Hermoso Caos (46 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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El pasado. El presente. El futuro que será y el futuro que no será.

El camino.

La madera empezó a susurrar bajo mis manos. Toqué los círculos tallados de nuevo.

El color desapareció del rostro de Liv.

—¿La Lilum te dijo eso?

Abrí los ojos, y todo se aclaró.

—Cuando miras a la puerta ves una puerta, ¿no es eso?

Liv asintió.

La miré.

—Yo veo el camino.

Era verdad. Porque la
Temporis Porta
se estaba abriendo para mí.

La madera se convirtió en bruma y deslicé mi mano a través de ella. Más allá, pude ver el sendero que continuaba en la distancia.

—Vamos.

—¿A dónde vas? —Liv me agarró el brazo.

—A buscar a Marian y a Macon. —Esta vez me aseguré de agarrar a Liv y a Lena antes de atravesar la puerta. Liv agarró la mano de John.

—Sujetaos. —Respiré hondo y me adentré en la niebla.

13 DE DICIEMBRE
Perfidia

N
os encontramos prácticamente aplastados en medio de una masa de gente. Reconocí las túnicas. Sólo yo era lo suficientemente alto para mirar por encima de todos, pero no importaba. Sabía dónde estábamos.

Parecía la mitad de un proceso, o algo así. El lápiz de Liv se movía por el cuaderno tan rápido como podía, tratando de captar las palabras que volaban a nuestro alrededor.


Perfidia.
Es la palabra en latín para «traición». Están diciendo que va a ser juzgada por traición. —Liv estaba pálida y apenas lograba escuchar su voz por encima del clamor de la multitud que nos rodeaba.

—Conozco este lugar. —Reconocí las altas ventanas con los pesados cortinajes dorados y los bancos de madera. Todo estaba igual: el denso sonido de la muchedumbre, los muros de piedra, el artesonado tan alto que parecía no acabar nunca. Agarré la mano de Lena, abriéndome paso hacia la parte delantera del vestíbulo, directamente debajo de la vacía galería de madera. Liv y John consiguieron avanzar detrás de mí entre la apretada multitud ataviada con túnicas.

—¿Dónde está Marian? —Lena estaba aterrorizada—. ¿Y el tío Macon? No puedo ver nada con toda esta gente.

—Esto no me gusta —dijo Liv sigilosa—. Algo no está bien.

Yo también podía sentirlo.

Estábamos de pie en el centro del mismo vestíbulo abarrotado en el que aparecí la primera vez que crucé la
Temporis Porta.
Pero la vez anterior había tenido la sensación de estar en alguna parte de la Europa medieval, en un lugar sacado de una ilustración del libro de texto de historia mundial del Jackson, ese que nunca llegábamos a terminar. La sala era tan grande que pensé que podría estar en un barco o una catedral. Un lugar que te transportaba a otra parte, ya fuera al otro lado del mar o al paraíso ese del que las Hermanas estaban hablando siempre.

Ahora se veía diferente. No sabía dónde estaba este lugar, pero incluso con sus túnicas oscuras, la gente —los Caster, Mortales, Guardianes, o lo que fueran— se parecía a personas mayores corrientes. El tipo de gente con la que tenía alguna experiencia. Porque a pesar de que abarrotaban los lustrosos bancos de madera que recorrían el perímetro de la habitación, podrían igualmente haber estado sentados en el gimnasio del Jackson, esperando a que comenzara la sesión del Comité Disciplinario. Ya fuera en bancos o gradas, esta gente siempre tenía el mismo aspecto. De drama.

O, lo que era aún peor, estaban buscando sangre. Alguien a quien culpar, a quien castigar.

Parecía ser el juicio del siglo, como cuando un puñado de reporteros espera a las puertas del Correccional Broad River de Carolina del Sur porque alguien condenado a muerte está a punto de recibir la inyección letal y la ejecución va a ser retransmitida por todos los canales y medios informativos. Unas cuantas personas aparecían para protestar, pero tenían todo el aspecto de que las hubieran llevado allí en autobuses para que pasaran el día. Todos los demás estaban allí presentes esperando contemplar el espectáculo. No era muy diferente de la quema de brujas de
El crisol.

La multitud se apretó hacia delante, murmurando, como sabía que harían, y escuché el sonido de un martillo.
«Silentium».

Algo está pasando.

Lena agarró mi brazo.

Liv señaló al otro lado de la habitación.

—He visto a Macon. Está por allí.

John miró alrededor.

—No veo a Marian.

Tal vez no esté aquí, Ethan.

Esta aquí.

Tenía que estarlo, porque sabía lo que estaba a punto de suceder. Me obligué a mirar hacia la galería.

Mira…

Señalé a Marian, una vez más encapuchada y vestida con una túnica, una vez más atada por las muñecas con una cuerda dorada. Estaba de pie en la galería, por encima de la sala, igual que había estado la última vez. El Guardián más alto de los que aparecieron en el archivo se hallaba junto a ella.

A nuestro alrededor la gente aún murmuraba. Miré a Liv, que me hizo de intérprete.

—Él es el Guardián del Consejo. Va a… —Los ojos de Liv miraron al cielo—. No es un juicio, Ethan. Es un veredicto.

Escuché el latín, pero esta vez no intenté entenderlo. Sabía lo que significaba antes de que el Guardián del Consejo tradujera las palabras.

Marian sería declarada culpable por traición.

Escuché sin prestar atención, mis ojos clavados en el rostro de Marian.

—«El Consejo del Custodio Lejano, que responde sólo al Orden de las Cosas, y no a ningún hombre, criatura, o poder, Oscuro o Luminoso, considera a Marian, la Guardiana del Oeste, culpable de Traición».

Recordé la primera vez que había oído esas palabras.

—«Ésas son las Consecuencias de su pasividad. Las Consecuencias que debe pagar. La Guardiana, aunque Mortal, regresará al Fuego Oscuro del que proviene todo poder».

Bien podría haber sido yo quien hubiera sido sentenciado a muerte. El dolor invadió todo mi cuerpo. Observé cómo la capucha de Marian era retirada de su rapada cabeza. La miré fijamente a los ojos, rodeados de círculos negros, como si la hubieran hecho daño. Aunque no supe discernir si sería físico, mental o incluso Mortal. Supuse que sería algo peor.

Yo era el único preparado para ello. Liv rompió en sollozos. Lena se tambaleó contra mí, y la sostuve con un brazo. Sólo John permaneció inmóvil, impasible, las manos hundidas en sus bolsillos.

La voz del Guardián del Consejo resonó de nuevo por toda la sala.

—El Orden está roto. Hasta que se establezca un Nuevo Orden, debe cumplirse la Vieja Ley, y ser pagadas las Consecuencias.

—¡Cuánto melodrama para un tribunal! Si no te conociera mejor, Angelus, pensaría que estas compitiendo por un espacio en una televisión por cable. —La voz de Macon atronó sobre la multitud, pero no pude verle.

—Tu frivolidad Mortal profana este sagrado lugar, Macon Ravenwood.

—Mi frivolidad Mortal, Angelus, es algo que no puedes comprender. Te previne, Angelus, que no iba a tolerar esto.

El Guardián del Consejo gritó por encima de la multitud.

—Aquí no tienes poder.

—Y tú no tienes competencia para declarar culpable de traición contra el Orden a una Mortal.

—La Guardiana lo es de ambos mundos. La Guardiana conocía el precio. La Guardiana escogió permitir la destrucción del Orden —respondió.

—La Guardiana es una Mortal. Su nombre es Marian Ashcroft. Ya ha sido sentenciada a muerte, igual que todo Mortal. En cuarenta o cincuenta años deberá afrontar esa sentencia. Así es el modo Mortal.

—Ése no es un tema del que puedas hablar. —La voz del Guardián del Consejo se estaba elevando, y los espectadores empezaron a inquietarse.

—Angelus, ella es débil. No tiene poderes, ni forma de protegerse a sí misma. No puedes castigar a un niño empapado por la lluvia.

—No te entiendo.

—«La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la propia conciencia». —Macon estaba citando a Harper Lee. Nunca me sabía ninguna de las citas de Marian, pero recordé haber leído ésta en
Matar a un ruiseñor
en la clase de inglés del año pasado. Y con mi madre.

La cabeza de John se había inclinado hacia Liv, y se estaban susurrando algo. Cuando vio que les observaba, se calló.

—Esto es una mierda —declaró.

Por una vez estuve de acuerdo con él.

—Pero no podemos detenerlo.

—¿Por qué no?

No había forma de hacérselo entender.

—Sé cómo acaba. La han declarado culpable de traición. Va a ser enviada de vuelta al Fuego Oscuro, o lo que quiera que suceda después de eso. No hay nada que podamos hacer —dije desconsolado—. Ya he estado aquí antes.

—¿En serio? Pues yo no. —John se adelantó, dando palmadas de forma dramática. Toda la habitación se quedó en silencio. Apretó el hombro de Lena al pasar—. Bueno, ¿no apesta todo esto? —Se abrió paso hasta el frente del vestíbulo, donde estaba Macon. Por fin pude verle. John levantó su mano, como si quisiera entrechocarla con la de Macon—. Un buen intento, viejo.

Macon se sorprendió, pero levantó la mano. Su puño se deslizó hacia abajo, como si la camisa le quedara grande.

¿Qué está pasando, L?

No tengo ni idea.

El pelo de Lena empezó a ondularse. Olí un ligero aroma a humo en el aire.

L,
¿qué estás haciendo?

Querrás decir que está haciendo él.

John se abrió paso lentamente hasta el Guardián del Consejo, que sujetaba a Marian en la galería.

—Estoy empezando a pensar que no estáis escuchando a este antiguo y gran Íncubo hermano mío. —Saltó hasta el estrado, desplazando a su paso a un hombre cubierto con una túnica.

—Estás fuera de lugar, vástago de Abraham. Y no pienses que
Las Crónicas Caster
han sido amables contigo, Breed.

—Oh, no creo que hayan sido amables. Porque, al fin y al cabo, ¿desde cuándo ha sido nadie amable conmigo? Soy un idiota. Aunque, por otra parte, usted también lo es. —John dio un salto por encima del estrado, enganchándose apenas a la parte inferior de la galería de madera. Sus botas negras se columpiaron hacia delante y hacia atrás en el aire.

Las enormes cortinas doradas detrás de él estallaron en llamas.

John golpeó con sus piernas a un hombre calvo con un tatuaje en la cabeza. Reconocí el tatuaje. Era la marca de un Caster Oscuro.

Ahora John consiguió trepar hasta la galería, por encima de todos nosotros. Pasó un brazo alrededor de Marian y el otro por el Guardián del Consejo.

—Angelus es su nombre, ¿verdad? ¡A quien se le ocurriría! Verás, esto es lo que hay. Mi amiga Lena, allí abajo, es una Natural. —Hubo un murmullo a nuestro alrededor y advertí que la multitud se separaba de Lena dejando un hueco.

—¿Por qué no se lo demuestras? —Lena le sonrió, y las cortinas más cercanas al altar se prendieron. Toda la habitación estaba empezando a llenarse de humo.

—Y Macon Ravenwood es… un poco mezcla. Está bien, no sé lo que es realmente. Ésa es una larga historia. Tenemos este baile y este fuego, y algunos Caster malos, malos… pero probablemente ya haya leído sobre todo esto, ¿no es así? —espetó John—. En su pequeño libro de espías Caster.

No supe distinguir quién, entre Marian y Angelus, parecía más sorprendido.

—En todo caso, volviendo a Macon. Es un hombre poderoso. Le gusta hacer sus trucos. Vamos, no sea tímido. —Macon cerró los ojos, y un resplandor verde refulgió por encima de él. La muchedumbre trató de retroceder hasta los muros, pero había demasiado humo.

—Lo que me deja a mí. No soy un Natural. —John asintió en dirección a Macon—. Ni tampoco lo que quiera que sea él. —John sonrió—. Porque lo que me sucede es que les he tocado a los dos. Así que ahora puedo hacer lo mismo que ellos. Ésa es, más o menos, mi habilidad. Apuesto a que no tienen un Caster así en su pequeño libro, ¿no es cierto? —Cuando el Guardián trató de apartarse, John tiro de él para acercarlo—. Así que, Angelus, vamos a dar una vuelta y veamos lo que un tipo tan extraño como tú puede hacer.

El Guardián estaba furioso y retrocedió levantando su mano, sus dedos señalando a John.

John le imitó a la perfección.

Se produjo un fogonazo, como un relámpago…

Todos estábamos de vuelta al otro lado de la
Temporis Porta.
Incluida Marian.

13 DE DICIEMBRE
El día después de Para Siempre

—¿H
a sido real? —susurró Lena. Señalé las puertas, donde el humo se filtraba por la parte baja de la madera.

Agarré a Marian y la abracé, al mismo tiempo que lo hacía Liv. Me aparté azorado y Lena ocupó mi lugar.

—Gracias —susurró Marian.

Macon palmeó el brazo de John.

—No sabría decir si esa actuación ha sido un acto brillante puramente desinteresado o un simple intento de absorber todos nuestros poderes para ti.

John se encogió de hombros.

—He notado que no me ha pasado ninguna habilidad. —Recordé el puño de la camisa de Macon deslizándose sobre su mano.

—Aún no estás preparado para compartir mi poder. En cualquier caso, te estoy muy agradecido. Has demostrado tener mucho coraje ahí dentro. No lo olvidaré fácilmente.

—Oh, vamos. Esos tipos eran unos idiotas. No ha sido nada. —Se apartó de Macon, pero pude advertir el orgullo en su cara. Y aún más claramente en el rostro de Liv.

Marian se agarró del brazo de Macon y él empezó a ayudarla a recorrer el túnel de vuelta. A la velocidad que iban, hasta el más mínimo palmo del polvoriento túnel iba a resultar una larga caminata.

—Esto es ridículo —exclamó John, y con un desgarro todos desaparecimos.

En pocos segundos estábamos en el estudio de Macon.

—¿Cuáles son los poderes de Angelus, exactamente? —Aún estaba tratando de asimilar lo que habíamos presenciado.

—No lo sé, pero desde luego no parecía querer que lo averiguáramos. —Macon estaba sumido en sus pensamientos.

—Sí. Nos sacó de allí a toda prisa. No conseguí tocarle —dijo John.

—Me siento fatal. ¿Creéis que he abrasado esa antigua y bonita sala? —Lena estaba perdida en otro tipo de pensamientos.

John se rio.

—No, lo hice yo.

—Es una habitación demoniaca —declaró Macon—. Sólo podemos esperar que haya sido así.

—¿Por qué querría ese tal Angelus involucrarse personalmente en este caso? ¿Qué podría suponer, una página aproximadamente de
Las Crónicas Caster?
—preguntó John.

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