Read Hoy caviar, mañana sardinas Online
Authors: Carmen Posadas y Gervasio Posadas
1 cebolla
3 dientes de ajo
2 cucharadas de aceite
sal y pimienta
romero
tomillo
2 hojas de laurel
1 vaso de vino
PREPARACIÓN
Preparar un tomate frito. Limpiar bien el conejo, trocearlo y reservarlo. Picar en un mortero la cebolla y el ajo. Freír el conejo en una cazuela. Al cabo de unos minutos echar el ajo y la cebolla picados y freírlo todo un poco más. Añadir el tomate frito, el vino, el romero, el tomillo y el laurel. Salpimentar. Cocer hasta que el conejo esté tierno.
Hablando de sabores y de sombras del pasado, aún siento escalofríos. Ayer, aprovechando que Luis tenía un compromiso de trabajo, invité a cenar al marqués de Araciel, un famoso adivino que había conocido en casa de unos amigos. Aunque estas cosas sean pavadas, lo cierto es que no puedo evitar sentirme atraída por ellas. Araciel está bastante de moda y genera mucho debate: unos lo consideran un farsante fantasioso que presume de ser el mismísimo Cagliostro, otros insisten en que realmente puede ver el futuro. Yo no he podido resistirme a la tentación de sacar mis propias conclusiones conociéndole mejor. Como a las chicas les divertía, las incluí en el plan y les dije que se trajeran a alguna amiga si querían. Dolores invitó a su mejor amiga, Beatriz. La verdad es que ahora no sé si hice bien. El ambiente era de gran expectación mientras esperábamos la llegada del marqués. Incluso Miguel Ángel, el mucamo, estaba de lo más entusiasmado con la visita. Al parecer había leído algo sobre él en alguna revista y me pidió permiso para hacerle también una pregunta sobre su futuro. Este Miguel Ángel es un tipo peculiar. Yo diría que lleva el pelo teñido y que se pinta las uñas con barniz transparente. Desde luego no se parece en nada al modelo de español que se puede esperar, de barba cerrada y pelo en pecho. Él es un tipo delicado, sensible. A veces por la noche se oye música clásica que escapa por las rendijas de su habitación. El otro día me lo encontré saliendo de la ducha con una toalla en la cabeza a lo Carmen Miranda, pero, en fin, no saquemos conclusiones precipitadas.
Volviendo a lo del adivino, la curiosidad que se había creado no fue en balde: el aspecto de nuestro invitado no podía ser más misterioso y sugerente: llegó embozado en una capa española negra con las vueltas color lila que resaltaban su pelo blanco levemente rizado, sus penetrantes ojos azules y su porte aristocrático. Tiene una piel muy tersa, casi tirante, y unos dedos largos, largos como los de un retrato del Greco. Esta estampa, un poco mefistofélica, le hace parecer un arquetipo de brujo sacado de una novela del siglo XIX o del mismísimo Cagliostro si me apuran, que no tengo ni idea de cómo era, pero me lo imagino más o menos así.
—¡Qué ramillete de bellas señoritas! —dijo como bienvenida con su voz suave y susurrante.
Yo había intentado preparar un menú con cierto toque esotérico, sin embargo, aunque busqué en algunos libros y notas que tenía, no encontré nada adecuado. Lo único que se me ocurría eran cosas como orejas de sapo con salsa de cola de dragón, que es lo que comen las brujas en los cuentos que yo leía cuando era niña, pero la verdad es que no parece nada apetitoso y seguro que los ingredientes son dificilísimos de encontrar. Al final decidí preparar un menú totalmente vegetariano (sopa de zanahoria, una especie de lasaña muy vegetariana que me inventé sobre la marcha y de postre, budín de frutas), porque en algún lado leí que la carne enturbiaba las visiones de los médium. Parece que acerté porque, cuando el marqués preguntó con cara de cierta preocupación qué íbamos a comer, mi respuesta hizo brotar una sonrisa en sus finos labios.
—Ya sabéis lo que decía Paracelso:
«La comida debe ser vuestra medicina y la medicina vuestra comida»
.
Mientras repetía la lasaña también dijo aquello de
«la dosis hace el veneno»
, llamando a la mesura en la mesa.
—Un sabio, Paracelso, sí señor —dijo—, una referencia para todos los que creemos que las cosas no son tal como nos las han contado. Él fue el primero en asociar el carácter de los hombres a los cuatro sabores básicos. Así, si hablamos de la dulzura de zutana o de la acidez de mengano es gracias a este genio.
Después nos estuvo hablando de sus últimos experimentos paranormales. Acababa de regresar de un congreso internacional de espiritismo que había tenido lugar en la Rué du Bac, en París.
—¿En la Rué du Bac? ¿Por qué precisamente en la Rué du Bac? Siempre que voy a París paso por allí para visitar la iglesia de la Medalla Milagrosa. Le tengo mucha devoción desde que mi madre me llevaba de pequeña —dije yo cándidamente, enseñando la medalla que siempre llevo al cuello.
—Precisamente por eso tiene lugar allí este congreso. Debes saber, querida, que las apariciones marianas están muy relacionadas con otros fenómenos inexplicables desde el punto de vista científico. Se producen en sitios que tienen una carga energética muy especial. En este caso concreto, las doce estrellas que rodean la cabeza de la Virgen, la bola del mundo partida por la mitad sobre la que está parada, la serpiente que le muerde el pie..., todos esos símbolos tienen un significado esotérico muy claro. En el fondo, ¿qué son estas apariciones sino una manifestación de alguien que está en la otra vida? —preguntó él, uniendo las yemas de sus larguísimos dedos.
—Bueno, marqués, vamos a dejar a la Virgen fuera de todas estas pavadas, que me va a marear a las niñas con esas teorías y es lo único que me faltaba —le dije sonriendo para quitar hierro al asunto.
Este comentario hizo palidecer aún más su terso cutis, pero pronto se repuso y nos estuvo contando los experimentos que habían hecho en aquel congreso de brujos.
Parece ser que la última tendencia en espiritismo es convocar a las pobres almas en pena en una especie de bañeras de parafina. Así los espíritus no sólo se comunican a través de golpes o de médium, sino que dejan su huella en el líquido: el pie de un niño, una mano, el perfil de un cuerpo. Si lo que quería era empezar a asustarnos, lo estaba consiguiendo. Las chicas lo miraban encogidas en sus sillas como si estuvieran escuchando historias de terror alrededor de una hoguera de campamento.
Una vez terminada la cena —en la que tripitió postre por eso de que el azúcar da mucha energía—, pasamos al salón y él se sentó frente a una pequeña mesa. Sacó de su bolsillo un tarot y empezó a barajar las cartas. Nosotras lo mirábamos en silencio.
¡Craaac! De repente oímos un siniestro e inesperado crujido que venía de la biblioteca. Pegamos un respingo e incluso alguna de las chicas soltó un gritito.
—Ja, ja —rió un poco perversamente el marqués—, ya están aquí —anunció mirándome como diciendo:
«Te vas a enterar del poder de mis amigos los espíritus, grandísima incrédula»
.
Ahora era yo la que estaba pálida.
La primera en sentarse frente a la mesita de Araciel fue Carmen. Estaba nerviosa, aunque disimulaba bien.
—A ver qué tenemos aquí..., el barquero, la rueda de la fortuna... Por lo que parece, tendrás una vida larga y tranquila. Veo muchos hijos y nietos. También veo que vas a pintar. Sí, sí, pintarás y eso te hará famosa. También veo dos maridos.
—¿Dos maridos? —pregunté yo bastante inquieta porque no me hace mucha ilusión tener una hija divorciada.
—Sí, aquí están. Por lo que parece, hay varias coincidencias entre ellos: son los dos rubios y los dos españoles...
Carmen saltó como una pantera:
—¿Cómo que españoles? ¡Yo no pienso casarme con ningún español! En cuanto mis padres acaben su misión, volveré a Uruguay, me casaré con un uruguayo y viviré allí para siempre.
—Yo no puedo hacer nada —dijo el esotérico marqués con una sonrisa mirífica—. Está en las cartas. Mira, aquí lo tienes.
Carmen dio un manotazo a las cartas y salió del salón pegando un portazo. Está en una edad difícil esta hija mía. Ahora le ha dado más que nunca por el patriotismo frenético, no sé por qué, es como si hubiera tenido algún desengaño amoroso o algo así. Pero eso no puede ser, me habría enterado. Además, lo del patriotismo furioso les pasa a todos los hijos de diplomáticos, dicen.
A continuación me tocó a mí. Me dijo las clásicas tonterías de que mi marido iba a tener mucho éxito y que yo iba a hacer mucho dinero dentro de pocos años, cuando cumpla cincuenta (será atrevido, hablando de mi edad en público). También dijo que mi familia política será un pilar básico en mi vida y que tuviera cuidado con una mujer cuyo nombre empieza por G (no tengo que obsesionarme con esto porque en cuanto se fue Araciel estuve media hora repasando la agenda y martirizándome con quién podría ser G).
Dolores estaba bastante tranquila cuando le llegó su turno. El marqués, después de repetir lo de los muchos niños que le había dicho a Carmen, prefirió no arriesgarse a hablar de maridos.
—Niña, veo tras de ti el nombre de Inglaterra. Está como detrás de tu cabeza. Vas a asistir a algún acontecimiento importante allí. No acabo de ver de qué se trata. Espero que no sea la desencarnación de su majestad Isabel II, a la que tengo gran aprecio. No en vano es la líder de los espiritistas de su país. De todas maneras, no creo que nada de esto vaya a pasar a corto plazo. El otro día estuve charlando en una sesión con la reina Victoria y me lo habría comentado. Por lo que estaba de lo más enfadada Vicky (yo siempre la llamo así en la intimidad porque somos amigos de otras reencarnaciones) era por la pérdida del Imperio. Con lo que le había costado montarlo a la pobre... pero ya se sabe lo que pasa con las herencias. Al final esto es como en todas las familias, el abuelo hace el dinero y los nietos se lo gastan.
Yo me quedé un poco sorprendida por el comentario y Dolores se quedó sin saber quién podía ser su príncipe azul. A Mercedes, por su parte, le dijo que la veía viviendo en algún país del centro de Europa y trabajando en un banco, probablemente. Espero que no se cumpla, la verdad, porque a mí no se me ha perdido nada por Transilvania. Tampoco aclaró nada de lo de su casamiento, que a mí es lo que más me interesa, porque con tres hijas siempre es una responsabilidad casarlas bien, aunque sea con un austrohúngaro.
Así que, si se cumplen sus profecías, Carmen será pintora y divorciada, yo me las tendré que ver con G, Mercedes vivirá en Bucarest y Dolores estará involucrada en la desencarnación de la reina de Inglaterra. Qué sensacional.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Como digo, Dolores había traído a su mejor amiga del colegio, Beatriz, una gordita de muy buen carácter. Siempre me ha llamado la atención esta niña: es muy tranquila, segura de sí misma y no se inmuta por nada. Si yo fuera Araciel, diría que es un alma con muchas reencarnaciones, un espíritu viejo. Ahora le tocaba a ella. Araciel dispuso las cartas sobre la mesa. Torció el gesto, se echó para atrás estirando la espalda y se puso muy serio.
—Niña, tu casa se viene abajo, tu familia se desintegra. —El adivino parecía genuinamente preocupado.
A Beatriz no se le movió un pelo.
—Niña, tu padre se muere.
—Sí, es cierto, se está muriendo.
—Tu madre también morirá pronto.
—Es bastante probable, porque tiene muchos problemas de salud y además está convencida de que se va a morir joven.
—Y tú ten cuidado con el caballo. Yo sé que te gusta el caballo, pero acabará contigo.
Entonces a la niña le cambió la cara porque es una entusiasta de la equitación y, después de mucho insistir, por lo visto, había logrado que sus padres le compraran un caballo.
—Hazme caso, no te acerques al caballo.
Beatriz estaba cada vez más nerviosa y yo con ella, así que intervine para acabar con aquella catarata de desastres.
—Bueno, marqués, no hace falta que siga insistiendo, la pobre niña va a tener pesadillas. Comprendo que su oficio es decir este tipo de cosas, pero creo que no hay que llegar al mal gusto. Ya ha hecho suficiente alarde de sus habilidades. Ahora pasemos a otro tema. ¿Quiere otra taza de café? —pregunté, llamando acto seguido a Miguel Ángel, que debía de estar escuchando detrás de la puerta por lo rápido que se materializó en la biblioteca.
Al pasar junto a mí, haciendo tintinear todas las tazas que traía en la bandeja, el mucamo me hizo una señal, recordándome que le había prometido dejarle hacer alguna consulta a Araciel.
—Marqués, le presento a Miguel Ángel —dije yo encantada de tener un buen motivo para que se esfumara el mal ambiente que se había creado con la lectura del futuro de Beatriz—. Miguel Ángel quiere preguntarle algo rápido, si a usted no le importa.
Araciel miró con cara de pocos amigos a aquel intruso del servicio que no debía de estar en su categoría habitual de clientes. Tomó su mano izquierda. Abrió mucho los ojos. Tomó luego la derecha y volvió a mirar la izquierda.
—Lo siento —dijo— no tiene usted ningún futuro.
Aquello ya me pareció demasiado, así que entonces fui yo la que se levantó hecha una fiera.
—Mire, marqués, o lo que usted sea, puedo pasar que me diga que voy a tener una hija divorciada y otra perdida en Centroeuropa, pero que aterrorice a la pobre santa de la invitada de Dolores con lo de la muerte de sus padres y lo del caballo y encima ahora pretenda bajarle la moral al servicio diciéndole que no tiene futuro, eso no se lo consiento. Le agradezco que haya venido a mi casa, pero ahora tengo que pedirle que se vaya. Miguel Ángel, por favor, acompañe al señor a la puerta.
—Señora, siento que se haya molestado. Yo sólo soy un vehículo de fuerzas mucho más poderosas que desconocemos —contestó Araciel con aire ofendido.
Se levantó de su asiento, pidió sus cosas, hizo una leve reverencia y, echándose la capa sobre los hombros de un modo de lo más diabólico, desapareció por la puerta.
Habrase visto el adivino éste, ¿qué se ha creído? Menos mal que no dio este espectáculo con invitados, porque si no, no sé qué habría hecho. ¿Qué hago si le dice, yo qué sé, a la embajadora de Francia, que se va a morir la semana que viene? ¿O al del Líbano que se va a desencarnar? Hubiese sido un terrible papelón. ¡Qué hombre más desagradable! No sé cómo la gente lo invita a su casa. Además, todo ese disfraz de conde Drácula para hacer esta boutade de tan mal gusto... Sí, un mamarracho, no cabe duda, pero me ha dejado con el sabor amargo de la incertidumbre en la boca. ¿Habrá algo, por pequeño que sea, de cierto en todo lo que ha dicho? Bueno, quién sabe, al final, hasta el horóscopo de los diarios acierta alguna vez.