿verdad? ¿Qué me dirías que habría sucedido en caso de haber traído a Orosius como lo has hecho con Cathan? ¿Habría pasado la prueba del mismo modo?

— Quien ha nacido cruel y arrogante crecerá de ese modo viva donde viva, al igual que los oficiales de menor rango, reyes de sus propias modestas palabras, y que cualquier emperador de cuello tieso en su palacio.

¿Era Mauriz quien decía todo eso?

Palatina negó con la cabeza mientras Telesta se ponía cada vez más rígida e impaciente. Telesta ocupaba el primer diván, junto a Mauriz. Sentí un escalofrío cuando una brisa fría cruzó la sala desde una de las ventanas abiertas. Me pregunté entonces si no sería peligroso, pero luego razoné que fuera habría centinelas custodiándolas. Los marineros de Mauriz o quizá alguien de mayor confianza, como Tekla.

— ¿No estás de acuerdo con eso? ¿No crees que Orosius es arrogante por naturaleza? —inquirió Telesta con cierta reticencia Si lo que ella deseaba era ir al grano, entonces ¿por qué prolongaba la discusión?

— El emperador es diferente —dijo Palatina— Incontrolable. Nadie le ha dado una orden desde hace diez años o incluso más. Con su poder, nadie se atreve. No existe ninguna posibilidad bajo las estrellas de que Orosius haya sido alguna vez sirviente de alguien.

— Otra vez me has malinterpretado —advirtió Mauriz como si se estuviese dirigiendo a un crío— Todos sabemos que Orosius jamás habría aceptado hacer de criado del modo que lo hizo Cathan, ni siquiera por un instante. Pero no era a Orosius a quien estábamos probando. No sé más de Cathan de lo que me han informado, de modo que debo juzgar por mí mismo. Eso será... crucial.

Respiré profundamente, consciente de que existían matices de la conversación que no había podido comprender.

— Al parecer, Mauriz, me consideras una especie de instrumento —afirmé de forma deliberada, interviniendo por primera vez— Alguien a quien estás utilizando para realizar un trabajo. Y doy por sentado que eso requerirá mi consentimiento.

— Tú deseas que te trate de igual a igual —interrumpió Mauriz anticipándose a mis siguientes palabras.

— Sí. Me has salvado la vida con intención de que te ayude. Eso me pone en deuda contigo. Y en caso de ser necesario, conservaré este disfraz hasta que hayamos convenido una compensación. ¿Te cuesta tanto esfuerzo tratarme como si fuese algo más que un instrumento? Nunca tratarías de modo tan brusco a un sirviente auténtico, ¿verdad? Después de todo, el sirviente de hoy podría ser el presidente del mañana. ¿No es así?

Vi que Mauriz se ponía serio y supe que había dado en el blanco. En su mayoría, los sirvientes de las familias thetianas eran jóvenes que iniciaban una carrera o viejos que obtenían así algún ingreso en su retiro parcial. Pero en otros tiempos las cosas no eran así. Hablo de doscientos años atrás, cuando un sirviente de los Scartaris consiguió escalar hasta la presidencia del clan tras fingí ser un integrante de éste.

— Esta noche estáis disfrazados de sirvientes —explicó Mauriz encogiéndose de hombros— No estáis seguros en la ciudad y todo está lleno de espías. ¿Habríais preferido que os tratase como huéspedes de honor esta tarde?

— Me parece —respondió Ravenna con cautela poco después que te reservabas la satisfacción de ver a una Tar´Conantur vistiendo ropas de criada y fregándote el suelo. Ale parece también que aquí de lo que se trata es del emperador y no de Cathan.

Tras esas palabras, el ambiente de la reunión cambió por completo y la conversación prosiguió por otro lado.

Telesta miró a Mauriz con sus atentos ojos verdes, ansiosa por conocer su reacción. En esta ocasión, el silencio duro un poco más, lo bastante para oír la suave llamada de un ave nocturna proveniente de una ventana.

— ¿Qué es lo que te hace suponer tal cosa? —dijo por fin Mauriz. No era una respuesta satisfactoria, no por mucho tiempo.

— Dinos qué es lo que planeas hacer —intervino Palatina— Sabremos guardar el secreto.

No fue Mauriz sino Telesta quien, plenamente concentrada, respondió en esta ocasión:

— El mes que viene se cumplirán veinticinco años del momento en que el primado Kavadh proclamó una guerra santa contra el Archipiélago. En nombre de Ranthas, ofreció un lugar en el paraíso a todos los que combatieran. Era una cruzada, una gloriosa acción de fe. Sabéis bien lo que sucedió. Las llamas, la destrucción, las masacres. Fuego, fuego por todas partes. Más de ciento cincuenta mil muertos sólo en los territorios centrales. Tantas cosas bellas e irreemplazables se perdieron en esa devastación... Destruyeron diecinueve ciudades hasta que el Archipiélago se rindió en Poseidonis para salvar a la isla de Qalathar de ser destruida. Ellos no tenían líderes, ni flota, ni ejército. Solicitaron ayuda, pero ésta nunca llegó.

Narraba la historia como lo hubiese hecho un historiador. No con la sequedad académica de las salas de las grandes bibliotecas, sino como alguien que sabía en qué consistía la vida. Alguien que sabía qué eficiente es la emoción, pero empleada en esencia como herramienta y nada más. Su voz se oía calmada tras la sorprendente expresividad de Mauriz, que había dado dureza a sus palabras pese a su propia arrogancia. De cualquier modo, la escuché atentamente.

— La única nación en el mundo que podría haber ayudado, aquella cuyos habitantes son primos de los del Archipiélago, no hicieron nada en absoluto. El emperador Perseus no envió respuesta alguna a sus súplicas, apenas un escueto mensaje diciendo que no podía intervenir. El Dominio impuso normas religiosas en Qalathar, elevó a los zelotes al cargo de gobernadores, con avarcas extranjeros manejando los hilos. El exarca del Archipiélago gozaba de poder para dictaminar la vida o la muerte en el territorio del Archipiélago, incluso en aquellas islas que estaban fuera de su control inmediato. Ha habido numerosas purgas en los años que nos separan de ese momento, una represión que ha proseguido una y otra vez. Llevo viviendo algún tiempo en el Archipiélago, narrando lo que nos queda de su historia antes de que vuelvan a cubrirnos las tinieblas. Sus habitantes han sabido siempre que vendría esta inquisición, que aún eran demasiado independientes para el gusto del Dominio. La Inquisición está aquí para acabar con la resistencia en el Archipiélago, para quemar hasta al último hereje y hacer que la adoración de Ranthas vuelva a predominar. Y ahora la gente de aquí está mucho menos preparada para resistir que la última vez, ahora carece de líder. No tienen a nadie más que a un emperador tiránico, un sujeto que debió haber sido ahogado al nacer.

Quizá, las últimas palabras proviniesen de lo más profundo de su alma, pero no podía asegurarlo. Todavía no la conocía lo suficiente.

Sin embargo, comenzaba a notar con incomodidad hacia dónde conducía su discurso, aunque aún quedaba por responder una pregunta. Esperaba que fuese una respuesta que ninguno de ellos conociese todavía, pero probablemente eso era una ilusión por mi parte. Las siguientes palabras de Mauriz, sin embargo, trataron de algo bien diferente y demostrarían ser fatales. Una y otra vez me he preguntado desde entonces si existía algo que yo pudiese o debiese haber dicho, una interrupción de alguna clase que, por milagro, le hubiese impedido proseguir. Por decirlo de algún modo, la suya era una propuesta que habría sido ya de por sí herética y sediciosa de no haber existido cinco personas más en aquel salón.

— Naturalmente está la faraona, y muchas personas la veneran, quienquiera que sea. Pero su valor es sobre todo simbólico y se ha cometido un error al mantenerla oculta. En caso de aparecer, le resultará muy difícil demostrar su identidad y casi con seguridad acabará como una marioneta del Dominio.

Pude ver y sentir la furiosa tensión de Ravenna, y también la notó Telesta, que debió de malinterpretarla. Ignoraban la verdadera identidad de Ravenna, y en ese momento deseé que la conociesen.

— Eres de Qalathar, ¿no es cierto? —le preguntó Telesta a Ravenna, atreviéndose a interrumpir el discurso de Mauriz.

— Tú no lo eres —le dijo Ravenna a Mauriz, saltándose el protocolo.

— La faraona tiene un gran valor simbólico —repitió— No como líder Carece de experiencia, tanto en la guerra como en cualquier otra cosa que pueda ayudar a salvar Qalathar Me temo que un símbolo no será suficiente.

— Entonces, ¿quién será mejor que ella? —intervino Palatina, que había mantenido la compostura, pero que sin duda estaba tan preocupada como yo. ¿Cómo pudo Mauriz decir tal cosa estando Ravenna en la sala? Aunque él no podía saber quien era Ravenna, al menos estaba al tanto de que era una de las seguidoras de la faraona y quizá incluso su confidente.

La pregunta de Palatina, cuya intención era calmar las aguas agitadas, fue un error. Debería haberme percatado antes de que Mauriz continuase, pero estaba demasiado preocupado por Ravenna para asimilar las implicaciones que tenían las siguientes palabras de Telesta.

—Estoy segura de que todos vosotros conocéis la antigua tradición thetiana de los gemelos de la familia imperial. Sucede en cada generación y ha habido una única excepción en cuatrocientos años.

Eso era cierto, y nadie había sido capaz de explicar ni la tradición ni su interrupción. Se creía que el linaje de gemelos había acabado doscientos años atrás con el asesinato de Tiberius. La excepción se produjo cuando el primo de Tiberius e hijo de Carausius, Valdur, usurpó el trono. El fue el fundador del Dominio.

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