Harry Potter. La colección completa (224 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡No la llames sangre sucia! —saltaron Ron y Ginny al unísono, muy enfadados.

—No importa —susurró Hermione—, no está en sus cabales, no sabe lo que…

—Desengáñate, Hermione, sabe muy bien lo que dice —aclaró Fred mirando a Kreacher con antipatía.

Kreacher seguía mascullando sin apartar la vista de Harry.

—¿Es verdad? ¿Es Harry Potter? Kreacher puede ver la cicatriz, debe de ser cierto, ése es el chico que venció al Señor Tenebroso, Kreacher se pregunta cómo lo haría…

—Nosotros también nos lo preguntamos, Kreacher —dijo Fred.

—¿A qué has venido, Kreacher? ¿Qué quieres? —preguntó George.

Kreacher dirigió sus enormes y claros ojos hacia George.

—Kreacher está limpiando —contestó con evasivas.

—¡No me digas! —exclamó una voz detrás de Harry.

Sirius había vuelto y miraba con desprecio al elfo desde el umbral. El ruido en el vestíbulo había cesado; quizá la señora Weasley y Mundungus siguieran discutiendo en la cocina. Al ver a Sirius, Kreacher hizo una reverencia exageradísima, hasta tocar el suelo con su nariz en forma de hocico.

—Levántate —le espetó Sirius impaciente—. A ver, ¿qué estás tramando?

—Kreacher está limpiando —repitió el elfo—. Kreacher vive para servir a la noble casa de los Black…

—Que cada día está más negra —afirmó Sirius.

—Al amo siempre le ha gustado hacer bromas —comentó Kreacher; volvió a inclinarse y siguió murmurando—: El amo era un canalla desagradecido que le partió el corazón a su madre…

—Mi madre no tenía corazón, Kreacher —lo atajó Sirius—. Se mantenía viva por pura maldad.

Kreacher hizo otra reverencia.

—Como diga el amo —masculló con furia—. El amo no es digno siquiera de limpiarle la porquería de las botas a su madre, oh, mi pobre ama, qué diría si viera a Kreacher sirviéndolo a él, con lo que ella lo odiaba, cómo la decepcionó…

—Te he preguntado qué te traes entre manos —dijo Sirius con frialdad—. Cada vez que apareces fingiendo que limpias, te llevas algo a tu habitación para que no podamos tirarlo.

—Kreacher jamás movería nada de su sitio en la casa del amo —repuso el elfo, y luego farfulló muy deprisa—: El ama jamás perdonaría a Kreacher si tiraran el tapiz, lleva siete siglos en la familia, Kreacher debe salvarlo, Kreacher no dejará que el amo y los traidores y los mocosos lo destruyan…

—Ya me lo imaginaba —comentó Sirius mirando con desprecio la pared de enfrente—. Mi madre le habrá hecho otro encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás, seguro, pero si puedo deshacerlo me libraré de él. Y ahora lárgate, Kreacher.

Por lo visto, Kreacher no se atrevía a desobedecer una orden directa; sin embargo, la mirada que le lanzó a Sirius al pasar arrastrando los pies por delante de él estaba llena de un profundo odio, y salió de la habitación sin parar de murmurar:

—… llega de Azkaban y se pone a darle órdenes a Kreacher; oh, mi pobre ama, qué diría si viera cómo está la casa, llena de escoria, despojada de sus tesoros; ella juró que él no era hijo suyo y él ha vuelto, y dicen que es un asesino.

—¡Sigue murmurando y me convertiré en un asesino de verdad! —gritó Sirius con irritación al mismo tiempo que cerraba de un portazo.

—No está en sus cabales, Sirius —dijo Hermione con tono suplicante—, creo que no se da cuenta de que oímos lo que dice.

—Lleva demasiado tiempo solo —aclaró Sirius—, recibiendo órdenes absurdas del retrato de mi madre y hablándose a sí mismo, pero siempre fue un repugnante…

—A lo mejor, si le dieras la libertad… —sugirió Hermione.

—No podemos darle la libertad, sabe demasiado sobre la Orden —respondió Sirius de manera cortante—. Además, la conmoción lo mataría. Insinúale que salga de esta casa, y ya verás cómo reacciona.

Sirius se dirigió a la pared donde estaba colgado el tapiz que Kreacher había estado intentando proteger. Harry y los demás lo siguieron.

El tapiz parecía viejísimo; estaba desteñido y raído, como si las
doxys
lo hubieran mordisqueado. Con todo, el hilo dorado con el que estaba bordado todavía relucía lo suficiente para dejar ver un extenso árbol genealógico que se remontaba, por lo que Harry pudo distinguir, hasta la Edad Media. En la parte superior había grandes letras que rezaban:

La noble y ancestral casa de los Black
«Toujours pur»

—¡Tú no sales aquí! —exclamó Harry tras recorrer con la mirada la parte inferior del árbol.

—Antes estaba —comentó Sirius señalando un pequeño y redondo agujero con los bordes chamuscados, que parecía una quemadura de cigarrillo—. Mi dulce y anciana madre me borró cuando me escapé de casa. A Kreacher le encanta relatar esa historia entre dientes.

—¿Te escapaste de casa?

—Cuando tenía dieciséis años —afirmó Sirius—. Estaba harto.

—¿Adónde fuiste? —preguntó Harry mirándolo fijamente.

—A casa de tu padre —contestó Sirius—. Tus abuelos se portaron muy bien conmigo; me adoptaron, por así decirlo. Sí, me instalé en casa de tu padre y pasé allí las vacaciones escolares, y cuando cumplí diecisiete años me fui a vivir solo. Mi tío Alphard me había dejado una cantidad considerable de oro; a él también deben de haberlo borrado del árbol por eso. En fin, después empecé a vivir solo. Pero siempre fui bien recibido en casa de los Potter, y solía ir allí a comer los domingos.

—Pero ¿por qué…?

—¿Por qué me marché? —Sirius compuso una amarga sonrisa y se pasó los dedos por el largo y despeinado cabello—. Porque los odiaba a todos: a mis padres, con su manía de la sangre limpia, convencidos de que ser un Black te convertía prácticamente en un miembro de la realeza… El idiota de mi hermano, que fue lo bastante estúpido para creérselo… Ése es él.

Sirius puso un dedo en la parte inferior del árbol y señaló el nombre «Regulus Black». La fecha de su muerte (unos quince años atrás) seguía a la de su nacimiento.

—Era más joven que yo —explicó Sirius—, y mucho mejor, como me recordaban mis padres cada dos por tres.

—Pero murió —dijo Harry.

—Sí. El muy imbécil… se unió a los
mortífagos
.

—¡No lo dirás en serio!

—¡Vaya, Harry! ¿No has visto ya suficiente de esta casa para entender a qué clase de magos pertenecía mi familia? —dijo Sirius con fastidio.

—Tus padres…, tus padres ¿también eran
mortífagos
?

—No, no, pero creían que Voldemort tenía razón; estaban a favor de la purificación de la raza mágica, querían deshacerse de los hijos de los
muggles
y que mandaran los sangre limpia. Y no eran los únicos; mucha gente, antes de que Voldemort se mostrara tal cual era en realidad, creía que él tenía razón… Aunque, cuando vieron lo que estaba dispuesto a hacer para conseguir el poder, les entró miedo y se echaron atrás. Pero supongo que, al principio, mis padres creyeron que Regulus era un verdadero héroe cuando se le unió.

—¿Lo mató un
auror
? —preguntó Harry, titubeante.

—No, qué va —contestó Sirius—. Lo mató Voldemort. O mejor dicho, alguien que obedecía sus órdenes; dudo que Regulus llegara a ser lo bastante importante para que Voldemort quisiera matarlo en persona. Por lo que pude averiguar después de su muerte, al cabo de un tiempo de haberse unido a Voldemort le entró pánico al ver lo que le pedían que hiciera e intentó volverse atrás. Pero a Voldemort no le entregas tu dimisión así como así. Es toda una vida de servicio o la muerte.

—¡A comer! —anunció la señora Weasley.

Llevaba la varita en alto sosteniendo con la punta una enorme bandeja llena de sandwiches y un pastel. Estaba muy colorada y parecía muy enfadada. Todos se dirigieron hacia ella, hambrientos, pero Harry se quedó con Sirius, que se había acercado más al tapiz.

—Hacía años que no lo miraba. Aquí está Phineas Nigellus, mi tatarabuelo, ¿lo ves? El director menos admirado que jamás ha tenido Hogwarts… Y Araminta Meliflua, prima de mi madre. Intentó llevar adelante un proyecto de ley ministerial para legalizar la caza de
muggles
… Y la querida tía Elladora. Inició la tradición familiar de decapitar a los elfos domésticos cuando se hacían demasiado viejos para llevar las bandejas del té… Como es lógico, cada vez que la familia daba algún miembro medianamente decente, lo repudiaban. Veo que Tonks no aparece. Quizá sea por eso por lo que Kreacher no acepta sus órdenes: se supone que tiene que hacer todo lo que le ordene cualquier miembro de la familia…

—¿Tonks y tú sois parientes? —preguntó Harry con sorpresa.

—Sí, claro, su madre, Andrómeda, era mi prima favorita —le explicó Sirius mientras examinaba con minuciosidad el tapiz—. No, Andrómeda tampoco sale, mira…

Señaló otra quemadura redonda entre dos nombres, Bellatrix y Narcisa.

—Las hermanas de Andrómeda todavía están aquí porque hicieron bonitos y respetables matrimonios con hombres de sangre limpia, pero Andrómeda se casó con un hijo de
muggles
, Ted Tonks, así que…

Sirius fingió arremeter contra el tapiz con una varita y rió con amargura. Harry, sin embargo, no rió, pues estaba demasiado ocupado leyendo los nombres que había a la derecha del agujero de Andrómeda. Una línea doble de hilo dorado unía a Narcisa Black con Lucius Malfoy y una línea simple vertical que salía de sus nombres terminaba en «Draco».

—¡Estás emparentado con los Malfoy!

—Todas las familias de sangre limpia están relacionadas entre sí —explicó Sirius—. Si sólo permites que tus hijos e hijas se casen con gente de sangre limpia, las posibilidades son limitadas; ya no quedamos muchos. Molly y yo somos primos políticos, y Arthur es algo así como mi primo segundo. Pero no vale la pena buscarlos aquí: si hay una familia de traidores a la sangre en el mundo, se trata de los Weasley.

En ese momento Harry estaba leyendo el nombre que había a la izquierda del agujero correspondiente a Andrómeda: Bellatrix Black, que estaba conectado mediante una línea doble al del de Rodolphus Lestrange.

—Lestrange… —pronunció Harry en voz alta. Aquel nombre había despertado algún recuerdo en su memoria; le sonaba de algo, pero no sabía de qué, aunque le produjo una extraña sensación, una especie de escalofrío en el estómago.

—Están en Azkaban —dijo Sirius con aspereza. Harry lo miró con expresión de curiosidad—. Bellatrix y su marido, Rodolphus, entraron con Barty Crouch, hijo —añadió Sirius con la misma aspereza—. Rabastan, el hermano de Rodolphus, también entró con ellos.

Entonces Harry lo recordó. Había visto a Bellatrix Lestrange dentro del
pensadero
de Dumbledore, aquel extraño aparato en que se podían almacenar los pensamientos y los recuerdos; era una mujer alta y morena con los párpados caídos que en el juicio había proclamado que mantendría su alianza con lord Voldemort, así como lo orgullosa que se sentía por haber intentado encontrarlo después de su caída y su convicción de que algún día su lealtad se vería recompensada.

—Nunca me dijiste que era tu…

—¿Qué más da que sea mi prima? —le espetó Sirius—. Por lo que a mí respecta, ya no son familia mía. Ella, desde luego, no lo es. No la veo desde que tenía tu edad, exceptuando el día de su llegada a Azkaban. ¿Crees que estoy orgulloso de tener un pariente como ella?

—Lo siento —dijo Harry—. No quería… Es que me ha sorprendido, nada más.

—No importa, no tienes que disculparte —masculló Sirius entre dientes, y se dio la vuelta con las manos hundidas en los bolsillos—. No me hace ninguna gracia estar aquí —añadió contemplando el salón—. Nunca pensé que volvería a estar encerrado en esta casa.

Harry lo entendía a la perfección. Se imaginaba lo que sentiría cuando fuera mayor y creyera haberse librado de aquel lugar para siempre si tuviera que volver a vivir en el número cuatro de Privet Drive.

—Como cuartel general es ideal, desde luego —agregó Sirius—. Cuando mi padre vivía aquí instaló todas las medidas de seguridad mágicas conocidas. Está muy bien disimulada, de modo que los
muggles
nunca llamarían a la puerta; claro que, aunque no lo estuviera, tampoco querrían acercarse aquí. Y ahora que Dumbledore ha añadido sus propios sistemas de protección, te costaría mucho encontrar otra casa más segura que ésta. Dumbledore es Guardián de los Secretos de la Orden, lo cual quiere decir que nadie puede encontrar el cuartel general a menos que él le diga personalmente dónde está. Esa nota que Moody te enseñó anoche era de Dumbledore… —Sirius soltó una breve y áspera risa—. Si mis padres vieran para qué estamos utilizando su casa ahora… Bueno, puedes hacerte una idea por los gritos del retrato de mi madre… —Frunció un instante el entrecejo y luego suspiró—. No me importaría tanto si de vez en cuando pudiera salir y hacer algo útil. Le he pedido a Dumbledore que me deje escoltarte el día de la vista, tomando la forma de
Hocicos
, claro; así podría darte un poco de apoyo moral. ¿Qué te parece?

Harry tuvo la sensación de que el estómago se le hundía hasta la polvorienta alfombra. No había vuelto a pensar ni una sola vez en la vista desde la cena de la noche anterior; con la emoción de volver a estar rodeado de la gente que él más quería, y con tantas noticias, no había vuelto a acordarse de aquel asunto pendiente. Sin embargo, cuando Sirius mencionó la vista, volvió a invadirlo un miedo aplastante. Miró a Hermione y a los Weasley, que estaban comiéndose los sandwiches, y pensó en cómo se sentiría si ellos regresaban a Hogwarts sin él.

—No te preocupes —lo tranquilizó Sirius. Harry levantó la cabeza y comprendió que su padrino había estado observándolo—. Estoy seguro de que te absolverán. El Estatuto Internacional del Secreto contempla el uso de la magia para salvar la propia vida.

—Pero si me expulsan —dijo Harry en voz baja—, ¿me dejarás venir aquí y quedarme a vivir contigo?

Sirius esbozó una triste sonrisa.

—Ya veremos.

—Afrontaría mucho mejor la vista si supiera que, pase lo que pase, no tendré que volver con los Dursley —insistió Harry.

—Deben ser realmente odiosos para que prefieras vivir en esta casa —contestó Sirius con tono pesimista.

—Daos prisa vosotros dos, os vais a quedar sin nada —los avisó la señora Weasley.

Sirius suspiró otra vez y echó un vistazo al tapiz; luego Harry y él fueron a reunirse con los demás.

Aquella tarde Harry hizo todo lo posible para no pensar en la vista mientras vaciaban las vitrinas. Por fortuna para él, era un trabajo que requería gran concentración, pues muchos de los objetos que había allí dentro se mostraban muy reacios a abandonar sus polvorientos estantes. Sirius recibió una fuerte mordedura de una caja de rapé de plata; pasados unos segundos, la mano herida había generado una repugnante costra, como una especie de guante marrón muy duro.

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