Impávido (45 page)

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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Impávido
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Todavía quedaban varias horas para llegar al punto de salto hacia Tavika y ya tenía un problema nuevo al que enfrentarse. Pero, ¿cuál era el problema?. Últimamente Desjani parecía haber acogido a Rione, si bien no de forma cordial, al menos sí con una cierta tolerancia. Por otra parte, desde la reunión de la flota, Rione se las había arreglado para darle esquinazo. Geary aún no sabía qué pensaba ella acerca de los acontecimientos que habían tenido lugar durante la reunión, y desde entonces, en las breves conversaciones que había mantenido con Rione, ella había alegado que estaba ocupada investigando y con otras tareas.

Geary llegó a su camarote, se sentó y se quedó un rato contemplando el visualizador estelar antes de pulsar el control de comunicación interna.

—Capitana Desjani, le agradecería que se pasara por mi camarote cuando le sea posible.

—Ahora mismo bajo, señor —respondió Desjani con un tono de lo más profesional que no dejaba entrever nada. En pocos minutos estaba allí, con una actitud tranquila pero con cierta desazón en la mirada.

—Siéntese, por favor —le ofreció Geary. Desjani, tensa, tomó asiento con la espalda muy recta, sin relajarse ni un ápice. A pesar de que normalmente permanecía atenta cuando se encontraba en su camarote, esta vez se mostraba mucho más agarrotada—. Lo siento si me estoy metiendo donde no me llaman, pero necesito preguntárselo otra vez. ¿Podría decirme sobre qué discutían la copresidenta Rione y usted?

Ella miró por encima de su hombro con el rostro imperturbable.

—Con el debido respeto, preferiría no responder, señor, dado que el asunto es de carácter personal.

—Está en su derecho —convino Geary con contundencia—. Pero debo insistir en saber una cosa. Se trate de lo que se trate, ¿podrá seguir trabajando con la copresidenta Rione de manera eficiente?

—Le aseguro que estoy completamente capacitada para llevar a cabo todas mis funciones con profesionalidad, señor.

Él asintió dejando traslucir cierto descontento.

—No puedo pedir más. Por favor, infórmeme si cree que eso puede cambiar, y por favor, si en un futuro considera que el asunto sobre el que estaban discutiendo podría afectar a la seguridad y el bienestar de esta flota y de su personal, estime oportuno darme cuenta de ello.

Desjani asintió a su vez, controlando aún su expresión.

—Sí, señor.

—Comprenda que me encuentro en una situación muy incómoda.

—Lo siento, señor.

—Muy bien, entonces.

Geary estaba a punto de decirle a Desjani que podía retirarse cuando la puerta de su camarote se abrió y Rione entró, poniendo claramente de manifiesto, ya fuera deliberadamente o sin advertirlo, que tenía acceso personal al habitáculo de Geary. Era toda una coincidencia que Rione hubiera escogido precisamente ese momento para volver a visitar su camarote, después de haberlo evitado desde la reunión.

Rione los miró desapasionadamente.

—¿Interrumpo algo?

Desjani se levantó y le devolvió el mismo gesto.

—En absoluto, señora copresidenta. Ya me marchaba.

Geary las observó, fascinado a su pesar. Era como ver a dos cruceros de batalla rodeándose mutuamente, con todos los escudos a la máxima potencia, todas las armas listas para disparar, pero manteniendo un férreo control sobre cada uno de sus movimientos para que la situación no degenerara en un baño de sangre. Y no tenía ni la más remota idea de por qué las dos se hallaban al borde de la hostilidad.

—Gracias, capitana Desjani —dijo delicadamente, preguntándose si una palabra mal elegida por su parte podría dar rienda suelta al fuego a discreción. No era lo bastante egoísta para pensar que aquellas dos mujeres se estaban peleando por él, lo cual lo dejaba desorientado en cuanto a lo que podía haber sucedido entre ellas.

Desjani salió y en cierto modo dio la sensación de que la escotilla se cerraba con más fuerza de la habitual detrás de ella. Geary exhaló pesadamente y miró a Rione.

—Tengo muchas cosas de las que preocuparme, ¿sabes?

—Eso lo he notado más de una vez —aceptó Rione con el mismo tono distante.

Geary la estudió por un instante, preguntándose cómo podría asumir esa actitud tanto familiar como desconocida, algunas veces al mismo tiempo.

—¿Quién está aquí ahora mismo? ¿Estoy hablando con Victoria o con la copresidenta Rione?

Ella volvió a mirarlo con frialdad.

—Eso depende. ¿Estoy hablando con John Geary o con
Black Jack
Geary?

—Sigo siendo John Geary.

—¿De verdad? El otro día vi a
Black Jack
. Estaba preparándose para ordenar que le pegaran un tiro a alguien. Quería hacerlo.

—No era el único. —Geary apartó la vista—. Tal vez viste a
Black Jack
. Pero
Black Jack
no tomó ninguna decisión.

—Estuve cerca, ¿no es así? —Rione mantenía las distancias, una separación tanto física como emocional—. ¿Qué se siente al saber lo que podrías hacer si quisieras?

—Da miedo.

—¿Solo eso?

Geary tomó una lenta y profunda bocanada de aire y la expulsó despacio, recuperando los sentimientos que lo habían inundado en aquel momento.

—Sí. Me di un susto de muerte, porque era muy atractivo. Porque quería que esos idiotas pagaran por lo que habían hecho y sabía que podía salirme con la mía si quería. Y saber que podía salirme con la mía me dio miedo. —Geary clavó sus ojos en Rione—. ¿Y qué sientes tú?

—¿Yo? —Rione sacudió la cabeza—. ¿Por qué iba a sentir nada?

—¿Eso significa que hemos terminado? ¿Has venido a decirme eso? ¿Por eso me has evitado desde la reunión?

—¿Terminado? —parecía que Rione necesitaba un minuto para pensarse la pregunta. Entonces volvió a hacer un gesto de negación—. No. Hay… algunos asuntos que tengo que solucionar. Sin embargo, quiero estar cerca de John Geary. Creo que puede necesitarme.

—¿Y qué hay de
Black Jack
? —preguntó Geary recordando que Rione había dejado claro que, por encima de todo los demás, debía fidelidad a la Alianza, y no a él.

—Si vuelve a aparecer, también me gustaría estar cerca. —Lo dijo tranquilamente, en un tono que seguía careciendo prácticamente de emoción, y con los ojos fijos en los de Geary.

¿Para salvaguardar mi honestidad?,
se preguntó.
¿O para asegurarte de que te encuentras en una posición privilegiada para sacar rédito del poder que Black Jack no dudaría en utilizar?

¿O para cerciorarte de que Black Jack no perjudica a la Alianza clavándole un cuchillo mientras duerme? ¿Alguna vez me imaginé que me acostaría con una mujer que literalmente podría matarme si pensara que es lo mejor para todo aquello en lo que cree? ¿Cosas en las que también yo creo?

Por lo menos de este modo yo también puedo mantenerla vigilada.

—Queda mucho camino hasta llegar al espacio de la Alianza —afirmó Geary—. Pero llegaremos, no importa lo mucho que nos acosen los síndicos. Esta flota volverá. Y el capitán John Geary regresará. Cualquier ayuda que puedas ofrecer será siempre bienvenida. Tu compañía también es siempre bienvenida.

Al menos, casi siempre.

—Ahora creo que esta flota logrará regresar —aceptó Rione con voz sosegada—. Veremos si John Geary lo consigue.

Fearless

Praise for the novels of

JACK CAMPBELL

“Jack Campbell has written the most believable space battles I’ve ever seen anywhere. He takes distances and relativity into consideration to a degree I’ve never seen before.”

—David Sherman, coauthor of the Starfist series

Praise for

THE LOST FLEET: DAUNTLESS

“A rousing adventure.”

—William C. Dietz

“Jack Campbell’s dazzling new series is military science fiction at its best. Not only does he tell a yarn of great adventure and action, but he also develops the characters with satisfying depth. I thoroughly enjoyed this rip-roaring read, and I can hardly wait for the next book.”

—Catherine Asaro, Nebula Award–winning author of Alpha

“A slam-bang good read that kept me up at night…A solid, thoughtful, and exciting novel loaded with edge-of-your-seat combat.”

—Elizabeth Moon,

Nebula Award–winning author of Engaging the Enemy

To Stanley Schmidt,

a great editor, a great writer, and a very decent human being.

Thanks for helping so many writers, including myself,

become better at our work.

And I have no doubt that despite this dedication,

Stan will continue rejecting anything I send him

that doesn’t meet his standards.

For S., as always.

ACKNOWLEDGMENTS

I’m indebted to my editor, Anne Sowards, for her valuable support and editing, and to my agent, Joshua Bilmes, for his inspired suggestions and assistance. Thanks also to Catherine Asaro, Robert Chase, J. G.

(Huck) Huckenpöhler, Simcha Kuritzky, Michael LaViolette, Aly Parsons, Bud Sparhawk, and Constance A. Warner for their suggestions, comments, and recommendations. Thanks also to Charles Petit for his suggestions about space engagements.

ONE

SHIPS appeared against the black of space, squadrons of destroyers and light cruisers flashing into existence, followed by groups of heavy cruisers, then the divisions of battle cruisers and battleships, massive platforms for the deadliest weapons mankind had been able to create. In the distance a bright speck of light marked the star humanity had named Sutrah, so far away that the people living on the worlds near that star wouldn’t see the light announcing the Alliance fleet’s arrival for almost five hours yet.

The Alliance fleet, which had jumped into normal space here, appeared to be incredibly powerful as its formations fell toward Sutrah. It seemed impossible that something so strong could fear anything. But the Alliance fleet was running for its life, and Sutrah, deep within the enemy territory of the Syndicate Worlds, was but a necessary stepping stone on the way to ultimate safety.

“WE have detections of Syndicate Worlds light warships at ten light-minutes, bearing ten degrees down to starboard.”

Captain John “Black Jack” Geary sat in the fleet commander’s seat on the bridge of the Alliance battle cruiser Dauntless, feeling over-tensed muscles slowly relax as it became apparent he’d once more guessed right. Or the Syndicate fleet commanders had guessed wrong, which was just as good. No minefields had awaited the Alliance fleet as it exited from the jump point, and the enemy warships so far spotted posed no real threat to his fleet.

No, the major threat to his ships remained inside the fleet itself.

Geary kept his eyes on the three-dimensional display projected before him, watching to see if the neat ranks of the Alliance formation would dissolve into chaotic pursuit of the Syndic ships as discipline gave way to a desire to get in on a kill.

“Captain Desjani,” he directed the commanding officer of the Dauntless. “Please broadcast a demand to those Syndicate warships to surrender immediately.”

“Yes, sir.” Tanya Desjani had learned to hide her reactions to Geary’s old-fashioned and (to the thinking of modern times) softhearted concepts like granting the option of surrender to an enemy force that could be easily destroyed.

He had slowly learned why she and the others in the fleet felt that way. The Syndicate Worlds had never been known for the humanity of their rulers or for concepts like individual freedom and justice that the worlds of the Alliance held dear. The unprovoked, surprise attacks by the Syndics, which had started this war, had left a bitter taste that still lingered, and over the century since then, the Syndics had taken the lead in a race to the bottom when it came to win-at-any-price tactics. Geary had been shocked to learn that the Alliance had come to match the Syndics atrocity for atrocity, and even though he now understood how that had happened, he would never tolerate it. He insisted on abiding by the old rules he’d known, rules that tried to control the rage of war so that those fighting it didn’t become as bad as their enemies.

Geary checked the system display for at least the tenth time since sitting down. He’d already memorized it before then. The jump point his fleet had exited was just under five light-hours from Sutrah. Two worlds in the system were inhabited, but the nearest of those to the fleet was only nine light-minutes from the star. It wouldn’t see the arrival of the Alliance fleet in this system for another four and a half hours.

The other inhabited world was slightly farther away from the fleet, a mere seven and a half light-minutes from Sutrah. The Alliance fleet wouldn’t have to go close to either as it transited Sutrah Star System en route to another jump point on the other side from which it could make the leap to another star.

Around the depiction of the Alliance fleet on the system display, an expanding bubble marked the area in which something like a real-time picture of events could be evaluated. Right now, the fleet could see what the closest inhabited world had looked like four and a half light-hours ago. That was a comfortable margin, but it also allowed a lot of time for unanticipated events to pop up and surprise you when the light from them finally arrived. The star Sutrah itself could’ve exploded four hours ago, and they wouldn’t see the light from the event for almost another hour.

“Red shift on the Syndic ships,” a watch-stander announced, unable to keep disappointment out of his voice.

“They’re running,” Desjani added unnecessarily.

Geary nodded, then frowned. The massively outnumbered Syndic force they’d encountered at Corvus had nevertheless fought, with only one ship ultimately surrendering but three others annihilated. The Syndic commander there cited Syndic fleet regulations as requiring that suicidal action. Why are the Syndics here behaving differently? “Why?” he asked out loud.

Captain Desjani gave Geary a surprised look. “They’re cowards.”

Geary managed not to snap out a forceful reaction. Desjani, like so many of the other sailors and officers in the Alliance, had been fed propaganda about the Syndic enemy for so long that they believed it all, even when it didn’t make sense. “Captain, three of the Syndic ships at Corvus fought to the death. Why are these running?”

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