¿Acaso la política de acero con la que había tratado se avergonzaba de esos rumores? Pero, de ser así, ¿por qué seguía visitándolo?
Geary se quedó un momento apoyado con el brazo contra la pared y mirando al suelo, recordando los primeros días después de ser reanimado tras el período de hibernación que lo había mantenido con vida durante un siglo, un lapso de tiempo en el que todo aquel que había en su vida había muerto luchando o de viejo. La conmoción que sufrió al enterarse de que todos aquellos a los que había conocido y amado, hombres y mujeres, estaban muertos desde hacía tiempo lo había llevado a descartar la idea de entablar nuevas relaciones. El hielo que una vez lo inundó parecía haber desaparecido casi por completo, pero seguía ocupando ese único lugar, temiendo retroceder para dejar que el calor volviera a surgir.
Una vez perdió a todo el mundo. Podría volver a suceder. Y no quería que la próxima vez le doliera tanto.
El quinto planeta parecía exactamente la clase de lugar creado para un campo de trabajo síndico. Demasiado alejado del sol como para saber lo que es un verano auténtico, la mayor parte del mundo parecía estar formado por anodinos campos de tundra que en raras ocasiones quedaban interrumpidos por desnudas cordilleras montañosas dentadas que se elevaban como islas desde un mar de vegetación baja y tosca. Los glaciares que se extendían desde los polos parecían contener una gran proporción del agua del planeta, junto con unos pequeños mares poco profundos que salpicaban las zonas que no estaban cubiertas de hielo. Al contemplar aquel desolado lugar, Geary no tuvo ningún problema para entender por qué Sutrah no había sido considerada digna del gasto que suponía una puerta hipernética. A no ser que el cuarto planeta fuera un auténtico paraíso, lo cual era del todo imposible, ya que se encontraba demasiado cerca del sol y probablemente tendría una temperatura demasiado elevada como para ser agradable. Sutrah era justo la clase de lugar que había dejado de importar cuando se creó la hipernet síndica.
Antes, empleando las entradas del salto entre sistemas que podían transportar naves de una estrella a otra, cualquiera que fuera a cualquier sitio tenía que atravesar todos los sistemas estelares que había entre uno y otro lugar. Cada uno de esos sistemas tenía garantizado un cierto volumen de tránsito que abría el paso a otros destinos. Pero la hipernet permitía que las naves se desplazaran directamente de una estrella a otra sin importar la distancia que mediara entre ellas. Sin naves que la atravesaran, y sin ningún valor especial que no fueran las propias casas de la gente que de pronto se había encontrado viviendo en ninguna parte, los sistemas excluidos de hipernet estaban agonizando lentamente, y cualquiera que pudiera emigrar se trasladaba a un sistema conectado a la hipernet. Las comunidades humanas del quinto planeta de Sutrah se estaban desvaneciendo aún más rápido de lo que era habitual. A juzgar por lo que detectaban los sensores de la Alianza, dos tercios enteros de las antiguas viviendas del mundo estaban deshabitadas, no mostraban signos de calor o de actividad.
Geary volvió a concentrarse en la representación del campo de trabajo del quinto planeta. Había minas en las inmediaciones, lo cual podía significar que tenía un valor económico real, pero también podía existir solamente como un lugar para acabar con la vida de los prisioneros del campo a base de trabajo. No había muros, pero tampoco los necesitaba: fuera del campo no había nada más que aquellos terrenos vacíos de tundra. Escapar equivaldría al suicidio, a no ser que alguien tratara de salir a través del campo de aterrizaje, y allí sí que había muros de alambre de cuchilla.
Se dio cuenta de que la capitana Desjani estaba esperando pacientemente a que le prestara atención.
—Discúlpeme, capitana. ¿Qué piensa usted de mi estrategia? —dijo Geary, incómodo por tener que intentar plantar los pies en la órbita de aquel planeta, había trazado un plan según el cual la flota frenaría y soltaría los transbordadores al pasar lo más cerca posible del mundo, luego dibujaría un amplio círculo en el exterior de las órbitas de las pequeñas lunas del quinto planeta antes de regresar para recoger los transbordadores de vuelta con los prisioneros liberados.
—La recogida irá más rápido si ponemos naves en órbita —sugirió Desjani.
—Sí. —Geary frunció el ceño mirando el visualizador—. No hay señales de campos de minas, no se ve ningún dispositivo de defensa en el planeta, e incluso la base militar síndica parece estar medio clausurada. Pero hay algo que me sigue preocupando.
Desjani asintió pensativa.
—Después de que los síndicos intentaran emplear contra nosotros buques mercantes en misiones suicidas es comprensible que le preocupen las amenazas no detectadas.
—Los síndicos tuvieron tiempo de preparar la trampa del campo de minas. Eso significa que también tuvieron tiempo de ocultar ese campo de trabajo y hasta de intentar trasladar a los prisioneros que había allí. Pero no hay indicios de que lo hayan hecho. ¿Por qué? ¿Porque es un anzuelo mucho más atractivo para nosotros que para esos buques de guerra ligeros que hay cerca del punto de salto? ¿Algo que no podemos pasar por alto?
—Y sin embargo, esta vez no hay señales de emboscada. No hay señales de nada que nos pueda atacar.
—No —aceptó Geary, preguntándose si en realidad solo se estaba pasando de cauto—. La copresidenta Rione dijo que los líderes planetarios civiles síndicos con los que habló parecían unos idiotas asustados. Pero no había ni un solo oficial militar disponible para hablar.
Eso hizo que Desjani frunciera el entrecejo.
—Interesante. Pero ¿qué pueden estar planeando? Si escondieran algo ya deberíamos haberlo detectado.
Geary tecleó los controles irritado.
—Imaginemos que entramos en órbita. La flota es tan grande que tendríamos que quedarnos bien lejos del planeta.
—Esas lunas van a ser un incordio, pero no son mucho más grandes que los asteroides. Cualquier formación que pase cerca de ellas podría esquivarlas fácilmente, puesto que se desplazan en un grupo amplio y sobre órbitas fijas.
—Sí. Y tenemos que superarlas de todas formas, incluso con mi plan. —Miró fijamente el visualizador. Nada de lo que había aprendido acerca de la guerra desde su rescate parecía resultar de mucha ayuda, de modo que Geary retrotrajo su memoria y procuró recordar las lecciones que le impartieron oficiales experimentados muertos tiempo atrás, la clase de profesionales que habían perecido en las primeras décadas de la guerra junto con todos aquellos a los que había enseñado los trucos del oficio. Por alguna razón, el avistamiento de pequeñas lunas le evocó recuerdos de uno de esos trucos: una nave solitaria escondida detrás de un mundo mucho mayor para arremeter contra un objetivo que iba de paso. Pero eso no tenía sentido. Las lunas del quinto planeta eran demasiado pequeñas para ocultar cualquier cosa mayor que unas pocas unidades ligeras, e incluso los ataques suicidas por parte de naves tan pequeñas fracasarían frente al enorme poderío de la flota de la Alianza, concentrada en una formación cerrada para minimizar la distancia que tendrían que recorrer los transbordadores.
Pero ¿qué había dicho el comandante de la otra nave?
«¡Si hubiera sido una serpiente, podría haberte picado! Estaba justo encima de ti
y
ni siquiera lo sabías.»
Geary sonrió, incómodo.
—Creo que sé lo que están planeando los militares síndicos y por qué esos civiles del quinto mundo están tan asustados. Vamos a hacer unas cuantas modificaciones sobre este plan mío.
El quinto mundo, del cual ahora Geary sabía que recibía el poético nombre de Sutrah Cinco, siguiendo el típico estilo burocrático de los Mundos Síndicos, se encontraba ahora a tan solo treinta minutos a la velocidad actual de la flota de la Alianza. Según el plan original, la flota habría empezado a frenar y a acercarse a puerto en ese momento, estableciendo un paso por encima del planeta y cruzando inevitablemente el espacio en el que orbitaban las lunas de Sutrah.
Volvió a echar un vistazo a las cinco lunas. Orbitaban en racimo, a una distancia de unas pocas decenas de kilómetros las unas de las otras. Hubo un tiempo en que probablemente habían constituido un único y gran bloque de materia, pero, en un momento dado, la tensión de las mareas del quinto planeta, o tal vez el paso cercano de algún otro objeto grande, había partido en cinco fragmentos la luna única.
Geary tecleó sus controles de comunicación.
—Capitán Tulev, ¿están listas sus naves?
—Preparadas —informó Tulev sin que su voz delatara emoción alguna.
—Puede disparar cuando esté listo —ordenó Geary.
—Entendido. Disparando proyectiles ahora.
En el visualizador de Geary, unos grandes objetos se desprendieron de los cuerpos de las naves de Tulev, lanzándose a propulsión y guiados por dispositivos que elevaron su velocidad ligeramente por encima de la velocidad de la luz de la flota.
La copresidenta Rione, que ocupaba el asiento de observador del puente de mando del
Intrépido,
miró a Geary.
—¿Estamos disparando? ¿Contra qué?
—Esas lunas —explicó Geary. Advirtió como la capitana Desjani trataba de ocultar una sonrisa ante la sorpresa de Rione.
—¿Las lunas del quinto mundo? —La voz de la copresidenta Rione dejaba traslucir una escéptica curiosidad—. ¿Le desagradan particularmente las lunas, capitán Geary?
—Normalmente no. —Geary sintió una perversa satisfacción al saber que los espías que Rione tenía en su flota no habían oído hablar de aquella operación.
Ella quedó a la espera, y finalmente se relajó lo suficiente como para seguir preguntando.
—¿Por qué lanza una ataque sobre esas lunas?
—Porque creo que son armas. —Geary tecleó algunos comandos y desplegó unas imágenes ampliadas de las lunas, cuyas superficies se parecían a las de los asteroides—. ¿Ve esto? Son indicios de que se han llevado a cabo tareas de excavación. Bien ocultos, para que tengamos que buscarlos, pero ahí están.
—¿En una luna pequeña y sin aire? —preguntó Rione—. ¿Cómo puede determinar que son recientes?
—Desde aquí no podemos. Pero las cinco lunas muestran las mismas señales.
—Ya veo. —De Rione se podía decir cualquier cosa, pero pensaba rápido—. ¿Qué cree que han enterrado dentro de esas lunas, capitán Geary?
—Petardos, señora copresidenta. Unos petardos gordísimos. —Las imágenes que representaban los enormes proyectiles de energía cinética, o «rocas grandes» en la terminología de la Marina, estaban saliendo con regularidad de las naves de Tulev con una trayectoria curvada en dirección a las lunas. A pesar del increíble daño que podían infligir, normalmente esas armas no se podían utilizar, porque cualquier cosa con capacidad de maniobra las podía esquivar fácilmente. Pero las lunas estaban fijas en sus órbitas, siguiendo el mismo rumbo que llevaban trazando una innumerable cantidad de años alrededor del quinto planeta. Se hacía extraño pensar que después de aquel día esas lunas no volverían a orbitar en torno a aquel mundo nunca más.
Geary activó el circuito de mando de la flota.
—Aviso a todas las unidades, ejecuten la maniobra Sigma establecida a las cuatro punto cinco.
El tiempo fue descontando y todas las naves de la flota viraron empleando sus sistemas de propulsión para reducir la velocidad y alterar simultáneamente el rumbo a estribor para pasar junto a Sutrah Cinco por el lado más alejado del lugar en el que las lunas de ese mundo tenían su cita con los proyectiles lanzados por la flota de la Alianza. Geary observó y esperó deleitándose en la intrincada danza, todas aquellas naves moviéndose al unísono enmarcadas en la oscuridad del espacio. Hasta las torpes y en parte mal llamadas naves auxiliares rápidas de la flota, como la
Titánica
y la
Hechicera
, se desplazaban con lo que parecía una desacostumbrada agilidad.
Veinte minutos más tarde, mientras las flota de la Alianza deceleraba en su aproximación a Sutrah Cinco, los enormes proyectiles de metal sólido lanzados por las naves de Tulev impactaron casi simultáneamente contra las cinco lunas de Sutrah a una velocidad de algo más de treinta mil kilómetros por segundo.
Incluso la luna más pequeña era gigantesca para los estándares humanos, pero la cantidad de energía cinética que se liberaba en cada colisión bastaba para hacer que un planeta se tambaleara. La visión que tenía Geary de las lunas se oscureció a medida que los sensores del
Intrépido
bloqueaban automáticamente los intensos destellos de luz visible de las colisiones, y, después, a causa de una bola de polvo que fue creciendo a gran velocidad y a los fragmentos, algunos pequeños y otros grandes, que salían despedidos hacia el exterior desde los puntos de impacto.
Geary esperó, consciente de que Desjani ya había transmitido órdenes a sus consultores sobre qué debían buscar. No tuvieron que esperar mucho para recibir el primer informe.
—El análisis espectroscópico indica que hay cantidades inusuales de material radioactivo y restos de gas que se corresponden con un gran dispositivo de detonación nuclear.
—Estaba en lo cierto —señaló Desjani expresando con la mirada una completa confianza en él que molestó a Geary. No le gustaba más verlo en ella de lo que le gustaba verlo en tantos otros miembros de esa flota, pues estaba seguro de que antes o después acabaría por defraudar esa confianza. Ellos pensaban que era perfecto, y él sabía lo contrario.
—Explíquese, por favor —solicitó Rione en un tono tajante—. ¿Por qué iban los síndicos a depositar enormes armas nucleares dentro de esas lunas? Algunos de esos fragmentos gigantescos impactarán contra Sutrah Cinco.
—Ese es un riesgo que los síndicos estaban dispuestos a consentir y que yo juzgué adecuado correr —le informó Geary duramente—. Dada la naturaleza deshabitada de la mayor parte del mundo, las probabilidades de que algo reciba un impacto son mínimas. Como ve, señora copresidenta, los síndicos sabían que teníamos que hacer dos cosas para liberar a los prisioneros de ese planeta: teníamos que acercamos al planeta y teníamos que hacer que la flota adoptara una formación ceñida para que los transbordadores no tuvieran que recorrer más distancia de la necesaria para poder recoger y distribuir a la gente de los campos de trabajo.
Señaló la nube de escombros que se estaba expandiendo.