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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (238 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Muchas gracias, profesora Umbridge, ha sido un discurso sumamente esclarecedor —dijo con una inclinación de cabeza—. Y ahora, como iba diciendo, las pruebas de
quidditch
se celebrarán…

—Sí, sí que ha sido esclarecedor —comentó Hermione en voz baja.

—No me irás a decir que te ha gustado —repuso Ron mirándola con ojos vidriosos—. Ha sido el discurso más aburrido que he oído jamás, y eso que he crecido con Percy.

—He dicho que ha sido esclarecedor, no que me haya gustado —puntualizó Hermione—. Ha explicado muchas cosas.

—¿Ah, sí? —dijo Harry con sorpresa—. A mí me ha parecido que tenía mucha paja.

—Había cosas importantes escondidas entre la paja —replicó Hermione con gravedad.

—¿En serio? —se extrañó Ron, que no comprendía nada.

—Como, por ejemplo, «hay que poner freno al progreso por el progreso». O «recortar las prácticas que creamos que han de ser prohibidas».

—¿Y eso qué significa? —preguntó Ron, impaciente.

—Te voy a decir lo que significa —respondió Hermione con tono amenazador—. Significa que el Ministerio está inmiscuyéndose en Hogwarts.

De pronto se produjo un gran estrépito a su alrededor; era evidente que Dumbledore los había despedido a todos, porque los alumnos se habían puesto en pie y se disponían a salir del Gran Comedor. Hermione se levantó muy atolondrada.

—¡Ron, tenemos que enseñar a los de primero adónde deben ir!

—¡Ah, sí! —exclamó Ron, que lo había olvidado—. ¡Eh, eh, vosotros! ¡Enanos!

—¡Ron!

—Es que lo son, míralos… Son pequeñísimos.

—¡Ya lo sé, pero no puedes llamarlos enanos! ¡Los de primer año! —llamó Hermione con tono autoritario a los nuevos alumnos de su mesa—. ¡Por aquí, por favor!

Un grupo de alumnos desfiló con timidez por el espacio que había entre la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff; todos ponían mucho empeño en no colocarse a la cabeza del grupo. Realmente parecían muy pequeños; Harry estaba seguro de que él no lo parecía tanto cuando llegó por primera vez a Hogwarts. Les sonrió, y un muchacho rubio que estaba junto a Euan Abercrombie se quedó petrificado, le dio un codazo y le susurró algo al oído. Euan puso la misma cara de susto y miró de reojo a Harry, quien notó que su sonrisa resbalaba por su cara como una mancha de jugo fétido.

—Hasta luego —les dijo tristemente a Ron y a Hermione, y salió solo del Gran Comedor haciendo todo lo posible por ignorar los susurros, las miradas y los dedos que lo señalaban al pasar.

Mantuvo la mirada al frente mientras se abría paso entre la multitud que llenaba el vestíbulo, subió a toda prisa la escalera de mármol, tomó un par de atajos y no tardó en dejar atrás al resto de los alumnos.

Qué estupidez no haber imaginado que ocurriría algo así, pensó, furioso, mientras recorría los pasillos de los pisos superiores, que estaban casi vacíos. Claro que todo el mundo lo miraba; dos meses antes había salido del laberinto del Torneo de los tres magos con el cadáver de un compañero en los brazos y asegurando haber visto cómo lord Voldemort volvía al poder. Al finalizar el curso anterior no había tenido tiempo para dar explicaciones antes de que todos volvieran a sus casas (en caso de que hubiera querido dar al colegio un informe detallado de los terribles sucesos ocurridos en el cementerio).

Harry había llegado al final del pasillo que conducía a la sala común de Gryffindor y se había parado frente al retrato de la Señora Gorda cuando se dio cuenta de que no sabía la nueva contraseña.

—Esto… —comenzó a decir con desánimo, mirando fijamente a la Señora Gorda, que se alisó los pliegues del vestido de raso de color rosa y le devolvió una severa mirada.

—Si no me dices la contraseña, no entras —dijo con altanería.

—¡Yo la sé, Harry! —exclamó alguien que llegaba jadeando; Harry se dio la vuelta y vio que Neville corría hacia él—. ¿Sabes qué es? Por una vez no se me va a olvidar… —afirmó agitando el raquítico cactus que le había enseñado en el tren—.
¡Mimbulus mimbletonia!

—Correcto —dijo la Señora Gorda, y su retrato se abrió hacia ellos, como si fuera una puerta, y en la pared dejó a la vista un agujero redondo por el que entraron Harry y Neville.

La sala común de Gryffindor, una agradable habitación circular llena de destartaladas y blandas butacas y viejas y desvencijadas mesas, parecía más acogedora que nunca. Un fuego chisporroteaba alegremente en la chimenea y había varios alumnos calentándose las manos frente a él antes de subir a sus dormitorios; al otro lado de la estancia Fred y George Weasley estaban colgando algo en el tablón de anuncios. Harry les dijo adiós con la mano y fue directo hacia la puerta del dormitorio de los chicos; en ese momento no estaba de humor para charlar. Neville lo siguió.

Dean Thomas y Seamus Finnigan ya habían llegado al dormitorio y habían empezado a cubrir las paredes que había junto a sus camas con pósters y fotografías. Cuando Harry abrió la puerta estaban hablando, pero se interrumpieron en cuanto lo vieron. El chico se preguntó si estarían hablando de él, y luego se preguntó también si tendría paranoias.

—¡Hola! —los saludó, y después se dirigió hacia su baúl y lo abrió.

—¡Hola, Harry! —respondió Dean, que estaba poniéndose un pijama con los colores del West Ham—. ¿Has pasado un buen verano?

—No ha estado mal —masculló Harry, pues le habría llevado toda la noche hacer un verdadero relato de sus vacaciones, y no estaba preparado para afrontarlo—. ¿Y tú?

—Sí, muy bueno —contestó Dean con una risita—. Mejor que el de Seamus, desde luego. Estaba contándomelo.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado, Seamus? —preguntó Neville mientras colocaba con mucho cuidado su
Mimbulus mimbletonia
sobre su mesilla de noche.

Seamus no contestó enseguida; estaba complicándose mucho la vida para asegurarse de que su póster del equipo de
quidditch
de los Kenmare Kestrels quedara completamente recto. Al fin contestó, aunque todavía estaba de espaldas a Harry.

—Mi madre no quería que volviera.

—¿Qué dices? —Harry, que se disponía a quitarse la túnica, se quedó parado.

—No quería que volviera a Hogwarts.

Seamus se dio la vuelta y sacó el pijama de su baúl, pero sin mirar a Harry.

—Pero ¿por qué? —preguntó éste, perplejo. Sabía que la madre de Seamus era bruja y por lo tanto no entendía por qué tenía una actitud más propia de los Dursley.

Seamus no contestó hasta que hubo terminado de abotonarse el pijama.

—Bueno —respondió con voz tranquila—, supongo que… por ti.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Harry rápidamente.

El corazón le latía muy deprisa y tenía la extraña sensación de que algo se le caía encima.

—Bueno —continuó Seamus, esquivando la mirada de su compañero—, es que… Esto… Bueno, no sólo por ti, sino también por Dumbledore…

—¿Se ha creído lo que cuenta
El Profeta?
—se extrañó Harry—. ¿Cree que soy un mentiroso y que Dumbledore es un viejo chiflado?

Seamus levantó la cabeza y miró a Harry.

—Sí, más o menos.

Harry no dijo nada. Tiró su varita encima de la mesilla de noche, se quitó la túnica, la metió de cualquier manera en el baúl y sacó el pijama. Estaba harto; harto de que todos se quedaran mirándolo y hablaran de él a sus espaldas. Si los demás lo supieran, si tuvieran una leve idea de lo que era ser siempre el centro de atención… La estúpida de la señora Finnigan no se enteraba de nada, pensó rabioso.

Se metió en la cama, pero cuando iba a correr las cortinas del dosel, Seamus dijo:

—Oye…, ¿qué pasó aquella noche? La noche en que…, ya sabes, cuando…, lo de Cedric Diggory y todo eso…

Seamus parecía nervioso y expectante al mismo tiempo. Dean, que estaba inclinado sobre su baúl intentando sacar una zapatilla, se quedó de pronto muy quieto y Harry comprendió que estaba escuchándolos.

—¿Por qué me lo preguntas? —replicó Harry—. Sólo tienes que leer
El Profeta
como tu madre, ¿no? Así podrás enterarte de todo lo que quieras saber.

—No te metas con mi madre —le espetó Seamus.

—Me meto con cualquiera que me llame mentiroso —contestó Harry.

—¡No me hables así!

—Te hablo como me da la gana —estalló Harry; se estaba poniendo tan furioso que agarró la varita, que había dejado en la mesilla de noche—. Si tienes algún inconveniente en compartir dormitorio conmigo, ve y pídele a McGonagall que te cambie… Así tu madre no tendrá que preocuparse por ti…

—¡Deja a mi madre en paz, Potter!

—¿Qué pasa aquí?

Ron acababa de entrar por la puerta. Con los ojos como platos, miró primero a Harry, que estaba arrodillado en la cama apuntando con la varita a Seamus, y luego a Seamus, que estaba de pie con los puños levantados.

—¡Está metiéndose con mi madre! —gritó Seamus.

—¿Qué? —se extrañó Ron—. Harry nunca haría eso. Conocimos a tu madre y nos cayó muy bien…

—¡Eso fue antes de que empezara a creer al pie de la letra todo lo que dice sobre mí ese asqueroso periódico! —exclamó Harry a grito pelado.

—¡Oh! —dijo Ron, que empezaba a comprender—. Ya veo…

—¿Sabes qué? —chilló Seamus acaloradamente, lanzando a Harry una mirada cargada de veneno—. Tiene razón, no quiero compartir dormitorio con él; está loco.

—Eso está fuera de lugar, Seamus —aseguró Ron, cuyas orejas comenzaban a ponerse coloradas, lo cual siempre indicaba peligro.

—¿Fuera de lugar, dices? —chilló Seamus, que a diferencia de Ron estaba poniéndose muy pálido—. Tú te crees todas las chorradas que cuenta sobre Quien-tú-sabes, ¿no? Te tragas todo lo que cuenta, ¿verdad?

—¡Pues sí! —contestó Ron muy alterado.

—Entonces tú también estás loco —afirmó Seamus con desprecio.

—¿Ah, sí? ¡Pues mira, amigo, por desgracia para ti, además de estar loco soy prefecto! —dijo Ron señalándose la insignia con un dedo—. ¡Así que, si no quieres que te castigue, vigila lo que dices!

Durante unos instantes pareció que Seamus creía que un castigo era un precio razonable por decir lo que en aquellos momentos le pasaba por la cabeza; sin embargo, hizo un ruidito desdeñoso con la boca, se dio la vuelta, se metió en la cama de un brinco y cerró las cortinas con tanta violencia que se desengancharon y cayeron formando un polvoriento montón en el suelo. Ron miró desafiante a Seamus y luego miró a Dean y a Neville.

—¿Hay alguien más cuyos padres tengan algún problema con Harry? —preguntó con agresividad.

—Mis padres son
muggles
—dijo Dean encogiéndose de hombros—. No saben nada de ninguna muerte ocurrida en Hogwarts porque no soy tan idiota como para contárselo.

—¡No sabes cómo es mi madre, es capaz de sonsacarle lo que sea a cualquiera! —le espetó Seamus—. Además, tus padres no reciben
El Profeta.
No se han enterado de que a nuestro director lo han echado del Wizengamot y de la Confederación Internacional de Magos porque está perdiendo la cabeza…

—Mi abuela dice que eso son tonterías —intervino Neville—. Afirma que el que está perdiendo los papeles es
El Profeta
, y no Dumbledore. Así que ha cancelado la suscripción. Nosotros creemos en Harry —concluyó con rotundidad. Luego se metió en la cama y se tapó con las sábanas hasta la barbilla. Miró a Seamus con cara de sabiondo y añadió—: Mi abuela siempre ha dicho que Quien-tú-sabes regresaría algún día, y asegura que si Dumbledore dice que ha vuelto, es que ha vuelto.

En ese momento Harry sintió una oleada de gratitud hacia Neville. Nadie más dijo nada, y Seamus cogió su varita mágica, reparó las cortinas de la cama y desapareció tras ellas. Dean también se acostó, se dio la vuelta y se quedó callado. Neville, que al parecer tampoco tenía nada más que añadir, miraba con cariño su cactus, débilmente iluminado por la luz de la luna.

Harry se quedó tumbado mientras Ron iba de aquí para allá, alrededor de la cama de al lado, poniendo sus cosas en orden. A Harry le había afectado mucho la discusión con Seamus, que siempre le había caído muy bien. ¿Quién más iba a insinuar que mentía o que estaba trastornado?

¿Habría tenido que soportar Dumbledore algo parecido aquel verano, cuando primero lo echaron del Wizengamot y luego de la Confederación Internacional de Magos? ¿Acaso estaba enfadado con Harry y por eso llevaba meses sin hablar con él? A fin de cuentas, ambos estaban metidos en aquel lío; Dumbledore había creído a Harry, había defendido su versión de los hechos ante el colegio en pleno y luego ante la comunidad de los magos. Cualquiera que pensara que Harry era un mentiroso debía creer lo mismo de Dumbledore, o que lo habían engañado…

«Al final se sabrá que tenemos razón», pensó Harry, que se sentía muy desgraciado, mientras Ron se metía en la cama y apagaba la última vela que quedaba encendida en el dormitorio. Luego se preguntó cuántos ataques como el de Seamus debería soportar antes de que llegara ese momento.

12
La profesora Umbridge

A la mañana siguiente, Seamus se vistió a toda velocidad y salió del dormitorio antes de que Harry se hubiera puesto los calcetines.

—¿Qué le pasa? ¿Teme volverse loco si está demasiado tiempo en una habitación conmigo? —preguntó Harry en voz alta en cuanto el dobladillo de la túnica de Seamus se perdió de vista.

—No te preocupes, Harry —dijo Dean colgándose la mochila del hombro—. Lo que le pasa es que…

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