Historia del Antiguo Egipto (68 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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No obstante, existen varios indicios de que la economía egipcia no se debilitó seriamente durante todo el período. La naturaleza escasamente ambiciosa de los proyectos constructivos del Tercer Período Intermedio y su elevada dependencia respecto a los materiales reutilizados puede explicarse de forma convincente por el estado de fragmentación política del país. Sin una administración centralizada gobernada por un único soberano no era posible controlar los recursos de Egipto con eficacia o movilizar las inmensas fuerzas de trabajo que construyeron las pirámides menfitas o los templos de Karnak. Resulta significativo que la relativamente breve fase de gobierno fuerte y centralizado (los reinados de Sheshonq I y Osorkon II) coincida con la construcción de varios de los monumentos más importantes de la época: el Portal Bubastita en Karnak y la «Sala de la fiesta» de Osorkon II en Bubastis.

La información respecto al estado de la economía agrícola de este período es muy limitada. Nuestras únicas fuentes son unos pocos papiros (entre ellos el Papiro Reinhardt) y las estelas de donación. No obstante, estas últimas son muy interesantes; la mayoría datan de la XXII y XXIII Dinastías y recogen la asignación de tierras a los templos para crear heredades para los cultos funerarios. Las grandes cantidades de estelas encontradas en el norte indican que la productividad de la tierra agrícola seguía siendo lo bastante buena como para que hubiera un excedente disponible para estos propósitos. Como ya se ha comentado anteriormente, la distribución de estas estelas también indica que zonas importantes del delta central y oriental estaban cultivándose.

También hay pruebas de que no faltaban otras formas de riqueza. Los ajuares funerarios de los reyes de la XXII y XXIII Dinastías encontrados en las tumbas reales de Tanis albergaban sustanciales cantidades de oro y plata, mientras que una inscripción procedente de Bubastis que recoge la dedicación por parte de Osorkon I de estatuas y utensilios de culto a los templos de Egipto menciona el equivalente a más de 391 toneladas de objetos de oro y plata (aparentemente, todos ellos presentados durante los primeros cuatro años de reinado). Se ha sugerido que una parte puede ser el botín de la campaña palestina de Sheshonq I, realizada unos años antes, mientras que quizá otra parte fuera material reciclado extraído de las tumbas del Reino Nuevo. No obstante, una economía que se podía permitir la anulación económica de una cantidad tal de metales preciosos mediante su consagración a los dioses indica que estaba saneada.

El reciclado de recursos indudablemente tuvo su papel a la hora de mantener repletas las arcas del Estado. Es probable que éste fuera el principal motivo (más que una piadosa preocupación por los muertos) del desmantelamiento de las tumbas reales del Reino Nuevo, llevado a cabo en Tebas durante la XXI Dinastía. Las momias de los reyes y sus esposas y familiares se sacaron de sus tumbas, fueron desprovistas de casi todos sus bienes y reinhumadas en grupos en
cachés
discretos y fáciles de proteger. Las anotaciones hieráticas sobre los ataúdes y sudarios donde se describen los acontecimientos muestran que éstos tuvieron lugar bajo la autoridad de los generales que gobernaban. Por otra parte, los cientos de grafitos dejados en las rocas por el escriba Butehamon y sus colegas dan fe de la sistemática búsqueda y saqueo de las viejas tumbas. Es indudable que se fundió mucho metal precioso para su reutilización, pero algunos objetos parecen haberse destinado al enterramiento de los reyes tanitas: los pectorales encontrados sobre la momia de Psusennes I se parecen mucho a ejemplares del Reino Nuevo, como los de la tumba de Tutankhamon, y en algunos de los cartuchos se observan restos de nombres modificados. También se reciclaron objetos de gran tamaño. Se sacó un sarcófago de granito de la tumba de Merenptah y se transportó hasta Tanis, donde se reinscribió en el enterramiento de Psusennes I. Los ataúdes de madera de Tutmosis I fueron restaurados y utilizados para albergar la momia de Pinudjem I. En esta ocasión el ahorro puede haber tenido menos importancia para Pinudjem que la oportunidad de verse asociado directamente a uno de los grandes reyes del pasado de Egipto, consiguiendo así un cierto apoyo ideológico a su poco ortodoxa reivindicación de la categoría faraónica. Curiosamente, lo que pudo haber comenzado como una prerrogativa de los gobernantes tebanos no tardó en extenderse; en la XXI Dinastía, una gran parte de los ataúdes utilizados en Tebas fueron reinscritos y reutilizados al poco tiempo del enterramiento original, probablemente de forma ilícita: una etiqueta escrita sobre un ataúd del Museo Británico recoge cómo se le devolvió a su dueño original después de que los trabajadores de la necrópolis fueran sorprendidos mientras lo usurpaban.

El gobierno kushita (XXV Dinastía, 747-664 a.C.)

La documentación es extremadamente escasa para los acontecimientos ocurridos en Nubia desde el final del Reino Nuevo hasta el comienzo del siglo VIII a.C. Aunque la sugerencia de que la Baja Nubia estuvo despoblada durante este período probablemente sea una exageración, su población sí pudo haber sido menos próspera que en épocas anteriores y quizá incluso haber regresado a una economía seminómada o emigrado al sur, más próspero. Las esporádicas referencias a virreyes de Kush durante la XXI-XXIII Dinastías indican que los egipcios mantuvieron una cierta pretensión de autoridad sobre la región; por otra parte, se ha sugerido que los elementos de la titulatura real y los epítetos formales de las inscripciones de los templos de Egipto atestiguan la existencia de una política agresiva para reconquistar la Alta Nubia; pero, de haber sido éste el caso, no tuvo un efecto duradero.

El ascenso de Kush

En esta época no hay pruebas en la propia Nubia de la existencia de un gobierno o campaña provincial. De hecho, las inscripciones nubias sugieren que, tras la retirada de la autoridad egipcia a finales del Reino Nuevo, surgieron varios poderes locales, que quizá mantuvieron un cierto grado de continuidad en lo que respecta a las instalaciones administrativas y religiosas egipcias. Probablemente fueron estos grupos los responsables de la pequeña cantidad de inscripciones jeroglíficas y relieves de tradición iconográfica egipcia que parecen datar de esta época; los relieves de la reina Karimala en el templo del Reino Nuevo de Semna son un ejemplo.

El más importante de esos grupos indígenas surgió río abajo de la cuarta catarata. Los primeros de sus soberanos se enterraron en El Kurru. Si bien la secuencia exacta de las tumbas es incierta, sí resulta evidente una clara evolución en los aspectos formales de las mismas. Las primeras poseen un carácter nubio muy marcado, con una estructura en forma de túmulo circular o de mastaba sobre el pozo funerario que contenía el cadáver, dispuesto sobre un lecho. Las tumbas posteriores se caracterizan por rasgos de inspiración más egipcia (mastabas acompañadas de una capilla para ofrendas, todo dentro de un recinto delimitado por un muro). Es probable que El Kurru fuera la base original del poder de estos soberanos, puesto que aquí se ha identificado un asentamiento con muros defensivos; pero a finales del siglo VIII a.C. su centro político y religioso se había trasladado a Napata, cerca del gran afloramiento rocoso de Djebel Barkal. Durante el Reino Nuevo, éste había sido el centro del culto de Amón en Nubia y la adoración al dios estatal egipcio se convirtió en un rasgo característico de la élite gobernante kushita. A mediados del siglo VIII a.C., los jefes de Napata se habían convertido en señores de Nubia y ya mantenían ciertas pretensiones de gobernar también Egipto.

La conquista kushita de Egipto

El contacto directo con Egipto se reanudó en torno al año 750 a.C. Kashta, el primer soberano de Kush del que conservamos documentación contemporánea, parece haber sido reconocido como rey en toda Nubia hasta tan al norte como Asuán, donde se erigió una estela donde aparece como «rey del Alto y el Bajo Egipto». La introvertida naturaleza del gobierno egipcio probablemente facilitara estos avances. Durante el reinado de Piy, hijo de Kashta, quizá se alcanzara algún tipo de acuerdo con los soberanos de la XXIII Dinastía, aceptados en la zona tebana. La autoridad de Piy fue reconocida y su hermana, Amenirdis I, adoptada por Shepenwepet I para ser su sucesora como «esposa del dios Amón». Estos pasos preliminares fueron seguidos en torno a 730 a.C. de una demostración de poder más evidente, en forma de expedición militar kushita. Según la vivida descripción proporcionada por la estela triunfal de Piy en Gebel Barkal, la campaña fue provocada por la rápida expansión territorial de Tefnakht de Sais. Tras haberse hecho con el control de todo el delta occidental y de la zona menfita, este poderoso príncipe estaba extendiendo su influencia a las ciudades del Alto Egipto septentrional. Nimlot, un reyezuelo de Hermópolis, unió fuerzas con Tefnakht; pero otro «rey», Peftjauawybast, tras haber declarado su lealtad a Piy, fue asediado en su ciudad, Heracleópolis. Las fuerzas de Piy avanzaron Nilo abajo, deteniéndose en Tebas para rendir homenaje a Amón antes de socorrer a Peftjauawybast y capturar Hermópolis. La mayoría de las ciudades a lo largo del río capitularon, pero Menfis opuso una testaruda resistencia y fue tomada al asalto. No obstante, Piy, con una notable reverencia por las tradiciones religiosas de Egipto, se preocupó de que los templos de la ciudad quedaran a salvo del saqueo y la profanación. Tras haber adorado a los dioses de Menfis y Heliópolis, Piy recibió el homenaje de los soberanos provinciales, que reconocieron su autoridad sobre Egipto y sobre Kush.

Piy pasó el resto de su reinado en Nubia y a su muerte fue enterrado en El Kurru, en una tumba de fuerte carácter egipcio, con una superestructura piramidal y un ajuar que incluía
shabtis
. No obstante, el cercano enterramiento de un tiro de caballos, un rasgo asociado también a los enterramientos de los sucesores de Piy y una práctica evidentemente kushita, no era nada egipcio. Es probable que en los años siguientes la situación en Tebas permaneciera estable. El nombramiento de Amenirdis I como «esposa del dios Amón» —sin duda con el apoyo de un séquito kushita— dio peso a la influencia en la zona de los soberanos nubios. Sin embargo, en el norte se permitió que los dinastas locales conservaran el control de sus provincias y, durante el reinado de Tefnakht de Sais y su sucesor, Bakenrenef, la XXIV Dinastía reanudó su expansión territorial. Ante esta provocación, el nuevo soberano kushita, Shabaqo, reconquistó Egipto en torno a 716 a.C., imponiendo su autoridad sobre los gobernadores provinciales.

El gobierno de los monarcas kushitas

La base fundamental del gobierno kushita era militar. Las relaciones entre el rey y su ejército fueron evidentes durante toda la XXV Dinastía. La devoción de las tropas de Piy a su señor se subraya de continuo en el texto de su estela triunfal y las hazañas físicas y el entrenamiento militar fueron importantes, tanto para los propios soberanos como para sus soldados. De ahí que el joven Taharqo estuviera presente en persona en la batalla de Eltekeh (701 a.C.), mientras que una estela de Dashur nos cuenta los detalles de un agotador ejercicio militar organizado por este mismo rey en el desierto entre Menfis y Fayum. No obstante, a pesar del poderío de sus fuerzas armadas, los reyes kushitas quizá se sintieran incapaces de controlar tanto su tierra nativa como un Egipto unificado. Esto quizá influyera en su tolerancia hacia una administración descentralizada en Egipto, puesto que los principados que habían gozado de una casi autonomía durante la época de los faraones libios conservaron su individualidad durante el reinado de los kushitas. De ahí que a principios del siglo VII a.C. Tanis siguiera gobernada por príncipes locales, algunos de los cuales presumían de títulos reales; una situación que se refleja en el ciclo demótico de historias centradas en el rey Pedubast de Tanis —se desconoce qué relación, en caso de que hubiera alguna, existió entre estos gobernantes tanitas y el linaje real de la XXII Dinastía—. También sobrevivió el principado saíta, que terminaría reunificando Egipto durante el reinado de Psamtek I. En Tebas, el cargo de «esposa del dios Amón» fue creciendo en importancia, convirtiéndose en un valioso apoyo para la autoridad del rey; siguieron existiendo otros cargos tradicionalmente poderosos, como el de visir, pero desprovistos de poder efectivo. El cargo de «gran sacerdote de Amón», tan a menudo fuente de tensión en años anteriores, aparentemente había permanecido vacante durante la parte final del siglo VIII a.C., pero fue reinstaurado de nuevo y vuelto a entregar a un hijo del rey. No obstante, resulta significativo que su poseedor tuviera poco o ningún poder, ni militar ni civil. La influencia local en el Alto Egipto cada vez recayó más en aquéllos que ostentaban el cargo de gobernador de Tebas o pertenecían al séquito de la «esposa del dios». Durante la primera fase del gobierno kushita, los servidores de la casa real fueron nombrados para ocupar estos puestos importantes de la administración civil y religiosa de Tebas, siendo reemplazados al cabo de unos años por vástagos de las familias locales.

Durante el reinado de los kushitas se modificó la ideología de la realeza. Se hicieron cambios pequeños pero significativos en la iconografía real: en la diadema del rey se representó con regularidad un doble uraeus; dejó de verse la corona azul y se volvió habitual la corona-gorro, tanto en su forma básica como con bandas adicionales: un tocado característicamente kushita. Las innovaciones también son aparentes en el modo de transmitir la realeza; mientras que en Egipto la sucesión real había sido patrilineal, en Kush un rey no era necesariamente sucedido por su hijo, sino en ocasiones por su hermano. Ciertamente, éste fue el sistema que se utilizó durante la XXV Dinastía, pues tanto a Piy como a Shabitqo (702-690 a.C.) les sucedieron sus hermanos. A pesar de estas divergencias con respecto a las normas egipcias, los soberanos kushitas buscaron fortalecer su legitimidad haciéndose pasar por los defensores de la antigua tradición. De ahí que Menfis se convirtiera en la principal residencia real; una estela de Kawa recoge que Taharqo fue coronado en Menfis y sabemos que Shabaqo, Shabitqo y Taharqo realizaron aquí trabajos de construcción. Desde el punto de vista político era una excelente maniobra (Tanis estaba demasiado lejos como para servir de centro neurálgico de un Egipto unificado); pero también había poderosas razonas ideológicas para potenciar la relevancia de la zona menfita: al hacerlo los faraones kushitas podían asociarse de forma directa a los grandes soberanos del Reino Antiguo. Las tumbas reales de Kush se construyeron con forma de pirámide. Las escenas del templo T de Kawa fueron copiadas por artistas menfitas de los templos mortuorios reales de Sakkara y Abusir (la inclusión en Kawa de una escena de Taharqo representado como una esfinge que derrota a los enemigos libios —si bien basada en modelos del Reino Antiguo— puede muy bien haber pretendido enfatizar el triunfo de los kushitas sobre los antiguos soberanos de Egipto).

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