Rione le dedicó a Geary una mirada inquisitiva.
—¿Ha ido bien su reunión?
—Muy divertida. ¿Qué le trae de vuelta por aquí?
—Quería informarle de que el capitán Falco me ha expresado su dudas respecto a que esté usted actuando en beneficio de los intereses de la Alianza —declaró Rione sin más.
—A mí me ha expresado la misma impresión respecto a usted —replicó Geary.
—¿Entre otras impresiones? —quiso saber Rione—. Ahora ya sabe con quién está tratando.
Hizo un gesto de asentimiento y salió.
Geary cerró los ojos y se frotó la frente en un vano intento por relajarse mientras se cerraba la escotilla. Volvió a sentarse y se puso a repiquetear con los dedos en el brazo de su asiento, que salía a su lado; entonces llamó a la capitana Desjani.
—¿Tiene tiempo para pasarse por mi camarote? Me gustaría discutir un par de cosas.
La capitana Desjani tardó solo unos minutos en llegar. Lo miró expectante.
—¿Necesita hablar en privado, señor?
—Sí. —Geary la invitó a sentarse con un gesto y se inclinó hacia delante esperando a que Desjani tomara asiento lo bastante tensa como para demostrar que estaba prestando atención.
Necesito saber cómo lo ven los demás oficiales—.
Capitana, me gustaría que me hiciera un juicio de valor sincero acerca del capitán Falco.
Desjani vaciló.
—Técnicamente, el capitán Falco es mi superior por antigüedad.
—Sí, pero ostentan el mismo rango y no va a ponerse al mando de esta flota.
Pareció que se relajaba un poco.
—Antes solo conocía al capitán Falco por su reputación y por las historias que cuentan los oficiales más veteranos, señor.
—Me han dado a entender que se le tiene en gran consideración.
—Sí, a la altura de un héroe muerto. Se le consideraba un ejemplo a seguir. —Desjani torció el gesto—. ¿Desea que le hable con franqueza, señor? —Geary asintió—. Si
Black Jack
Geary estaba considerado como el dios de la flota, entonces Falco,
el Aguerrido
era una especie de semidiós. Los oficiales con los que he hablado cuentan historias que aprueban el espíritu luchador y la actitud general del capitán Falco.
Geary volvió a asentir, ponderando la ironía en el hecho de que las dos cualidades por las que el capitán Falco era admirado fueran justamente las dos cosas que más le disgustaban de él.
—¿Todavía se le considera un buen comandante?
Desjani lo pensó unos instantes.
—Si cualquier capitán, a excepción hecha de usted, estuviera al mando de esta flota, entonces muy probablemente el capitán Falco habría acabado por asumir el mando en su lugar.
—¿Qué le parecería a usted eso?
Desjani volvió a torcer el gesto.
—En un momento dado… Me he acostumbrado a tratar con un comandante que no busca mi voto en una reunión de la flota, señor. Si recuerda, usted me elogió cuando estábamos en el muelle del transbordador, y eso significó mucho para mí, porque tenía motivos para valorarme a mí y a mi nave. Cuando el capitán Falco me elogió… sabía que no era algo que me hubiera ganado. La diferencia quedó muy clara: un comandante que respetaba lo que había hecho y otro que me veía como alguien a quien podía adular y utilizar.
Geary agradeció lo que fuera que lo había impulsado a decir lo que había dicho cuando lo dijo. Tal vez sus antepasados le estaban echando una mano de vez en cuando.
—¿Se ha llevado alguna otra impresión?
Él dudó mientras pensaba.
—Es muy aparente, señor. Yo pensaba que el almirante Bloch estaba bien, pero no estaba en absoluto al nivel del capitán Falco. Y he tenido tiempo para charlar un par de ratos con el teniente Riva. Él y los demás prisioneros liberados creen que el capitán Falco está profundamente entregado al bienestar de la Alianza. En el campo de trabajo, el capitán Falco ha dedicado grandes esfuerzos para mantener alta la moral y asegurarle a todo el mundo que la victoria de la Alianza llegará por fin. El teniente Riva piensa que muchos prisioneros habrían desesperado y se habrían dejado morir de no haber contado con el ejemplo del capitán Falco.
Sería todo más fácil si el capitán Falco fuera simplemente un buscador de gloria,
pensó Geary.
Pero es un líder que inspira y se preocupa por la Alianza. Desgraciadamente su idea de salvar a la Alianza pasa por convertirla en un reflejo de los Mundos Síndicos. Que nuestros antepasados nos protejan de aquellos que destruirían todo lo que hace que merezca la pena luchar por la Alianza para defenderlo.
—Gracias, capitana Desjani. Tengo razones para creer que el capitán Falco pretende postularse como legítimo comandante de la flota.
Ante esta afirmación, Desjani esbozó otra mueca.
—Señor, como ya le he dicho, si se tratara de cualquier otro capitán, si no nos hubiera llevado tan lejos con éxito y no hubiera obtenido ya una gran victoria en Kaliban, el capitán Falco estaría al mando en pocos días. Es… esto…
—¿Un poco más carismático que yo? —preguntó Geary secamente.
—Sí, señor. —Hizo una pausa—. En verdad, señor, si me lo hubiera encontrado a él antes que a usted, tal vez sería de otra opinión. Los cambios que usted ha implementado muchas veces han sido difíciles de aceptar. Pero realmente ha cambiado mi punto de vista respecto a los oficiales veteranos.
Geary apartó la vista azorado por el halago.
—¿Qué hay de los demás comandantes de navío? ¿Cree que pensarán lo mismo?
—Es difícil decirlo. Hay un remanente de capitanes de navío que preferirían perder luchando de un modo que ellos consideran «honorable» antes que ganar combatiendo de esta forma más disciplinada que usted ha aportado. Creen que el espíritu luchador es el elemento más importante en la batalla y que usted carece de ese espíritu, señor.
No era nada nuevo.
—Eso tengo entendido. «Lo moral es a lo material como tres a uno.» Sin duda se habrán producido suficientes desastres como consecuencia de esa actitud como para impresionar hasta a los más firmes creyentes en el espíritu luchador como piedra angular en el arte de la guerra.
Desjani sonrió sin ganas.
—Las creencias no residen en las pruebas, sino en la fe, señor.
Como la fe en él, o más bien en
Black Jack
Geary, de la cual había conseguido sacar algo positivo. Geary asintió.
—Cierto. ¿Hay bastantes auténticos creyentes en el espíritu luchador como para darle al capitán Falco el mando?
—No, señor. Hay muchos mirando desde la barrera, parados, pero eso no hará que se inclinen por el capitán Falco. Muchos se han quedado impresionados con su actuación, señor. —En esta ocasión debió de percatarse de la inseguridad de Geary—. Señor, en Kaliban se lo demostró a todos, aunque a la flota le cueste un tiempo asimilar sus lecciones de batalla. Y ya que me ha pedido que le hable con franqueza, tengo que añadir que sus posturas morales han conmovido profundamente a muchos de los oficiales y tripulantes, porque se basan en lo que creían verdaderamente nuestros antepasados y en lo que ellos esperarían de nosotros. Hemos olvidado tantas cosas, o nos hemos permitido olvidar tantas cosas… y usted nos ha dado la oportunidad de recuperarlas.
Geary mantuvo la vista clavada en el suelo, demasiado abrumado como para mirarla a los ojos.
—Gracias. Espero poder estar a la altura de esa clase de valoración. Capitana Desjani, es posible que surjan problemas en la reunión de la flota que estoy a punto de convocar.
—Suele haber problemas en las reuniones de flota —apuntó la capitana Desjani.
Geary sonrió brevemente.
—Sí, pero creo que esta va a ser peor de lo normal. En parte porque el capitán Falco va a estar ahí, intentando imponer su peso, y en parte por lo que voy a proponer que hagamos.
—¿Qué plan tiene en mente, señor?
—Planeo llevar a esta flota a Sancere.
—¿Sancere? —Desjani parecía desconcertada mientras trataba de recordar dónde estaba eso; luego abrió mucho los ojos—. Sí, señor. Va a haber problemas.
Geary se dirigió hacia el puente de mando mientras comprobaba el reloj y llegó apenas unos instantes antes de la hora establecida para el bombardeo cinético. Se acomodó en su asiento de mando al tiempo que la capitana Desjani le daba la bienvenida con un gesto, como si hubiera estado horas en el puente de mando en lugar de haber llegado pocos minutos antes que el propio Geary.
El visualizador planetario se desplegó obediente con los objetivos marcados con luces. Geary volvió a estudiarlos pensando en su poder para arruinar mundos. Falco parecía estar listo y dispuesto a ejercer ese poder, pero, después de veinte años en una roca fría como Sutrah Cinco, tal vez Geary también habría estado deseoso de bombardear aquel lugar hasta convertirlo en un infierno.
—Pueden proceder a lanzar el bombardeo programado.
Desjani volvió a asentir; entonces le hizo una señal al consultor de sistemas de combate, que pulsó un solo comando, luego introdujo la autorización.
Parecía todo tan simple, tan limpio y pulcro. Geary reclamó el visualizador de flota, esperando; entonces vio que sus acorazados y sus cruceros de batalla empezaban a despedir ráfagas de bombas. Solo unos pedazos de metal sólido, aerodinámicos y con un recubrimiento especial de cerámica que evitaba que se evaporasen antes del impacto por efecto del calor que produciría la fricción atmosférica. Heredando una gran velocidad de las naves que los habían liberado, las descargas cinéticas caerían sobre los objetivos planetarios, acelerando hasta alcanzar velocidades aún mayores bajo el influjo de la gravedad y adquiriendo más energía a cada metro recorrido. Cuando esos simples trozos de metal se estrellaran contra la superficie de los planetas, toda esa energía cinética se liberaría en explosiones que no dejarían otra cosa que inmensos cráteres y escombros retorcidos a su paso.
Geary permaneció sentado, observando cómo el bombardeo dirigido contra Sutrah Cinco se curvaba hacia abajo y se adentraba en la atmósfera, preguntándose cómo lo verían aquellos que se encontraban en la superficie del planeta.
—Debe de ser una sensación de indefensión enorme.
—¿Señor? —La pregunta de Desjani hizo que Geary se diera cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—Solo estaba pensando en cómo debe de ser estar en un planeta y ver que se aproxima un bombardeo —admitió Geary—. No hay forma de pararlo, es imposible correr lo bastante rápido como para evitar alguna detonación si te encuentras en algún lugar señalado, no hay refugio que logre resistir el impacto.
Los ojos de Desjani se ensombrecieron ante la idea.
—Nunca me había parado a pensarlo en esos términos. Hay mundos de la Alianza que también lo han sentido, y sé que me he sentido impotente cuando he oído hablar de ello, habría sido incapaz de detenerlo. Pero sí, prefiero estar metida en algo que pueda maniobrar y luchar.
Para entonces, las cargas cinéticas que se dirigían a Sutrah Cinco refulgían debido al calor que había generado su paso, docenas de luciérnagas curvándose hacia la superficie del planeta. Desde la posición del
Intrépido,
Geary podía ver parte de Sutrah Cinco cubierta por la noche y observar el brillante despliegue de destrucción abrasadora alumbrando la oscuridad de los cielos.
—No hay ningún honor en matar a gente indefensa —murmuró pensando en lo que Falco había recomendado.
Para su sorpresa, la capitana Desjani mostró su conformidad.
—No.
Geary recordó que una vez ella había expresado su pesar por que las armas de campo nulo tuvieran un radio de acción tan limitado y que no funcionaran cerca de los pozos gravitatorios, y que por lo tanto no se pudieran emplear contra los planetas. Geary se preguntó si Desjani seguiría sosteniendo la misma opinión.
Acercó el encuadre en el visualizador para obtener una buena imagen de uno de los objetivos, una localización industrial que seguía en funcionamiento, en una visión multiespectral, desprendiendo calor de un equipamiento caliente y filtrando radiación de señales electrónicas de la instalación eléctrica. Sin embargo, no había signos de que hubiera gente en la localización; al parecer todos ellos se habían tomado en serio la advertencia y habían sido evacuados. Geary no vio venir la carga cinética, ya que se movía demasiado rápido para que sus ojos la registraran, pero su mente imaginó haber visto llegar un cohete emborronado seguido de un intenso destello de luz bloqueado automáticamente por los sensores del
Intrépido.
Al abrir el plano de nuevo, Geary vio ondas de choque radiando desde una nube de material vaporizado haciendo añicos edificios y provocando que la superficie del planeta se erizara como el pellejo de un animal al picarle un insecto. Volvió a abrir el plano mucho más para ver las nubes en forma de seta que la humanidad había llegado a conocer demasiado bien elevándose hacia los cielos de Sutrah Cinco a medida que los impactos se sucedían en multitud de localizaciones, arrasando en un instante todos los ejes industriales y de transporte que los humanos habían tardado siglos en crear en Sutrah Cinco.
Atrapado entre la fascinación de la destrucción y la tristeza por su necesidad, Geary seleccionó una localización especial y se concentró en ella. El objetivo en la cordillera montañosa no mostraba una destrucción tan obvia como los demás emplazamientos, puesto que la forma de las cargas cinéticas que se habían disparado en su contra les permitía penetrar más profundamente en la roca al impactar. El cráter era más hondo pero más pequeño que en otras localizaciones, como si una lanza se hubiera incrustado en el planeta en busca de un objetivo especial. Y así era, ya que ese era el lugar en el que una vez se había emplazado el puesto de mando oculto. Geary se preguntó si los líderes de alto rango que habían estado dispuestos a someter a los demás al riesgo del bombardeo habrían tenido tiempo de darse cuenta de que al fin y al cabo ellos mismos no lograrían salvarse.
—Sé que para ellos la base militar síndica es un lastre obsoleto —señaló Desjani—, pero no habría costado mucho eliminarla también, siempre que estemos intentando darles una lección a los síndicos.
Geary negó con un gesto, con los ojos aún clavados en el lugar del impacto en el que se habían refugiado los altos mandos planetarios.
—Eso depende de qué lección queramos darles, ¿no cree? ¿Venganza? ¿O justicia?
Desjani se pasó un buen rato callada.