Harry Potter. La colección completa (332 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Junto a ese periódico había otro con el siguiente tallar:

SCRIMGEOUR SUSTITUYE A FUDGE

La mayor parte de la primera plana la ocupaba una gran fotografía en blanco y negro de un hombre con espesa melena de león y el rostro muy castigado. La fotografía se movía: el hombre saludaba con la mano al techo.

Rufus Scrimgeour, antiguo jefe de la Oficina de
Aurores
del Departamento de Seguridad Mágica, ha sustituido a Cornelius Fudge en el cargo de ministro de Magia. El nombramiento ha sido recibido con entusiasmo en buena parte de la comunidad mágica, aunque existen rumores de distanciamiento entre el nuevo ministro y Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado como Jefe de Magos del Wizengamot. Estas diferencias surgieron horas después de que Scrimgeour tomara posesión del cargo.

Los representantes de Scrimgeour han admitido que el nuevo ministro se reunió con Dumbledore en cuanto ocupó el puesto supremo del ministerio, pero se han negado a comentar el contenido de la reunión. Como todo el mundo sabe, Albus Dumbledore (continúa en página 3, columna 2)

A la izquierda de ese periódico había otro doblado que mostraba un artículo titulado «El ministerio garantiza la seguridad de los alumnos».

El recién nombrado ministro de Magia, Rufus Scrimgeour, ha hecho comentarios hoy sobre las nuevas y duras medidas adoptadas por su departamento para garantizar la seguridad de los alumnos que regresarán al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería este otoño.

«Por razones obvias, el ministerio no puede dar detalles de sus nuevos y estrictos planes de seguridad», ha declarado el ministro, pero una persona con acceso a información confidencial ha desvelado que esas medidas incluyen hechizos y encantamientos defensivos, un complejo despliegue de contramaldiciones y un pequeño destacamento de
aurores
dedicados de manera exclusiva a la protección del Colegio Hogwarts.

La mayoría de la comunidad mágica parece satisfecha con la severa postura del ministro en relación con la seguridad de los alumnos. La señora Augusta Longbottom ha comentado a este periódico: «Mi nieto Neville, que por cierto es un gran amigo de Harry Potter, peleó a su lado contra los
mortífagos
en el ministerio en el mes de junio y…»

El resto del artículo estaba tapado por la gran jaula que le habían puesto encima. Dentro de ésta había una espléndida lechuza, blanca como la nieve, que recorría imperiosamente la habitación con sus ojos de color ámbar y de vez en cuando giraba la cabeza para mirar a su dormido amo. En un par de ocasiones hizo un ruidito seco con el pico, impaciente, pero Harry dormía tan profundamente que no la oyó.

En el centro de la habitación se hallaba un enorme baúl con la tapa abierta, como expectante; sin embargo, estaba casi vacío: dentro sólo había ropa interior vieja, caramelos, tinteros gastados y plumas rotas que cubrían el fondo. Cerca de él, en el suelo, había un folleto de color morado con el siguiente texto impreso:

Distribuido por encargo del Ministerio de Magia
CÓMO PROTEGER SU HOGAR Y A SU FAMILIA
CONTRA LAS FUERZAS OSCURAS

La comunidad mágica se halla en la actualidad bajo la amenaza de una organización compuesta por los llamados «
mortífagos
». El cumplimiento de las sencillas pautas de seguridad que se enumeran a continuación lo ayudará a proteger de ataques a su familia y su hogar.

  1. Se recomienda que no salga solo de su casa.
  2. Se aconseja tener especial cuidado durante la noche. Siempre que sea posible, procure terminar sus desplazamientos antes de que haya oscurecido.
  3. Repase las disposiciones de seguridad de su vivienda y asegúrese de que todos los miembros de la familia conocen medidas de emergencia, como los encantamientos escudo y desilusionador, y, en caso de que en la familia haya menores de edad, la Aparición Conjunta.
  4. Prepare contraseñas de seguridad con familiares y amigos íntimos para detectar a
    mortífagos
    que pudieran suplantarlos utilizando la Poción Multijugos (véase pág. 2).
  5. Si advierte que un familiar, colega, amigo o vecino se comporta de forma extraña, póngase en contacto de inmediato con el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, pues esa persona podría encontrarse bajo la maldición
    imperius
    (véase pág. 4).
  6. Si aparece la Marca Tenebrosa encima de una vivienda u otro edificio,
    NO ENTRE
    . Póngase en contacto de inmediato con la Oficina de
    Aurores
    .
  7. Ha habido indicios no confirmados de que los
    mortífagos
    podrían estar utilizando
    inferi
    (véase pág. 10). Todo encuentro o detección de un
    inferius
    debe ser
    INMEDIATAMENTE
    comunicado al ministerio.

Harry gruñó en sueños y la cara le resbaló un par de centímetros por el cristal de la ventana, con lo que las gafas le quedaron aún más torcidas, pero no se despertó. Un reloj que él había reparado años atrás hacía tictac en el alféizar de la ventana y marcaba las once menos un minuto. A su lado, sujeto por la relajada mano del muchacho, se encontraba un trozo de pergamino cubierto con una caligrafía pulcra y estilizada. Había leído esa carta tantas veces desde que la recibiera —hacía tres días— que, aunque había llegado enrollada formando un apretado canuto, estaba completamente aplanada.

Querido Harry
:

Si te parece bien, iré al número 4 de Privet Drive el próximo viernes a las once en punto de la noche para acompañarte a La Madriguera, donde te han invitado a pasar el resto de las vacaciones escolares.

Si estás de acuerdo, agradecería tu ayuda para un asunto que espero poder resolver de camino hacia allí. Te lo explicaré con más detalle cuando te vea.

Por favor, envíame tu respuesta con esta misma lechuza. Hasta el próximo viernes.

Atentamente
,

Albus Dumbledore

Harry se había apostado junto a la ventana de su dormitorio (por donde se veían bastante bien los dos extremos de Privet Drive) y desde las siete de la tarde le lanzaba miradas a la misiva cada pocos minutos, a pesar de que se la sabía de memoria. Era consciente de que no tenía sentido seguir releyendo las palabras de Dumbledore, a quien había enviado una respuesta afirmativa con la misma lechuza, como requería su remitente, y lo único que podía hacer era esperar: Dumbledore llegaría o no llegaría.

Sin embargo, no había preparado el equipaje. Parecía imposible que fueran a rescatarlo de los Dursley cuando sólo llevaba dos semanas con ellos. No conseguía librarse del presentimiento de que algo iba a salir mal: su respuesta quizá se había perdido, o Dumbledore no podría ir a recogerlo, o tal vez éste ni siquiera había escrito la carta y se trataba de un truco, una broma o una trampa. Por eso no había querido hacer el equipaje para luego llevarse un chasco y tener que vaciar el baúl. La única concesión que había hecho a la posibilidad de emprender un viaje era encerrar a su blanca lechuza,
Hedwig
, en la jaula.

El minutero del reloj llegó al número doce y la farola que había enfrente de la ventana se apagó.

Harry despertó como si la repentina oscuridad fuera una señal de alarma. Se enderezó las gafas, despegó la mejilla del cristal y apretó la nariz contra la ventana para escudriñar la acera. Una alta figura ataviada con una capa larga y ondeante se acercaba por el sendero del jardín.

El muchacho se puso en pie de un brinco, como impulsado por una descarga eléctrica; derribó la silla y empezó a recoger del suelo todo lo que tenía a su alcance y a arrojarlo hacia el baúl. Acababa de lanzar una túnica, dos libros de hechizos y una bolsa de patatas fritas cuando sonó el timbre de la puerta.

Abajo, en el salón, tío Vernon gritó:

—¿Quién diantre será a estas horas de la noche?

Harry se quedó inmóvil con un telescopio de latón en una mano y un par de zapatillas de deporte en la otra. Se le había olvidado avisar a los Dursley de que quizá Dumbledore se presentaría. Muy nervioso, y por eso mismo aguantándose la risa, saltó y abrió de un tirón la puerta de su dormitorio. Entonces oyó una voz grave que decía: «Buenas noches. Usted debe de ser el señor Dursley. Supongo que Harry le habrá dicho que vendría a recogerlo.»

Corrió escaleras abajo, saltando los peldaños de dos en dos, pero a un par de metros del final se paró en seco, pues la experiencia le había enseñado a mantenerse fuera del alcance de la mano de su tío siempre que pudiese. En el umbral había un hombre alto y delgado, de barba y cabello plateados hasta la cintura; llevaba unas gafas de media luna apoyadas en la torcida nariz e iba ataviado con una larga capa de viaje negra y un sombrero puntiagudo. Vernon Dursley, vestido con un batín morado y cuyo bigote era casi tan poblado como el de Dumbledore —aunque todavía negro—, miraba de hito en hito a su visitante, como si no diera crédito a sus diminutos ojos.

—A juzgar por su expresión de asombro e incredulidad, diría que Harry no le advirtió de mi llegada —rectificó Dumbledore con simpatía—. Aun así, supongamos que usted me ha invitado amablemente a entrar en su casa. No es aconsejable entretenerse en los umbrales en estos tiempos difíciles. —Entró con elegancia y cerró la puerta detrás de sí—. Ha pasado mucho tiempo desde mi anterior visita —comentó escrutando a tío Vernon—. Permítame decirle que sus agapantos están creciendo muy bien. Son plantas magníficas.

Vernon Dursley permanecía mudo. Harry sabía que su tío recobraría el habla, y muy pronto (la palpitante vena de su sien estaba alcanzando el punto de peligro), pero, al parecer, Dumbledore tenía algo que lo había dejado temporalmente sin respiración. Quizá se debía a su notorio aspecto de mago, o porque hasta tío Vernon se daba cuenta de que se hallaba ante un hombre a quien difícilmente podría intimidar.

—¡Ah, Harry, buenas noches! —dijo Dumbledore mirándolo a través de sus gafas con expresión radiante—. Excelente, excelente.

Al parecer, esas palabras provocaron a tío Vernon. Era evidente que, en su opinión, cualquiera que mirara a Harry y dijera «excelente» tenía que ser por fuerza una persona con la que él nunca estaría de acuerdo.

—No quisiera parecer maleducado… —empezó con un tono que cargaba de grosería cada sílaba.

—Y sin embargo, lamentablemente, los casos de mala educación involuntaria se producen con una frecuencia alarmante —lo cortó Dumbledore con gravedad—. A veces resulta mejor no decir nada, amigo mío. ¡Ah, y ésta debe de ser Petunia!

La puerta de la cocina se había abierto y allí estaba plantada la tía de Harry, con sus guantes de goma y su bata de estar por casa encima del camisón; era evidente que estaba en plena limpieza de las superficies de la cocina, una tarea que realizaba todos los días antes de acostarse. Su cara de caballo no revelaba otra cosa que conmoción.

—Albus Dumbledore —se presentó Dumbledore al ver que tío Vernon no reaccionaba—. Nos hemos escrito, ¿no es así? —Harry lo consideró una extraña manera de recordarle a tía Petunia que en una ocasión le había enviado una carta explosiva, pero ella no se dio por aludida—. Y ése debe de ser su hijo Dudley, ¿verdad?

Este acababa de asomarse a la puerta del salón. Su enorme y rubia cabeza emergiendo del cuello del pijama a rayas parecía incorpórea, y tenía la boca abierta en un asustado gesto de asombro. Dumbledore esperó unos instantes, tal vez para ver si alguno de los Dursley pensaba decir algo, pero como el silencio se prolongaba, sonrió y preguntó:

—¿Qué les parece si suponemos que me han invitado a entrar en el salón?

Dudley se apartó como pudo cuando el anciano mago pasó por su lado. Harry, que todavía sostenía el telescopio y las zapatillas, salvó de un salto los pocos peldaños que quedaban hasta el suelo y lo siguió. Dumbledore se sentó en la butaca más cercana al fuego y contempló el salón con gesto de benévolo interés. Parecía completamente fuera de lugar.

—¿No… no nos vamos, señor? —preguntó Harry con ansiedad.

—Sí, claro que sí, pero antes tenemos que hablar de varias cosas. Y prefiero no hacerlo al aire libre. Sólo abusaremos un poco más de la hospitalidad de tus tíos.

—¿En serio? —preguntó Vernon Dursley, entrando en el salón; Petunia iba a su lado y Dudley detrás de ambos, intentando pasar inadvertido.

—Sí —confirmó Dumbledore con naturalidad—. Así es. —Sacó su varita mágica tan deprisa que Harry apenas la vio y la hizo cimbrar rápidamente. El sofá salió despedido y golpeó las corvas de los tres Dursley, que cayeron sentados en él. Con otra sacudida de la varita, el sofá retrocedió hasta su posición original—. Más vale que se pongan cómodos —añadió el mago con gentileza.

Cuando Dumbledore se guardó la varita en el bolsillo, Harry se fijó en que tenía la mano ennegrecida y apergaminada; daba la impresión de que la carne se le había consumido.

—Señor, ¿qué le ha pasado en la…?

—Luego, Harry —lo interrumpió—. Siéntate, por favor. —El muchacho ocupó la butaca que quedaba y decidió no mirar a los Dursley, que parecían víctimas de un hechizo aturdidor—. Lo lógico sería suponer que iban a ofrecerme un refrigerio —le dijo Dumbledore a tío Vernon—, pero, por lo visto hasta ahora, eso denotaría un optimismo rayano en el idealismo.

Con una tercera sacudida de la varita, materializó una polvorienta botella y cinco copas. La botella se inclinó y vertió una generosa medida de un líquido color miel en las copas, que a continuación levitaron hasta cada uno de los presentes.

—El hidromiel más delicioso de la señora Rosmerta, envejecido en roble —dijo Dumbledore alzando su copa hacia Harry, que cogió la suya y bebió un pequeño sorbo. Nunca había probado nada parecido, pero le encantó. Los Dursley, tras intercambiar fugaces y asustadas miradas, intentaron ignorar sus copas, aunque era toda una hazaña, pues éstas no cesaban de darles golpecitos en la cabeza. Harry sospechaba que Dumbledore estaba disfrutando de lo lindo—. Bueno, Harry —dijo el director de Hogwarts volviéndose hacia él—, ha surgido una dificultad que espero seas capaz de resolver para nosotros. Y cuando digo «nosotros» me refiero a la Orden del Fénix. Pero, antes que nada, debo decirte que hace una semana encontraron el testamento de Sirius y te ha dejado todas sus posesiones.

Tío Vernon giró la cabeza para mirarlo, pero Harry no lo miró y tampoco se le ocurrió nada que decir, salvo:

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