Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (102 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Memoria de las batallas y encuentros en que me he hallado

En la punta de Cotoche, cuando vine con Francisco Hernández de Córdoba, primer descubridor, en una batalla.

En otra batalla, en lo de Chanpoton, cuando nos mataron cincuenta y siete soldados y salimos todos heridos, en compañía del mesmo Francisco Hemández de Córdoba.

En otra batalla, cuando íbamos a tomar agua en la Florida, en compañía del mesmo Francisco Hernández.

En otra, cuando lo de Juan de Grijalba, en lo mismo de Chanpoton. Cuando vino el muy valeroso y esforzado capitán Hernando Cortés, en dos batallas en lo de Tabasco, con el mesmo Cortés.

Otra en lo Zingapacinga, con el mesmo Cortés.

Más en tres batallas que hobimos en lo de Tascala, con el mesmo Cortés.

La de Chulula, cuando nos quisieron matar y comer nuestros cuerpos, y no la cuento por batalla.

Otra, cuando vino el capitán Pánfilo de Narváez desde la isla de Cuba con mill e cuatrocientos soldados, ansí a caballo como escopeteros y ballesteros y con mucha artillería, y nos venía a prender y a tomar la tierra por Diego Velázquez, y con docientos y sesenta y seis soldados le desbaratamos y prendimos al mesmo Narváez y a sus capitanes, e yo soy uno de los sesenta soldados que mandó Cortés que arremetiésemos a tomarles el artillería, que fue la cosa de más peligro, lo cual está escrito en el capitulo que dello habla.

Más tres batallas muy peligrosas que nos dieron en Méjico, yendo por los puentes y calzadas, cuando fuimos al socorro de Pedro de Alvarado, cuando salimos huyendo, porque de mill y trecientos soldados que fuimos con Cortés y con los mesmos de Pánfilo de Narváez al socorr que ya he dicho, que todos los más murieron en las mismas puentes, o fueron sacrificados y comidos por los mesmos indios.

Otra batalla muy dudosa, que se dice la de Otumba, con el mesmo Cortés.

Otra, cuando fuimos sobre Tepeaca, con el mesmo Cortés.

Otra, cuando fuimos a correr los alrededores de Cachula.

Otra, cuando fuimos a Tezcuco y nos salieron al encuentro los mejicanos y de Tezcuco, con el mesmo Cortés.

Otra, cuando fuimos con Cortés a lo de Iztapalapa, que nos quisieron ahogar.

Otras tres batallas, cuando fuimos con el mesmo Cortés a rodear todos los pueblos grandes alrededor de la laguna, y me hallé en Suchimilco, en las tres batallas que dicho tengo, y bien peligrosas, cuando derrocaron los mejicanos a Cortés del caballo y le hirieron y se vio bien fatigado.

Más otras dos batallas en los Peñoles que llaman de Cortés, y nos mataron nueve soldados y salimos todos heridos por mala consideración de Cortés.

Otra, cuando me envió Cortés con muchos soldados a defender las milpas, que eran de los pueblos nuestros amigos, que nos tomaba los mejicanos.

Demás de todo esto, cuando pusimos cerco a Méjico, en noventa e tres días que lo tuvimos cercado me hallé en más de ochenta batallas, porque cada día teníamos sobre nosotros gran multitud de mejicanos; hagamos cuenta que serán ochenta.

Después de conquistado Méjico me hallé en la provincia de Cimatlán, que es ya tierra de Guazacualco, en dos batallas; salí de la una con tres heridas, en compañía del capitán Luis Marín.

En las sierras de Cipotecas y Mínguez me hallé en dos batallas, con el mesmo Luis Marín.

En lo de Chiapa, en dos batallas, con los mesmos chiapanecas y con el mesmo Luis Marín.

Otra en lo de Chamula, con el mesmo Luis Marín.

Otra, cuando fuimos a las Higueras con Cortés, en una batalla que hobimos en un pueblo que se dice Culaco; allí mataron mi caballo.

E después de vuelto a la Nueva España de lo de Honduras e Higueras, e ansí se nombra, volví a ayudar a traer de paz las provincias de los Cipotecas y Minges y otras tierras, y no cuento las batallas ni rencuentros que con ellas tuvimos, aunque había bien qué decir, ni en los rencuentros que me hallé en esta provincia de Guatemala, porque ciertamente no era gente de guerra, sino de dar voces y gritos y ruido y hacer hoyos
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y en barrancos muy hondos, y aun con todo esto me dieron un flechazo en una barranca, entre Petapa y Joana Gasapa, porque allí nos aguardaron. Y en todas estas batallas que he recontado que me hallé se hallaron el valeroso capitán Cortés y todos sus capitanes y esforzados soldados, que allí murieron todos los más, puesto que otros murieron en lo de Pánuco, que yo no me hallé en ello, y en Colima y en Cacatula, que tampoco me hallé en lo de Mechuacán. Todas aquellas provincias vinieron de paz, y también en lo de Tutultepeque, y en lo de Jalisco, que llaman la Nueva Galicia, que también vino de paz; ni en toda la costa del Sur no me hallé, porque harto teníamos con qué entender en otras partes, y como la Nueva España es tan grande, no podíamos ir todos los soldados juntos a unas partes ni a otras, sino que Cortés enviaba a conquistar lo que estaba de guerra. Y para que claramente se conozca dónde mataron los más españoles, lo diré pasos por pasos en las batallas y rencuentros de guerras
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:

En la punta de Cotoche y en lo de Champoton, cuando vine con Francisco Hernández, primer descubridor, en dos batallas nos mataron cincuenta y ocho soldados, que son más de la mitad de los que veníamos.

En otra batalla, en lo de la Florida, cuando íbamos a tomar agua, nos llevaron vivo a un soldado; salimos todos heridos.

En otra, cuando lo de Joan de Grijalva, en lo del mesmo Chanpoton, diez soldados, y el capitán salió bien herido y quebrados dos dientes.

Cuando vino el muy valeroso y esforzado capitán Hernando Cortés, en dos batallas en lo de Tabasco, con el mesmo Cortés, murieron seis o siete soldados.

En tres batallas que hobimos en lo de Tascala, bien dudosas y peligrosas, murieron cuatro soldados.

Otra, cuando vino el capitán Narváez desde la isla de Cuba con mill e cuatro soldados, ansí a caballo como escopeteros y ballesteros, y nos venia a prender y tomar la tierra por Diego Velázquez, y con docientos y sesenta y seis soldados les desbaratamos y prendimos al mismo Narváez y a sus capitanes, y con el artillería que tenía puesta el Narváez contra nosotros mató cuatro soldados.

Más en tres batallas muy peligrosas que nos dieron en Méjico, y en las puentes y calzadas, y en la de Otumba, cuando fuimos al socorro de Pedro de Alvarado y salimos huyendo de Méjico, de mill y trecientos soldados, contados con los mesmos de Narváez, que fuimos con Cortés, en nueve días que nos dieron guerra no quedamos de todos vivos sino cuatrocientos y sesenta y ocho, que todos los más murieron en las mesmas puentes, y fueron sacrificados y comidos de los indios, y todos los más salimos heridos. A Dios misericordia.

Otra batalla, cuando fuimos sobre Tepeaca con el mesmo Cortés, nos mataron dos soldados.

Otra, cuando fuimos a correr los derredores de Cachula y Tecomachalco, murieron otros dos españoles.

Otra, cuando fuimos a Tezcuco y nos salieron al encuentro los mejicanos y los de Tezcuco, con el mesmo Cortés, nos mataron un soldado.

Otra, cuando fuimos con Cortés a lo de Iztapalapa, que nos quisieron anegar, murieron dos o tres de las heridas, que no me acuerdo bien cuántos fueron.

Otras tres batallas, cuando fuimos con el mesmo Cortés a todos los pueblos grandes questán alrededor de la laguna, y estas tres batallas fueron bien peligrosas, porque derrocaron los mejicanos a Cortés del caballo, y le hirieron, y se vio bien fatigado, y esto fue en lo de Suchimilco, y murieron ocho españoles.

Otras dos batallas en los Peñoles que llaman de Cortés, y nos mataron nueve soldados, y salimos todos heridos por mala consideración de Cortés.

Otra, cuando me envió Cortés con muchos soldados a defender las milpas del maíz que les tomaban los mejicanos, las cuales eran de nuestros amigos de Tuzcuco; murió un español, dende a nueve días, de las heridas.

Y demás de todo esto que arriba he declarado, cuando posimos cerco a Méjico, en noventa y tres días que le tuvimos cercado me hallé en más de ochenta batallas, porque cada día teníamos, desde que amanecía hasta que anochescía, sobre nosotros gran multitud de guerreros mejicanos que nos daban guerra; murieron por todos los soldados que en aquellas batallas nos hallamos: de los de Cortés, sesenta y tres; de Pedro de Alvarado, nueve; de Sandoval, seis; hagamos cuenta que fueron ochenta batallas que nos dieron en noventa e tres días.

Después de conquistado Méjico me hallé en la provincia de Cimatlán, ques tierra de Guazacualco, en dos batallas, y en ellas nos mataron tres soldados en compañía del capitán Luis Marín.

Otra, en las sierras de los Cipotecas y Minges, que son muy altas y no hay caminos; en dos batallas con el mesmo Luis Marín, nos mataron dos soldados.

En la provincia de Chiapa, en dos batallas bien peligrosas con los mesmos chiapanecos y en compañía del mesmo Marín, nos mataron dos soldados.

Otra batalla en lo de Chamula, en compañía del mesmo Luis Marín, murió un soldado de las heridas.

Otra, cuando fuimos a las Higueras e Honduras con Cortés, en una batalla con un pueblo que se decía Culaco mataron a un soldado.

E ya he declarado en las batallas que me hallé los que en ellas murieron, e no cuento lo de Pánuco, porque no me hallé en ellas; mas fama muy cierta es que mataron de los de Garay y de otros nuevamente venidos de Castilla más de trecientos soldados de los que llevó Cortés a pacificar aquella provincia como de los que llevó Sandoval cuando se volvieron a alzar, y en la que llamamos de Almería, yo no me hallé en ella; mas sé cierto que mataron al capitán Joan de Escalante y a siete soldados. También digo que en lo de Colima, y Cacatula, y Michoacán, y Jalisco, y Tututepeque mataron ciertos soldados. Olvidado se me había de escrebir de otros sesenta y seis soldados y tres mujeres de Castilla que mataron los mejicanos en un pueblo que se dice Tustepeque, y quedaron en aquel pueblo creyendo que les habían de dar de comer, porque eran de los de Narváez y estaban dolientes, y para que bien se entienda los nombres de los pueblos, uno es Tustepeque... dos... Norte, y otro es Tututepeque, en la costa del Sur, y esto digo porque no me argullan que voy errado, que pongo a un pueblo dos nombres. También dirán agora ques gran prolijidad lo que escribo acerca de poner en una parte las batallas en que me halló y tornar a referir los que murieron en cada batalla, que lo pudiera senificar de una vez. También dirán los curiosos letores que cómo pude yo saber los que murieron en cada parte en las batallas que tuvieron. A esto digo que es muy bueno y claro dallo a entender; pongamos aquí una comparación: hagamos cuenta que sale de Castilla un valeroso capitán y va a dar guerra a los moros y turcos; va otras batallas de contrarios y lleva sobre veinte mill soldados; después de asentado su real envía un capitán con soldados a tal parte, y otro a otra parte, y va con ellos por capitán; después que ha dado las batallas y recuentros, que vuelve con su gente al real, tienen cuenta de los que murieron en la batalla y están heridos y quedan presos; ansí, cuando íbamos con el valeroso Cortés, íbamos todos juntos y en las batallas sabíamos los que quedaban muertos y volvían heridos, y ansimismo de otros que enviaron a otras provincias, y ansí no es mucho que yo tenga memoria de todo lo que dicho tengo y lo escriba tan claramente. Dejemos esta parte.

BERNAL DIAZ DEL CASTILLO [rúbrica].

Acabóse de sacar esta historia en Guatemala a 14 de noviembre 1605 años
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.

Capítulo CCXIII: Por qué causa en esta Nueva España se herraron muchos indios e indias por esclavos, y la relación que sobrello doy

Hanme preguntado ciertos religiosos que les dijese y declarase por qué causa se herraron muchos indios y indias por esclavos en toda la Nueva España, si los herramos sin hacer dello relación a Su Majestad. A esto dije, y aun digo agora, que Su Majestad lo envió mandar dos veces, e para que esto bien se entienda, sepan los curiosos letores que fue desta manera: Que Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, envió una armada contra nosotros, y en ella por capitán uno que se decían Pánfilo de Narváez, y trujo sobre mill y trecientos soldados, y entre ellos fueron noventa de a caballo y noventa espingarderos, porque espingardas se llamaban en aquel tiempo, y ochenta ballesteros; venia a nos prender y tomar la tierra por Diego Velázquez, lo cual tengo la escrito en mi relación en el capítulo que dello habla, y conviene que agora lo refiera otra vez para que bien se entienda. Pues volviendo a mi materia, desque supo nuestro capitán Cortés y todos nuestros soldados de la manera que venia Narváez furioso y de las palabras descomedidas que contra nosotros decía, acordamos de salir de Méjico a nos ver con él docientos y sesenta y seis soldados y procurar de le desbaratar antes que él nos prendiese, y porque en aquella sazón teníamos preso al gran Montezuma, señor de Méjico, dejamos en su guarda a un capitán, ya otras veces por mí nombrado, que se decía Pedro de Alvarado, con el cual le dejamos en su compañía ochenta soldados, que nos paresció que algunos dellos eran sospechosos de que no terníamos de ellos ayuda, por haber sido amigos del Diego Velázquez, e nos serían contrarios, y entretanto que fuimos contra el Narváez, se alzó la ciudad de Méjico y sus sujetos, y quiero decir las causas y razones, que el gran Montezuma daba por qué se rebelaron, y fueron verdaderas ansí como lo dijo, porque según paresce en aquel tiempo tenían los mejicanos por costumbre de hacer gran fiesta a sus ídolos, que se decían Uchilubus y Tezcatepuca, y para hacerles regocijos y danzas y salir con sus riquezas de joyas de oro y penachos, como solían, demandó licencia el gran Montezuma al Pedro de Alvarado, y él se la dio con muestras de buena voluntad; y desque vido que estaban bailando y cantando todos los más caciques de aquella ciudad y otros principales que habían venido de otras partes a ver aquellas danzas, salió de repente el Pedro de Alvarado de su aposento con todos sus ochenta soldados bien armados y dio en los caciques estando bailando en el patio principal del cu mayor, y mató y hirió ciertos dellos, habiéndole demandado licencia para ello. Y desque esto vio el gran Montezuma y sus principales, hobo muy grande enojo de cosa tan mala y fea, e luego en aquel estante
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le dieron guerra. El primer día le mataron ocho soldados y hirieron todos los más que tenía, y le quemaron los aposentos y le cercaron de manera que se vido en grane aprieto; y ciertamente los acabaran de matar si les dieran guerra otro día más. El gran Montezuma mandó a sus principales y capitanes que cesasen la guerra por entonces, porque en aquella sazón el Pedro de Alvarado amenazó al Montezuma que le matarla allí en la prisión donde estaba si más le guerreaban, y también se la dejaron de dar porque le vinieron en posta a decir sus espías y principales, que siempre enviaba sobre nosotros desde que salimos desde Méjico para ir sobre Narváez para saber cómo nos iba con él, y supo cómo le habíamos desbaratado, de lo cual lo tuvo por gran cosa él y todos sus capitanes, porque tenían por cierto que como éramos los de Cortés pocos y los de Narváez cuatro veces más que nosotros, que nos prendieran como a truanes. Volvamos a nuestra plática, y diré que después que hobimos preso al Narváez volvimos a Méjico a le socorrer al Alvarado, y Cortés supo cómo le había demandado licencia el gran Montezuma al Pedro de Alvarado para hacer aquel areite y fiesta; y desque vido aquel de... se lo riñó muy malamente con palabras desabridas, y también se lo dijo un capitán que se decía Alonso de Ávila, muchas veces por mí ya nombrado, que estaba muy mal con el Pedro de Alvarado, que siempre quedaría mala memoria en esta Nueva España de haber hecho aquella cosa tan mala. A lo cual el Pedro de Alvarado dio por descargo, con juramentos que sobre ello hizo, que supo muy ciertamente de tres papas y principales
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y de otros caciques que estaban en compañía del gran Montezuma, que aquella fiesta que hacían a su Uchilubus, que era el dios de la guerra, que fue por que les diese vitoria contra él y sus soldados y sacar de prisión al Montezuma, y después dar guerra a los que venían con Narváez y a los que quedásemos vivos de Cortés, y porque supo de cierto que le habían de dar otro día guerra, se adelantó primero a dar en ellos por que estuviesen medrosos y tuviesen que curar en las heridas que les dieron. Quiero volver a mi materia. Que como alcanzamos a saber cómo le tenían cercado y en el aprieto questaba, acordamos de irle a socorrer con presteza, y nos hicimos amigos los de Cortés con los de Narváez, y fuimos al socorro sobre mill y trecientos soldados, y los noventa de a caballo, y sobre cien espingarderos y noventa ballesteros, y éstos que aquí digo todos los más fueron de los de Narváez, porque nosotros los de Cortés no llegábamos a trecientos y cincuenta, ya se ha de entender contados en ellos los ochenta que tenía el Pedro de Alvarado consigo, y también fueron con nosotros sobre dos mill amigos tascaltecas, y con este poder entramos en Méjico, y Cortés muy soberbio con la vitoria de Narváez. Y otro día después que hobimos llegado nos dieron los mejicanos tantos combates y... sobre nosotros y guerras, y que de los mill y trecientos soldados que entramos, en ocho días nos mataron y sacrificaron y comieron sobre ochocientos y sesenta y dos españoles, ansí de los que pasamos con Cortés como de los que trujo Narváez, y también sacrificaron y comieron sobre mill taxcaltecas, y esto fue en esta misma ciudad y sus calzadas y puentes, Y en una batalla campal, que en esta tierra llamámosla de Otumba, y escapamos de aquella derrota cuatrocientos y cuarenta soldados y veinte y dos caballos, y si no saliéramos huyendo a media noche, allá quedáramos todos, y esos que salimos muy mal heridos, y con el ayuda de Dios que nos favoresció, con mucho trabajo nos fuimos a socorrer Tascala, que nos rescibieron como buenos y leales amigos, y desde cinco meses tuvimos ciertas ayudas de soldados, que vinieron en tres veces navíos con capitanes que envió un don Francisco de Garay desde la isla de Jamaica al río de Pánuco para ayudar a una su armada, y dende a tres meses tuvimos otras ayudas de otros dos navíos que vinieron de Cuba en que venían veinte e tantos caballos que enviaba el Diego Velázquez en favor de su capitán Pánfilo de Narváez, creyendo que nos había ya desbaratado e preso; y como teníamos las ayudas y navíos por mí ya dichos, y con oro que se hobo en la salida de Méjico acordó Cortés con todos nuestros capitanes y soldados que hiciésemos relación de todas nuestras conquistas a la Real Audiencia y frailes jerónimos questaban por gobernadores en la isla de Santo Domingo, y para ello enviamos dos embajadores, personas de calidad, que se decían el capitán Alonso de Ávila y un Francisco Álvarez Chico, que era hombre de negocios, y les enviamos a suplicar, atento a las relaciones ya por mi dichas y de las guerras que nos dieron, diesen licencia para que de los indios mejicanos y naturales de los pueblos que se habían alzado y muerto españoles
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que se los tornásemos a requerir tres veces que vengan de paz, y que si no quisiesen venir y diesen guerra, que les pudiésemos hacer esclavos y echar un hierro en la cara, que fue tJ. como ésta. Y lo que sobrello proveyeron la Real Audiencia y los frailes jerónimos fue dar la licencia conforme a una provisión, con ciertos capítulos de la orden que se había de tener fa ra les echar el hierro por esclavos, y de la misma manera que nos que enviado a mandar por su provisión se herrron en la Nueva España, y demás desto que dicho tengo, la misma Real Audiencia y frailes jerónimos lo enviaron a hacer saber a Su Majestad cuando estaba en Flandes, y lo dio por bien, y los de su Real Consejo de Indias enviaron otra provisión sobre ello. También quiero traer aquí a la memoria cómo desde ahí a obra de un año enviamos desde Méjico a nuestros embajadores a Castilla, y se hizo relación a Su Majestad cómo antes que viniésemos con Cortés a la Nueva España, y aun en aquella sazón, que los indios y caciques comúnmente tenían cantidad de indios y indias por esclavos, y que los vendían y contrataban con ellos como se contrata cualquier mercadería, y andaban indios mercaderes de plaza en plaza y de mercado en mercado vendiéndolos y trocándolos a oro y mantas y cacao, y que traían sobre quince o veinte juntos a vender
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atados con colleras y cordeles muy peor que los portugueses traen a los negros de Guinea, y de todo esto llevaron nuestros embajadores probanzas de fe y de creer y por testigos ciertos indios mejicanos, y con aquellos recaudos enviamos a suplicar a Su Majestad que nos hiciese merced de nos dar licencia que por tributo nos los diesen y les pudiésemos comprar por nuestro rescate, según y de la manera que los indios los vendían y compraban; y Su Majestad fue servido de hacernos merced dello y mandó señalar personas que fuesen de confianza y suficientes para tener el hierro con que se habían de herrar, y después que hobieron traído a la Nueva España o a Méjico la real provisión que sobre ello Su Majestad mandaba se ordenó que para que no hobiera engaño ninguno
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en el herrar, que tuviese el hierro un alcalde y un regidor, el más antiguo, y un beneficiado que en aquel tiempo hobiese de cualquier ciudad o villa, y que fuesen personas de buena conciencia, y el hierro que entonces se hizo para herrar a los esclavos que habían de rescate era J. como ésta. Quiero también escrebir aquí que valiera más que... mercedes enviáramos a suplicar a Su Majestad nos hiciese Porque si lo al... como era cristianísimo, o los señores que mandaban en aquel tiempo en el Consejo de Indias supieran lo que después sucedió sobre ello, y cómo en todo lo que proveen desean acertar, nunca tal licencia Su Majestad mandara dar, ni en su Real Consejo de Indias se proveyera, porque ciertamente hobo grandes fraudes sobre el herrar de los indios, porque como los hombres no somos todos muy buenos, antes hay algunos de mala conciencia, y como en aquel tiempo vinieron de Castilla y dé las islas muchos españoles pobres y de gran cobdicia, e caninos e hambrientos por haber riquezas y esclavos, tenían tales maneras que herraban los libres; y para que mejor se entienda esta materia, en el tiempo que gobernaba Cortés, antes que fuésemos con él a las Higueras, había retitud sobre el herrar de los esclavos, porque no se herraban sin primero saber muy de cierto si eran libres, y después que salimos de Méjico y fuimos con Cortés a Honduras, que así se llaman en esta tierra, y tardamos en ir y volver a Méjico doce años y tres meses, questuvimos conquistando y trayendo de paz aquellas provincias, en aquel tiempo que estuvimos ausentes hobo en la Nueva España tantas injusticias y revueltas y escándalos entre los que dejó Cortés por sus tenientes de gobernadores, que no tenían cuidado si se herraban los indios con justo título o con malo, sino entender de sus bandos y intereses, y a las personas que en aquel tiempo encargaron el hierro los que gobernaban no miraron si eran de mala concencia y cudiciosos y les daban aquel cargo a sus amigos, por les aprovechar, echaban el hierro a muchos indios libres, sin ser esclavos, y demás desto hobo otras maldades entre los caciques que daban tributo a sus encomenderos, que tomaban de sus pueblos indios y indias, muchachos pobres y huérfanos, y los daban por esclavos. Y fue tanta la disolución que sobre esto hobo, que los primeros que en la Nueva España quebramos el hierro del rescate fue en la villa de Guazacualco, donde en aquel tiempo era yo vecino, porque cuando esto pasó había más de un ario que había vuelto a aquella villa de la jornada que hecimos con Cortés
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, y como regidor más antiguo y persona de confianza me entregaron el hierro ara que le tuviese yo y a un beneficiado de aquella villa, que se decía Benito López; y como vimos que la provincia se desminuía, y las cautelas que los caciques y algunos encomenderos traían para que les herrásemos los indios por esclavos, no lo siendo, muy secretamente quebramos el hierro sin dar parte dello al alcalde mayor ni al cabildo, y en posta hicimos mensajero a Méjico al presidente don Sebastián Ramírez, obispo que entonces era de Santo Domingo, que fue muy buen residente e y reto y de buena vida, y le hicimos sabidor cómo le quebramos el hierro, y le suplicamos, por vía de buen consejo, que luego expresamente mandase que no se herrasen más esclavos en toda la Nueva España. Y vista nuestras cartas nos escribió que lo habíamos hecho como muy buenos servidores de Su Majestad, agradeciéndonoslo mucho, con ofertas de que nos ayudaría, y luego mandó, juntamente con la Real Audiencia, que no se herrasen más indios en toda la Nueva España, ni en Jalisco..., Tabasco ni Yucatán, ni en Guatimala; y fue santo u bueno esto que mandó. Y como hay hombres que no tienen aquel celo que son obligados a tener, así para el servicio de Dios demo de Su Majestad, y no mirando el mal que hacía em herrar indios libres por esclavos, desque alcanzaron a saber en nuestra villa de Guazacualco que yo y el beneficiado Benito López, mi compañero, quebramos el hierro, y decían que por qué causa les quitamos que no gozasen de las mercedes que Su Majestad nos había hecho, y más decían que éramos malos republicanos y que no ayudábamos a la villa
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, que merecíamos ser apedreados. Y todo lo que decían nos reíamos y pasábamos por ello, y nos preciamos de haber hecho tan buena obra. Y entonces el mesmo presidente, juntamente con la Real Audiencia, me enviaron provisión a mí y al beneficiado ya por mí nombrado para ser visitadores generales de dos villas, que eran Guazacualco y Tabasco, y nos enviaron la instruición de qué manera habían de ser nuestras visitas y en cuántos pesos podíamos condenar en las sentencias que diésemos, que fue hasta cincuenta mill maravedís, y por delitos y muertes y otras cosas atroces lo remitiésemos a la misma Audiencia Real. Y también nos enviaron provisión para hacer la descripción de las tierras de los pueblos de las dos villas, lo cual visitamos lo mejor que podimos, y les enviamos el traslado de los procesos y descripcion de las provincias y relación de todo lo que hablamos hecho; y respondió que lo daba por muy bueno y que haría sabidor dello a Su Majestad para que nos hiciese mercedes, y que si en alguna cosa algo se me ofreciese, le hiciese relación dello, por quél me ayudaría, y siempre me tuvo buena voluntad . Y en aquel tiempo le mandó enviar a llamar $u Majestad, y fue allá

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