Harry Potter. La colección completa (214 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Pero Harry ya había cogido el pergamino que la lechuza llevaba atado a una pata. Estaba tan seguro de que aquella carta tenía que ser de Dumbledore y de que en ella lo explicaba todo (los
dementores
, la señora Figg, lo que tramaba el Ministerio, y cómo él, Dumbledore, pensaba solucionar la situación) que, por primera vez en su vida, se llevó una desilusión al ver la caligrafía de Sirius. Sin prestar atención a la perorata que tío Vernon estaba soltando sobre las lechuzas, y entrecerrando los ojos para protegerse de otra nube de polvo que la última había provocado al colarse por la chimenea, Harry leyó el mensaje de Sirius:

Arthur acaba de contarnos lo que ha sucedido. No vuelvas a salir de la casa, pase lo que pase.

El contenido de la carta le pareció a Harry una reacción tan inapropiada ante lo ocurrido aquella noche que le dio la vuelta al pergamino buscando el resto del texto, pero no encontró ni una sola palabra más.

Y notaba que estaba volviendo a perder la calma. ¿Acaso nadie pensaba felicitarlo por haber derrotado él solo a dos
dementores
? Tanto el señor Weasley como Sirius estaban actuando como si Harry se hubiera portado mal y como si estuvieran reservándose la reprimenda hasta que pudieran determinar el alcance de los daños ocasionados.

—… una bananada, quiero decir, una bandada de lechuzas entrando y saliendo de mi casa. No pienso tolerarlo, chico, no voy a…

—No puedo impedir que vengan lechuzas —le espetó Harry al mismo tiempo que arrugaba la carta de Sirius con la mano.

—¡Quiero saber la verdad de lo que ha pasado esta noche! —bramó tío Vernon—. Si han sido los Demendadores los que le han hecho daño a Dudley, ¿por qué te han expulsado? ¡Has hecho eso que tú ya sabes, lo has admitido!

Harry respiró hondo para tranquilizarse. Empezaba a dolerle otra vez la cabeza. Lo que más deseaba era salir de la cocina y perder de vista a los Dursley.

—Hice el encantamiento
patronus
para librarme de los
dementores
—explicó, obligándose a conservar la calma—. Es lo único que funciona con ellos.

—Pero ¿qué hacían esos dementoides en Little Whinging? —preguntó tío Vernon con indignación.

—Eso no puedo decírtelo —respondió Harry cansinamente—. No tengo ni idea.

Las punzadas que notaba en la cabeza eran cada vez más fuertes, y le molestaba mucho la intensa luz de los fluorescentes de la cocina. Su enfado iba disminuyendo poco a poco. Estaba agotado, exhausto. Los Dursley lo miraban fijamente.

—Es por tu culpa —afirmó tío Vernon con energía—. Tiene algo que ver contigo, chico, estoy seguro. Si no, ¿por qué iban a venir aquí? ¿Qué iban a estar haciendo en ese callejón? Es evidente que eres el único…, el único… —Al parecer no lograba pronunciar la palabra «mago»—. El único ya sabes qué en varios kilómetros a la redonda.

—No sé a qué han venido.

Pero tras las palabras de tío Vernon, el agotado cerebro de Harry se había puesto de nuevo en funcionamiento. ¿Por qué habían ido los
dementores
a Little Whinging? ¿Cómo iba a ser una casualidad que hubieran aparecido en el callejón donde estaba Harry? ¿Los había enviado alguien? ¿Había perdido el Ministerio de Magia el control de los
dementores
? ¿Habían abandonado Azkaban y se habían unido a Voldemort, como Dumbledore había vaticinado?

—¿Esos Desmembradores vigilan una prisión de bichos raros? —preguntó tío Vernon siguiendo trabajosamente el hilo de las ideas del muchacho.

—Sí —confirmó Harry.

Si al menos dejara de dolerle la cabeza, si al menos pudiera salir de la cocina y subir a su oscuro dormitorio y pensar…

—¡Aja! ¡Venían a detenerte! —exclamó tío Vernon con el aire triunfante de quien ha llegado a una conclusión irrefutable—. Seguro que es eso, ¿verdad, chico? ¡Estás huyendo de la justicia!

—Claro que no —dijo Harry moviendo la cabeza como si ahuyentara una mosca; su mente iba a toda velocidad.

—Entonces, ¿por qué…?

—Debe de haberlos enviado él —sugirió Harry con un hilo de voz, más para sí que para tío Vernon.

—¿Cómo dices? ¿Que debe de haberlos enviado quién?

—Lord Voldemort —dijo Harry.

Reparó en lo extraño que resultaba que los Dursley, que se encogían, hacían muecas y chillaban cada vez que escuchaban palabras como «mago», «magia» o «varita», pudieran oír el nombre del mago más malvado de todos los tiempos sin alterarse lo más mínimo.

—Lord… Espera un momento —dijo tío Vernon, con la cara contraída, al mismo tiempo que en sus ojos de cerdito brillaba una chispa de comprensión—. No es la primera vez que oigo ese nombre… Ése fue el que…

—Asesinó a mis padres, sí —confirmó Harry.

—Pero desapareció —objetó tío Vernon con impaciencia, sin pararse a pensar que el asesinato de los padres de Harry pudiera ser un tema delicado—. Aquel tipo gigantesco lo dijo. Desapareció.

—Ha vuelto —sentenció Harry con rotundidad.

Era rarísimo estar allí de pie, en la aséptica cocina de tía Petunia, entre la nevera último modelo y el televisor de pantalla plana, hablando como si tal cosa de lord Voldemort con tío Vernon. Parecía que la llegada de los
dementores
a Little Whinging había abierto una brecha en el enorme aunque invisible muro que separaba el mundo implacablemente no mágico de Privet Drive y el que había al otro lado. En cierto modo, las dos vidas de Harry se habían fusionado y todo había quedado patas arriba; los Dursley estaban pidiéndole detalles sobre el mundo mágico, y la señora Figg conocía a Albus Dumbledore; los
dementores
se cernían sobre Little Whinging, y quizá Harry no regresara a Hogwarts. El dolor de cabeza del muchacho iba en aumento.

—¿Que ha vuelto? —susurró tía Petunia.

Miraba a Harry como nunca lo había hecho. Y de pronto, por primera vez en su vida, Harry se dio plena cuenta de que tía Petunia era la hermana de su madre. No habría sabido explicar por qué esa idea lo sacudió tan fuerte en aquel preciso instante. Lo único que sabía era que él no era la única persona de las que había en la cocina que intuía lo que podía significar que lord Voldemort hubiera regresado. Tía Petunia jamás lo había mirado de aquella manera y en ese momento no tenía entrecerrados los grandes ojos claros (completamente distintos de los de su hermana), con una expresión de asco o de enojo, sino muy abiertos y asustados. La ficción que tía Petunia había mantenido durante toda la vida de Harry (que la magia no existía y que no había otro mundo más que el que ella habitaba con tío Vernon) parecía haberse derrumbado.

—Sí —confirmó Harry, dirigiéndose a tía Petunia—. Volvió hace un mes. Yo lo vi.

Las manos de tía Petunia se posaron sobre los anchos hombros de Dudley, cubiertos con su ropa de cuero, y los apretaron.

—Espera un momento —intervino tío Vernon, mirando a su esposa, luego a Harry y luego otra vez a tía Petunia, aparentemente atónito y desconcertado por el entendimiento que parecía haber surgido entre tía y sobrino—. Un momento. ¿Dices que ese lord Voldcomosellame ha vuelto?

—Sí.

—El que mató a tus padres.

—Sí.

—¿Y ahora ha empezado a enviarte Desmembradores?

—Eso parece —respondió Harry.

—Entiendo —dijo tío Vernon. Miró a su esposa, que estaba tremendamente pálida, y luego a Harry, al mismo tiempo que se subía la cintura de los pantalones. Harry tuvo la impresión de que su tío se inflaba y de que su enorme rostro morado se dilataba ante sus ojos—. Bueno, ya no me cabe duda —aseguró, y siguió inflándose, mientras la camisa se le tensaba más y más—. ¡Ya puedes largarte de esta casa, chico!

—¿Qué? —dijo Harry.

—Ya me has oído.
¡FUERA!
—gritó tío Vernon, tan fuerte que hasta tía Petunia y Dudley dieron un brinco—.
¡FUERA! ¡FUERA!
¡Debí hacer esto hace muchos años! ¡Lechuzas que se pasean por aquí como si tal cosa, pudines que explotan, medio salón destrozado, la cola de Dudley, Marge flotando por el techo y ese Ford Anglia volador!
¡FUERA! ¡LARGO!
¡Se acabó! ¡Has pasado a la historia! No vas a quedarte aquí si hay un loco que te persigue, ni vas a poner en peligro la vida de mi esposa y de mi hijo, ni vas a causarnos más problemas. ¡Si piensas seguir los pasos de tus padres, es asunto tuyo!
¡LARGO DE AQUÍ!

Harry se quedó clavado donde estaba. Tenía las cartas del Ministerio, del señor Weasley y de Sirius arrugadas en la mano izquierda. «No vuelvas a salir de la casa, pase lo que pase.
NO SALGAS DE LA CASA DE TUS TÍOS.
»

—¡Ya me has oído! —insistió tío Vernon, y se inclinó hacia delante hasta que su enorme y morada cara quedó tan cerca de la de Harry que éste notó las salpicaduras de saliva en el rostro—. ¡Andando! ¡Hace media hora estabas deseando marcharte! ¡Pues adelante! ¡Lárgate de aquí y no vuelvas a pisar nuestra casa jamás! No sé por qué te acogimos en su día; Marge tenía razón, debimos enviarte al orfanato. Fuimos demasiado blandos contigo, creímos que podríamos rehabilitarte, creímos que podríamos convertirte en una persona normal, pero estabas podrido desde el principio, y ya estoy harto. ¡Lechuzas!

La quinta lechuza salió disparada de la chimenea, tan deprisa que chocó contra el suelo antes de volver a emprender el vuelo con un fuerte aullido. Harry levantó las manos para coger la carta, que iba en un sobre de color escarlata, pero el pájaro pasó volando por encima de su cabeza y se dirigió hacia tía Petunia, que soltó un chillido y se agazapó, tapándose la cara con los brazos. La lechuza dejó caer el sobre rojo sobre la cabeza de tía Petunia, dio media vuelta y volvió a colarse por la chimenea.

Harry se abalanzó sobre su tía para arrebatarle la carta, pero tía Petunia se le adelantó.

—Puedes abrirla si quieres —dijo Harry—, pero de todos modos oiré lo que pone. Es un vociferador.

—¡Suelta eso, Petunia! —rugió tío Vernon—. ¡No lo toques, podría ser peligroso!

—Va dirigida a mí —se excusó tía Petunia con voz trémula—. ¡Va dirigida a mí, Vernon, mira! Señora Petunia Dursley, La Cocina, Privet Drive Número Cuatro…

Contuvo la respiración, horrorizada. El sobre rojo había empezado a echar humo.

—¡Ábrelo! —le pidió Harry—. ¡Ábrelo ya! De todos modos ocurrirá.

—No.

A tía Petunia le temblaba la mano. Miró frenéticamente alrededor, como si buscara una ruta de huida, pero era demasiado tarde: el sobre empezó a arder. Tía Petunia gritó y lo soltó con rapidez.

Se oyó una voz imponente que resonaba en el reducido espacio de la cocina; salía de la carta en llamas, que había quedado sobre la mesa.

—«Recuerda mi última… Petunia.»

Tía Petunia estaba a punto de desmayarse. Se sentó en la silla, junto a Dudley, y se tapó la cara con las manos. Los restos del sobre fueron quedando reducidos a cenizas en medio de un profundo silencio.

—¿Qué es eso? —preguntó tío Vernon con voz ronca—. ¿Qué…? No… ¡Petunia!

Tía Petunia no dijo nada. Dudley miraba a su madre, estupefacto y con la boca abierta, mientras el silencio lo envolvía todo en una espiral horrenda. Harry observaba a su tía completamente perplejo y sentía que la cabeza le palpitaba como si estuviera a punto de estallar.

—Petunia, querida —empezó tío Vernon con timidez—. Pe-Petunia…

Ella levantó la cabeza. Todavía temblaba. Tragó saliva y dijo con un hilo de voz:

—El chico… El chico tendrá que quedarse aquí, Vernon.

—¿Cómo dices?

—Que se queda —repitió ella sin mirar a Harry, y se puso de nuevo en pie.

—Pero si… Petunia…

—Si lo echamos, los vecinos hablarán —añadió tía Petunia. Estaba recuperando su tono enérgico e irascible, aunque seguía muy pálida—. Nos harán preguntas incómodas, querrán saber adónde ha ido. Tendremos que quedárnoslo.

Tío Vernon estaba desinflándose como un neumático pinchado.

—Pero Petunia, querida…

Tía Petunia no le hizo caso. Se volvió hacia Harry y le ordenó:

—Vas a quedarte en tu habitación. No salgas de casa. Y ahora vete a la cama.

Harry no se movió de donde estaba.

—¿Quién te ha enviado ese vociferador?

—No hagas preguntas —le espetó tía Petunia.

—-¿Estás en contacto con algún mago?

—¡Te he dicho que te vayas a la cama!

—¿Qué significaba? ¿Recuerda mi última qué?

—¡A la cama!

—¿Cómo es que…?

—¡Ya has oído a tu tía! ¡Sube a acostarte!

3
La avanzadilla

«Me han atacado unos
dementores
y es posible que me expulsen de Hogwarts. Quiero saber qué está pasando y cuándo voy a poder salir de aquí.»

Harry copió esas palabras en tres hojas de pergamino diferentes en cuanto llegó al escritorio de su oscura habitación. Dirigió la primera a Sirius, la segunda a Ron y la tercera a Hermione.
Hedwig
, su lechuza, había salido a cazar; su jaula estaba vacía sobre el escritorio. Harry se puso a dar vueltas por su dormitorio, esperando que regresara; notaba la cabeza a punto de estallar y tenía tantas cosas en que pensar que no creía que pudiera dormir, aunque le escocían los ojos de cansancio. También le dolía la espalda de llevar a rastras a Dudley hasta la casa, y los dos chichones que tenía en la cabeza (el que se había hecho al chocar contra la ventana y el del puñetazo que le había pegado su primo) le producían un punzante dolor.

No paraba de dar vueltas por el cuarto, consumido de ira y frustración, rechinando los dientes y con los puños apretados; y cada vez que pasaba por delante de la ventana, lanzaba enfurecidas miradas al cielo salpicado de estrellas. Alguien había enviado a los
dementores
para que lo capturaran, la señora Figg y Mundungus Fletcher lo seguían en secreto, había sido expulsado de Hogwarts, estaba pendiente una vista en el Ministerio de Magia… Y pese a todo nadie le decía qué estaba ocurriendo.

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