El
Berlin
es un crucero de guerra de la marina alemana que tiene como segundo comandante al teniente de navío Wilhelm Canaris, héroe de la primera guerra, ex agente secreto y futuro jefe del contraespionaje de la Wehrmacht. Su mujer, violinista, organiza los domingos unas veladas musicales en su casa. Cierto día se produce una vacante en su cuarteto de cuerdas. El joven Heydrich, que sirve en el
Berlin
, es invitado para completar la orquesta. Aparentemente interpreta muy bien y sus anfitriones, al contrario que sus camaradas, aprecian su compañía. Se convierte así en un habitual de las veladas musicales de
Frau
Canaris, en las que escucha las historias de su jefe, que le causan gran impresión. «¡Ah, el espionaje!», se dice a sí mismo, mientras sueña despierto.
Heydrich es un apuesto oficial de la
Reichsmarine
y un temible tirador de esgrima. Su reputación de espadachín en diferentes torneos le granjea el respeto de sus camaradas, ya que no su amistad.
Cierto año, Dresde organiza un concurso para los oficiales alemanes. Heydrich participa en la modalidad de sable, el arma más brutal, su especialidad. El sable, al contrario que el florete, que toca únicamente con la punta, ha de tirar una estocada, haciendo un tajo con el filo, y sus golpes, lanzados como latigazos, son infinitamente más violentos. El desempeño físico de los sablistas es en consecuencia más espectacular. Todo eso le va a la perfección al joven Reinhardt. Aquel día, sin embargo, se le ve maltrecho desde el primer asalto. ¿Quién es su adversario? Mis investigaciones no me han permitido saberlo. Me imagino a uno zurdo, rápido, astuto, moreno, puede que hasta medio judío, lo que ya sería mucho, o quizá un cuarto. Un tirador nada impresionable, que esquiva, rechaza el duelo, multiplica las fintas y requiebros, convertidos en pequeñas provocaciones. Sin embargo, Heydrich es con mucho el favorito. Eso lo enerva cada vez más, yerra los golpes y se pierden en el aire, en ocasiones llega a salirse de su marca. Pero en el último toque, casi al límite de sus nervios, cae en una trampa, entra con demasiado vigor, y encaja una parada-respuesta que le da en la cabeza. Siente el filo del contrario restallar sobre su casco. Es eliminado en el primer combate. De rabia, estrella su sable contra el suelo. Los jueces le imponen una sanción por ello.
El 1.º de mayo, tanto en Alemania como en Francia, es la fiesta del trabajo, cuyo origen se remonta a una lejana decisión de la Segunda Internacional tomada en homenaje a una gran huelga obrera que tuvo lugar un 1.º de mayo en Chicago en 1886. Sin embargo, también es el aniversario de un acontecimiento cuya importancia no pudo ser sopesada en su momento, pero sus consecuencias fueron incalculables y evidentemente no se festeja en ningún país: el 1.º de mayo de 1925 Hitler creaba un cuerpo de élite originalmente destinado a garantizar su seguridad personal, una guardia próxima formada por fanáticos muy entrenados que respondieran a criterios raciales extremadamente estrictos. Es la
grada protectora
, la
Schutz Staffel
, también conocida como la
SS
.
En 1929, esta guardia especial se transforma en una verdadera milicia, organización paramilitar confiada a los buenos cuidados de Himmler. Después de conquistar el poder en el 33, éste declara, durante una alocución en Múnich:
«Cada Estado necesita una élite. La élite del Estado nacionalsocialista es la SS. En ella se perpetúan, sobre la base de la selección racial, conjugada con las exigencias actuales, la tradición militar alemana, la dignidad y la nobleza alemanas y la eficacia de la industriosidad alemana.»
Nunca he conseguido hacerme con el libro escrito después de la guerra por la mujer de Heydrich,
Leben mit einem Kriegsverbrecher
(«Vivir con un criminal de guerra», en francés, aunque la obra jamás ha sido traducida ni al francés ni al inglés). Me imagino que ese libro sería una mina de información para mí, pero nunca he llegado a ponerle la mano encima. Parece ser que es una obra extremadamente rara, cuyo precio, en Internet, por lo general oscila entre 350 y 700 euros. Supongo que los neonazis alemanes, fascinados por Heydrich, el nazi que nunca se habrían atrevido a soñar ser, son los responsables de ese coste tan exorbitante. Una vez lo encontré por 250 euros y quise cometer la locura de encargarlo. Por fortuna para mi presupuesto, la librería alemana que lo había puesto a la venta no aceptaba pagos con tarjeta de crédito. Si quería recibir el preciado volumen, tenía que ordenarle a mi banco una transferencia a una cuenta en Alemania. Consistía en una interminable serie de números y de letras, y la operación además no podía hacerse directamente por Internet, tenía yo que desplazarme hasta mi sucursal bancaria. Ante esta perspectiva, con todo lo que implica de deprimente para cualquier individuo medio, me disuadí de proseguir con la operación. De todos modos, como mi nivel de alemán no pasa de una clase de 5.º (aunque di ocho años en la escuela), la inversión era un poco aleatoria.
Por tanto, tengo que pasarme sin ese documento capital. Y precisamente ahora que llego ya a la fase de esta historia en la que tengo que contar cómo Heydrich conoció a su mujer. No cabe duda de que es aquí, más que en ningún otro pasaje, donde esa rarísima y onerosa obra me habría sido de gran ayuda.
Cuando digo «tengo que» no quiero decir, por supuesto, que sea absolutamente necesario. Podría muy bien contar toda la «Operación Antropoide» sin mencionar ni una sola vez el nombre de Lina Heydrich. Por otra parte, si esbozo el personaje de Heydrich, como parezco muy deseoso de hacer, me es difícil obviar el papel que tuvo su esposa en su ascensión a la cúpula de la Alemania nazi.
Al mismo tiempo, no me disgusta en absoluto evitar la versión romántica de su idilio, ya que la señora Heydrich se habrá encargado de nutrirla profusamente en sus memorias. Evito así la tentación de una escena de novela rosa. Y no es que me niegue a considerar los aspectos humanos de un ser como Heydrich. No soy de esos que se han ofuscado con la película
El hundimiento
porque en ella se ve (entre otros) a un Hitler amable con sus secretarias y cariñoso con su perro. Naturalmente, supongo que Hitler podía ser amable de vez en cuando. Tampoco dudo, a juzgar por los facsímiles de las cartas que le dirigía, que Heydrich se enamorase sinceramente de su mujer cuando la conoció. En aquella época, era una chica de sonrisa agradable, que podía incluso pasar por bonita, lejos aún de la madrastra de rostro duro en que iba a convertirse.
Pero su encuentro, tal como lo relata un biógrafo basándose expresamente en los recuerdos de Lina, es en realidad demasiado
kitsch
: durante un baile en que teme aburrirse toda la velada porque no hay bastantes muchachos, ella y su amiga se dejan abordar por un oficial de cabello negro que va acompañado de un rubito tímido. Flechazo en el tímido. Cita dos días más tarde en el parque Hohenzollern de Kiel (muy bonito, he visto fotos), paseo romántico por la orilla de un pequeño lago. Teatro al día siguiente y luego un pequeño cuarto donde, me imagino, se acuestan juntos, aunque el biógrafo se vuelve muy púdico en este punto: la versión oficial es que Heydrich llega con su más elegante uniforme, van juntos a beber una copa después de pasar por la habitación, guardan silencio delante de sus vasos y de repente, sin previo aviso, Heydrich le pide matrimonio. «
Mein Gott
, Herr Heydrich, ¡pero si usted no sabe nada de mí ni de mi familia! ¡Ni siquiera sabe quién es mi padre! La marina no permite a sus oficiales casarse con cualquiera.» Como por otra parte es sabido que Lina se había hecho con las llaves de una habitación, supongo yo que aquella noche, antes o después de la petición, consumaron. Para él Lina von Osten, descendiente de una familia de aristócratas un tanto venida a menos, es un partido muy conveniente. En consecuencia, se casan.
Esta historia equivale a cualquier otra. Me sobraba la escena del baile, y más aún la del paseo por el parque. Preferiría no haber tenido conocimiento de más detalles; así, no habría estado tentado de contarlos. Cuando caigo sobre elementos que me permiten reconstruir minuciosamente una escena entera de la vida de Heydrich, a menudo me cuesta renunciar a ellos, incluso cuando la escena en sí no me parece poseer el menor interés. Por otra parte, supongo que las memorias de Lina están repletas de historias de ese estilo.
Definitivamente voy a prescindir de tan carísimo libraco.
Pese a todo, hay una cosa que siempre me ha intrigado del encuentro de los dos tortolitos: el oficial moreno que acompañaba a Heydrich se llamaba von Manstein. Lo primero que me pregunté fue si sería el mismo Manstein que capitaneó la ofensiva de las Ardenas durante la campaña francesa, que luego aparecerá como general de ejército en el frente ruso, en Leningrado, Stalingrado, Kursk, y que dirigiría la operación Ciudadela en 1943, destinada a que la Wehrmacht encajara de la mejor manera posible la contraofensiva del Ejército Rojo. El mismo también que, para justificar el trabajo de los
Einsatzgruppen
de Heydrich en el frente ruso, declararía en 1941: «El soldado debe dar muestras de comprensión con respecto a la necesidad de las severas medidas de expiación a las que son sometidos los judíos, en tanto depositarios espirituales del terror bolchevique. Esta expiación es necesaria para cortar de raíz todas las sublevaciones que, en su mayor parte, han sido planeadas por los judíos.» El mismo, en fin, que morirá en 1973, lo que significa que, durante un año, ha vivido en el mismo planeta que yo. La verdad es que me parece poco probable, ya que el oficial moreno es presentado como un hombre joven, mientras que Manstein, en 1930, tiene ya cuarenta y tres años. Quizá sea alguien de su familia, un sobrino o un primo pequeño.
La joven Lina, de dieciocho años, era ya entonces, por lo que se puede saber, una nazi convencida. Pretende incluso ser ella la que convirtió a Heydrich. Algunos indicios, sin embargo, hacen creer que desde 1930 Heydrich estaba políticamente mucho más a la derecha que la media de los militares, y se sentía enormemente atraído por el nacionalsocialismo. Pero es evidente que la versión de «una-mujer-en-la-sombra» siempre tiene un toque más seductor…
Sin duda es azaroso pretender determinar los momentos de una vida en los que la existencia da un vuelco. Ni siquiera sé si tales momentos existen. Eric-Emmanuel Schmidt ha escrito ese libro,
La parte del otro
, donde imagina que Hitler consigue aprobar su examen de ingreso en Bellas Artes. De golpe, su destino y el del mundo habrían cambiado por entero: colecciona aventuras, se transforma en una bestia sexual, se casa con una judía a la que hace dos o tres hijos, se une al grupo de los surrealistas en París y se convierte en un pintor célebre. Paralelamente, Alemania se contenta con una breve guerra con Polonia y ya está. Nada de guerra mundial ni de genocidio, con un Hitler radicalmente distinto al verdadero.
Dejando aparte toda ficción más o menos ingeniosa, dudo mucho que el destino de una nación, y más aún el del mundo entero, dependan nunca de un solo hombre. Pero también hay que constatar que es muy difícil encontrar equivalente a una personalidad tan completamente maléfica como Hitler. Y es probable que aquel examen de ingreso en Bellas Artes fuera una circunstancia decisiva en su destino individual, ya que después de ese fracaso Hitler se vuelve un mendigo que deambula por Múnich, durante un periodo en el que desarrollará fatalmente un acentuado resentimiento contra la sociedad.
Si hubiera que determinar un momento así de clave en la vida de Heydrich, habría que situarlo sin ninguna duda en cierto día de 1931 en que se lleva a su casa a quien él creía que era una chica cualquiera. Sin esa chica, todo habría sido muy diferente, no sólo para Heydrich, sino también para Gabčík, Kubiš y Valčík, así como para miles de checos y, quizá, cientos de miles de judíos. No quiero llegar a pensar que sin Heydrich los judíos se habrían salvado. Pero la increíble eficacia de la que dará muestras a lo largo de su carrera nazi lleva a creer que Hitler y Himmler se las habrían apañado muy mal sin él.
En 1931, Heydrich no es más que un alférez de navío de 1.ª clase, oficial de marina, al que todo parece prometer una brillante carrera militar. Es novio de una joven aristócrata y se le presenta un futuro inmejorable. Pero es también un follador inveterado, que multiplica las conquistas femeninas y las visitas al burdel. Una noche se lleva a su casa a una chica con la que se ha encontrado en un baile de Potsdam y que había ido a Kiel expresamente para verlo a él. No sé con exactitud si la chica se quedó embarazada, pero lo cierto es que los padres le exigieron a él una reparación. Heydrich no se dignó a proseguir con ese asunto, visto que se acercaba la fecha de casarse con Lina von Osten, cuyo pedigrí le convenía más, al parecer, sin menoscabo del hecho de que estaba enamorado de ella sinceramente y no de la otra. Por desgracia para él, el padre de dicha joven era un amigo del mismísimo almirante Raeder, nada menos que el jefe superior de la marina. Se monta un gran escándalo. Heydrich se enfanga en unas explicaciones que le permitirán disculparse ante su novia, pero no ante la institución militar. Ha de comparecer ante una corte marcial, acusado de indignidad, para acabar siendo expulsado del ejército.
En 1931, en medio de la más devastadora crisis económica que sacude a Alemania, el joven oficial al que todo parecía prometer una brillante carrera se encuentra sin empleo y ahora es uno más entre otros cinco millones de parados.
Afortunadamente para él, su novia no lo ha abandonado. Antisemita militante, lo impulsa a entrar en contacto con un nazi de bastante nivel en el escalafón de esa nueva organización de élite que cada vez tiene mayor renombre: la SS.
¿Ese 30 de abril de 1931, día en que Heydrich es expulsado ignominiosamente de la marina, sella acaso su destino y el de sus futuras víctimas? No se puede asegurar del todo, ya que a raíz de las elecciones de 1930 Heydrich había declarado: «Ahora el viejo Hindenburg no tendrá más remedio que nombrar canciller a Hitler. Y poco después llegará nuestra hora.» Dejando de lado el hecho de que se equivoca en tres años sobre el nombramiento de Hitler, es obvio cuáles eran las opiniones políticas de Heydrich a partir de 1930, y es de suponer que aunque hubiera seguido siendo oficial de marina, habría hecho también una magnífica carrera entre los nazis. Aunque tal vez no tan monstruosa.