Harry Potter. La colección completa (192 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
8.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Como la vasija era circular, y la sala que veía, cuadrada, Harry no distinguía lo que había en los cuatro rincones. Se inclinó un poco más, ladeando la cabeza para poder ver...

La punta de la nariz tocó la extraña sustancia.

El despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Harry fue propulsado de cabeza a la sustancia de la vasija...

Pero no dio de cabeza contra el suelo de piedra: se notó caer por entre algo negro y helado, como si un remolino oscuro lo succionara...

Y, de repente, se hallaba sentado en uno de los últimos bancos de la sala que había dentro de la vasija, un banco más elevado que los otros. Miró hacia arriba esperando ver la cúpula de cristal a través de la que había estado mirando, pero no había otra cosa que piedra oscura y maciza.

Respirando con dificultad, Harry observó a su alrededor. Ninguno de los magos y brujas de la sala (y eran al menos doscientos) lo miraba. Ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta de que un muchacho de catorce años acababa de caer del techo y se había sentado entre ellos. Harry se volvió hacia el mago que tenía a su lado, y profirió un grito de sorpresa que retumbó en toda la silenciosa sala.

Estaba sentado justo al lado de Albus Dumbledore.

—¡Profesor! —dijo Harry en una especie de susurro ahogado—, lo lamento... yo no pretendía... Sólo estaba mirando la vasija que había en su armario... Yo... ¿Dónde estamos?

Pero Dumbledore no respondió ni se inmutó. Hizo caso omiso de Harry. Como todos los demás, estaba vuelto hacia el rincón más alejado de la sala, en el que había una puerta.

Harry miró a Dumbledore desconcertado, luego a toda la multitud que observaba en silencio, y de nuevo a Dumbledore. Y entonces comprendió...

Ya en otra ocasión se había encontrado en un lugar en el que nadie lo veía ni oía. En aquella oportunidad había caído, a través de la página de un diario encantado, en la memoria de otra persona. O mucho se equivocaba, o algo parecido había vuelto a ocurrir.

Levantó la mano derecha, dudó un momento y la movió con brío delante de la cara de Dumbledore, que ni parpadeó, ni lo miró, ni hizo movimiento alguno. Y eso, le pareció a Harry, despejaba cualquier duda. Dumbledore no lo hubiera pasado por alto de aquella manera. Se encontraba dentro de la memoria de alguien, y aquél no era el Dumbledore actual. Sin embargo, tampoco podía hacer muchísimo tiempo de aquello, porque el Dumbledore sentado a su lado ya tenía el pelo plateado. Pero ¿qué lugar era aquél? ¿Qué era lo que aguardaban todos aquellos magos?

Observó con detenimiento. La sala, tal como había supuesto al observarla desde arriba, era seguramente subterránea: pensó que, de hecho, tenía más de mazmorra que de sala. La atmósfera del lugar era sórdida e intimidatoria. No había cuadros en las paredes, ni ningún otro tipo de decoración, sólo aquellas apretadas filas de bancos que se elevaban escalonadamente hacia las paredes, colocados para que todo el mundo tuviera una clara visión de la silla de las cadenas.

Antes de que Harry pudiera llegar a una conclusión sobre el lugar en que se encontraba, oyó pasos. Se abrió la puerta del rincón, y entraron tres personas... O, por lo menos, uno de ellos era una persona, porque los otros dos, que lo flanqueaban, eran
dementores
.

Notó frío en las tripas. Los
dementores
, unas criaturas altas que ocultaban la cara bajo una capucha, se dirigieron muy lentamente hacia el centro de la sala, donde estaba la silla, agarrando cada uno, con sus manos de aspecto putrefacto, uno de los brazos del hombre. Éste parecía a punto de desmayarse, y Harry no se lo podía reprochar: no estando más que en la memoria de alguien, los
dementores
no le podían causar ningún daño, pero recordaba demasiado bien lo que hacían. La multitud se echó un poco para atrás cuando los
dementores
colocaron al hombre en la silla con las cadenas para luego salir de la sala. La puerta se cerró tras ellos.

Harry observó al hombre que habían conducido hasta la silla, y vio que se trataba de Karkarov.

A diferencia de Dumbledore, Karkarov parecía mucho más joven: tenía negros el cabello y la perilla. No llevaba sus lustrosas pieles, sino una túnica delgada y raída. Temblaba. Ante los ojos de Harry, las cadenas de los brazos de la silla emitieron un destello dorado y solas se enroscaron como serpientes en torno a sus brazos, sujetándolo a la silla.

—Igor Karkarov —dijo una voz seca que provenía de la izquierda de Harry. Éste se volvió y vio al señor Crouch de pie ante el banco que había a su lado. Crouch tenía el pelo oscuro, el rostro mucho menos arrugado, y parecía fuerte y enérgico—. Se lo ha traído a este lugar desde Azkaban para prestar declaración ante el Ministerio de Magia. Usted nos ha dado a entender que dispone de información importante para nosotros.

Sujeto a la silla como estaba, Karkarov se enderezó cuanto pudo.

—Así es, señor —dijo, y, aunque la voz le temblaba, Harry pudo percibir en ella el conocido deje empalagoso—. Quiero ser útil al Ministerio. Quiero ayudar. Sé... sé que el Ministerio está tratando de atrapar a los últimos partidarios del Señor Tenebroso. Mi deseo es ayudar en todo lo que pueda...

Se escuchó un murmullo en los bancos. Algunos de los magos y brujas examinaban a Karkarov con interés, otros con declarado recelo. Harry oyó, muy claramente y procedente del otro lado de Dumbledore, una voz gruñona que le resultó conocida y que pronunció la palabra:

—Escoria.

Se inclinó hacia delante para ver quién estaba al otro lado de Dumbledore. Era
Ojoloco
Moody, aunque con aspecto muy diferente. No tenía ningún ojo mágico, sino dos normales, ambos fijos en Karkarov y relucientes de rabia.

—Crouch va a soltarlo —musitó Moody dirigiéndose a Dumbledore—. Ha llegado a un trato con él. Me ha costado seis meses encontrarlo, y Crouch va a dejarlo marchar con tal de que pronuncie suficientes nombres nuevos. Si por mí fuera, oiríamos su información y luego lo mandaríamos de vuelta con los
dementores
.

Por su larga nariz aguileña, Dumbledore dejó escapar un pequeño resoplido en señal de desacuerdo.

—¡Ah!, se me olvidaba... No te gustan los
dementores
, ¿eh, Albus? —dijo Moody con sarcasmo.

—No —reconoció Dumbledore con tranquilidad—, me temo que no. Hace tiempo que pienso que el Ministerio se ha equivocado al aliarse con semejantes criaturas.

—Pero con escoria semejante... —replicó Moody en voz baja.

—Dice usted, Karkarov, que tiene nombres que ofrecernos —dijo el señor Crouch—. Por favor, déjenos oírlos.

—Tienen que comprender —se apresuró a decir Karkarov— que El-que-no-debeser-nombrado actuaba siempre con el secretismo más riguroso... Prefería que nosotros... quiero decir, sus partidarios (y ahora lamento, muy profundamente, haberme contado entre ellos)...

—No te enrolles —dijo Moody con desprecio.

—... no supiéramos los nombres de todos nuestros compañeros. Él era el único que nos conocía a todos.

—Muy inteligente por su parte, para evitar que gente como tú, Karkarov, pudiera delatarlos a todos —murmuró Moody.

—Aun así, usted dice que dispone de algunos nombres que ofrecernos —observó el señor Crouch.

—Sí... sí —contestó Karkarov entrecortadamente—. Y son nombres de partidarios importantes. Gente a la que vi con mis propios ojos cumpliendo sus órdenes. Ofrezco al Ministerio esta información como prueba de que renuncio a él plena y totalmente, y que me embarga un arrepentimiento tan profundo que a duras penas puedo...

—¿Y esos nombres son...? —lo cortó el señor Crouch.

Karkarov tomó aire.

—Estaba Antonin Dolohov —declaró—. Lo... lo vi torturar a un sinfín de
muggles
y... y de gente que no era partidaria del Señor Tenebroso.

—Y lo ayudaste a hacerlo —murmuró Moody.

—Ya hemos atrapado a Dolohov —dijo Crouch—. Fue apresado poco después de usted.

—¿De verdad? —exclamó Karkarov, abriendo los ojos—.Me... ¡me alegro de oírlo!

Pero no daba esa impresión. Harry se dio cuenta de que la noticia era para él un duro golpe, porque significaba que uno de los nombres que tenía preparados carecía de utilidad.

—¿Hay más? —preguntó Crouch con frialdad.

—Bueno, sí... estaba Rosier —se apresuró a decir Karkarov—: Evan Rosier.

—Rosier ha muerto —explicó Crouch—. Lo atraparon también poco después que a usted. Prefirió resistir antes que entregarse, y murió en la lucha.

—Pero se llevó con él un trozo de mí —susurró Moody a la derecha de Harry. Lo miró de nuevo, y vio que le indicaba a Dumbledore el trozo que le faltaba en la nariz.

—Se... ¡se lo tenía merecido! —exclamó Karkarov, con una genuina nota de pánico en la voz.

Harry notó que empezaba a preocuparse por no poder dar al Ministerio ninguna información de utilidad. Los ojos de Karkarov se dirigieron a la puerta del rincón, tras la cual, sin duda, aguardaban los
dementores
.

—¿Alguno más? —preguntó Crouch.

—¡Sí! —dijo Karkarov—. ¡Estaba Travers, que ayudó a matar a los McKinnons! Mulciber... Su especialidad era la maldición
imperius
, ¡y obligó a un sinfín de personas a hacer cosas horrendas! ¡Rookwood, que era espía y le pasó a El-que-no-debe-sernombrado mucha información desde el mismo Ministerio!

Harry comprendió que, aquella vez, Karkarov había dado en el clavo. Hubo murmullos entre la multitud.

—¿Rookwood? —preguntó el señor Crouch, haciendo un gesto con la cabeza dirigido a una bruja sentada delante de él, que comenzó a escribir en un trozo de pergamino—. ¿Augustus Rookwood, del Departamento de Misterios?

—El mismo —confirmó Karkarov—. Creo que disponía de una red de magos ubicados en posiciones privilegiadas, tanto dentro como fuera del Ministerio, para recoger información...

—Pero a Travers y Mulciber ya los tenemos —dijo el señor Crouch—. Muy bien, Karkarov. Si eso es todo, se lo devolverá a Azkaban mientras decidimos...

—¡No! —gritó Karkarov, desesperado—. ¡Espere, tengo más!

A la luz de las antorchas, Harry pudo verlo sudar. Su blanca piel contrastaba claramente con el negro del cabello y la barba.

—¡Snape! —gritó—. ¡Severus Snape!

—Snape ha sido absuelto por esta Junta —replicó el señor Crouch con frialdad—. Albus Dumbledore ha respondido por él.

—¡No! —gritó Karkarov, tirando de las cadenas que lo ataban a la silla—. ¡Se lo aseguro! ¡Severus Snape es un
mortífago
!

Dumbledore se puso en pie.

—Ya he declarado sobre este asunto —dijo con calma—. Es cierto que Severus Snape fue un
mortífago
. Sin embargo, se pasó a nuestro lado antes de la caída de lord Voldemort y se convirtió en espía a nuestro servicio, asumiendo graves riesgos personales. Ahora no tiene de
mortífago
más que yo mismo.

Harry se volvió para mirar a
Ojoloco
Moody. A espaldas de Dumbledore, su expresión era de escepticismo.

—Muy bien, Karkarov —dijo Crouch fríamente—, ha sido de ayuda. Revisaré su caso. Mientras tanto volverá a Azkaban...

La voz del señor Crouch se apagó, y Harry miró a su alrededor. La mazmorra se disolvía como si fuera de humo, todo se desvanecía; sólo podía ver su propio cuerpo: todo lo demás era una oscuridad envolvente.

Y entonces volvió la mazmorra. Estaba sentado en un asiento distinto: de nuevo en el banco superior, pero esta vez a la izquierda del señor Crouch. La atmósfera parecía muy diferente: relajada, se diría que alegre. Los magos y brujas hablaban entre sí, casi como si se hallaran en algún evento deportivo. Una bruja sentada en las gradas del medio, enfrente de Harry, atrajo su atención. Tenía el pelo rubio y corto, llevaba una túnica de color fucsia y chupaba el extremo de una pluma de color verde limón: se trataba, sin duda alguna, de una Rita Skeeter más joven que la que conocía. Dumbledore se encontraba de nuevo sentado a su lado, pero vestido con una túnica diferente. El señor Crouch parecía más cansado y demacrado, pero también más temible... Harry comprendió: se trataba de un recuerdo diferente, un día diferente, un juicio distinto.

Se abrió la puerta del rincón, y Ludo Bagman entró en la sala.

Pero no era el Ludo Bagman apoltronado y fondón, sino que se hallaba claramente en la cumbre de su carrera como jugador de
quidditch
: aún no tenía la nariz rota, y era alto, delgado y musculoso. Bagman parecía nervioso al sentarse en la silla de las cadenas; unas cadenas que no lo apresaron como habían hecho con Karkarov, y Bagman, tal vez animado por ello, miró a la multitud, saludó con la mano a un par de personas y logró esbozar una ligera sonrisa.

—Ludo Bagman, se lo ha traído ante la Junta de la Ley Mágica para responder de cargos relacionados con las actividades de los
mortífagos
—dijo el señor Crouch—. Hemos escuchado las pruebas que se han presentado contra usted, y nos disponemos a emitir un veredicto. ¿Tiene usted algo que añadir a su declaración antes de que dictemos sentencia?

Harry no daba crédito a sus oídos: ¿Ludo Bagman un
mortífago
?

—Solamente —dijo Bagman, sonriendo con embarazo—, bueno, que sé que he sido bastante tonto.

Una o dos personas sonrieron con indulgencia desde los asientos. El señor Crouch no parecía compartir sus simpatías: miraba a Ludo Bagman con la más profunda severidad y desagrado.

—Nunca dijiste nada más cierto, muchacho —murmuró secamente alguien detrás de Harry, para que lo oyera Dumbledore. Miró y vio de nuevo a Moody—. Si no supiera que nunca ha tenido muchas luces, creería que una de esas
bludgers
le había afectado al cerebro...

—Ludovic Bagman, usted fue sorprendido pasando información a los partidarios de lord Voldemort —dijo el señor Crouch—. Por este motivo pido para usted un período de prisión en Azkaban de no menos de...

Pero de los bancos surgieron gritos de enfado. Algunos magos y brujas se habían puesto en pie y dirigían al señor Crouch gestos amenazadores alzando los puños.

—¡Pero ya les he dicho que yo no tenía ni idea! —gritó Bagman de todo corazón por encima de la algarabía, abriendo más sus redondos ojos azules—. ¡Ni la más remota idea! Rookwood era un amigo de la familia... ¡Ni se me pasó por la cabeza que pudiera estar en tratos con Quien-ustedes-saben! ¡Yo creía que la información era para los nuestros! Y Rookwood no paraba de ofrecerme un puesto en el Ministerio para cuando mis días en el
quidditch
hubieran concluido, ya saben... No puedo seguir parando
bludgers
con la cabeza el resto de mi vida, ¿verdad?

Other books

Just This Once by Rosalind James
Secret Saturdays by Torrey Maldonado
Unbeatable Resumes by Tony Beshara
Mumbersons and The Blood Secret, The by Crowl, Mike, Celia Crowl
Whisker of Evil by Rita Mae Brown
Exodus by Laura Cowan
Opportunity by Grimshaw, Charlotte
Drop Dead Gorgeous by Heather Graham
A Late Divorce by A. B. Yehoshua