Harry Potter. La colección completa (258 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—No tiene… gracia… San Mungo…, ya verás…

Entonces se abrió la puerta de la mazmorra y Snape apareció en el umbral. Recorrió con sus negros ojos a los alumnos de Gryffindor hasta llegar a donde estaban Harry y Ron intentando sujetar a Neville.

—¿Peleando, Potter, Weasley, Longbottom? —preguntó Snape con su fría y socarrona voz—. Diez puntos menos para Gryffindor. Suelta a Longbottom, Potter, o serás castigado. Todos adentro.

Harry soltó a Neville, que se quedó mirándolo y jadeando.

—He tenido que frenarte —se excusó Harry entrecortadamente mientras recogía su mochila—. Crabbe y Goyle te habrían hecho pedazos.

Neville no dijo nada; se limitó a recoger su mochila y entró muy ofendido en la mazmorra.

—Por las barbas de Merlín —comentó Ron en voz baja mientras seguían a Neville—. ¿Qué le ha pasado?

Harry no contestó. Sabía perfectamente por qué aquella alusión a la gente que estaba en San Mungo con secuelas cerebrales a causa de la magia había afectado tanto a Neville, pero había jurado a Dumbledore que no revelaría a nadie el secreto de Longbottom. Ni siquiera el propio Neville podía imaginarse que Harry estaba al corriente.

Harry, Ron y Hermione se sentaron como siempre al fondo de la clase y sacaron pergamino, plumas y sus ejemplares de
Mil hierbas y hongos mágicos.
Sus compañeros de clase cuchicheaban sobre lo que acababa de hacer Neville, pero cuando Snape cerró la puerta de la mazmorra con un sonoro golpetazo, todos guardaron silencio de inmediato.

—Como veréis —dijo Snape con su queda y socarrona voz—, hoy tenemos una invitada.

Señaló un oscuro rincón de la mazmorra y Harry vio a la profesora Umbridge sentada allí, con las hojas de pergamino cogidas con el sujetapapeles sobre las rodillas. Harry miró de reojo a Ron y a Hermione arqueando las cejas. Snape y Umbridge, los dos profesores que más odiaba: aunque era difícil decidir cuál prefería que triunfara.

—Hoy vamos a continuar con la solución fortificante. Encontraréis vuestras mezclas como las dejasteis en la última clase; si las preparasteis correctamente deberían haber madurado durante el fin de semana. Las instrucciones —agitó su varita— están en la pizarra. Ya podéis empezar.

La profesora Umbridge pasó la primera media hora de la clase tomando notas en su rincón. Harry estaba deseando escuchar cómo interrogaba a Snape, pero le interesaba tanto enterarse que estaba volviendo a descuidar su poción.

—¡Sangre de salamandra, Harry —le avisó Hermione por lo bajo, agarrándole la muñeca para impedir que añadiera un ingrediente equivocado por tercera vez—, no jugo de granada!

—Vale —dijo Harry, despistado. Luego empezó a verter el contenido de la botella en el caldero y siguió observando el rincón. La profesora Umbridge acababa de levantarse—. ¡Ja! —exclamó en voz baja al ver que la profesora caminaba dando zancadas entre dos hileras de pupitres hacia Snape, que estaba inclinado sobre el caldero de Dean Thomas.

—Bueno, parece que los alumnos están bastante adelantados para el curso que hacen —comentó la profesora Umbridge con brusquedad, dirigiéndose a Snape, que estaba de espaldas—. Aunque no estoy segura de que sea conveniente enseñarles a preparar una poción como la solución fortificante. Creo que el Ministerio preferiría que fuera eliminada del programa. —Snape se enderezó lentamente y se volvió para mirarla—. Dígame, ¿cuánto tiempo hace que enseña en Hogwarts? —le preguntó con la pluma apoyada en el pergamino.

—Catorce años —respondió Snape. La expresión de su rostro era insondable. Sin quitarle los ojos de encima al profesor, Harry añadió unas gotas más a su poción, que produjo un silbido amenazador y pasó del color turquesa al naranja.

—Tengo entendido que primero solicitó el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no es así? —inquirió la profesora Umbridge.

—Sí —contestó Snape con serenidad.

—Pero ¿no lo consiguió?

Snape torció el gesto y respondió:

—Es obvio.

La profesora Umbridge anotó algo en sus pergaminos.

—Y desde que entró en el colegio ha solicitado con regularidad el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿verdad?

—Sí —contestó Snape, imperturbable, sin mover apenas los labios. Parecía muy enfadado.

—¿Tiene usted idea de por qué Dumbledore ha rechazado por sistema su solicitud? —inquirió la profesora Umbridge.

—Eso debería preguntárselo a él —dijo Snape entrecortadamente.

—Oh, lo haré, lo haré —dijo la profesora Umbridge componiendo una dulce sonrisa.

—Aunque no veo qué importancia puede tener eso —añadió Snape a la vez que entrecerraba sus ojos negros.

—¡Oh, ya lo creo que la tiene! —replicó la profesora Umbridge—. Sí, el Ministerio quiere conocer a la perfección el… pasado de los profesores.

Y entonces se dio la vuelta, fue hacia Pansy Parkinson y empezó a interrogarla sobre las clases. Snape giró la cabeza hacia donde estaba Harry y sus miradas se encontraron durante un momento. Harry bajó rápidamente la vista hacia su poción, que se había espesado, dando lugar a una masa asquerosa, y desprendía un intenso olor a goma quemada.

—Otro cero, Potter —dijo Snape con malicia, y vació el caldero de Harry con una sacudida de la varita—. Quiero que me escribas una redacción sobre la correcta composición de esta poción, indicando dónde y por qué te has equivocado, y que me la entregues en la próxima clase. ¿Entendido?

—Sí —contestó Harry, furioso.

Snape ya les había mandado un trabajo, y Harry tenía entrenamiento de
quidditch
aquella tarde; eso significaba que pasaría un par de noches más sin dormir. No podía creer que aquella mañana hubiera despertado contento. Lo único que sentía en ese instante era un intenso deseo de que el día llegara a su fin.

—A lo mejor me salto Adivinación —les comentó con desánimo a Ron y a Hermione en el patio, después de comer. El viento agitaba el bajo de sus túnicas y las alas de sus sombreros—. Fingiré que estoy enfermo y escribiré la redacción para Snape, así no tendré que pasar otra noche en blanco.

—No puedes saltarte Adivinación —le regañó Hermione con severidad.

—¡Mira quién habla! ¡Tú te has borrado de esa asignatura porque no soportas a la profesora Trelawney! —exclamó Ron, indignado.

—No la odio —aseguró Hermione con altivez—. Sencillamente pienso que es una profesora atroz y una farsante como la copa de un pino. Pero Harry ya se ha saltado Historia de la Magia y no creo que hoy deba perderse ninguna otra clase.

Hermione tenía razón, y a Harry no le quedó más remedio que hacerle caso. Media hora más tarde se encontraba envuelto en el caluroso y perfumado ambiente del aula de Adivinación, furioso con todo el mundo. La profesora Trelawney volvió a repartir ejemplares de
El oráculo de los sueños.
Harry estaba seguro de que emplearía mejor su tiempo haciendo la redacción que Snape le había puesto como castigo que permaneciendo allí sentado, intentando encontrar el significado de un montón de sueños inventados.

Sin embargo, resultó que Harry no era el único que estaba de mal humor. Dando un porrazo, la profesora Trelawney dejó un ejemplar del libro de texto sobre la mesa que había entre Harry y Ron, y se alejó con los labios fruncidos. Lanzó el siguiente ejemplar de
El oráculo
a Seamus y Dean, rozando la cabeza de Seamus, y el último libro se lo puso a Neville en el pecho con tanto ímpetu que éste se cayó del puf donde estaba sentado.

—¡Ya podéis empezar! —gritó la profesora Trelawney con una voz chillona y un tanto histérica—. ¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer! ¿O soy una profesora con un nivel de conocimientos tan bajo que ni siquiera os he enseñado a abrir un libro?

Los alumnos la observaron perplejos y luego se miraron unos a otros. Sin embargo, Harry creyó comprender cuál era el motivo del enfado de la profesora Trelawney. Cuando ella volvió haciendo aspavientos a su silla, con los ojos agrandados por las gafas de aumento y llenos de lágrimas de rabia, Harry inclinó la cabeza hacia Ron y murmuró:

—Me parece que ya ha recibido los resultados de su supervisión.

—Profesora… —dijo Parvati Patil con voz queda (Lavender y ella siempre habían admirado enormemente a la profesora Trelawney)—. Profesora, ¿le ocurre… algo?

—¡¿Si me ocurre algo?! —exclamó la profesora Trelawney con una voz cargada de emoción—. ¡No, claro que no! Me han insultado, desde luego… Han hecho insinuaciones contra mí… Han formulado acusaciones infundadas… Pero ¡no, no me ocurre nada! —Inspiró hondo con un estremecimiento y dejó de mirar a Parvati; las lágrimas resbalaban por debajo de sus gafas—. No me importa que no hayan tenido en cuenta mis dieciséis años de abnegado servicio… —prosiguió entrecortadamente—. Por lo visto, eso ha pasado desapercibido… Pero ¡no voy a permitir que me insulten, no, señor!

—Pero profesora, ¿quién la ha insultado? —preguntó Parvati con timidez.

—¡Las autoridades! —contestó la profesora Trelawney con una voz grave, dramática y temblorosa—. Sí, aquellos que tienen los ojos tan cegados por las cosas vulgares que no pueden ver como yo veo, para saber como yo sé… Las videntes siempre han inspirado temor, desde luego; siempre han sido objeto de persecución… Ése es, lamentablemente, nuestro destino.

A continuación tragó saliva, se secó las mejillas con una punta del chal, sacó un pequeño pañuelo bordado de la manga de su túnica y se sonó la nariz, produciendo un ruido como el que producía Peeves al hacer pedorretas.

Ron rió por lo bajo y Lavender le lanzó una mirada de reprobación.

—Profesora… —dijo Parvati—, ¿se refiere a… la profesora Umbridge?

—¡No menciones a esa mujer en mi presencia! —gritó la profesora Trelawney poniéndose en pie; sus collares de cuentas tintinearon y sus gafas lanzaron destellos—. ¡Haced el favor de seguir con vuestro trabajo!

Y pasó el resto de la clase paseándose entre los alumnos. Las lágrimas continuaban brotando detrás de sus gafas y no paraba de murmurar lo que parecían amenazas.

—… podría presentar mi dimisión… Qué humillación… Ponerme en periodo de prueba… Ya veremos… Cómo se atreve…

—Parece que la profesora Umbridge y tú tenéis algo en común —le dijo Harry a Hermione en voz baja cuando volvieron a verse en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras—. Es evidente que ella también opina que Trelawney es una farsante. La ha puesto en periodo de prueba.

En ese preciso instante, la profesora Umbridge entró en el aula luciendo su lazo de terciopelo negro y su típica expresión de suficiencia.

—Buenas tardes, chicos.

—Buenas tardes, profesora Umbridge —respondieron sombríamente los alumnos.

—Guardad las varitas, por favor.

Esa vez no hubo ningún revuelo porque nadie se había molestado en sacarla.

—Abrid
Teoría de defensa mágica
por la página treinta y cuatro y leed el tercer capítulo, titulado «Razones para las respuestas no agresivas a los ataques mágicos». En…

—… silencio —dijeron a coro por lo bajo Harry, Ron y Hermione.

···

—Nada de entrenamientos de
quidditch
—murmuró Angelina con voz apagada aquella noche cuando Harry, Ron y Hermione entraron en la sala común después de cenar.

—Pero ¡si he controlado mi genio! —exclamó Harry, horrorizado—. No le he dicho nada, Angelina, te lo juro…

—Ya lo sé, ya lo sé —dijo Angelina con tristeza—. Me ha dicho que necesita un poco de tiempo para pensarlo.

—Para pensar ¿qué? —preguntó Ron muy enojado—. A los de Slytherin les ha dado permiso. ¿Por qué no va a dárnoslo a nosotros?

Pero Harry se imaginaba cómo debía de estar disfrutando la profesora Umbridge al mantener la amenaza de disolver el equipo de
quidditch
de Gryffindor, y comprendía perfectamente por qué no quería renunciar demasiado pronto a utilizar aquel recurso contra ellos.

—Bueno —comentó Hermione—, mira la parte positiva del asunto. ¡Al menos ahora tendrás tiempo para escribir la redacción para Snape!

—¿Ésa es la parte positiva? —le espetó Harry mientras Ron miraba con incredulidad a Hermione—. ¿Una redacción de Pociones en lugar de un entrenamiento de
quidditch
?

Harry se dejó caer en una butaca, sacó a regañadientes de la mochila el material necesario para escribir su redacción de Pociones y se puso a trabajar. Pero le costaba mucho concentrarse, y aunque sabía que Sirius no aparecería en la chimenea hasta mucho más tarde, su mirada se dirigía de forma inconsciente hacia las llamas, por si acaso. Además, había muchísimo ruido en la sala común: parecía que Fred y George habían perfeccionado por fin una clase de golosinas del Surtido Saltaclases, y se turnaban para hacer una demostración de sus efectos ante un animado grupo de curiosos.

Primero, Fred mordía un trocito del extremo de color naranja de un chicle y empezaba a vomitar espectacularmente en un cubo que habían colocado delante de él. A continuación se tragaba, aunque con dificultad, el extremo de color morado del chicle, y los vómitos cesaban de inmediato.

Lee Jordan, que desempeñaba la función de ayudante en la exhibición, hacía desaparecer el vómito, a intervalos regulares, con el mismo hechizo desvanecedor que Snape solía utilizar para eliminar las pociones que elaboraba Harry.

Entre el ruido de las vomiteras, los vítores y los gritos de Fred y George, que no paraban de anotar pedidos de sus compañeros, a Harry le resultaba muy difícil pensar cuál era el método correcto de elaboración de la solución fortificante. Hermione tampoco lo ayudaba nada, porque a Harry lo distraían sobre todo los resoplidos de desaprobación que su amiga dedicaba a las exclamaciones de entusiasmo y al ruido que los vómitos de los gemelos producían al caer en el fondo del cubo.

—Si tanto te molesta, ¿por qué no vas y les dices que paren? —le preguntó Harry con irritación después de tachar por cuarta vez una medida equivocada de polvo de zarpa de grifo.

—No puedo, porque técnicamente no están haciendo nada malo —contestó Hermione apretando los dientes—. Están en su derecho de comerse esas porquerías, y no encuentro ninguna norma que diga que los idiotas que los aclaman no tengan derecho a comprarlas, a menos que esté demostrado que son peligrosas en algún sentido, y no parece que lo sean.

Hermione, Harry y Ron se quedaron mirando cómo George vomitaba a chorro en el cubo, se comía el resto del chicle y se enderezaba, sonriente y con los brazos extendidos, para recibir el prolongado aplauso de su público.

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