Harry Potter y el prisionero de Azkaban (18 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a
Scabbers
delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.

—¡
Crookshanks
no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!

—¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética
Scabbers
de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que
Scabbers
estaba en la mochila.

—Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que
Crookshanks
la olió. ¿Cómo si no crees que...?

—¡Ese gato la ha tomado con
Scabbers
! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor, que empezaban a reírse—. Y
Scabbers
estaba aquí primero. Y está enferma.

Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos.

Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la misma Vainilla de viento.

—¿Cómo está
Scabbers?
—le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera.

—Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.

—¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos.

Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla. Lo distrajo un alboroto producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando. Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.

—¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y Ron se acercaron al grupo.

—Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo
Binky
. Un zorro lo ha matado.

—¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.

—¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es hoy?

—Eh...

—¡16 de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes 16 de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón!

Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:

—Tú, tú... ¿temías que un zorro matara a
Binky
?

—Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender, alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.

—Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?

—No... —dijo Lavender sollozando—. ¡So... sólo era una cría!

Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.

—Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que..., bueno,
Binky
ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha recibido la noticia... —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa.

—No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto.

La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora.

Harry no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de Hogsmeade.

—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que sois todos de Gryffindor, como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se os olvide.

Neville levantó la mano.

—Perdone, profesora. Yo... creo que he perdido...

—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, podéis salir.

—Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry

—Ah, pero... —fue a decir Hermione.

—Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.

Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall.

—¿Sí, Potter?

Harry tomó aire.

—Profesora, mis tíos... olvidaron... firmarme la autorización —dijo.

La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada.

—Y por eso... eh... ¿piensa que podría... esto... ir a Hogsmeade?

La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio.

—Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma.

—Pero... mis tíos... ¿sabe?, son
muggles
. No entienden nada de... de las cosas de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso...

—Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter, pero es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la próxima clase.

No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.

—Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.

—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.

El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los
dementores
podían ver a través de ellas.

Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:

—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.

La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.

—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de él.

—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.

—No os preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertios.

Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.

—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los
dementores
?

Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.

—¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.


«Fortuna maior»
—contestó Harry con desgana.

El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.

—¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No vas a Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros!

—No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—.Yo... he de ir a la biblioteca. Tengo trabajo.

Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.

—¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la señora gorda cuando pasó por allí.

Harry anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de idea; no le apetecía trabajar. Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.

—¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz.

—Nada —respondió Harry con franqueza.

—¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos?

Harry se encogió de hombros.

—Bueno, regresa a tu sala común —dijo Filch, que siguió mirándolo fijamente hasta que Harry se perdió de vista.

Pero Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez podía ir a la pajarera de las lechuzas, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:

—¿Harry? —Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

—En Hogsmeade —respondió Harry, con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.

—Ah —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un
grindylow
para nuestra próxima clase.

—¿Un qué? —preguntó Harry.

Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el
grindylow
ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los
kappas
. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.

El
grindylow
enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.

—¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.

—Bueno —dijo Harry, algo embarazado.

Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.

—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.

Harry lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry

—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?

—No —respondió Harry

Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un
boggart
.

Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:

—¿Estás preocupado por algo, Harry?

—No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el
grindylow
lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al
boggart
?

—Sí —respondió Lupin.

—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.

Lupin alzó las cejas.

—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.

Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.

—¿Por qué? —volvió a preguntar.

—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el
boggart
se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.

Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo) era el profesor Dumbledore.

—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían.

—El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego recordé a los
dementores
.

—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien..., estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es... el miedo. Muy sensato, Harry.

Harry no supo qué contestar, de forma que dio otro sorbo al té.

—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un
boggart
? —dijo Lupin astutamente.

—Bueno..., sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted conoce a los
dementores
...

Le interrumpieron unos golpes en la puerta.

—Adelante —dijo Lupin.

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