Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
Tres pirámides que albergaron los enterramientos de las reinas de Khufu se alinean al este de la pirámide
[6]
. También frente a la cara oriental del monumento se encontró un
caché
con objetos pertenecientes a la madre de Khufu, Hetepheres. Estaba intacto y contaba con ejemplos notables de mobiliario, pero no guardaba con el cuerpo de Hetepheres. Es probable que cerca de los templos del valle de la mayoría de las pirámides se desarrollara un asentamiento donde residieron los sacerdotes y artesanos relacionados con el culto del rey. El templo del valle de Khufu se encuentra situado bajo las casas del moderno y densamente habitado poblado de Nazlet el Simman, bajo la meseta desértica, pero las condiciones existentes hacen muy complicada su excavación completa.
El responsable final de la conclusión del proyecto antes del final de los veintitrés años de reinado de Khufu
[7]
fue el visir Hemiunu, enterrado en una inmensa mastaba en el cementerio situado al oeste de la pirámide de su señor. El padre de Hemiunu, el príncipe Nefermaat, fue visir del rey Esnefru y pudo haber organizado la construcción de las pirámides de su soberano. Los dos linajes familiares, el de los reyes y el de los visires, discurren paralelos durante al menos dos generaciones. La datación de la pirámide y su función como tumba es indudable, a pesar de que el cuerpo del rey y todo su ajuar funerario fueran víctimas de los ladrones de tumbas y hayan desaparecido sin dejar rastro. No obstante, su enorme tamaño, las sorprendentes propiedades matemáticas de su diseño y la perfección y precisión de su construcción siguen generando explicaciones acíentíficas. Es probable que fuera la escala de la pirámide la que contribuyera a la posterior reputación de Khufu como un déspota sin corazón, como se da a entender en la literatura egipcia y recogió Heródoto.
Los largos reinados de Huni, Esnefru y Khufu y el elevado número de hijos que tuvieron cada uno complicó la sucesión. Uno de ellos, Hardjedef, hijo de Khufu, se conoce por varias fuentes egipcias. Su tumba ha sido localizada en Guiza, al este de la pirámide de su padre. Hardjedef consiguió fama de hombre sabio y es el supuesto autor de una obra literaria conocida como
Las instrucciones de Hardjedef
, que continuó siendo leída y transmitida en papiro durante el resto de la historia egipcia. Kawab, el hijo mayor de Khufu y su reina principal, Meritites, murió antes que su padre, de modo que el trono pasó a otro de los hijos de Khufu, probablemente habido con una reina secundaria.
La pirámide del sucesor inmediato de Khufu, Djedefra (Horus Kheper, 2566-2558 a.C.), fue comenzada en Abu Rowash, al noroeste de Guiza. Otra pirámide, en Zawiet el Aryan, al sur de Guiza, pertenece a un rey cuyo nombre, si bien aparece varias veces en los grafitos de los canteros, sigue siendo incierto (se han sugerido lecturas como Nebka, Baka, Khnumka,Wehemka y otras). Se discute incluso su lugar en la IV Dinastía. Djedefra fue el primero en utilizar el epíteto «hijo del dios Ra» e incorporar un nombre de Ra al suyo. Ambas pirámides se abandonaron en las primeras etapas de su construcción, si bien parece que las dos se utilizaron para enterrar a sus propietarios
[8]
.
El rey Khafra (el Kefren de Heródoto, HorusWeserib, 2558-2532 a.C.), cuyo nombre puede leerse también como Rakhaef, era otro hijo de Khufu. Él y su hijo Menkaura (el Micerinos de Heródoto, Horus Kakhet, 2532-2503 a.C.) construyeron sus pirámides en Guiza. Su planta, dimensiones y materiales difieren de las de Khufu y muestran el desarrollo de las ideas asociadas a este tipo de monumento. La planta (214,5 metros de lado) y la altura (143,5 metros) de la pirámide de Khafra la convierten en la segunda más grande de Egipto y gracias a una cuidadosa selección de su emplazamiento, en un terreno ligeramente más elevado que la de Khufu, parece del mismo tamaño que ésta.
El complejo piramidal de Khafra cuenta con un rasgo que no se repite en ningún otro, una inmensa estatua guardiana situada al norte del templo del valle, cerca de la calzada de acceso que conduce hasta el templo funerario y la pirámide. Se trata de un león tendido y con cabeza humana que hoy conocemos como la Gran Esfinge (un término griego que puede derivar de la frase egipcia
shesep-ankh
, «imagen viva»). Sus dimensiones, unos 72 metros de largo y 20 metros de altura, la convierten en la estatua de mayor tamaño del mundo antiguo. La Gran Esfinge no fue adorada por derecho propio hasta comienzos de la XVIII Dinastía, cuando pasó a ser considerada una forma local del dios Horus (Horemakhet, en griego Harmakis, Horus del Horizonte). Delante de ella, si bien sin conexión aparente entre ambos, había un edificio construido con una planta inusual y un patio abierto que se ha interpretado como un templo solar. La denominación «hijo de Ra» se convirtió en esta época en una parte estándar del título real y tanto Khafra como Menkaura siguieron el ejemplo de Djedefra de incorporar el nombre del dios sol al suyo propio.
La pirámide de Menkaura muestra un amplio uso del granito, un material de construcción más prestigioso que la caliza, pero fue construida a una escala menor (105 metros de lado y 65,5 metros de altura), lo que sugiere que para entonces había desaparecido el ansia por las grandes alturas. Es una precursora de las pirámides de la V y la VI Dinastías, más pequeñas y construidas de forma menos concienzuda. Las pirámides de Guiza presentan una clara relación con respecto a la distribución del espacio en la meseta, pero se trata más del resultado de las técnicas utilizadas al topografiar el lugar por primera vez que de un plan general concebido desde un principio. Es poco probable que la teoría según la cual la posición de las pirámides de Guiza refleja la de las estrellas de la constelación de Orion sea correcta.
Aparentemente, el complejo piramidal de Menkaura fue completado de forma apresurada por su hijo y sucesor, Shepseskaf (Horus Shepseskhet, 2503-2498 a.C.). Fue el único soberano del Reino Antiguo en abandonar la forma piramidal, construyéndose en cambio en Sakkara Sur una inmensa mastaba en forma de sarcófago, cuya base medía 100 X 72 metros. El monumento se conoce como Mastabat el Faraun. Khentkawes, probablemente reina de Menkaura, posee una tumba similar en Guiza, pero en Abusir también se construyó un complejo piramidal para ella
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. El significado del abandono por parte de Shepseskaf de la forma piramidal en favor de una tumba con forma de mastaba se nos escapa, pero resulta tentador considerarlo como un signo de duda religiosa, cuando no de crisis. El Canon de Turín incluye un reinado de dos años después de Shepseskaf; pero el nombre del rey se ha perdido (quizá sea el Tamftis de Manetón) y todavía no ha sido posible confirmarlo. Parece, por lo tanto, que todos los reyes de la IV Dinastía fueron descendientes de Esnefru. La idea de que el hijo enterraba a su padre y lo sucedía era ubicua en Egipto, pero no era una condición imprescindible para la sucesión real y no confería automáticamente el derecho a ella.
La localización concreta del Muro Blanco (Ineb-hedj), la capital de Egipto, que la tradición afirma que fue fundada por el rey Menes al comienzo de la historia egipcia, todavía no se ha encontrado. Pudo haber estado cerca del moderno poblado de Abusir, en el valle del Nilo, aproximadamente al noreste de la pirámide de Djoser. Las razones para la elección de Zawiet el Aryan, Meidum, Dashur, Sakkara, Guiza y Abu Rowash como emplazamiento de las pirámides de la III y la IV Dinastía no están claras. La localización de los palacios reales y la disponibilidad de un sitio adecuado para la construcción cerca de la pirámide de su predecesor pueden haber tenido algo que ver en la decisión.
Para una mente moderna, sobre todo si carece de una profunda experiencia religiosa y una fe arraigadas, no resulta fácil comprender la necesidad de llevar a cabo unos proyectos tan inmensos y aparentemente despilfarradores como la construcción de las pirámides. Esta falta de comprensión se refleja en el gran número de teorías esotéricas sobre el propósito y origen de estos edificios. La profusión de interpretaciones de este calibre se ve ayudada por la casi completa reticencia de los textos egipcios a tratar la cuestión.
En el Antiguo Egipto, el rey disfrutaba de una posición especial como mediador entre los dioses y la gente, como punto de contacto entre lo divino y lo humano, siendo responsable de ambos. Su nombre de Horus lo identificaba con el dios halcón (del cual era la manifestación) y su nombre
nebty
(«dos señoras») lo relacionaba con las dos diosas tutelares de Egipto, Nekhbet y Wadjet. Compartía la designación de
netjer
con los dioses, pero por lo general era calificado de
netjer nefer
, «dios menor» (si bien la expresión también puede entenderse como «dios perfecto»). A partir del reinado de Khafra, uno de sus nombres vino precedido por el título «hijo de Ra». El rey había sido elegido y aprobado por los dioses y tras su muerte pasaba a acompañarlos. El contacto con los dioses, conseguido mediante el ritual, era su prerrogativa;, si bien por razones prácticas los elementos más mundanos del mismo eran delegados en sacerdotes. Para las gentes de Egipto, su rey era el garante del continuo orden que reinaba en su mundo: el cambio regular de las estaciones, el retorno de la inundación anual del Nilo y los predecibles movimientos de los cuerpos celestes; pero también de la protección contra las fuerzas amenazadoras de la naturaleza y contra los enemigos situados fuera de las fronteras de Egipto. La eficacia del rey a la hora de cumplir con estas obligaciones era, por lo tanto, de primordial importancia para el bienestar de todos y cada uno de los egipcios. Las disensiones internas eran mínimas y el apoyo al sistema era genuino y estaba muy difundido. Los mecanismos coercitivos del Estado, como la policía, destacan por su ausencia; la gente estaba unida a la tierra y el control sobre cada uno de ellos era ejercido por las comunidades locales, que estaban cerradas a los recién llegados.
El papel del rey no terminaba con su muerte: tanto para sus contemporáneos enterrados en las cercanías de su pirámide como para aquellos implicados en su culto funerario, la relación con el rey continuaba para siempre. Por lo tanto, todos estaban interesados en salvaguardar la posición y categoría del rey tras su muerte tanto como lo habían hecho en vida. En este período de la historia egipcia, la monumentalidad era un modo importante de expresar este concepto. Dado el grado de prosperidad económica disfrutado por el país, la disponibilidad de mano de obra y la elevada calidad de la gestión, no hay por qué dudar de que fueron perfectamente capaces de completar con éxito los proyectos de las pirámides. Buscar fuerzas y motivos externos para explicarlas es fútil e innecesario.
Las tumbas de los miembros de la familia real, los sacerdotes y los funcionarios de la III Dinastía están separadas de las zonas exclusivas donde se encuentran las pirámides. Casi todas estas tumbas siguieron construyéndose con adobe, si bien es posible que en Sakkara existan ejemplos tempranos de mastabas de piedra. No obstante, en la IV Dinastía estas tumbas, ahora edificadas con piedra, rodean las pirámides, como si las propias tumbas formaran parte de los complejos (en realidad quizá fuera así como eran percibidas). Como muchas de ellas eran regalos del rey y fueron edificadas por los artesanos y artistas reales, el volumen de la actividad constructiva de la realeza es aún mayor de lo que sugieren las pirámides por sí solas. Los amplios campos de mastabas, erigidas según un plan predeterminado y separadas por calles en ángulo recto, son únicos de la IV Dinastía y se conocen sobre todo en Meidum, la pirámide norte de Esnefru y la pirámide de Khufu en Guiza. No hay que olvidar que la mayor parte de las pruebas utilizadas en nuestra reconstrucción de la historia del Reino Antiguo proceden de contextos funerarios, por lo que es posible que estén sesgadas; los asentamientos del Reino Antiguo raras veces se han conservado o han sido excavados (las ciudades de Elefantina y Ayn Asil son casos inusuales). El estado de la técnica puede deducirse a partir de los proyectos en los que fue utilizada, pero se carece de información detallada sobre la misma. Por ejemplo, sólo las fuentes posteriores al Reino Antiguo dejan claro que los constructores de las pirámides no utilizaron vehículos con ruedas (si bien la rueda se conocía).
El enorme volumen de los trabajos de construcción realizados en los dos siglos durante los cuales los reyes de la III y la IV Dinastía de Manetón ejercieron su dominio tuvieron un profundo efecto en la economía y la sociedad del país. Sería un error subestimar el considerable esfuerzo y pericia necesarios para construir las grandes mastabas de adobe del Dinástico Temprano; pero la edificación de pirámides de piedra elevó estas empresas a un plano por completo diferente. El número de constructores profesionales necesario tuvo que ser grande, sobre todo si se tiene en cuenta a todos aquellos implicados en la extracción y transporte de los bloques de piedra, la edificación de las rampas de acceso que necesitaban los constructores y toda la logística implicada en el proceso, como el suministro de alimento, agua y otros bienes necesarios, además del mantenimiento de las herramientas y otras muchas tareas relacionadas.
La economía egipcia no estaba basada en el trabajo esclavo. Incluso si se admite que la mayoría del trabajo se realizó en la época en la cual la inundación anual hacía imposible el trabajo en los campos, una gran parte de la fuerza laboral necesaria para construir pirámides hubo de ser sustraída de las tareas agrícolas y de la producción de comida. Esto ejercería una considerable presión sobre los recursos existentes y proporcionó un poderoso estímulo para realizar esfuerzos destinados a incrementar la producción agrícola, mejorar la administración del país, desarrollar un medio eficaz de recaudar impuestos y buscar nuevas fuentes de ingresos y mano de obra en el extranjero.
Con el comienzo de la construcción de pirámides las exigencias sobre la producción agrícola egipcia cambiaron drásticamente, puesto que había que mantener a aquéllos que habían dejado de colaborar en la producción de alimentos. El consumo y las expectativas de aquéllos que se unieron a la élite directiva se incrementaron en consonancia con su nueva categoría. No obstante, las técnicas agrícolas siguieron siendo iguales. La principal contribución del Estado fue organizativa, incluidos actos como la prevención de hambrunas locales al hacer llegar recursos excedentes de otras zonas, la reducción de los efectos de las grandes calamidades (como una inundación baja), la eliminación de los dañinos conflictos locales al ofrecer arbitrajes y la mejora de la seguridad. Los trabajos de irrigación eran responsabilidad de los administradores locales y los intentos por incrementar la producción agrícola se centraron en ampliar los terrenos cultivados, para lo cual el Estado podía proporcionar fuerza laboral y otros recursos.