Hermoso Caos (34 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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—¿Te importa si paso un rato con la tía Prue? Ya sabes, a solas.

—Claro que no. Voy a dar una vuelta y a echar un vistazo a
Bade.
Si no consigo domesticarlo, tendrá que dormir fuera, y es un felino de interior. —Dejó el libro en la silla y salió de la habitación.

Me quedé a solas con la tía Prue.

Había empequeñecido aún más desde la última vez que estuve aquí. Ahora había tubos donde antes no estaban, como si se estuviera convirtiendo centímetro a centímetro en una pieza de maquinaria. Parecía una manzana asándose al sol, arrugándose en formas que parecían imposibles. Durante un rato estuve escuchando el rítmico latido de las abrazaderas de sus tobillos, expandiéndose y contrayéndose, expandiéndose y contrayéndose.

Como si con ellas pudieran sustituir que no caminara, que no existiera, que no viera el concurso de la televisión con sus hermanas, que no se quejara de todo lo que, a su vez, amaba.

Cogí su mano. El tubo que llegaba hasta su boca burbujeaba con cada respiración. Sonaba a humedad e inflamación, como un humidificador con agua en su interior. Como si estuviera ahogándose con su propio aire.

Neumonía. Fue lo que escuché cuando Amma habló con el médico en la cocina. Según las estadísticas el Ángel Exterminador de los pacientes en coma es la neumonía. Me pregunté si el sonido del tubo en su garganta significaba que la tía Prue estaba acercándose a las predicciones.

La idea de mi tía como parte de una estadística hizo que me dieran ganas de lanzar la papelera por la ventana. Pero, en vez de eso, agarré la diminuta mano de mi tía, sus dedos tan pequeños como ramas desnudas en invierno. Cerré los ojos y cogí su otra mano, enlazando mis fuertes dedos en la fragilidad de los suyos.

Apoyé mi frente sobre nuestras manos y cerré los ojos. Imaginé que alzaba la cabeza y la veía sonreír, el esparadrapo y los tubos desaparecidos. Me pregunté si desear sería lo mismo que rezar. Si desear algo con todas tus fuerzas podía hacer que sucediera.

Seguía pensando en ello cuando abrí los ojos, esperando ver la habitación de la tía Prue, su triste cama de hospital y las deprimentes paredes color melocotón. Pero me encontré de pie bajo el sol, frente a una casa en la que había estado cientos de veces antes…

La casa de las Hermanas tenía el mismo aspecto que recordaba antes de que los Vex la partieran en dos. Los muros, el tejado, la sección donde había estado el dormitorio de tía Prue. Todo seguía allí, ni un solo tablón de pino blanco o teja estaba fuera de lugar.

El sendero que llegaba hasta el porche y que rodeaba la casa alineado con hortensias, tal y como le gustaba a la tía Prue. La cuerda de tender de
Lucille
aún colgaba a través del jardín. Había un perro sentado en el porche, un Yorkshire Terrier que se parecía sospechosamente a
Harlon James,
salvo que no lo era. Este perro tenía el pelo más dorado, pero lo reconocí y me agaché para acariciarlo. Su chapa decía
Harlon James III.


¿Tía Prue?

Las tres mecedoras blancas estaban en el porche, unas pequeñas mesas de mimbre entre ellas. En una había una bandeja con dos vasos de limonada. Me senté en la segunda mecedora, dejando la primera vacía. A la tía Prue le gustaba sentarse en la que estaba más cerca del sendero, e imaginé que querría ese asiento si iba a venir.

Sentía que iba a venir.

Me había llevado hasta ahí, ¿no es así?

Rasqué a
Harlon James III,
lo que era extraño, dado que estaba sentado en nuestro salón, disecado. Y volví a mirar a la mesa.

¡Tía Prue! Me había asustado a pesar de que la esperaba. Viéndola en la vida real no parecía tener mejor aspecto que en su cama del hospital. Tosió y escuché el familiar y rítmico sonido del compresor. Aún llevaba las abrazaderas de plástico alrededor de los tobillos, expandiéndose y contrayéndose, como si siguiera en la cama de la Residencia del Condado.

Sonrió. Su rostro parecía transparente, su piel tan pálida y fina que podían verse las venas azul púrpura de debajo.


Te he echado de menos. Y la tía Grace, tía Mercy y Thelma se están volviendo locas sin ti. Lo mismo que Amma.


Veo a Amma casi todos los días y a tu padre los fines de semana. Vienen a charlar con más regularidad que otros que conozco.

Sorbió.


Lo siento. Las cosas no han ido muy bien.

Sacudió la mano hacia mí.


No me voy a ir a ninguna parte. Todavía no. Me tienen en arresto domiciliario como a uno de esos criminales de la televisión.

Tosió y sacudió la cabeza.


¿Dónde estamos, tía Prue?


No creo saberlo. Pero no me queda mucho tiempo. Te tienen muy ocupado por aquí.

Se desabrochó su collar y sacó algo de él. No había visto que llevara el collar en el hospital, pero lo reconocí
—.
Esto era de mi padre, del
padre de su padre, y de mucho antes de que fueras un pensamiento en la mente del Buen Dios.

Era una rosa forjada en oro.


Esto es para tu chica. Para ayudarme a poder cuidarla por ti. Dile que la lleve con ella.


¿Por qué estás preocupada por Lena?


Ahora no empieces a preocuparte por eso. Tú haz lo que te he dicho.

Sorbió de nuevo.


Pero Lena está bien. Siempre cuidaré de ella. Ya lo sabes.

La idea de que la tía Prue estuviera preocupada por Lena me asustaba más que nada de lo que hubiera sucedido en los últimos meses.

—Es
lo mismo, tú dásela.


Lo haré.

Pero la tía Prue se había ido, dejando solo medio vaso de limonada y una mecedora vacía que aún se balanceaba.

Abrí los ojos, bizqueando ante el resplandor de la habitación de mi tía, y advertí que el sol entraba sesgado, mucho más bajo que cuando llegué. Comprobé mi móvil. Habían pasado tres horas.

¿Qué me estaba sucediendo? ¿Por qué me resultaba más sencillo deslizarme en el mundo de la tía Prue que mantener una simple conversación en el mío? La primera vez que hablé con ella no sentí que el tiempo pasara y, sin embargo, no podría haberlo hecho sin un poderoso Natural a mi lado.

Escuché que la puerta se abría a mi espalda.

—¿Te encuentras bien, muchacho? —Leah estaba en el umbral.

Bajé los ojos hasta mi mano, desenroscando mis dedos cerrados sobre una pequeña rosa dorada.
Esto es para tu chica.
No me encontraba bien. Y estaba casi seguro que nada lo estaba.

Asentí.

—Bien. Sólo un poco cansado. Ya nos veremos, Leah. —Se despidió con un gesto y dejé la habitación sintiendo el peso de una mochila cargada de piedras a mis espaldas.

Cuando me subí al coche y la radio empezó a sonar, no me sorprendió escuchar una melodía familiar. Después de ver a la tía Prue me sentía aliviado. Porque allí estaba, tan cierta como la lluvia que no había caído en meses. Mi Canción de Presagio.

Dieciocho Lunas, dieciocho próximas,

ella, la Rueda de la Fortuna se aproxima,

luego el Uno Que Son Dos

traerá el Orden de vuelta…

El
Uno Que Son Dos,
cualquiera que fuera su significado, estaba unido al restablecimiento del Orden.

¿Y qué relación tenía con la Rueda de la Fortuna, la Rueda que era femenina? ¿Quién podría ser lo suficientemente poderoso para controlar el Orden de las Cosas y cobrar forma humana?

Había Caster de Luz y Sombra, Súcubos y Sirens, Sybils y Diviners. Recordé el verso anterior de la canción —el que hablaba de la Reina Demonio—. Posiblemente alguien que podía tomar forma humana, como introducirse en un cuerpo Mortal. Sólo conocía una Reina Demonio que fuera capaz de hacerlo. Sarafine.

Por fin tenía un dato para poder meditar. A pesar de que Liv y Macon se habían pasado cada día de la última semana con John —tratándole como a Frankenstein, como a un visitante real o un prisionero de guerra, dependiendo del día—, él no les había dicho nada que explicara su papel en todo esto.

Yo seguía sin contar a nadie, excepto a Lena, mis visitas a la tía Prue. Pero empezaba a sentir como si todo encajara, de igual forma que todo lo del cuenco acaba en las galletas, como solía decir Amma.

La Rueda de la Fortuna. El Uno Que Son Dos. Amma y el bokor. John Breed. La Decimoctava Luna. Tía Prue. La Canción de Presagio.

Si al menos pudiera descubrir cómo antes de que fuera demasiado tarde.

Cuando llegué a Ravenwood, Lena estaba sentada en el porche delantero. Pude ver cómo me observaba mientras atravesaba la desvencijada verja de hierro.

Recordé lo que dijo tía Prue cuando me entregó la rosa de oro.
Esto es para tu chica. Para ayudarme a poder cuidarla por ti.

No quería pensar en ello.

Me senté junto a Lena en el último escalón. Extendió su mano y me cogió el amuleto, introduciéndolo en su collar sin pronunciar palabra.

Es para ti. De la tía Prue.

Lo sé. Me lo ha dicho.

—Me quedé dormida en la cama y de repente estaba allí —dijo Lena—. Era exactamente como me lo habías descrito: un sueño que no parecía un sueño. —Asentí, y ella apoyó su cabeza en mi hombro—. Lo siento, Ethan.

Miré al jardín, todavía verde a pesar del calor y los cigarrones y todo por lo que habíamos pasado.

—¿Te dijo algo más?

Lena asintió y alzó una mano para acariciar mi mejilla. Cuando se volvió hacia mí, vi que había estado llorando.

No creo que le quede mucho tiempo.

¿Por qué?

Dijo que venía a despedirse.

Esa noche no volví a casa sino que acabé sentado en las escaleras de la casa de Marian. A pesar de que ella estaba dentro y yo fuera, me sentía mejor en su casa que en la mía.

Por ahora. No sabía cuánto tiempo estaría allí y no quería pensar dónde estaría yo sin ella.

Me quedé dormido en su primorosamente cuidado porche. Y si esa noche soñé, no lo recuerdo.

1 DE NOVIEMBRE
Crisoles

—¿S
abes que los bebés nacen sin rótula? —La tía Grace se instaló entre los cojines del sofá antes de que su hermana pudiera hacerlo.

—Grace Ann, ¿cómo puedes decir algo así? Es definitivamente perturbador.

—Mercy, es la pura verdad. Lo he leído en el
Reader's Digestive
[6]
. Usos artículos traen mucha información.

—¿Por qué, en los verdes pastos de Dios, nos hablas ahora de las rodillas de los niños?

—No puedo decir que lo sepa. Simplemente me dio por pensar en la forma en que las cosas cambian. Si los bebés pueden desarrollar rótulas, ¿por qué no puedo yo aprender a volar? ¿Por qué no construyen escaleras hasta la luna? ¿Por qué Thelma no puede casarse con ese chico tan atractivo, Jim Clonney?

—No puedes aprender a volar porque no tienes alas. Y no tendría ningún sentido construir una escalera a la luna porque allí no tienen aire que se pueda respirar. Y el nombre de ese chico es George Clooney y Thelma no puede casarse con él porque vive en Hollywood y ni siquiera es metodista.

Escuché su cháchara en la habitación de al lado mientras tomaba mis cereales. Algunas veces comprendía lo que decían las Hermanas, aunque pareciera una conversación de locos. Estaban preocupadas por la tía Prue. Y en sus mentes trataban de prepararse para la posibilidad de que muriera. Después de todo, los bebés desarrollan rótulas. Las cosas cambian. No era ni bueno ni malo, al igual que las rótulas no eran ni buenas ni malas. Al menos, eso es lo que me dije.

Algo más había cambiado.

Amma no estaba en la cocina esa mañana. No podía recordar la última vez que me fui al colegio sin verla. Incluso cuando estaba alterada y se negaba a hacer el desayuno, solía merodear por la cocina, musitando para sus adentros y lanzándome miradas fulminantes.

La Amenaza Tuerta estaba en el recipiente de los cubiertos, seca.

No me parecía bien marcharme sin despedirme. Abrí el cajón donde Amma guardaba sus superafilados lápices del número 2. Cogí uno y arranqué una hoja del cuaderno de notas. Le contaría que me marchaba al colegio. Nada importante.

Me incliné sobre el mostrador y empecé a escribir.

—¡Ethan Lawson Wate! —No había oído llegar a Amma, y casi se me salió el corazón.

—Jesús, Amma. Por poco no me da un ataque. —Cuando me di la vuelta, parecía por su aspecto que fuera ella la que iba a tenerlo. Su cara estaba lívida y agitaba la cabeza como una posesa.

—Amma, ¿qué sucede? —Di un paso para cruzar la habitación, pero ella levantó la mano.

—¡Alto! —Su mano temblaba—. ¿Qué estabas haciendo?

—Te estaba escribiendo una nota. —Le mostré la hoja de papel.

Señaló con su huesudo dedo a mi otra mano, la que sostenía el lápiz.

—Estabas escribiendo con la mano equivocada.

Bajé la vista al lápiz en mi mano izquierda y lo solté de golpe, observando cómo rodaba por el suelo.

Había estado escribiendo con la mano izquierda.

Pero era diestro.

Amma salió de la cocina, con ojos brillantes y desapareció en el vestíbulo.

—¡Amma! —La llamé, pero dio un portazo al meterse en su habitación. Fui tras ella—. ¡Amma! Tienes que decirme lo que está mal.

Lo que está mal en mí.

—¿Qué es todo este escándalo? —preguntó la tía Grace desde el salón—. Estoy tratando de ver mis historias.

Me deslicé hasta el suelo, mi espalda contra la puerta de Amma y esperé. Pero no salió. No pensaba decirme lo que sucedía. Iba a tener que averiguarlo por mi cuenta.

Había llegado el momento de desarrollar un par de rótulas.

Ese día no volví a sentirme así hasta más tarde, cuando me encontré de nuevo con mi padre y la señora English. Esta vez no estaban en la biblioteca. Estaban comiendo en el colegio. En mi clase. Donde nadie podía verlos, ni siquiera yo. No estaba preparado para el cambio.

Cometí el error de dejarme el borrador de mi ensayo de
El crisol
durante la comida, porque había olvidado entregarlo en la clase de inglés. Empujé la puerta sin molestarme en mirar a través de la mirilla, y allí estaban. Compartiendo una cesta con las sobras del pollo frito de Amma. Al menos sabía que estaría chicloso.

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