La mayoría de la gente había esperado una oportunidad de decirles que la descolada había sido domada por completo y ya no suponía una amenaza; que era demasiado tarde para detener a nadie de todas formas, ya que varias docenas de nuevas colonias de humanos, pequeninos y reinas colmena habían sido fundadas ya en muchos planetas distintos.
En cambio, sólo había muerte precipitándose hacia ellos, siguiendo un curso que no les dejaba más que una hora de vida, probablemente menos, ya que sin duda el Pequeño Doctor sería detonado a cierta distancia del planeta.
Eran los pequeninos quienes manejaban ahora los instrumentos, ya que todos los humanos, menos un puñado, habían huido hacia las naves.
Así que fue un pequenino quien gritó la noticia a través del ansible a la nave que se encontraba en el planeta de la descolada; y, por casualidad, era Apagafuegos quien se hallaba ante el terminal ansible para oír su informe. Inmediatamente empezó a lloriquear, su aguda voz inundada de pena.
Cuando Miro y sus hermanas comprendieron lo que había sucedido, él corrió de inmediato a Jane.
—Han lanzado el Pequeño Doctor —dijo, sacudiéndola suavemente.
Esperó sólo unos instantes. Ella abrió los ojos.
—Creía que los habíamos derrotado —susurró—. Peter y Wang-mu, quiero decir. El Congreso votó establecer una cuarentena y prohibió terminantemente a la flota que lanzara el Artefacto D.M. Sin embargo, lo han lanzado.
—Pareces muy cansada.
—Esto requiere todos mis esfuerzos, una y otra vez. Y ahora pierdo a las madres-árbol. Son una parte de mí misma, Miro. ¿Recuerdas cómo te sentías cuando perdiste el control de tu cuerpo, cuando eras un lisiado? Eso es lo que me sucederá cuando las madres-árbol hayan muerto.
Se echó a llorar.
—Basta —dijo Miro—. Ahora mismo. Controla tus emociones, Jane, no tienes tiempo para esto.
De inmediato, ella se liberó de las correas que la ataban.
—Tienes razón. Este cuerpo es a veces demasiado fuerte para controlarlo.
—El Pequeño Doctor debe estar cerca del planeta para que surta efecto: el campo se disipa rápidamente a menos que haya masa para retenerlo. Así que tenemos tiempo, Jane. Quizás una hora. Sin duda, más de media.
—Y en ese tiempo, ¿qué piensas que puedo hacer?
—Recoger la maldita cosa —dijo Miro—. ¡Lanzarla al Exterior y no traerla de vuelta!
—¿Y si estalla en el Exterior? —preguntó Jane—. ¿Y si algo tan destructivo se multiplica y repite allí fuera? Además, no puedo recoger cosas que no he tenido oportunidad de examinar. No hay nadie cerca, ningún ansible conectado, nada que me permita encontrarla en el vacío del espacio.
—No lo sé —dijo Miro—. Ender lo sabría. ¡Lástima que esté muerto!
—Bueno, técnicamente hablando. Pero Peter no ha encontrado el camino a ninguno de los recuerdos de Ender. Si los tiene.
—¿Qué hay que recordar? Esto no había sucedido nunca.
—Es verdad que su aiúa es el de Ender. ¿Pero cuánto de su inteligencia dependía del aiúa, y cuánto de su cuerpo y su cerebro? Recuerda que el componente genético pesaba: nació en primer lugar porque los tests mostraron que los originales Peter y Valentine estaban cerca del comandante militar ideal.
—Cierto —dijo Miro—. Y ahora es Peter.
—No el Peter real.
—Mira, es más o menos Ender y más o menos Peter. ¿Puedes encontrarlo? ¿Puedes hablar con él?
—Cuando nuestros aiúas se encuentran, no hablamos. Nosotros… bueno, bailamos uno alrededor del otro. No es lo mismo que hacen Humano y la Reina Colmena.
—¿No tiene todavía la joya en la oreja? —preguntó Miro, tocando la suya propia.
—¿Pero qué puede hacer? Está a horas de distancia de esta nave…
—Jane —dijo Miro—. Inténtalo.
Peter parecía anonadado. Wang-mu le tocó el brazo, se inclinó hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Creí que lo habíamos conseguido, cuando el Congreso votó para revocar la orden de utilización del Pequeño Doctor.
—¿A qué te refieres? —preguntó Wang-mu, aunque ya lo sabía.
—Lo lanzaron. La Flota Lusitania desobedeció al Congreso. ¿Quién lo habría imaginado? Queda menos de una hora para que estalle.
Los ojos de Wang-mu se llenaron de lágrimas, pero las reprimió.
—Al menos los pequeninos y las reinas colmena sobrevivirán.
—Pero no la red de madres-árbol —dijo Peter—. El vuelo estelar quedará interrumpido hasta que Jane encuentre algún otro medio de almacenar toda esa información en memoria. Los hermanos-árbol son demasiado estúpidos, los padres-árbol tienen un ego demasiado fuerte para compartir su capacidad con ella… lo harían si pudieran, pero no pueden. ¿Crees que Jane no ha explorado todas las posibilidades? El vuelo más rápido que la luz se ha acabado.
—Entonces éste es nuestro hogar —dijo Wang-mu.
—No, no lo es.
—Estamos a horas de distancia de nuestra nave, Peter. Nunca llegaremos allí antes de que explote.
—¿Qué es la nave? Una caja con interruptores y una puerta hermética. Por lo que sabemos, ni siquiera necesitamos la caja. No voy a quedarme aquí, Wang-mu.
—¿Vas a volver a Lusitania? ¿Ahora?
—Si Jane puede llevarme. Y si no puede, supongo que este cuerpo volverá al sitio de donde vino… el Exterior.
—Voy contigo.
—He tenido tres mil años de vida —dijo Peter—. No los recuerdo demasiado bien, pero te mereces algo mejor que desaparecer del universo si Jane no puede lograrlo.
—Voy contigo, así que cállate. No hay tiempo que perder.
—Ni siquiera sé qué voy a hacer cuando llegue.
—Sí que lo sabes.
—¿Ah, sí? ¿Qué es lo que estoy planeando?
—No tengo ni idea.
—¿No es eso un problema? ¿De qué sirve este plan mío si nadie lo conoce?
—Quiero decir que eres quien eres —dijo Wang-mu—. Eres la misma voluntad, el mismo niño duro y lleno de recursos que se negó a ser derrotado por todo lo que le lanzaban en la Escuela de Batalla o la Escuela de Mando. El niño que no dejó que los matones le destruyeran… no importa lo que hiciera falta para detenerlos. Desnudo y sin otra arma que el cuerpo enjabonado, así es como Ender luchó con Bonzo Madrid en el cuarto de baño de la Escuela de Batalla.
—Has hecho averiguaciones.
—Peter, no espero que seas Ender, su personalidad, sus recuerdos, su entrenamiento. Pero eres el que no-puede ser derrotado. Eres el que encuentra un modo de destruir al enemigo.
Peter sacudió la cabeza.
—No soy él. De verdad que no.
—Me dijiste cuando nos conocimos que no eras tú mismo. Bueno, ahora lo eres. Todo tú, un solo hombre, intacto en este cuerpo. Ahora no te falta nada. No te han robado nada, no has perdido nada. ¿Comprendes? Ender vivió toda su vida con el peso de haber causado el xenocidio. Ahora tienes la oportunidad de ser lo opuesto. De vivir la vida contraria. De ser quien lo impida. Peter cerró los ojos un instante.
—Jane —dijo—. ¿Puedes llevarnos sin nave? Escuchó un momento.
—Dice que la verdadera cuestión es si nosotros podemos mantenernos íntegros. Lo que ella controla y mueve es la nave, más nuestros aiúas… la integridad de nuestro cuerpo depende de nosotros, no de ella.
—Bueno, lo hacemos siempre, así que no hay problema —dijo Wang-mu.
—Sí que lo hay —respondió Peter—. Jane dice que dentro de la nave tenemos pistas visuales, una sensación de seguridad. Sin esas paredes, sin la luz, en el vacío profundo, podemos perder nuestro lugar. Podemos olvidar que estamos relacionados con nuestros propios cuerpos. Realmente tenemos que aguantar.
—Somos tan testarudos, decididos, ambiciosos y egoístas que superamos todo lo que se nos pone por delante sea lo que fuere, ¿valdrá eso de algo? —preguntó Wang-mu.
—Creo que son virtudes que cuentan, sí.
—Entonces hagámoslo. Adelante.
Para Jane, encontrar el aiúa de Peter fue fácil. Había estado dentro de su cuerpo, había seguido su aiúa, o lo había perseguido; lo encontraba incluso sin buscarlo. El caso de Wang-mu era distinto. Los viajes a los que la había llevado antes habían sido dentro de una nave estelar cuyo emplazamiento Jane conocía ya. Pero una vez que localizó el aiúa de Peter, de Ender, resultó más fácil de lo que esperaba. Pues ellos dos, Peter y Wang-mu, estaban filóticamente entrelazados. Había una diminuta red creándose entre ellos. Incluso sin la caja a su alrededor, Jane podría sostenerlos, ambos a la vez, como si fueran una sola entidad.
Mientras los lanzaba al Exterior notó cómo se aferraban con más fuerza el uno al otro, no sólo los cuerpos, sino también los enlaces invisibles del yo más profundo. Fueron juntos al Exterior y juntos regresaron. Jane sintió una puñalada de celos, los mismos que había sentido de Novinha aunque sin la sensación física de pena y furia que su cuerpo unía ahora a la emoción. Pero sabía que era absurdo. Era a Miro a quien amaba, como una mujer ama a un hombre. Ender fue su padre y su amigo, y ahora apenas era Ender.
Era Peter: un hombre que recordaba únicamente los pasados meses de asociación con ella. Eran amigos, pero no tenía ningún derecho sobre su corazón.
El familiar aiúa de Ender Wiggin y el aiúa de Si Wang-mu estaban aún más fuertemente unidos cuando Jane los depositó sobre la superficie de Lusitania.
Se encontraban en medio del astropuerto. Los últimos centenares de humanos que trataban de escapar intentaban frenéticamente comprender por qué las naves habían dejado de huir justo cuando el Artefacto D.M. fue lanzado.
—Todas las naves están llenas —dijo Peter.
—Pero si no necesitamos ninguna —respondió Wang-mu.
—Sí que la necesitamos. Jane no puede recoger el Pequeño Doctor sin una.
—¿Recogerlo? Entonces tienes un plan.
—¿No dijiste que sí? No conseguiré hacer de ti una mentirosa. —Luego habló con Jane a través de la joya—. ¿Vuelves a estar aquí? Puedes hablar conmigo vía satélite… muy bien. Jane, necesito que vacíes una de esas naves. —Hizo una pausa—. Lleva a la gente a un mundo colonial, espera a que desembarque y luego trae la nave aquí para nosotros, lejos de la multitud.
Al instante, una de las naves desapareció del astropuerto. Un aplauso surgió de la multitud mientras todos corrían para entrar en una de las naves restantes. Peter y Wang-mu esperaron, sabiendo que cada minuto que hacía falta para descargar esa nave en el mundo colonial era un minuto menos que faltaba para que el Pequeño Doctor hiciera explosión.
Entonces la espera se acabó. Una nave en forma de caja apareció junto a ellos.
Peter abrió la puerta y los dos entraron antes de que ninguno de los presentes en el astropuerto advirtiera qué sucedía. Alguien gritó, pero Peter cerró y selló la puerta.
—Estarnos dentro —dijo Wang-mu—. ¿Pero adónde vamos?
—Jane está calibrando la velocidad del Pequeño Doctor.
—Creía que no podía recogerlo sin la nave.
—Consigue los datos de seguimiento a partir del satélite. Predecirá exactamente dónde estará en un momento determinado, y luego nos lanzará al Exterior y nos traerá de vuelta exactamente en ese punto, exactamente a esa velocidad.
—¿El Pequeño Doctor estará dentro de esta nave? ¿Con nosotros? —preguntó Wang-mu.
—Quédate junto a la pared —dijo él—. Y agárrate a mí. Experimentaremos ingravidez. Hasta ahora has conseguido visitar cuatro planetas sin pasar por esa experiencia.
—¿La has tenido tú antes?
Peter se rió, luego sacudió la cabeza.
—No en este cuerpo. Pero supongo que en cierto modo recuerdo cómo enfrentarme a ella porque…
En ese momento se quedaron sin gravedad y, flotando ante ellos, sin tocar las paredes de la nave, apareció el enorme misil que transportaba el Pequeño Doctor. De haber estado sus cohetes encendidos, los habrían calcinado. Pero avanzaba a la velocidad que ya había conseguido; parecía flotar en el aire porque la nave iba exactamente a la misma velocidad.
Peter aseguró sus pies bajo un banco soldado a la pared, y luego extendió las manos y tocó el misil.
—Tenemos que conseguir que se pose en el suelo.
Wang-mu intentó alcanzarlo también, pero en cuanto se soltó de la pared empezó a flotar. Sintió náuseas y su cuerpo buscó desesperado algún punto en la nave que le sirviera de referencia.
—Piensa que el aparato está al revés —le instó Peter—. El aparato es abajo. Caes hacia él.
Wang-mu se reorientó. Mientras flotaba más cerca logró extender los brazos y agarrarse. Sólo pudo mirar, agradecida de no estar vomitando ya, cómo Peter empujaba suave, lentamente el misil hacia el suelo. Cuando se tocaron, toda la nave se estremeció, pues la masa del misil era probablemente mayor que la de la nave que ahora lo rodeaba.
—¿Todo bien? —preguntó Peter.
—Sí —respondió Wang-mu. Entonces se dio cuenta de que él estaba hablando con Jane; su «todo bien» formaba parte de esa conversación.
Jane está estudiando esa cosa —dijo Peter—. Lo hace también con las naves, antes de llevarlas a alguna parte. Solía ser un proceso analítico, por ordenador. Ahora su aiúa recorre la estructura interna del artefacto. No podía hacerlo hasta que estuviera en contacto con algo que ya conociera: la nave. Cuando obtenga una impresión de su forma interior, podrá enviarlo al Exterior.
—¿Vamos a dejarlo allí?
—No. Podría mantenerse unido y detonar, o romperse. De todas formas, quién sabe qué daño podría causar ahí fuera. ¿Cuántas copias podrían cobrar forma?
—Ninguna —dijo Wang-mu—. Hace falta una inteligencia para crear algo nuevo.
—¿De qué crees que está hecha esta cosa? Igual que cada pieza de tu cuerpo, igual que cada roca y árbol y nube, es todo aiúas, y habrá otros aiúas desconectados y desesperados por pertenecer, por imitar, por crecer. No, esta cosa es maligna, y no vamos a llevarla allí.
—Entonces ¿adónde?
—De vuelta al remitente.
El almirante Lands permanecía sombrío en el puente de su nave. Sabía que a estas alturas Causo habría difundido la noticia: el lanzamiento del Pequeño Doctor había sido ilegal, un motín; el Viejo se enfrentaría a un consejo de guerra o a algo peor cuando volvieran a la civilización. Nadie le hablaba; nadie se atrevía a mirarlo. Y Lands sabía que tendría que retirarse del mando y entregar la nave a Causo, su lugarteniente, y la flota a su segundo, el almirante Fukuda. El gesto de Causo de no arrestarlo inmediatamente había sido amable pero inútil. Sabiendo la verdad de su desobediencia, a los hombres y oficiales les resultaría imposible acatar sus órdenes y sería injusto exigírselo.