Harry Potter y el cáliz de fuego (49 page)

BOOK: Harry Potter y el cáliz de fuego
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—¡Ah, qué tragedia! —se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo—. Vaya ínfulas, ¿eh?

—¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?

Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:

—No te lo digo. Te reirías de mí.

—¿Bromeas, Weasley? —dijo Malfoy tras ellos—. ¡No me dirás que ha conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?

Harry y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero Hermione saludó a alguien detrás de Malfoy:

—¡Hola, profesor Moody!

Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo con la mirada, pero Moody estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.

—Eres un huroncito nervioso, ¿eh, Malfoy? —dijo Hermione mordazmente, y ella, Harry y Ron empezaron a subir por la escalinata de mármol riéndose con ganas.

—Hermione —exclamó de repente Ron, sorprendido—, tus dientes...

—¿Qué les pasa?

—Bueno, que son diferentes... Lo acabo de notar.

—Claro que lo son. ¿Esperabas que siguiera con los colmillos que me puso Malfoy?

—No, lo que quiero decir es que son diferentes de como eran antes de la maldición de Malfoy. Están rectos y... de tamaño normal.

Hermione les dirigió de repente una sonrisa maliciosa, y Harry también se dio cuenta: aquélla era una sonrisa muy distinta de la de antes.

—Bueno... cuando fui a que me los encogiera la señora Pomfrey, me puso delante un espejo y me pidió que dijera «ya» cuando hubieran vuelto a su tamaño anterior —explicó—, y simplemente la dejé que siguiera un poco. —Sonrió más aún—. A mis padres no les va a gustar. Llevo años intentando convencerlos de que me dejaran disminuirlos, pero se empeñaban en que siguiera con el aparato. Ya sabéis que son dentistas, y piensan que los dientes y la magia no deberían... ¡Mirad!, ¡ha vuelto
Pigwidgeon
!

El mochuelo de Ron, con un rollito de pergamino atado a la pata, gorjeaba como loco encima de la barandilla adornada con carámbanos. La gente que pasaba por allí lo señalaba y se reía, y unas chicas de tercero se pararon a observarlo.

—¡Ay, mira qué lechuza más chiquitita! ¿A que es preciosa?

—¡Estúpido cretino con plumas! —masculló Ron, corriendo por la escalera para atraparlo—. ¡Hay que llevarle las cartas directamente al destinatario, y sin exhibirse por ahí!

Pigwidgeon
gorjeó de contento, sacando la cabeza del puño de Ron. Las chicas de tercero parecían asustadas.

—¡Marchaos por ahí! —les espetó Ron, moviendo el puño en el que tenía atrapado a
Pigwidgeon
, que ululaba más feliz que nunca cada vez que Ron lo balanceaba en el aire—. Ten, Harry —añadió Ron en voz baja, desprendiéndole de la pata la respuesta de Sirius, mientras las chicas de tercero se iban muy escandalizadas.

Harry se la guardó en el bolsillo, y se dieron prisa en subir a la torre de Gryffindor para leerla.

En la sala común todos estaban demasiado ocupados celebrando las vacaciones para fijarse en ellos. Harry, Ron y Hermione se sentaron lejos de todo el mundo, junto a una ventana oscura que se iba llenando poco a poco de nieve, y Harry leyó en voz alta:

Querido Harry:

Mi enhorabuena por haber superado la prueba del dragón. ¡El que metió tu nombre en el cáliz, quienquiera que fuera, no debe de estar nada satisfecho!

Yo te iba a sugerir una maldición de conjuntivitis, ya que el punto más débil de los dragones son los ojos...

—Eso es lo que hizo Krum —susurró Hermione.

... pero lo que hiciste es todavía mejor: estoy impresionado.

Aun así, no te confíes, Harry. Sólo has superado una prueba. El que te hizo entrar en el Torneo tiene muchas más posibilidades de hacerte daño, si eso es lo que pretende. Ten los ojos abiertos (especialmente si está cerca ese del que hemos hablado), y procura no meterte en problemas.

Escríbeme. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa extraordinaria que ocurra.

Sirius

—Lo mismo que Moody —comentó Harry en voz baja, volviendo a meterse la carta dentro de la túnica—. «¡Alerta permanente!» Cualquiera pensaría que camino con los ojos cerrados, pegándome contra las paredes.

—Pero tiene razón, Harry —repuso Hermione—: todavía te quedan dos pruebas. La verdad es que tendrías que echarle un vistazo a ese huevo y tratar de resolver el enigma que encierra.

—¡Para eso tiene siglos, Hermione! —espetó Ron—. ¿Una partida de ajedrez, Harry?

—Sí, vale —contestó Harry, que, al observar la expresión de Hermione, añadió—: Vamos, ¿cómo me iba a concentrar con todo este ruido? Creo que ni el huevo se oiría.

—Supongo que no —reconoció ella suspirando, y se sentó a ver la partida, que culminó con un emocionante jaque mate de Ron ejecutado con un par de temerarios peones y un alfil muy violento.

El día de Navidad, Harry tuvo un despertar muy sobresaltado. Levantó los párpados preguntándose qué era lo que lo había despertado, y vio unos ojos muy grandes, redondos y verdes que lo miraban desde la oscuridad, tan cerca que casi tocaban los suyos.

—¡Dobby! —gritó Harry, apartándose tan aprisa del elfo que casi se cae de la cama—. ¡No hagas eso!

—¡Dobby lo lamenta, señor! —chilló nervioso el elfo, que retrocedió de un salto y se tapó la boca con los largos dedos—. ¡Dobby sólo quería desearle a Harry Potter feliz Navidad y traerle un regalo, señor! ¡Harry Potter le dio permiso a Dobby para venir a verlo de vez en cuando, señor!

—Sí, muy bien —dijo Harry, con la respiración aún alterada, mientras el ritmo cardíaco recuperaba la normalidad—. Pero la próxima vez sacúdeme el hombro o algo así. No te inclines sobre mí de esa manera...

Harry descorrió las colgaduras de su cama adoselada, cogió las gafas que había dejado sobre la mesita de noche y se las puso. Su grito había despertado a Ron, Seamus, Dean y Neville, y todos espiaban a través de sus colgaduras con ojos de sueño y el pelo revuelto.

—¿Te ha atacado alguien, Harry? —preguntó Seamus medio dormido.

—¡No, sólo es Dobby! —susurró Harry—. Vuelve a dormir.

—¡Ah... los regalos! —dijo Seamus, viendo el montón de paquetes que tenía a los pies de la cama.

Ron, Dean y Neville decidieron que, ya que se habían despertado, podían aprovechar para abrir los regalos. Harry se volvió hacia Dobby, que seguía de pie junto a la cama, nervioso y todavía preocupado por el susto que le había dado a Harry. Llevaba una bola de Navidad atada a la punta de la cubretetera.

—¿Puede Dobby darle el regalo a Harry Potter? —preguntó con timidez.

—Claro que sí —contestó Harry—. Eh... yo también tengo algo para ti.

Era mentira. No había comprado nada para Dobby, pero abrió rápidamente el baúl y sacó un par de calcetines enrollados y llenos de bolitas. Eran los más viejos y feos que tenía, de color amarillo mostaza, y habían pertenecido a tío Vernon. La razón de que tuvieran tantas bolitas era que Harry los usaba desde hacia más de un año para proteger el chivatoscopio. Lo desenvolvió y le entregó los calcetines a Dobby, diciendo:

—Perdona, se me olvidó empaquetarlos.

Pero Dobby estaba emocionado.

—¡Los calcetines son lo que más le gusta a Dobby, señor! ¡Son sus prendas favoritas! —aseguró, quitándose los que llevaba, tan dispares, y poniéndose los de tío Vernon—. Ahora ya tengo siete, señor. Pero, señor... —dijo abriendo los ojos al máximo después de subirse los calcetines hasta las perneras del pantalón corto—, en la tienda se han equivocado, Harry Potter: ¡son del mismo color!

—¡Harry, cómo no te diste cuenta de eso! —intervino Ron, sonriendo desde su cama, que se hallaba ya cubierta de papeles de regalo—. Pero ¿sabes una cosa, Dobby? Mira, aquí tienes. Toma estos dos, y así podrás mezclarlos con los de Harry. Y aquí tienes el jersey.

Le entregó a Dobby un par de calcetines de color violeta que acababa de desenvolver, y el jersey tejido a mano que le había enviado su madre.

Dobby se sentía abrumado.

—¡El señor es muy gentil! —chilló con los ojos empañados en lágrimas y haciéndole a Ron una reverencia—. Dobby sabía que el señor tenía que ser un gran mago, siendo el mejor amigo de Harry Potter, pero no sabía que fuera además tan generoso de espíritu, tan noble, tan desprendido...

—Sólo son calcetines —repuso Ron, que se había ruborizado un tanto, aunque al mismo tiempo parecía bastante complacido—. ¡Ostras, Harry! —Acababa de abrir el regalo de Harry, un sombrero de los Chudley Cannons—. ¡Qué guay! —Se lo encasquetó en la cabeza, donde no combinaba nada bien con el color del pelo.

Dobby le entregó entonces un pequeño paquete a Harry, que resultó ser... un par de calcetines.

—¡Dobby los ha hecho él mismo, señor! —explicó el elfo muy contento—. ¡Ha comprado la lana con su sueldo, señor!

El calcetín izquierdo era rojo brillante con un dibujo de escobas voladoras; el derecho era verde con
snitch
s.

—Son... son realmente... Bueno, Dobby, muchas gracias —le dijo Harry poniéndoselos, con lo que Dobby estuvo a punto otra vez de derramar lágrimas de felicidad.

—Ahora Dobby tiene que irse, señor. ¡Ya estamos preparando la cena de Navidad! —anunció el elfo, y salió a toda prisa del dormitorio, diciendo adiós a los otros al pasar.

Los restantes regalos de Harry fueron mucho más satisfactorios que los extraños calcetines de Dobby, con la obvia excepción del regalo de los Dursley, que consistía en un pañuelo de papel con el que batían su propio récord de mezquindad. Harry supuso que aún se acordaban del caramelo
longuilinguo
. Hermione le había regalado un libro que se titulaba
Equipos de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda
; Ron, una bolsa rebosante de bombas fétidas; Sirius, una práctica navaja con accesorios para abrir cualquier cerradura y deshacer todo tipo de nudos, y Hagrid, una caja bien grande de chucherías que incluían todos los favoritos de Harry: grageas de todos los sabores de Bertie Bott, ranas de chocolate, chicle superhinchable y meigas fritas. Estaba también, por supuesto, el habitual paquete de la señora Weasley, que incluía un jersey nuevo (verde con el dibujo de un dragón: Harry supuso que Charlie le había contado todo lo del colacuerno) y un montón de pastelillos caseros de Navidad.

Harry y Ron encontraron a Hermione en la sala común y bajaron a desayunar juntos. Se pasaron casi toda la mañana en la torre de Gryffindor, disfrutando de los regalos, y luego bajaron al Gran Comedor para tomar un magnífico almuerzo que incluyó al menos cien pavos y budines de Navidad, junto con montones de petardos sorpresa.

Por la tarde salieron del castillo: la nieve se hallaba tal cual había caído, salvo por los caminos abiertos por los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons desde sus moradas al castillo. En lugar de participar en la pelea de bolas de nieve entre Harry y los Weasley, Hermione prefirió contemplarla, y a las cinco les anunció que volvía al castillo para prepararse para el baile.

—Pero ¿te hacen falta tres horas? —se extrañó Ron, mirándola sin comprender. Pagó su distracción recibiendo un bolazo de nieve arrojado por George que le pegó con fuerza en un lado de la cabeza—. ¿Con quién vas? —le gritó a Hermione cuando ya se iba; pero ella se limitó a hacer un gesto con la mano y entró en el castillo.

No había cena de Navidad porque el baile incluía un banquete, así que a las siete, cuando se hacía dificil acertar a alguien, dieron por terminada la batalla de bolas de nieve y volvieron a la sala común del castillo. La Señora Gorda estaba sentada en su cuadro, acompañada por su amiga Violeta, y las dos parecían estar algo piripis. En el suelo del cuadro había un montón de cajitas vacías de bombones de licor.

—¡«Cuces de lolores», eso es! —dijo la Señora Gorda con una risita tonta en respuesta a la contraseña, mientras les abría para que pasaran.

Harry, Ron, Seamus, Dean y Neville se pusieron la túnica de gala en el dormitorio, todos un poco cohibidos, pero ninguno tanto como Ron, que se miraba en la luna del rincón con expresión de terror. Su túnica se parecía más a un vestido de mujer que a cualquier otro tipo de prenda, y la cosa no tenía remedio. En un desesperado intento de hacerla parecer más varonil, utilizó un encantamiento seccionador en el cuello y los puños. No funcionó mal del todo: al menos se había desprendido de las puntillas, aunque el trabajo no resultaba perfecto y los bordes se deshilachaban mientras bajaba la escalera.

—No me cabe en la cabeza que hayáis conseguido a las dos chicas más guapas del curso —susurró Dean.

—Magnetismo animal —replicó Ron de mal humor, tirándose de los hilos sueltos de los puños.

La sala común tenía un aspecto muy extraño, llena de gente vestida de diferentes colores en lugar del usual monocromatismo negro. Parvati aguardaba a Harry al pie de la escalera. Estaba realmente muy guapa, con su túnica de un rosa impactante, el pelo negro en una larga trenza entrelazada con oro y unas pulseras también de oro que le brillaban en las muñecas. Harry dio gracias de que no le hubiera entrado la risa tonta.

—Estás... guapa —dijo algo cohibido.

—Gracias —respondió ella—. Padma te espera en el vestíbulo —le indicó a Ron.

—Bien —contestó Ron, mirando a su alrededor—. ¿Dónde está Hermione?

Parvati se encogió de hombros y le dijo a Harry:

—¿Quieres que bajemos?

—Vale —aceptó Harry, lamentando no poder quedarse en la sala común.

Fred le guiñó un ojo a Harry cuando éste pasó a su lado para salir por el hueco del retrato.

También el vestíbulo estaba abarrotado de estudiantes que se arremolinaban en espera de que dieran las ocho en punto, hora a la que se abrirían las puertas del Gran Comedor. Los que habían quedado con parejas pertenecientes a diferentes casas las buscaban entre la multitud. Parvati vio a su hermana Padma y la condujo hasta donde estaban Harry y Ron.

—Hola —saludó Padma, que estaba tan guapa como Parvati con su túnica de color azul turquesa brillante. No parecía demasiado entusiasmada con su pareja de baile. Lo miró de arriba abajo, y sus oscuros ojos se detuvieron en el cuello y los puños deshilachados de la túnica de gala de Ron.

—Hola —contestó Ron sin mirarla, pues seguía buscando entre la multitud—. ¡Oh, no...!

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