Hijos de la mente (32 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
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11. ME HICISTE REGRESAR DE LA OSCURIDAD

«¿No hay un fin para esto?

¿Debo seguir y seguir?

¿No os he dado

todo cuanto podíais pedirle

a una mujer tan débil

y tonta como yo?

¿Cuándo volveré a oír vuestra voz penetrante

en mi corazón?

¿Cuándo seguiré

la última línea hasta el cielo?»

de Los susurros divinos de Han Qing jao

Yasujiro Tsutsumi se sorprendió al oír el nombre que le susurró su secretaria. De inmediato asintió, y luego se puso en pie para hablar con los dos hombres con los que estaba reunido. Las negociaciones habían sido largas y complicadas, y tener que interrumpirlas a estas alturas, cuando la solución estaba tan cerca… pero no se podía evitar. Prefería perder millones que ser descortés con el gran hombre que, sorprendentemente, había venido a visitarlo.

—Les suplico que me perdonen por ser tan rudo con ustedes, pero mi anciano maestro ha venido a visitarme y sería mi vergüenza y la de mi casa si le hiciera esperar.

El viejo Shigeru se puso de inmediato en pie e inclinó la cabeza.

—Creía que la generación más joven había olvidado cómo mostrar respeto. Sé que su maestro es el gran Aimaina Hikari, el custodio del espíritu Yamato. Pero aunque fuera un viejo maestro de escuela sin dientes procedente de alguna aldea de las montañas, un joven decente debe mostrar respeto como usted hace.

El joven Shigeru no estaba tan complacido… o al menos no era tan bueno ocultando su desagrado. Pero era la opinión del viejo Shigeru la que contaba. Una vez cerrado el trato, habría tiempo de sobra para ganarse al hijo.

—Me honran ustedes con sus comprensivas palabras —dijo Yasujiro—. Por favor, déjenme ver si mi maestro me honra a su vez permitiendo reunir a hombres tan sabios bajo mi techo.

Yasujiro volvió a inclinar la cabeza y salió al vestíbulo. Aimaina Hikari estaba todavía de pie. Su secretaria, de pie igualmente, se encogió de hombros, como diciendo: no quiere sentarse. Yasujiro hizo una profunda inclinación de cabeza, y luego otra, y otra más, antes de preguntar si podía presentar a sus amigos.

Aimaina frunció el ceño y preguntó suavemente:

—¿Son éstos los Shigeru Fushimi que sostienen ser descendientes de una noble familia… que se extinguió hace más de dos mil años y de la cual reaparecen de pronto nuevos retoños?

Yasujiro se sintió desfallecer ante la idea de que Aimaina, quien era después de todo el custodio del espíritu Yamato, le humillara poniendo en duda la supuesta sangre noble de los Fushimi.

—Es una vanidad pequeña e inofensiva —dijo en voz baja—. Un hombre debe estar orgulloso de su familia.

—Como tu homónimo, el fundador de la fortuna Tsutsumi, estaba orgulloso de olvidar que sus antepasados fueron coreanos.

—Tú mismo has dicho —respondió Yasujiro, tomándose el insulto con ecuanimidad—, que todos los japoneses son de origen coreano, pero que aquellos que tenían el espíritu Yamato emigraron a las islas tan rápidamente como pudieron. Los míos siguieron a los tuyos con sólo unos siglos de diferencia.

Aimaina se echó a reír.

—¡Sigues siendo mi astuto estudiante de larga lengua! Llévame con tus amigos, me sentiré honrado de conocerlos.

Siguieron diez minutos de inclinaciones de cabeza y sonrisas, cumplidos y reverencias. Yasujiro se sintió aliviado al ver que no había ningún atisbo de condescendencia o ironía cuando Aimaina pronunció el apellido «Fushimi», y que el joven Shigeru estaba tan deslumbrado por conocer al gran Aimaina Hikari que el insulto de la reunión interrumpida quedó claramente olvidado. Los dos Shigeru se marcharon con media docena de hologramas de su encuentro con Aimaina, y Yasujiro se sintió muy satisfecho de que el viejo Shigeru insistiera en que posara en los hologramas junto con los Fushimi y el gran filósofo.

Por fin, Yasujiro y Aimaina se quedaron solos en el despacho, a puerta cerrada. De inmediato, Aimaina se acercó a la ventana y descorrió la cortina para que se vieran los altos edificios del distrito financiero de Nagoya y el panorama de un prado cuidado, pero con terreno agreste en las colinas apropiado para zorros y tejones.

—Me satisface ver que aunque haya un Tsutsumi en Nagoya, sigue quedando tierra sin explotar en la ciudad. No lo creía posible.

—Aunque desprecies a mi familia, me enorgullece oír su nombre en tus labios —dijo Yasujiro. Pero en silencio quiso preguntar: ¿Por qué estás decidido a insultar hoy a mi familia?

—¿Estás orgulloso del hombre cuyo nombre llevas; del comprador de tierras, del constructor de campos de golf? Según él, todo terreno salvaje pedía cabañas o
greens
. Y nunca encontró a ninguna mujer demasiado fea para intentar tener un hijo con ella. ¿Le imitas también en eso?

Yasujiro estaba aturdido. Todo el mundo conocía las historias del fundador de la fortuna Tsutsumi. No eran noticia desde hacía tres mil años.

—¿Qué he hecho para que tal furia recaiga sobre mí?

—No has hecho nada —dijo Hikari—. Y mi furia no es contra ti. Mi furia es contra mí mismo, porque yo tampoco he hecho nada. Hablo de los antiguos pecados de tu familia porque la única esperanza para el pueblo Yamato es recordar todos nuestros pecados del pasado. Pero olvidamos. Ahóra somos tan ricos, poseemos tanto, construimos tantas cosas, que no hay ningún proyecto de importancia en ninguno de los Cien Mundos que no tenga las manos Yamato en alguna parte. Sin embargo, olvidamos las lecciones de nuestros antepasados.

—Suplico aprender de ti, maestro.

—Hace mucho tiempo, cuando Japón todavía se esforzaba por entrar en la era moderna, dejamos que nos gobernaran nuestros militares. Los soldados fueron nuestros amos, y nos condujeron a una guerra maligna para conquistar naciones que no nos habían hecho ningún daño.

—Pagamos por nuestros crímenes cuando las bombas atómicas cayeron sobre nuestras islas.

—¿Pagamos? —gritó Aimaina—. ¿Qué hay que pagar o no pagar? ¿Somos de pronto cristianos, que pagan por los pecados? No. El camino Yamato no es pagar por los errores, sino aprender de ellos. Expulsamos a los militares y conquistamos el mundo gracias a la excelencia de nuestros diseños y a la confianza en nuestro trabajo. El lenguaje de los Cien Mundos puede estar basado en el inglés, pero su moneda procede del yen.

—Pero el pueblo Yamato todavía compra y vende —dijo Yasujiro—. No hemos olvidado la lección.

—Ésa fue sólo media lección. La otra media fue no hacer la guerra.

—Pero no existe ninguna flota japonesa, ningún ejército japonés.

—Ésa es la mentira que nos contamos para encubrir nuestros crímenes —dijo Aimaina—. Recibí hace dos días la visita de dos extranjeros… humanos mortales, pero sé que la deidad los envió. Me reprocharon que la Escuela Necesaria proporcionara los votos bisagra en el Congreso Estelar en la decisión de enviar a la Flota Lusitania. ¡Una flota cuyo único propósito es repetir el crimen de Ender
el Xenocida
y destruir un mundo que alberga una frágil especie raman que no hace ningún daño a nadie!

Yasujiro retrocedió ante el peso de la furia de Aimaina.

—Pero maestro, ¿qué tengo yo que ver con los militares?

—A los filósofos Yamato se debe la teoría en la que basan su actuación los políticos Yamato. Los votos japoneses crearon la diferencia. Esta flota malvada debe ser detenida.

—Nada puede ser detenido —dijo Yasujiro—. Los ansibles están desconectados, igual que todas las redes informáticas, mientras el terrible virus que todo lo come es expulsado del sistema.

—Mañana los ansibles volverán a funcionar —le respondió Aimaina—. Y por eso mañana debe evitarse la vergüenza de la participación japonesa en el xenocidio.

—¿Por qué acudes a mí? Puede que lleve el nombre de mi gran antepasado, pero la mitad de los niños de mi familia se llaman Yasujiro o Yoshiaki o Seji. Soy el dueño de las empresas Tsutsumi en Nagoya…

—No seas modesto. Eres el Tsutsumi del mundo de Viento Divino.

—Se me escucha en otras ciudades —dijo Yasujiro—, pero las órdenes proceden de central de la familia en Honshu. Y no tengo ninguna influencia política. ¡Si el problema son los necesarios, habla con ellos!

—Oh, eso no serviría de nada. —Aimaina suspiró—. Se pasarían seis meses discutiendo cómo reconciliar su nueva postura con la antigua, demostrando que no habían cambiado de opinión, que su filosofía permitía un giro de ciento ochenta grados. Y los políticos… están empeñados. Aunque los filósofos cambiaran de opinión, pasaría al menos una generación política, tres elecciones, dice el refrán, antes de que la nueva política se pusiera en práctica. ¡Treinta años! La Flota Lusitania habrá hecho todo su mal antes.

—¿Entonces qué nos queda sino desesperar y vivir en la vergüenza? —preguntó Yasujiro—. A menos que planees algún gesto futil y estúpido.

Sonrió a su maestro, sabiendo que Aimaina reconocería las palabras que él mismo utilizaba siempre cuando reprobaba la antigua práctica del seppuku, el suicidio ritual, como algo que el espíritu Yamato había dejado atrás como un niño deja sus pañales.

Aimaina no se rió.

—La Flota Lusitania es seppuku para el espíritu Yamato. —Se levantó y se alzó sobre Yasujiro… o eso pareció, aunque Yasujiro era casi media cabeza más alto que el anciano—. Los políticos han hecho popular la Flota Lusitania, por eso los filósofos no conseguirán hacerles cambiar de opinión. ¡Pero cuando la filosofía y las elecciones no pueden cambiar la mentalidad de los políticos, el dinero puede!

—No estarás sugiriendo algo tan vergonzoso como el soborno, ¿no? —dijo Yasujiro, preguntándose si Aimaina sabía lo extendida que estaba la compra de los políticos.

—¿Crees que tengo los ojos en el culo? —replicó Aimaina, utilizando una expresión tan burda que Yasujiro abrió la boca y evitó su mirada, riendo nervioso—. ¿Crees que no sé que hay diez formas de comprar a los políticos corruptos y cien de comprar a los honrados? Contribuciones, amenazas de apoyar a los oponentes, donativos a causas nobles, trabajos ofrecidos a parientes o amigos… ¿tengo que recitar la lista?

—¿En serio quieres destinar dinero Tsutsumi a detener la Flota Lusitania?

Aimaina se acercó de nuevo a la ventana y extendió los brazos como para abarcar todo lo que podía verse del mundo exterior.

—La Flota Lusitania es mala para los negocios, Yasujiro. Si el Artefacto de Disrupción Molecular se usa contra un mundo, será usado contra otro. Y cuando ese poder caiga de nuevo en manos de los militares, ya no lo soltarán.

—¿Persuadiré a los cabezas de mi familia citando tu profecía, maestro?

—No es una profecía, y no es mía. Es una ley de la naturaleza humana, que la historia nos enseña. Detén la flota, y los Tsutsumi serán conocidos como los salvadores, no sólo del espíritu Yamato, sino del espíritu humano también. No dejes que este grave pecado caiga sobre la cabeza de tu gente.

—Perdóname, maestro, pero me parece que eres tú quien lo deja caer. Nadie advirtió que éramos responsables de este pecado hasta que tú lo has dicho aquí hoy.

—No he puesto ahí ese pecado. Simplemente he quitado el sombrero que lo cubre. Yasujiro, fuiste uno de mis mejores estudiantes. Te perdono por usar lo que te enseñé de formas complicadas, porque lo hiciste por el bien de tu familia.

—Y eso que me pides ahora… ¿es perfectamente sencillo?

—He emprendido la acción más directa… he hablado claramente al más poderoso representante de las riquezas de las familias comerciantes japonesas que pude alcanzar hoy. Y lo que te pido es la mínima acción requerida para hacer lo que es necesario.

—En este caso el mínimo supone un gran riesgo para mi carrera —comentó Yasujiro, pensativo.

Aimaina no dijo nada.

—Mi mejor maestro me dijo una vez —comentó Yasujiro—, que un hombre que ha arriesgado su vida sabe que ninguna carrera tiene valor, y un hombre que no arriesga su carrera tiene una vida que no vale nada.

—¿Entonces lo harás?

—Prepararé mensajes para plantear el caso a toda la familia Tsutsumi. Cuando vuelvan a conectar los ansibles, los enviaré.

—Sabía que no me decepcionarías.

—Es más —añadió Yasujiro—. Cuando me expulsen de mi trabajo, me iré a vivir contigo.

Aímaina inclinó la cabeza.

—Me sentiré honrado de tenerte en mi casa.

Las vidas de todas las personas fluyen a través del tiempo, y, por muy brutal que pueda ser un momento, por muy lleno que esté de pena o dolor o miedo, el tiempo fluye por igual a través de todas las vidas.

Durante varios minutos Val-Jane sostuvo al lloroso Miro, y luego el tiempo secó sus lágrimas, el tiempo soltó su abrazo, y el tiempo, finalmente, acabó con la paciencia de Ela.

—Volvamos al trabajo —dijo—. No es que sea insensible, pero nuestra situación no ha cambiado.

Quara se sorprendió.

—Pero Jane no está muerta. ¿No significa eso que podemos volver a casa?

Val-Jane se levantó de inmediato y se acercó al terminal. Cada movimiento fue fácil debido a los reflejos y costumbres que el cerebro-Val había desarrollado; pero la mente-Jane encontraba cada uno de ellos fresco y nuevo; se maravilló de la danza de sus dedos pulsando las teclas para controlar la pantalla.

—No sé —dijo Jane, respondiendo a la pregunta que Quara había formulado, pero que todos tenían en mente—. Sigo insegura de esta carne. Los ansibles no han sido restaurados. Tengo un puñado de aliados que reconectarán algunos de mis antiguos programas a la red en cuanto esté restaurada… algunos samoanos de Pacífica, Han Fei-tzu en Sendero, la Universidad Abo de Outback. ¿Serán suficientes esos programas? ¿Me aportará el nuevo software los recursos que necesito para contener en mi mente toda la información de una nave estelar y de tanta gente? ¿Interferirá tener este cuerpo? ¿Será mi nuevo enlace con las madres-árbol una distracción?

Planteó luego la pregunta más importante:

—¿Deseamos ser nosotros mi primera prueba de vuelo?

—Alguien tiene que serlo —dijo Ela.

—Creo que probaré con una de las naves de Lusitania, si es que consigo restablecer el contacto con ellas —respondió Jane—. Con sólo una obrera colmenar a bordo. De esa forma, si se pierde, no pasará nada.

Jane se volvió para hacer un movimiento de cabeza a la obrera que los acompañaba.

—Te pido perdón, por supuesto.

—No tienes que pedirle disculpas a la obrera —dijo Quara—. En realidad no es más que la Reina Colmena.

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