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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (345 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¿Cómo me has encontrado?

—Advertí que no bajabas del tren y sabía que tenías la capa invisible —explicó la bruja—. Pensé que quizá te hubieses escondido por alguna razón. Cuando vi aquel compartimiento con las cortinas echadas, decidí inspeccionarlo.

—Vale, pero ¿qué haces tú aquí?

—Me han destinado a Hogsmeade para proporcionar protección adicional al colegio.

—¿Eres la única, o…?

—No, también están Proudfoot, Savage y Dawlish.

—Dawlish, ¿el
auror
al que Dumbledore atacó el año pasado?

—Así es.

Avanzaban con dificultad por el desierto camino siguiendo las huellas dejadas por los carruajes. Harry, tapado con su capa invisible, miró de reojo a Tonks. El año anterior, ella se había mostrado muy curiosa (a veces hasta el punto de ponerse pesada), reía con facilidad y hacía bromas. Pero ahora parecía mayor y mucho más seria y decidida. ¿Se debía a lo ocurrido en el ministerio? Harry pensó que Hermione habría querido que él le dijera algo consolador respecto a Sirius, por ejemplo, que ella no había tenido la culpa, pero no era capaz de hacerlo. Harry no responsabilizaba a Tonks de la muerte de su padrino, ni mucho menos, pero prefería no hablar de ese tema. De modo que continuaron andando en silencio en medio de la fría oscuridad, acompañados por el susurro que hacía la larga capa de la bruja al rozar el suelo.

Harry, que siempre había hecho ese trayecto en carruaje, nunca había apreciado lo lejos que se hallaba Hogwarts de la estación de Hogsmeade. Finalmente, con gran alivio, vio los altos pilares que flanqueaban la verja, coronados con sendos cerdos alados. Tenía frío y hambre y estaba deseando separarse de esa nueva y deprimente Tonks. Pero cuando estiró un brazo para abrir la verja, comprobó que estaba cerrada con una cadena.


¡Alohomora!
—dijo entonces, y apuntó al candado con su varita, pero no sucedió nada.

—Así no lo abrirás. Dumbledore lo ha embrujado personalmente —explicó Tonks.

—Puedo trepar por un muro —propuso Harry mirando alrededor.

—No, no puedes —replicó la bruja con voz cansina—. En todos han puesto embrujos antiintrusos. Este verano se han endurecido mucho las medidas de seguridad.

—Aja. —Empezaban a fastidiarle las pocas ganas de colaborar de Tonks—. En ese caso, tendré que dormir aquí fuera y esperar a que amanezca.

—Ya vienen a recogerte. Mira.

A lo lejos, junto a la puerta del castillo, se veía la amarillenta luz de un farol. Harry se alegró tanto que hasta se sintió con fuerzas para soportar las críticas de Filch por el retraso, así como sus peroratas sobre cómo mejoraría la puntualidad si se utilizaran regularmente instrumentos de tortura. Sin embargo, cuando el portador del farol llegó a unos tres metros de ellos y Harry se quitó la capa invisible para dejarse ver, reconoció la ganchuda nariz y el largo, negro y grasiento cabello de Severus Snape. Y al punto recibió una descarga de puro odio.

—Vaya, vaya —dijo Snape con desdén; sacó su varita mágica y dio un toque al candado, con lo que las cadenas serpentearon hacia atrás y la verja se abrió con un chirrido—. Ha sido un detalle por tu parte que hayas decidido presentarte, Potter, aunque es evidente que en tu opinión llevar la túnica del colegio desmerecería tu aspecto.

—No he podido cambiarme porque no tenía mi… —se disculpó el chico, pero Snape lo interrumpió:

—No es necesario que esperes, Nymphadora. Potter ya está… a salvo bajo mi custodia.

—El mensaje se lo he enviado a Hagrid —objetó Tonks arrugando la frente.

—Hagrid ha llegado tarde al banquete de bienvenida, igual que Potter; por eso lo he recibido yo. Por cierto —añadió, retirándose un paso para que Harry entrara—, tenía mucho interés en ver tu nuevo
patronus
. —Y sin más cerró la verja en las narices de Tonks y volvió a tocar con su varita mágica las cadenas, que, tintineando, serpentearon de nuevo hasta recuperar su posición original—. Creo que te iba mejor el viejo —concluyó con un deje de maldad—. El nuevo parece un poco enclenque.

Al darse la vuelta, Snape hizo oscilar el farol y Harry vio fugazmente la mirada de sorpresa y rabia de Tonks. Luego la bruja quedó otra vez envuelta en sombras.

—Buenas noches —le dijo Harry al echar a andar hacia el colegio con Snape—. Gracias por todo.

—Hasta otra, Harry.

Snape guardó silencio aproximadamente un minuto, mientras Harry generaba ondas de un odio tan intenso que parecía increíble que el profesor no notara que le quemaban. Si bien el muchacho lo había aborrecido desde su primer encuentro, la actitud de Snape hacia Sirius lo había colocado para siempre más allá de la posibilidad del perdón. Dijera lo que dijese Dumbledore, ese verano Harry había tenido tiempo de sobra para reflexionar y concluir que, con seguridad, los insidiosos comentarios que Snape le hiciera a Sirius Black, respecto a que éste se quedaba a salvo y escondido mientras el resto de los miembros de la Orden del Fénix combatían a Voldemort, fueron un factor determinante para que Black saliera de Grimmauld Place y fuera al ministerio la noche en que lo mataron. Harry se aferraba a esa idea porque le permitía culpar a Snape, lo cual le resultaba satisfactorio, y también porque sabía que si había alguien que no lamentaba la muerte de su padrino, ése era el hombre que ahora iba a su lado.

—Cincuenta puntos menos para Gryffindor por el retraso —resolvió Snape—. Y… veamos… otros veinte por tu atuendo de
muggle
. Creo que ninguna casa había estado en números negativos a estas alturas del curso. ¡Ni siquiera hemos llegado a los postres del banquete de bienvenida! Es posible que hayas establecido un récord, Potter. —La rabia y el odio que bullían dentro de Harry parecían a punto de desbordarse, pero habría preferido quedarse en el suelo del vagón y volver a Londres antes que revelarle a Snape la razón de su demora—. Supongo que querías hacer una entrada triunfal, ¿verdad? Y como no había ningún coche volador a mano, decidiste irrumpir en el Gran Comedor en mitad del banquete para llamar la atención.

Harry siguió callado, aunque pensaba que iba a explotarle el pecho. Estaba seguro de que Snape había ido a recogerlo por ese motivo, porque podría aprovechar para pincharlo y atormentarlo sin que nadie lo oyera.

Por fin llegaron a los escalones de piedra del castillo, y en cuanto se abrieron las grandes puertas de roble por donde se accedía al amplio vestíbulo enlosado, oyeron voces, risas y tintineo de platos y copas provenientes del Gran Comedor, cuyas puertas estaban abiertas. Harry se planteó ponerse la capa invisible para llegar hasta su asiento en la larga mesa de Gryffindor (que estaba muy mal situada, pues era la más alejada del vestíbulo) sin que nadie lo viera.

Sin embargo, Snape, como si le leyera el pensamiento, dijo:

—Ni se te ocurra ponerte la capa. Ahora entras y que te vea todo el mundo, que es lo que querías.

Harry traspuso el umbral con decisión; cualquier cosa era mejor que permanecer junto a Snape. Como era habitual, el Gran Comedor, con sus cuatro largas mesas (una para cada casa del colegio) y la de los profesores (al fondo de la sala), estaba decorado con velas flotantes que hacían brillar y destellar los platos. Sin embargo, Harry sólo veía una mancha borrosa y reluciente; iba tan deprisa que llegó a la mesa de Hufflepuff cuando los alumnos empezaban a fijarse en él, y al ponerse éstos en pie para verlo mejor, ya había localizado a Ron y Hermione. Corrió hacia ellos a lo largo del banco y se hizo sitio entre los dos.

—¿Dónde has es…? ¡Atiza! ¿Qué te ha pasado en la cara? —dijo Ron mirándolo con los ojos muy abiertos, igual que el resto de los muchachos que había alrededor.

—¿Por qué? ¿Qué tengo? —replicó Harry, y cogió una cuchara para ver su distorsionado reflejo.

—¡Pero si estás cubierto de sangre! —exclamó Hermione—. Ven aquí… —Levantó su varita, dijo «
¡Tergeo!
» y le limpió la sangre seca de la cara.

—Gracias. —Harry se palpó el rostro, ya limpio— ¿Cómo tengo la nariz?

—Normal —respondió Hermione—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué te ha pasado? ¡Estábamos muertos de miedo!

—Ya os lo contaré más tarde —replicó Harry, cortante. Sabía que Ginny, Neville, Dean y Seamus estaban escuchando; hasta Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, se había acercado flotando por encima del banco.

—Pero… —protestó Hermione.

—Ahora no, Hermione —insistió Harry con tono elocuente y enigmático, tratando de hacerles creer que se había visto envuelto en algún asunto heroico, a ser posible relacionado con un par de
mortífagos
y algún
dementor
. Por supuesto, Malfoy difundiría al máximo su relato de los hechos, pero siempre cabía la posibilidad de que no llegara a oídos de demasiados alumnos de Gryffindor.

Harry estiró un brazo por encima del plato de Ron para coger un par de muslos de pollo y patatas fritas, pero en ese momento se desvanecieron y fueron sustituidos por los postres.

—Pues te has perdido la Ceremonia de Selección —comentó Hermione mientras Ron se abalanzaba sobre un apetecible pastel de chocolate.

—¿Ha dicho algo interesante el Sombrero Seleccionador? —preguntó Harry, sirviéndose un trozo de tarta de melaza.

—Más de lo mismo, la verdad… Nos ha aconsejado que permanezcamos unidos ante nuestros enemigos, ya sabes.

—¿Dumbledore ha mencionado a Voldemort?

—Todavía no, pero siempre se guarda el discurso propiamente dicho para después del banquete, ¿verdad? No creo que falte mucho.

—Snape ha comentado que Hagrid llegó tarde al banquete…

—¿Has visto a Snape? ¿Cómo es eso? —se extrañó Ron entre dos ávidos bocados de pastel.

—Me lo encontré por el camino —mintió Harry.

—Hagrid sólo se retrasó unos minutos —aclaró Hermione—. Mira, te está saludando con la mano, Harry.

El muchacho miró hacia la mesa de los profesores y sonrió a Hagrid, que, en efecto, lo saludaba con la mano. Hagrid nunca había logrado comportarse con la misma dignidad que la profesora McGonagall, jefa de la casa de Gryffindor, cuya coronilla no alcanzaba el hombro de Hagrid; la profesora estaba sentada al lado del guardabosques y contemplaba con gesto de desaprobación ese entusiasta intercambio de saludos. A Harry le sorprendió ver a la maestra de Adivinación, la profesora Trelawney, sentada al otro lado de Hagrid, porque casi nunca salía de su habitación de la torre y era la primera vez que la veía en un banquete de bienvenida. Iba tan estrafalaria como siempre, cubierta de collares de cuentas y envuelta en varios chales, y sus gafas le agrandaban desmesuradamente los ojos. Harry siempre la había considerado poco menos que un fraude, pero le había impresionado descubrir, al final del curso anterior, que ella había sido la autora de la profecía que provocó que lord Voldemort matara a sus padres e intentara matarlo también a él. Por ese motivo, tenía aún menos ganas de estar cerca de la profesora de Adivinación, pero por fortuna ese año no tendría que estudiar su asignatura. Los enormes ojos de la profesora Trelawney, que parecían faros, giraron hacia el muchacho, que rápidamente dirigió la vista hacia la mesa de Slytherin. Draco Malfoy describía mediante mímica, ante las carcajadas y los aplausos de sus compañeros, cómo le rompía la nariz a alguien. A Harry volvieron a hervirle las entrañas y bajó la mirada hacia su tarta de melaza. Cómo le gustaría pelear con Malfoy, ellos dos solos…

—¿Y qué quería el profesor Slughorn? —preguntó Hermione.

—Saber qué había pasado en el ministerio —respondió Harry.

—Toma, como todo el mundo —repuso ella con desdén—. A nosotros en el tren no paraban de preguntarnos, ¿verdad, Ron?

—Sí. Todos preguntaban si es verdad que eres «el Elegido».

—Hasta los fantasmas hemos discutido sobre ese tema —intervino Nick Casi Decapitado, inclinando hacia Harry la cabeza, que, como estaba unida al cuerpo sólo por unos centímetros de piel, se bamboleó peligrosamente sobre la gorguera—. Se me considera una autoridad en cualquier tema referente a Potter; todo el mundo sabe que somos muy amigos. Sin embargo, he asegurado a la comunidad de fantasmas que no pienso darte la lata para sonsacarte información. «Harry Potter sabe que puede confiar plenamente en mí. Prefiero morir antes que traicionar su confianza», les he dicho.

—Eso no es gran cosa, dado que ya estás muerto —razonó Ron.

—Una vez más, demuestras la sensibilidad de un hacha desafilada —dijo Nick con tono ofendido, y a continuación se elevó hacia el techo y se deslizó hasta el extremo opuesto de la mesa de Gryffindor en el preciso momento en que Dumbledore, sentado a la mesa de los profesores, se ponía en pie.

Las conversaciones y risas que resonaban por todo el comedor cesaron casi al instante.

—¡Muy buenas noches a todos! —dijo el director del colegio con una amplia sonrisa y los brazos extendidos como si pretendiera abrazar a los presentes.

—¿Qué le ha pasado en la mano? —preguntó Hermione con un hilo de voz.

No era la única que se había fijado en ese detalle. Dumbledore tenía la mano derecha ennegrecida y marchita, igual que la noche en que había ido a recoger a Harry a casa de los Dursley. Los susurros recorrieron la sala; Dumbledore, interpretándolos correctamente, se limitó a sonreír y se tapó la herida con la manga de su túnica morada y dorada.

—No es nada que deba preocuparos —comentó sin darle importancia—. Y ahora… A los nuevos alumnos os digo: ¡bienvenidos! Y a los que no sois nuevos os repito: ¡bienvenidos otra vez! Os espera un año más de educación mágica…

—Cuando lo vi en verano ya tenía la mano así —le susurró Harry a Hermione—. Pero creí que se la habría curado… o que se la habría curado la señora Pomfrey.

—La tiene como muerta —comentó Hermione con cara de asco—. ¿Sabes?, hay heridas que no se pueden curar. Maldiciones antiguas… y hay venenos que no tienen antídoto…

—… y el señor Filch, nuestro conserje, me ha pedido que os comunique que quedan prohibidos todos los artículos de broma procedentes de una tienda llamada Sortilegios Weasley.

»Los que aspiren a jugar en el equipo de
quidditch
de sus respectivas casas deberán notificárselo a los respectivos jefes de éstas, como suele hacerse. Asimismo, estamos buscando nuevos comentaristas de
quidditch
; rogamos a los interesados que se dirijan a los jefes de sus casas.

»Este año nos complace dar la bienvenida a un nuevo miembro del profesorado: Horace Slughorn. —Éste se puso en pie; la calva le brillaba a la luz de las velas y su prominente barriga, cubierta por el chaleco, hizo sombra sobre la mesa—. Es un viejo colega mío que ha accedido a volver a ocupar su antiguo cargo de profesor de Pociones.

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