Harry Potter y el prisionero de Azkaban (29 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—No, Potter, todavía no te la podemos devolver —le dijo la profesora McGonagall el duodécimo día de interrogatorio, antes de que el muchacho hubiera abierto la boca—. Hemos comprobado la mayoría de los hechizos más habituales, pero el profesor Flitwick cree que la escoba podría tener un maleficio para derribar al que la monta. En cuanto hayamos terminado las comprobaciones, te lo diré. Ahora te ruego que dejes de darme la lata.

Para empeorar aún más las cosas, las clases
antidementores
de Harry no iban tan bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones, era capaz de crear una sombra poco precisa cada vez que el
dementor
se le acercaba, pero su
patronus
era demasiado débil para ahuyentar al
dementor
. Lo único que hacía era mantenerse en el aire como una nube semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se esforzaba por mantenerlo. Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por su secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres.

—Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin en la cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un
patronus
como éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no?

—Creí que el
patronus
embestiría contra los
dementores
—dijo Harry desalentado—, que los haría desaparecer...

—El verdadero
patronus
los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú has logrado mucho en poco tiempo. Si los
dementores
hacen aparición en tu próximo partido de
quidditch
, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo necesario para volver al juego.

—Usted dijo que es más dificil cuando hay muchos —repuso Harry

—Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—. Toma, te has ganado una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás probado antes...

Sacó dos botellas de su maletín.

—¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me encanta. —Lupin alzó una ceja—. Bueno... Ron y Hermione me trajeron algunas cosas de Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa.

—Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por la victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no debo tomar partido —añadió inmediatamente.

Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó algo en lo que llevaba algún tiempo meditando.

—¿Qué hay debajo de la capucha de un
dementor
?

El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella.

—Mmm..., bueno, los únicos que lo saben no pueden decimos nada. El
dementor
sólo se baja la capucha para utilizar su última arma.

—¿Cuál es?

—Lo llaman «Beso del
dementor
» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—. Es lo que hacen los
dementores
a aquellos a los que quieren destruir completamente. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la víctima y... le sorben el alma.

Harry escupió, sin querer, un poco de cerveza de mantequilla.

—¿Las matan?

—No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma, mientras sigan funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener conciencia de uno mismo, ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de recuperarse. Uno se limita a existir. Como una concha vacía. Sin alma, perdido para siempre. —Lupin bebió otro trago de cerveza de mantequilla y siguió diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black. Lo decía
El Profeta
esta mañana. El Ministerio ha dado permiso a los
dementores
para besarlo cuando lo encuentren.

Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de sorber el alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black.

—Se lo merece —dijo de pronto.

—¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees que alguien se merece eso?

—Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos.

Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído en Las Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello habría supuesto revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que a Lupin no le haría gracia. De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio a Lupin las gracias y salió del aula de Historia de la Magia.

Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la capucha de un
dementor
. La respuesta había sido tan horrible y lo había sumido hasta tal punto en horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se dio de bruces con la profesora McGonagall mientras subía por las escaleras.

—Mira por dónde vas, Potter.

—Lo siento, profesora.

—Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes. Hemos hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún lugar tienes un buen amigo, Potter.

Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su Saeta de Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre.

—¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad?

—De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible por ganar, porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo, como me acaba de recordar muy amablemente el profesor Snape.

Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor, sin habla, llevando la Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se precipitaba hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella? ¿Mañana?

—Sí, por supuesto —respondió Harry con un entusiasmo que no había experimentado desde hacía un mes—. Tendríamos que hacer las paces con Hermione. Sólo quería ayudar...

—Sí, de acuerdo. Está en la sala común, trabajando, para variar.

Llegaron al corredor que llevaba a la torre de Gryffindor, y vieron a Neville Longbottom que suplicaba a sir Cadogan que lo dejara entrar.

—Las escribí, pero se me deben de haber caído en alguna parte.

—¡Id a otro con ese cuento! —vociferaba sir Cadogan. Luego, viendo a Ron y Harry—: ¡Voto a bríos, mis valientes y jóvenes vasallos! ¡Venid a atar a este demente que trata de forzar la entrada!

—Cierra la boca —dijo Ron al llegar junto a Neville.

—He perdido las contraseñas —les confesó Neville abatido—. Le pedí que me dijera las contraseñas de esta semana, porque las está cambiando continuamente, y ahora no sé dónde las tengo.

—«Rompetechos» —dijo Harry a sir Cadogan, que parecía muy decepcionado y reacio a dejarlos pasar. Hubo murmullos repentinos y emocionados cuando todos se dieron la vuelta y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego.

—¿Cómo la has conseguido, Harry?

—¿Me dejarás dar una vuelta?

—¿Ya la has probado, Harry?

—Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras 7.

—¿Puedo cogerla, Harry?

Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de mano en mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y Ron pudieron ver a Hermione, la única que no había corrido hacia ellos y había seguido estudiando. Harry y Ron se acercaron a su mesa y la muchacha levantó la vista.

—Me la han devuelto —le dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de Fuego.

—¿Lo ves, Hermione? ¡No había nada malo en ella!

—Bueno... Podía haberlo —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes que es segura.

—Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba.

—¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a
Scabbers
el tónico para ratas.

Cogió la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió hasta el dormitorio de los chicos.

—¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione.

—Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de pergaminos que había sobre la silla.

Harry echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia, cuya tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura de Estudios
Muggles
(«Explicad por qué los
muggles
necesitan la electricidad»), y a la traducción rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada.

—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry

—Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de cerca parecía casi tan agotada como Lupin.

—¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola revolver entre libros en busca del diccionario de runas.

—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada.

—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de números particularmente abstrusa.

—No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita. Es...

Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos. Todos los de la sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana.

—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—. ¡MIRA! —repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara.

—¿Qué pasa, Ron?


¡SCABBERS!
¡MIRA!
¡SCABBERS!

Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Harry observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se parecía mucho a...


¡SANGRE!
—exclamó Ron en medio del silencio—.
¡NO ESTÁ! ¿Y SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO?

—No, no —dijo Hermione con voz temblorosa.

Ron tiró algo encima de la traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de color canela.

CAPÍTULO 13

Gryffindor contra Ravenclaw

P
ARECÍA
el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no veía ninguna posibilidad de reconciliarlos.

A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en serio los esfuerzos de
Crookshanks
por comerse a
Scabbers
, que no se hubiera preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de
Crookshanks
y en que Ron tenía que buscar a
Scabbers
debajo de las camas.

Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no tenía ninguna prueba de que
Crookshanks
se hubiera comido a
Scabbers
, que los pelos canela podían encontrarse allí desde Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos.

En cuanto a él, Harry estaba convencido de que
Crookshanks
se había comido a
Scabbers
, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían demostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también.

—¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron! —chilló Hermione—. Primero la Saeta de Fuego, ahora
Scabbers
, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.

Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata.

—Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era
Scabbers
—dijo Fred, con intención de animarlo—. Y además llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba consumiendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamente. Un bocado... y no se dio ni cuenta.

—¡Fred! —exclamó Ginny indignada.

—Lo único que hacía era comer y dormir, Ron. Tú también lo decías —intervino George.

—¡En una ocasión mordió a Goyle! —dijo Ron con tristeza—. ¿Te acuerdas, Harry?

—Sí, es verdad —respondió Harry.

—Fue su momento grandioso —comentó Fred, incapaz de contener una sonrisa—. La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria. Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto?

En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al último entrenamiento del equipo de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y podría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a Ron durante un rato («¡Estupendo! ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se encaminaron juntos hacia el campo de
quidditch
.

La señora Hooch, que seguía supervisando los entrenamientos de Gryffindor para cuidar de Harry, estaba tan impresionada por la Saeta de Fuego como todos los demás. La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional.

—¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un defecto, es esa tendencia a escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance. También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo aprendí a volar en una y también era una escoba excelente...

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