–Raych no está aquí.
–Ya lo sé -murmuró Seldon-, pero una promesa es una promesa.
–Raych no dijo quién debía hacerte de guardaespaldas, ¿verdad? Vamos a dar un paseo y yo seré tu guardaespaldas.
–¿Tú?
Seldon sonrió.
–Sí, yo. Te ofrezco mis servicios como tal. Prepárate e iremos a dar un paseo.
El ofrecimiento divirtió a Seldon. La pierna apenas le dolía y pensó que podía prescindir del bastón pero, por otra parte, tenía un bastón nuevo cuya empuñadura había sido rellenada con plomo. Era más pesado y más resistente que su antiguo bastón, y si sólo iba a tener a Wanda de guardaespaldas pensó que quizá sería mejor llevárselo.
El paseo resultó delicioso, y Seldon se alegró enormemente de haber cedido a la tentación…, hasta que llegaron a cierto lugar.
Seldon alzo su bastón en un gesto de ira mezclada con resignación.
–¡Fíjate en eso! – exclamó.
Wanda alzó su mirada. La cúpula brillaba, tal y como hacía cada atardecer para crear la impresión del comienzo del ocaso. Después se oscurecía a medida que avanzaba la noche, naturalmente.
Pero Seldon estaba señalando una mancha de oscuridad que se extendía a lo largo de la cúpula. Un grupo de luces se había apagado.
–Cuando llegué a Trantor algo así habría sido impensable -dijo Seldon-. Siempre había operarios ocupándose de las luces. La ciudad
funcionaba
, pero ahora se desmorona en multitud de pequeños aspectos como ése y lo que más me irrita es que a nadie le importa. ¿Por qué no envían escritos al Palacio Imperial? ¿Por qué no se celebran reuniones indignadas? Es como si los habitantes de Trantor dieran por descontado que la ciudad tiene que desmoronarse y se enfadaran conmigo porque les hago ver que eso es justamente lo que está ocurriendo.
–Abuelo, hay dos hombres detrás de nosotros -dijo Wanda en voz baja.
Se habían internado en las sombras que se extendían debajo de las luces averiadas.
–¿Están dando un paseo? – preguntó Seldon.
–No. – Wanda no les miró. No necesitaba hacerlo-. Vienen a por ti.
–¿Puedes detenerles… empujándoles?
–Lo estoy intentando, pero son dos y su decisión es muy fuerte. Es…, es como empujar una pared.
–¿A qué distancia están detrás de mí?
–A unos tres metros.
–¿Se están acercando?
–Sí, abuelo.
–Avísame cuando estén a un metro.
Seldon deslizó la mano a lo largo del bastón hasta sostenerlo por la punta dejando que la empuñadura rellena de plomo se balanceara libremente.
–
Ahora
, abuelo -siseó Wanda.
Seldon giró sobre sí mismo blandiendo su bastón. La empuñadura chocó con el hombro de uno de sus perseguidores. El hombre lanzó un alarido, cayó y empezó a retorcerse sobre el pavimento.
–¿Dónde está el otro tipo? – preguntó Seldon.
–Ha huido.
Seldon contempló al hombre caído en el suelo y le puso un pie sobre el pecho.
–Regístrale los bolsillos, Wanda -dijo-. Alguien tiene que haberle pagado y me gustaría averiguar cuál es su archivo de crédito… quizá pueda descubrir de dónde han salido.
Mi intención era golpearle en la cabeza -añadió con voz pensativa.
–Le habrías matado, abuelo.
Seldon asintió.
–Es lo que pretendía. Tendría que estar avergonzado, ¿no? Por suerte fallé el golpe.
–¿Qué es todo esto? – preguntó una voz enronquecida.
Una silueta de uniforme fue corriendo hacia ellos. Su rostro estaba cubierto de sudor-.¡Usted, deme ese bastón!
–Agente… -dijo Seldon sin perder la calma.
–Luego podrá contarme su historia. Tenemos que llamar a una ambulancia para este pobre hombre.
–¿
Pobre hombre
? -replicó Seldon con voz irritada-. Iba a atacarme. Actué en defensa propia.
–Vi cómo ocurría todo -dijo la agente de seguridad-. Este hombre no llegó a ponerle un dedo encima. Usted giró de repente y le golpeó sin que hubiese ninguna provocación previa. Eso no es defensa propia, es agresión premeditada.
–Agente, le digo que…
–No me diga nada. Podrá hablar ante el tribunal.
–Agente, si tuviera la bondad de escucharnos… -dijo Wanda en un tono de voz muy dulce.
–Váyase a casa, señorita -dijo la agente.
Wanda se irguió todo lo alta que era.
–No lo haré, agente. Iré donde vaya mi abuelo -dijo, y sus ojos echaban chispas.
–Bueno, pues acompáñenos -murmuró la agente.
Seldon estaba enfurecido.
–Nunca me habían detenido. Hace un par de meses ocho hombres me atacaron. Pude ahuyentarles con la ayuda de mi hijo, pero mientras ocurría todo eso, ¿había algún agente de seguridad? ¿Se paró alguien a ayudarme? No. En esta ocasión me encontraba mejor preparado y derribé al suelo a un hombre dispuesto a agredirme. ¿Había un agente de seguridad cerca? Desde luego que sí, y me arresto sin perder ni un instante. También había espectadores, y les divirtió mucho ver a un anciano detenido por agresión premeditada. ¿En qué clase de mundo vivimos?
Civ Novker, el abogado de Seldon, dejó escapar un suspiro.
–Vivimos en un mundo corrompido -dijo-, pero no se preocupe. No le ocurrirá nada. Le sacaré bajo fianza y cuando haya pasado un tiempo tendrá que presentarse ante un jurado de conciudadanos para ser juzgado, y la peor sentencia que puede esperar es una recriminación del magistrado. Su edad y su reputación…
–Olvídese de mi reputación -dijo Seldon, quien seguía estando muy enfadado-. Soy psicohistoriador, y en el momento actual la psicohistoria no está demasiado bien vista. Les encantará meterme entre rejas.
–Nada de eso -dijo Novker-. Puede que existan algunos chiflados que le odian, pero yo me ocuparé de que no haya ninguno en el jurado.
–¿Es realmente necesario que mi abuelo pase por todo esto? – preguntó Wanda-. Hace mucho tiempo que dejó de ser joven. ¿No podríamos limitarnos a comparecer delante del magistrado y evitar las molestias de un juicio con jurado?
El abogado se volvió hacia ella.
–Puede hacerse…, si no está en su sano juicio, claro. Los magistrados son personas ávidas de poder a las que tanto les da encerrar a alguien en la cárcel durante un año como escucharle y creer en lo que dice. Nadie comparece delante de un magistrado.
–Creo que deberíamos hacerlo -dijo Wanda.
–Bueno, Wanda, yo creo que deberíamos escuchar a Civ… -empezó a decir Seldon, pero sintió como si algo girara a toda prisa dentro de su abdomen. Wanda acababa de «empujarle»-. Bueno, si insistes -murmuró.
–No puede insistir -dijo el abogado-. No lo permitiré.
–Mi abuelo es su cliente -dijo Wanda-. Si quiere que las cosas se hagan a su manera usted tiene que obedecerle.
–Puedo negarme a representarle.
–Bueno, pues entonces váyase -replicó secamente Wanda-, y nos enfrentaremos al magistrado solos.
Novker se lo pensó durante unos momentos.
–Muy bien -dijo por fin-. Si va a tomárselo de esa forma… He representado a Hari durante años y supongo que no puedo abandonarle ahora. Pero les advierto que hay bastantes posibilidades de que el magistrado le sentencie a pasar un tiempo en la cárcel, y tendré que esforzarme al máximo para conseguir que Hari no acabe entre rejas…, suponiendo que lo consiga, claro.
–Eso no me da miedo -dijo Wanda.
Seldon se mordió el labio y su abogado se volvió hacia él.
–¿Y usted, Hari? ¿Está dispuesto a permitir que su nieta lleve la voz cantante en este asunto?
Seldon lo pensó durante unos momentos.
–Sí -acabó admitiendo para gran sorpresa del abogado-. Sí, lo estoy.
El magistrado contempló a Seldon con cara de pocos amigos mientras éste explicaba lo ocurrido.
–¿Qué le hace pensar que el hombre al que golpeó tenía intención de atacarle? – preguntó el magistrado en cuanto Seldon terminó de hablar-. ¿Le golpeó? ¿Le amenazó? ¿Hizo algo que le impulsara a temer por su integridad física?
–Mi nieta se dio cuenta de que venía hacia nosotros y estaba totalmente segura de que planeaba atacarme.
–Convendrá conmigo en que no es suficiente, señor. ¿Hay algo más que pueda decirme antes de que emita sentencia?
–Bueno, espere un momento -dijo Seldon empezando a indignarse-. No vaya tan deprisa. Hace unas cuantas semanas fui atacado por ocho hombres a los que conseguí ahuyentar con la ayuda de mi hijo, así que tenía razones para suponer que volvería a ser atacado.
El magistrado examinó el fajo de papeles que tenía delante.
–Fue atacado por ocho hombres. ¿Informó de ello?
–No había agentes de seguridad cerca…, ni uno solo.
–Eso carece de toda relevancia. ¿Informó de ello?
–No, señor.
–¿Por qué no?
–Para empezar, porque temía verme involucrado en un procedimiento legal que duraría mucho tiempo. Habíamos repelido su ataque sin sufrir ningún daño físico, por lo que nos pareció que no había razón para buscarnos más problemas.
–¿Y cómo se las arreglaron usted y su hijo para ahuyentar a ocho hombres?
Seldon vaciló.
–Mi hijo está en Santanni y fuera de la jurisdicción trantoriana, por lo que puedo decirle que llevaba encima cuchillos dahlitas y que es experto en su uso. Mató a un hombre y dejó malheridos a otros dos. El resto huyeron llevándose al muerto y a los dos heridos.
–¿No informó de que un hombre había muerto y dos habían resultado heridos?
–No, señor, por la misma razón que le expuse antes. Además fue un caso evidente de defensa propia, pero si se logra encontrar al muerto o a los dos heridos tendrá la prueba de que fuimos atacados.
–¿Encontrar a un muerto y a dos heridos…, a tres trantorianos sin nombre y sin rostro? – replicó el magistrado-. ¿Está enterado de que en Trantor se descubren más de dos mil cadáveres al día…, contando sólo los que han muerto por herida de arma blanca? No podemos hacer nada a menos que se nos informe inmediatamente de ese tipo de acontecimientos. Su historia no puede tenerse en cuenta porque no existe prueba alguna que la apoye. Tenemos que limitarnos a lo que ocurrió hoy, un incidente que
fue
denunciado y presenciado por una agente de seguridad.
»Bien, examinemos la situación. ¿Por qué pensó que aquel hombre le atacaría? ¿Simplemente porque dio la casualidad de que usted pasaba por allí? ¿Porque es viejo y parecía estar indefenso? ¿Porque daba la impresión de que podía llevar encima una suma considerable de créditos? ¿Qué opina?
–Magistrado, opino que por ser quien soy.
El magistrado volvió a examinar el fajo de papeles.
–Usted es Hari Seldon, profesor y estudioso. ¿Por qué cree que eso provocaría que le agredieran?
–Por mis opiniones.
–Sus opiniones. Bien… -El magistrado empezó a cambiar de posición algunos papeles, pero se quedó inmóvil de repente. Después alzó la cabeza y observó a Seldon-. Espere un momento… Hari Seldon. – Su cambio de expresión indicó que sabía quién era-. Usted es el fanático de la psicohistoria, ¿no?
–Sí, magistrado.
–Lo siento. No sé nada sobre su psicohistoria salvo cómo se llama y el hecho de que usted va de un lado a otro prediciendo el fin del Imperio o algo parecido.
–Eso no es totalmente exacto, magistrado, pero mis opiniones se han vuelto impopulares porque están demostrando ser ciertas. Creo que ésa es la razón de que ciertas personas quieran agredirme o, más probablemente, que hayan sido pagadas para hacerlo.
El magistrado contempló a Seldon por unos momentos y acabó llamando a la agente de seguridad que le había arrestado.
–¿Hizo alguna averiguación sobre el herido? ¿Tenía un historial delictivo?
La agente de seguridad carraspeó.
–Sí, magistrado. Ha sido arrestado en varias ocasiones. Agresión, atraco…
–Vaya, así que es un delincuente habitual, ¿eh? Y el profesor… ¿Tiene un historial?
–No, magistrado.
–Por lo tanto tenemos a un anciano inocente que se defiende de un conocido atracador…, y usted arresta al anciano inocente. Es lo que ocurrió, ¿no?
La agente de seguridad no dijo nada.
–Puede irse, profesor -dijo el magistrado.
–Gracias, señor. ¿Puedo recuperar mi bastón?
El magistrado se volvió hacia la agente y chasqueo los dedos. La agente le devolvió el bastón a Seldon.
–Una cosa más antes de que se vaya, profesor -dijo el magistrado-. Si vuelve a utilizar ese bastón será mejor que esté absolutamente seguro de que podrá demostrar que ha sido en defensa propia. De lo contrario…
–Sí, señor.
Hari Seldon salió del despacho del magistrado apoyándose pesadamente en su bastón, pero con la cabeza muy alta.
Wanda estaba sollozando desconsoladamente. Su rostro estaba mojado por las lágrimas. Tenía los ojos enrojecidos y se le habían hinchado las mejillas.
Hari Seldon estaba inclinado sobre ella dándole palmaditas en la espalda, y no sabía cómo consolarla.
–Abuelo, no sirvo de nada. Creí que podría manipular a la gente empujándola, pero sólo pude hacerlo cuando no les importaba demasiado que lo hiciese como en el caso de papá y mamá, e incluso entonces necesité mucho tiempo para convencerles. Hasta llegué a crear una especie de sistema de evaluación basado en una escala del cero a diez…, algo así como un indicador de la potencia del empujón mental. Pero confié demasiado en mí misma. Di por sentado que llegaba al diez o, por lo menos, al nueve, pero me doy cuenta de que como mucho rozo el siete.
El llanto de Wanda había cesado, y la joven se limitaba a sorber aire por la nariz de vez en cuando mientras Seldon le acariciaba la mano.
–Normalmente…, normalmente no hay problema. Si me concentro puedo captar los pensamientos de la gente y cuando quiero puedo empujarles. ¡Pero esos canallas…! Oh, sí, pude captar sus pensamientos pero no pude hacer absolutamente nada por ahuyentarles.
–Creo que te portaste estupendamente, Wanda.
–No lo hice. Tenía una fan-fantasía… -tartamudeó Wanda-. Imaginé que intentarían atacarte y que yo les daría un empujón tan poderoso que los haría salir despedidos. Sería la guardaespaldas perfecta, ¿entiendes? Por eso me ofrecí a ser tu guar-guardaespaldas…, pero fallé. Esos dos tipos aparecieron de repente y yo no pude hacer nada.
–Pero sí lo hiciste. Conseguiste que vacilara, y eso me dio la ocasión de volverme y golpearle con el bastón.