Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (95 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CCIV: De lo quel marqués hizo desque estuvo en Castilla

Como Su Majestad volvió a Castilla de hacer el castigo de Gante, e hizo la grande armada para ir sobre Argel, lo fue a servir en ella el marqués del Valle, y llevó en su compañía a su hijo el mayorazgo, el que heredó el estado; llevó también a don Martín Cortés, el que hobo con doña Marina, y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compaña y servicio, y se embarcó en una buena galera en compañía de don Enrique Enríquez; y como Dios fue servido hobiese tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la real armada, también dio al través la galera en que iba Cortés y sus hijos, los cuales escaparon, y todos lo más caballeros que en ella iban, con gran riesgo de sus personas; y en aquel instante como no hay tanto acuerdo como debría haber, especialmente viendo la muerte al ojo, dijeron los criados de Cor tés que le vieron que se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevó
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como gran señor, y con la revuelta de salir en salvo de la galera e con la mucha multitud de gentes que había, se le perdieron todas las joyas y piedras que llevaba, que, a lo que decían, valían muchos
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pesos de oro. Y volveré a decir de la gran tormenta y pérdida de caballeros y soldados que Se perdieron. Aconsejaron a Su Majestad los maestros de campo y los capitanes que eran del real consejo de guerra que luego sin más dilatar alzase el real de sobre Argel y se fuese por tierra por Bujía, pues que veían que Nuestro Señor Dios fue servido dalles aquel tiempo contrario, y no se podía hacer más de lo hecho, en el cual acuerdo y consejo no llamaron a Cortés para que diese su parecer: y de que lo supo, dijo que, si Su Majestad fuese servido, que él entendería, con el ayuda de Dios y con la buena ventura de nuestro césar, que con los soldados que estaban en el campo de tomar Argel, y también dijo a vueltas destas palabras muchos loores de sus cap¡tanes y compañeros que nos hallamos con él en la toma y conquista de Méjico, diciendo que fueron para sufrir hambres y trabajos, y que dondequiera que les llamase hacia con ellos heroicos hechos, y que heridos y entrapajados no dejaban de pelear y tomar cualquier ciudad y fortaleza, aunque sobrello aventurasen a perder las vidas. Y como muchos caballeros le oyeron aquellas bravosas palabras, dijeron a Su Majestad que fuera bien haberle llamado a consejo de la guerra, y que se tuvo a un gran descuido no haberle llamado fue porque sentían en el marqués que sería de contrario parecer, y que en aquel tiempo de tanta tormenta no daba lugar a muchos consejeros, salvo que Su Majestad y los demás de la real armada se pusiesen en salvo, porque estaban en muy gran peligro, y quel tiempo andando, con la ayuda de Dios, volverían a poner cerco a Argel, y ansí se fueron por Bujía. Dejemos desta materia, y diré cómo volvieron a Castilla de aquella trabajosa jornada; y cómo el marqués estaba ya muy cansado, ansí destar en Castilla en la corte y haber venido por Bujía, deshecho e quebrantado del viaje, ya por mi dicho, deseaba en gran manera volverse a la Nueva España si le dieran licencia, y como había enviado a Méjico por su hija la mayor, que se decía doña María Cortés, que tenía concertado de la casar con don Álvaro Pérez Osorio, hijo del marqués de Astorga y heredero del marquesado, y le había prometido sobre cient mill ducados de oro en casamiento y otras muchas cosas de vestidos y joyas, vino a recibilla a Sevilla, y este casamiento se desconcertó, según dijeron muchos caballeros, por culpa del don Álvaro Pérez Osorio, de lo cual el marqués recibió tan grande enojo, que de calenturas y cámaras que tuvo recias estuvo muy al cabo, y andando con su dolencia, que siempre iba empeorando, acordó de salirse de Sevilla por quitarse de muchas personas que le visitaban y le importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de la Cuesta, para allí entender en su ánima y ordenar su testamento; y después que lo hobo ordenado como convenía y haber rescibido los Santos Sacramentos, fue Nuestro Señor Jesucristo servido llevalle desta trabajosa vida, y murió en dos días del mes de diciembre de mill y quinientos y cuarenta y siete años. Y llevóse su cuerpo a enterrar con gran pompa y mucha clerecía e gran sentimiento de muchos caballeros de Sevilla, y fue enterrado en la capilla de los duques de Medina Sedonia; y después fueron traídos sus huesos a la Nueva España, y estaba en un sepulcro en Cuyuacán o en Tezcuco, esto no lo sé bien, porque ansí lo mandó en su testamento. Quiero decir la edad que tenía; a lo que a mí se me acuerda, lo declaré por esta cuenta: en el año que pasamos con Cortés desde Cuba a la Nueva España fue el de quinientos y diez y nueve, y entonces solía decir, estando en conversación de todos nosotros los compañeros que con él pasamos, que había treinta y cuatro, y veinte y ocho que habían pasado hasta que murió, que son sesenta y dos. Y las hijas e hijos que dejó legítimos fue don Martín Cortés, marqués que agora es, y a doña María Cortés, la que he dicho questaba concertada en el casamiento col, don Álvaro Pérez Osorio, heredero del marquesado de Astorga, que después casé esta dolía Marla con el conde de Luna de León y a doña Juana, que casó con don Hernando Enríquez, que ha de heredar el marquesado de Tarífa, y a doña Catalina de Arellano, que murió en Sevilla doncella; mas sé que las llevó la señora marquesa doña Juana de Zúñiga a Castilla cuando vino por ellas un fraile
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que se dice fray Antonio de Zúñiga, el cual fraile era hermano de la misma marquesa, y también se casó otra señora doncella que estaba en Méjico que se decía doña Leonor Cortés con un Juanes de Tolosa, vizcaíno persona muy rica, que tenía sobre cient mill pesos e unas minas
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, del cual casamiento hobo mucho enojo el marqués cuando vino a la Nueva España; y dejó dos hijos varones bastardos, que se decían don Martín Cortés, comendador de Santiago, este caballero hobo en doña Marina de lengua, e a don Luis Cortés, también fue comendador de Santiago, que hobo en otra señora que se decía doña Hulana de Hermosilla; e hobo otras tres hijas: la una hobo en una india de Cuba que se decía doña Hulana Pizarro, e la otra con otra india mejicana, e otra que nació contrecha, que hobo en otra mejicana, e sé que estas señoras doncellas tenían buen dote, porque desde niñas les dio buenos indios, que fueron unos pueblos que se dicen Chinanta; y en el testamento y mandas que hizo, yo no lo sé bien, mas tengo en mí que como sabio e tuvo mucho tiempo para ello, e porque era viejo, que lo haría con mucha cordura e mandaría descargar su conciencia; y mandó que hiciesen un hospital e un colegio en Méjico; e también mandó que en una su villa qee se dice Cuyuacán, questá obra de dos leguas de Méjico, que se hiciese un monasterio de monjas, y que le trajesen sus huesos a la Nueva España; y dejó buenas rentas para cumplir su testamento e las mandas, que fueron muchas e buenas e de buen cristiano, y por excusar prolijidad no lo declaro, por no me acordar de todas aquellas no las relato. La letra o blasón que traía en sus armas e reposteros fueron de muy esforzado varón y conforme a sus heroicos hechos, e estaban en latín, e como no sé latín no lo declaro, y traía en ellas siete cabezas de reyes presos en una cadena; e a lo que a mí me parece, según vi e entiendo, fueron los reyes que agora diré: Montezuma, gran señor de Méjico, e a Cazamazín, su sobrino de Montezuma, e también fue gran señor de Tezcuco; e Coadlavaca, ansimismo señor de Iztapalapa e de otro pueblo; e al señor de Tacuba; e al señor de Cuyuacán; e a otro gran cacique, señor de dos provincias que se decían Tulapa, junto a Matalzingo; este que dicho tengo decían que era hijo de una su hermana de Montezuma e muy propinco heredero de Méjico después de Montezuma; e el postrer rey fue Guatemuz, el que nos dio guerra e defendía la ciudad cuando ganamos la gran ciudad de Méjico y sus provincias; y estos siete grandes caciques son los quel marqués traía en sus reposteros e blasones por armas, porque de otros reyes yo no me acuerdo que se hobiesen preso que fuesen reyes, como dicho tengo en el capítulo que dello habla. Pasaré adelante e diré le su proporción e condición de Cortés: Fue de buena estatura e cuerpo, e bien proporcionado e membrudo, e la color de la cara tiraba algo a cenicienta, y no muy alegre, e si tuviera el rostro más largo, mejor le paresciera, y era en los ojos en el mirar algo amorosos, e por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas e pocas e ralas, e el cabello, que en aquel tiempo se usaba, de la misma manera que las barbas, e tenia el pecho alto y la espalda de buena manera, e era cenceño e de poca barriga y algo estevado, y las piernas e muslos bien sentados; e era buen jinete e diestro de todas armas, ansí a pie como a caballo, e sabía muy bien menearlas, e, sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso. Oí decir que cuando mancebo en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres, e que se acuchilló algunas veces con hombres esforzados e diestros, e siempre salió con vitoria; e tenía una señal de cuchillada cerca de un bezo de abajo, que si miraban bien en ello se le parecía, mas cubríaselo con las barbas, la cual señal le dieron cuando andaba en aquellas quistiones. En todo lo que mostraba, ansí en su presencia como en pláticas e conversación, e en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo e usanza, e no se le daba nada de traer muchas seda e damascos, ni rasos, sino llanamente e muy pulido; ni tampoco traía cadenas de oro grandes, salvo una cadenita de oro de prima hechura e un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María con su Hijo precioso en los brazos, e con un letrero en latín en lo que era de Nuestra Señora, y de la otra parte del joyel a señor San Juan Bautista, con otro letrero; e también traía en el dedo un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se usaba de terciopelo, traía una medalla e no me acuerdo el rostro, y en la medalla traía figurada la letra dél; mas después, el tiempo andando, siempre traía gorra de paño sin medalla. Servíase ricamente como gran señor con dos maestresalas y mayordomos o muchos pajes, e todo el servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata e de oro; comía bien y bebía una buena taza de vino aguado que cabría un cuartillo, e también cenaba, y no era nada regalado, ni se la daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando vía que había nescesidad que se gastase o los hobiese
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menester dar. Era de muy afable condición con todos sus capitanes o compañeros, especial con los que pasamos con él de la isla de Cuba la primera vez, y era latino, e oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrado o hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metros e en prosas, y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy buena retórica; e rezaba por las mañanas en unas horas e oía misa con devoción. Tenía por su muy abogada a la Virgen María, nuestra señora, la cual todo fiel cristiano la debemos tener por nuestra intercesora e abogada, e también tenía a señor San Pedro e Santiago e a señor San Juan Bautista, y era limosnero. Cuando juraba decía: «en mi concencia», y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros sus amigos, le decía: «¡Oh, mal pese a vos!»; e cuando estaba muy enojado se le hinchaba una vena de la garganta e otra de la frente; e aun algunas veces, de muy enojado. arrojaba un lamento al cielo, e no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado, e era muy sofrido, Porque soldados hobo muy desconsiderados que le decían palabras descomedidas, e no les respondía cosa soberbia ni mala, y aunque había materia para ello, lo más que les decía: «Calla, o id, id con Dios. y de aquí adelante ten más miramiento en lo que dijeredes, porque os costara caro por ello». E era muy porfiado, en especial en las cosas de la guerra, que por más consejo e palabra que le decíamos en cosas desconsideradas de combates y entradas, que nos mandaba dar cuando rodeamos en los pueblos grandes de la laguna, y en los peñoles que agora llaman del Marqués le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas e peñoles, sino que tuviésemos cercado, por causa de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían derriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del golpe e ímpetuo con que venían, e era aventurar a morir todos, porque no bastaría esfuerzo, ni consejo, ni cordura, e todavía porfió contra todos nosotros, e hobimos de comenzar a subir, e corrimos harto peligro, e murieron ocho soldados, e todos los más salimos descalabrados e heridos sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo. Y demás desto, en el camino que fuimos a las Higueras a lo de Cristóbal de Olí, cuando se alzó con la armada, yo lo dije muchas veces que fuésemos por las sierras, e porfió que mejor era por la costa, e tampoco acertó; porque si fuéramos por donde yo decía, era toda la tierra poblada; e para que bien se entienda quien no lo ha andado, es desde Guazacualco camino derecho de Chiapa, e de Chiapa a Guatimala, e de Guatimala a Naco, que es adonde en aquella sazón estaba el Cristóbal de Olí. Dejemos esta plática, e diré que cuando luego venimos con nuestra armada a la Villa Rica e comenzamos hacer la fortaleza, el primero que cabó e sacó tierra en los cimientos fue Cortés; e siempre en las batallas le vi que entraba en ellas juntamente con nosotros. Y comenzaré en las batallas de Tabasco, que él fue por capitán de los de a caballo, e peleó muy bien; vamos a la Villa Rica, ya he dicho acerca de la fortaleza; pues en dar como dimos con once navíos al través por consejo de nuestros valerosos capitanes e fuertes soldados, e no como lo dice Gomara; pues en las guerras de Tascala, en tres batallas se mostró muy esforzado, y en la entrada de Méjico con cuatrocientos soldados, cosa es de pensar en ello, e más tener atrevimiento de prender al gran Montezuma dentro de sus palacios, teniendo tan grandes números de guerreros; y también digo que lo prendimos por consejo de nuestros capitanes e de todos los más soldados; e otra cosa que no es de olvidar, quemar delante de sus palacios a capitanes del Montezuma que fueron en la muerte de un nuestro capitán que se decía Juan de Escalante e de otros siete soldados, los cuales indios capitanes, que se decían Quezalpopoca, y el otro no me acuerdo su nombre, poco va en ello, que no hace a nuestro caso. Y también ¡qué atrevimiento e osadía fue que con dádivas de oro y ardides de guerra ir contra Pánfilo de Narváez, capitán de Diego Velázquez, que traía sobre mill y trecientos soldados, e traía noventa de a caballo, e otros tantos ballesteros e ochenta espingarderos, que ansí se llamaban; e nosotros con docientos e sesenta e seis compañeros, sin caballos, ni escopetas, ni ballestas, sino solamente con picas, e espadas, e puñales, e rodelas, los desbaratamos e se prendió Narváez y otros capitanes! Pasemos adelante e quiero decir que cuando entramos otra vez en Méjico al socorro de Pedro de Alvarado, e antes que saliésemos huyendo, cuando subimos en el alto cu de Huichilobos vi que se mostró muy varón, puesto que no nos aprovecharon nada sus valentías, ni las nuestras. Pues en la derrota e muy nombrada guerra de Otumba, cuando nos estaban esperando toda la flor e valientes guerreros mejicanos e todos sus sujetos para nos matar, allí también se mostró muy esforzado cuando dio un encuentro al capitán e alférez de Guatemuz, que le hizo abatir sus banderas e perder el gran brío de su valeroso pelear de todos sus escuadrones que con tanto esfuerzo contra nosotros peleaban; e, después de Dios, nuestros esforzados capitanes que le ayudaban, que fueron

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