Harry Potter. La colección completa (273 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Phineas! ¡Phineas!
¡PHINEAS!

Como ya no podía disimular más, dio un exagerado brinco y abrió mucho los ojos.

—¿Alguien me llama?

—Necesito que visites una vez más tu otro retrato, Phineas —le pidió Dumbledore—. Tengo un nuevo mensaje.

—¿Visitar mi otro retrato? —repitió Phineas con voz aflautada, y dio un largo y falso bostezo mientras recorría la habitación con la mirada y se fijaba en Harry—. ¡Ah, no, Dumbledore, esta noche estoy demasiado cansado!

A Harry la voz de Phineas le resultaba familiar, pero no sabía dónde la había oído. De pronto los retratos de las paredes estallaron en manifestaciones de protesta.

—¡Insubordinación, señor! —bramó un mago robusto de nariz encarnada, blandiendo los puños—. ¡Negligencia en el cumplimiento del deber!

—¡Estamos moralmente obligados a prestar servicio al actual director de Hogwarts! —gritó un anciano mago de aspecto frágil al que Harry identificó como el predecesor de Dumbledore, Armando Dippet—. ¡Debería darte vergüenza, Phineas!

—¿Lo convenzo, Dumbledore? —insinuó una bruja de ojos penetrantes que levantó una varita inusualmente gruesa parecida a una vara para dar azotes.

—Está bien, está bien —cedió Phineas mirando con aprensión la varita de la bruja—, aunque es posible que ya haya destrozado mi retrato, como ha hecho con los de la mayoría de la familia…

—Sirius sabe perfectamente que no tiene que destruir tu retrato —replicó Dumbledore, y de inmediato Harry supo dónde había oído antes la voz de Phineas: era la que salía del cuadro, en apariencia vacío, que había en su dormitorio de Grimmauld Place—. Tienes que decirle que Arthur Weasley está gravemente herido y que su esposa, hijos y Harry Potter llegarán en breve a su casa. ¿Lo has entendido?

—Arthur Weasley herido, esposa e hijos y Harry Potter invitados —repitió Phineas con aburrimiento—. Sí, sí…, muy bien…

Entonces se inclinó hacia un lado del retrato y desapareció de la vista en el preciso instante en que la puerta del despacho volvía a abrirse. Fred, George y Ginny entraron con la profesora McGonagall; los tres iban en pijama y despeinados, y parecían asustados.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Ginny, que tenía aspecto de estar muerta de miedo—. La profesora McGonagall dice que has visto cómo atacaban a papá…

—Vuestro padre ha tenido un accidente mientras trabajaba para la Orden del Fénix —explicó Dumbledore antes de que Harry pudiera hablar—. Lo han llevado al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Os voy a enviar a casa de Sirius, que está mucho más cerca del hospital que La Madriguera. Allí os reuniréis con vuestra madre.

—¿Cómo vamos a ir? —preguntó Fred, muy afectado—. ¿Con polvos flu?

—No —respondió Dumbledore—. Ahora los polvos flu no son seguros, la Red está vigilada. Utilizaréis un traslador. —Señaló la vieja tetera de aspecto inocente que había dejado encima de la mesa—. Estamos esperando el informe de Phineas Nigellus. Antes de enviaros quiero asegurarme de que no hay ningún peligro.

En ese momento se produjo un fogonazo en medio del despacho; cuando se apagó, apareció una pluma dorada que descendió flotando suavemente.

—Es el aviso de
Fawkes
—anunció Dumbledore, y cogió la pluma antes de que llegara al suelo—. La profesora Umbridge sabe que no estáis en vuestras camas… Minerva, vaya y entreténgala, cuéntele cualquier historia…

Acto seguido, la profesora McGonagall salió por la puerta en medio de un revuelo de cuadros escoceses.

—Dice que será un placer —afirmó una voz aburrida detrás de Dumbledore; Phineas había vuelto a aparecer ante el estandarte de Slytherin—. Mi tataranieto siempre ha tenido un gusto muy extraño con los huéspedes.

—Entonces, venid aquí —les dijo Dumbledore a Harry y a los Weasley—. Y rápido, antes de que llegue alguien más.

Harry y los demás se agruparon alrededor de la mesa del director.

—¿Todos habéis utilizado ya un traslador? —preguntó Dumbledore; los muchachos asintieron y estiraron una mano para tocar alguna parte de la ennegrecida tetera—. Muy bien. Entonces, cuando cuente tres, uno…, dos…

Sucedió en una milésima de segundo: en la pausa infinitesimal que hubo antes de que Dumbledore dijera «tres», Harry levantó la cabeza y miró al director (pues estaban muy cerca), cuyos ojos azules se desviaron desde el traslador hacia la cara del muchacho.

Inmediatamente, la cicatriz de Harry se puso a arder, como si se le hubiera abierto la vieja herida, y surgió dentro de él un odio espontáneo y no deseado, aunque horriblemente intenso, y tan potente que por un instante pensó que no había nada que deseara más en el mundo que golpear, morder e hincarle los colmillos al hombre que tenía delante…

—… tres.

Harry notó una fuerte sacudida en el estómago y el suelo desapareció bajo sus pies, pero seguía teniendo una mano pegada a la tetera; chocó contra los otros mientras salían despedidos a toda velocidad hacia delante, en medio de un torbellino de colores y una fuerte ráfaga de viento, arrastrados por la tetera… hasta que tocó bruscamente el suelo con los pies y se le doblaron las rodillas; la tetera cayó al suelo, y una voz cercana dijo:

—Ya están aquí esos mocosos traidores a la sangre. ¿Es verdad que su padre está muriéndose?


¡FUERA!
—gritó otra voz.

Harry se puso en pie y miró alrededor; habían llegado a la lúgubre cocina del sótano del número 12 de Grimmauld Place. Los únicos puntos de luz eran el fuego y una vela parpadeante que iluminaban los restos de una cena solitaria. Kreacher salía en aquel momento por la puerta que daba al vestíbulo; entonces giró la cabeza y les lanzó una mirada maliciosa al mismo tiempo que se colocaba bien el taparrabos. Sirius corría hacia ellos con gesto de preocupación. Iba sin afeitar y todavía llevaba puesta la ropa de calle; despedía un olorcillo a alcohol parecido al de Mundungus.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, y estiró una mano para ayudar a Ginny a levantarse—. Phineas Nigellus me ha dicho que Arthur está gravemente herido.

—Pregúntaselo a Harry —sugirió Fred.

—Sí, yo también quiero enterarme —dijo George.

Los gemelos y Ginny miraban fijamente a Harry. Los pasos de Kreacher se habían parado en la escalera.

—Fue… —empezó Harry; aquello era aún peor que contárselo a la profesora McGonagall y a Dumbledore—. Tuve una… especie de… visión…

Y les contó todo lo que había visto, pero alteró el relato, de modo que pareciera que lo había contemplado desde fuera, mientras la serpiente atacaba, y no con los ojos del reptil. Ron, que todavía estaba muy pálido, le lanzó una mirada fugaz, aunque no hizo ningún comentario. Cuando Harry hubo terminado, Fred, George y Ginny se quedaron observándolo con atención un momento. Harry no sabía si se lo imaginaba o no, pero le pareció detectar un destello acusador en sus ojos. Y si le iban a echar la culpa sólo por haber presenciado el ataque, se alegraba de no haberles contado que lo había visto desde el interior de la serpiente.

—¿Está nuestra madre aquí? —le preguntó Fred a Sirius.

—Seguramente ni siquiera sabe todavía lo que ha pasado —contestó Sirius—. Lo más importante era sacaros de Hogwarts antes de que la profesora Umbridge pudiera intervenir. Supongo que ahora Dumbledore estará contándoselo a Molly.

—Tenemos que ir a San Mungo —dijo Ginny con urgencia, y miró a sus hermanos, que, naturalmente, todavía iban en pijama—. Sirius, ¿puedes dejarnos unas capas o algo?

—¡Un momento, no podéis ir todavía a San Mungo! —la atajó Sirius.

—Claro que podemos ir a San Mungo si queremos —le contradijo Fred con testarudez—. ¡Es nuestro padre!

—¿Y cómo vais a explicar que sabíais que Arthur había sido atacado antes incluso de que lo supieran el hospital o su propia esposa?

—¿Qué importancia tiene eso? —preguntó George acaloradamente.

—¡Importa porque no queremos llamar la atención sobre el hecho de que Harry tiene visiones de cosas que ocurren a cientos de kilómetros de distancia! —repuso Sirius con enfado—. ¿Tenéis idea de cómo interpretaría el Ministerio esa información?

Era evidente que a Fred y George no les importaba cómo lo interpretara el Ministerio. Ron, por su parte, seguía lívido y callado.

—Podría habérnoslo contado alguien más… —insinuó Ginny—, o podríamos habernos enterado por otra fuente que no fuera Harry.

—¿Ah, sí? ¿Por quién? —preguntó Sirius con impaciencia—. Escuchad, vuestro padre ha resultado herido mientras trabajaba para la Orden, y las circunstancias ya son lo bastante sospechosas para que encima sus hijos lo sepan sólo unos segundos después de que haya ocurrido. Podríais perjudicar gravemente los intereses de la Orden…

—¡Nos trae sin cuidado la maldita Orden! —gritó Fred.

—¡Nuestro padre se está muriendo! —añadió George.

—¡Vuestro padre ya sabía dónde se metía y no va a agradeceros que le pongáis las cosas más difíciles a la Orden! —replicó Sirius, tan furioso como ellos—. ¡Esto es lo que hay, y por eso no pertenecéis a la Orden! ¡Vosotros no lo entendéis, pero hay cosas por las que vale la pena morir!

—¡Qué fácil es decir eso estando encerrado aquí! —le espetó Fred—. ¡Yo no veo que tú arriesgues mucho el pellejo!

El poco color que le quedaba a Sirius en la cara se esfumó de golpe. Durante un momento pareció estar deseando pegarle una bofetada a Fred, pero cuando habló lo hizo con una voz decidida y serena.

—Ya sé que es difícil, pero hemos de fingir que todavía no sabemos nada. Debemos quedarnos aquí, al menos hasta que tengamos noticias de vuestra madre, ¿de acuerdo?

Fred y George seguían encolerizados. Ginny, en cambio, fue hacia la silla más cercana y se sentó en ella. Harry miró a Ron, que hizo un movimiento extraño, entre un gesto afirmativo con la cabeza y un encogimiento de hombros, y los dos se sentaron también. Los gemelos miraron con odio a Sirius durante un minuto más; luego se sentaron a ambos lados de Ginny.

—Así me gusta —dijo Sirius alentándolos—. Bueno, vamos a…, vamos a beber algo mientras esperamos.
¡Accio cerveza de mantequilla!

Levantó la varita mágica mientras pronunciaba aquellas palabras, y media docena de botellas salieron de la despensa y fueron volando hacia ellos, se deslizaron por la mesa, esparciendo los restos de la cena de Sirius, y se detuvieron hábilmente delante de cada uno de ellos. Todos bebieron, y durante un rato sólo se oyeron el chisporroteo del fuego de la cocina y el ruido sordo de las botellas al dejarlas en la mesa.

Harry sólo bebía para tener algo que hacer con las manos. Por dentro notaba un horrible, abrasador y desbordante sentimiento de culpa. De no ser por él no estarían allí, sino en la cama, durmiendo. Y no le servía de consuelo recordar que, al dar la alarma, se había asegurado de que encontrarían al señor Weasley, porque para empezar había que tener en cuenta el detalle de que había sido él quien había atacado al señor Weasley.

«No seas estúpido, tú no tienes colmillos —se dijo intentando conservar la calma, aunque le temblaba la mano con que sujetaba la botella de cerveza de mantequilla—, tú estabas en la cama, no estabas atacando a nadie… Pero entonces, ¿qué ha pasado en el despacho de Dumbledore? —se preguntó—. Sentí como si quisiera atacarlo también a él…»

Dejó la botella sobre la mesa con un golpe inesperadamente fuerte, y la botella se volcó, pero nadie se dio cuenta. Entonces se produjo un fogonazo en el aire que iluminó los platos sucios que tenían delante, y mientras gritaban desconcertados, un rollo de pergamino cayó con un ruido sordo sobre la mesa, acompañado de una pluma de cola de fénix.


¡Fawkes!
—exclamó Sirius de inmediato, y agarró el pergamino—. Ésta no es la letra de Dumbledore… Debe de ser un mensaje de vuestra madre… Tomad…

Le puso la carta en la mano a George, que la abrió con rapidez y leyó en voz alta: «Papá todavía está vivo. Salgo ahora para San Mungo. Quedaos donde estáis. Os enviaré noticias en cuanto pueda. Mamá.» George miró alrededor de la mesa. —Todavía está vivo… —repitió lentamente—. Pero eso suena como si…

No tuvo que terminar la frase. Para Harry también sonaba como si el señor Weasley estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte.

Ron, aún asombrosamente pálido, se quedó mirando el dorso de la carta de su madre como si allí fueran a aparecer unas palabras de consuelo para él. Fred le arrancó la hoja de pergamino a George y volvió a leer la carta; luego miró a Harry, quien notó que volvía a temblarle la mano sobre la botella de cerveza de mantequilla, y la sujetó más fuerte para detener el temblor.

Harry no recordaba que ninguna otra noche se le hubiera hecho tan larga como aquélla. Sirius propuso una vez, aunque sin mucha convicción, que fueran a acostarse, pero las miradas de repugnancia de los Weasley fueron suficiente respuesta. Se quedaron sentados en silencio alrededor de la mesa, observando cómo la mecha de la vela se hundía más y más en la cera líquida; de cuando en cuando se llevaban una botella a los labios, y sólo hablaban para controlar la hora, para preguntarse en voz alta qué estaría pasando o para tranquilizarse unos a otros diciéndose que si había malas noticias lo sabrían enseguida, porque la señora Weasley ya debía de haber llegado a San Mungo.

Fred se quedó dormido con la cabeza colgando sobre un hombro. Ginny estaba acurrucada como un gato en su silla, pero tenía los ojos abiertos; Harry veía la luz del fuego de la chimenea reflejada en ellos, y Ron permanecía sentado con la cabeza apoyada en las manos, aunque era imposible saber si estaba dormido o despierto. Harry y Sirius se miraban de vez en cuando, como dos intrusos en medio del dolor de una familia, esperando, esperando…

A las cinco y diez de la mañana, según el reloj de Ron, se abrió la puerta de la cocina y por ella entró la señora Weasley. Estaba extremadamente pálida, pero cuando todos se volvieron para mirarla, y Fred, Ron y Harry saltaron casi de sus sillas, ella forzó una frágil sonrisa.

—Se pondrá bien —afirmó con una débil voz que denotaba cansancio—. Ahora duerme. Más tarde podremos ir a verlo. Bill se ha tomado la mañana libre y está haciéndole compañía.

Fred se desplomó en la silla y se tapó la cara con las manos. George y Ginny se pusieron en pie, fueron corriendo hacia su madre y la abrazaron. Ron soltó una risotada temblorosa y se terminó la cerveza de mantequilla de un solo trago.

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