Guerra Mundial Z (45 page)

Read Guerra Mundial Z Online

Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

BOOK: Guerra Mundial Z
2.81Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ahí entrábamos nosotros. Dos semanas antes del desembarco, un barco anclaba a varios kilómetros de la costa y empezaba a hacer ruido con su sónar activo para atraer a los zetas y alejarlos de la playa.

¿
No atraería también el sónar a los zombis de aguas profundas
?

Los jefazos nos dijeron que era un «riesgo aceptable». No creo que tuvieran nada mejor, por eso era una operación de ADS, porque era demasiado arriesgada para los buceadores con traje de malla. Sabíamos que las masas se reunían debajo del ruidoso barco, y que, cuando el barco se callase, nosotros seríamos el objetivo más visible. En realidad, resultó ser lo más facilón que habíamos hecho: la frecuencia del ataque era más baja que nunca, y, cuando levantaron las redes, tuvieron una tasa de efectividad casi perfecta. Sólo hacía falta una fuerza reducida para mantener una vigilancia constante y, quizá, disparar de lejos a los pocos emes que conseguían trepar la valla. La verdad es que no nos necesitaban para una operación como aquélla y, después de los tres primeros desembarcos, volvieron a emplear buceadores.

¿
Y la limpieza de puertos
?

Eso sí que no era facilón. Fue en las etapas finales de la guerra, cuando ya no sólo había que abrir una cabeza de playa, sino reabrir los puertos para los buques de aguas profundas. Se trataba de una operación enorme y conjunta: buceadores con traje de malla, unidades de ADS, incluso voluntarios civiles con un equipo de buceo y un fusil de arpones. Ayudé en la limpieza de Charleston, Norfolk, el puñetero Boston y la madre de todas las pesadillas submarinas: la Ciudad de los Héroes. Sé que a los soldados les gusta quejarse sobre cómo tuvieron que luchar para limpiar las ciudades, pero imagínese una ciudad bajo el agua, una ciudad hundida de barcos, coches, aviones y todo tipo de escombros imaginables. Durante la evacuación, muchos buques portacontenedores intentaban hacer sitio para meter gente, y gran parte de ellos tiró su carga por la borda: sofás, hornos eléctricos, montañas y más montañas de ropa; las teles de plasma crujían cuando las pisabas. Me parecía ver a un zombi escondido detrás de cada lavadora y secadora, trepando sobre cada pila de aparatos de aire acondicionado rotos. A veces no era más que mi imaginación, pero, otras… Lo peor… lo peor era limpiar un barco hundido. Siempre había unos cuantos dentro de los límites del puerto. Un par de ellos, como el Frank Cable, un buque auxiliar de submarinos convertido en barco de refugiados, se habían hundido justo a la entrada del puerto. Antes de poder izarlo, teníamos que barrerlo compartimento a compartimento. Fue la única vez que el exo me pareció voluminoso y difícil de manejar; no me golpeaba la cabeza con todos los pasillos, aunque ésa era la impresión que tenía. Muchas de las compuertas estaban atrancadas con los escombros y teníamos que cortarlas para pasar, o cortar cubiertas y mamparos. A veces la cubierta estaba debilitada por los daños o la erosión. Cuando estaba cortando un mamparo por encima de la sala de motores del Cable, de repente, la cubierta se derrumbó bajo mis pies. Antes de poder nadar, antes de poder pensar… Había cientos de monstruos en la sala de motores. Me rodearon, me ahogaron en piernas, brazos y trozos de carne. Si alguna vez tuviese una pesadilla recurrente, y no estoy diciendo que la tenga, porque no es así, pero, si la tuviese, sería allí, sólo que me encuentro completamente desnudo…, quiero decir, me encontraría completamente desnudo.

[Me sorprende lo deprisa que llegamos al fondo. Parece un páramo vacío, tiene un resplandor blanco que contrasta con la oscuridad permanente. Veo los tocones de coral látigo, rotos y pisoteados por los muertos vivientes.]

Aquí están.

[Levanto la mirada para ver el enjambre: está compuesto por unos sesenta miembros que caminan por la noche desierta.]

Y allá vamos.

[Choi maniobra para colocarnos sobre ellos. Los zombis, con los ojos abiertos y las mandíbulas caídas, levantan los brazos para intentar coger los reflectores. Veo el tenue haz rojo del láser que se coloca sobre el primer objetivo. Un segundo después, un pequeño dardo sale disparado hacia su pecho.]

Uno…

[Apunta con el haz al segundo objetivo.]

Dos…

[Se mueve sobre el enjambre y dispara un proyectil no letal a cada individuo.]

Me mata no matarlos. Es decir, sé que es para estudiar sus movimientos y establecer una red de alerta, sé que, si tuviéramos los recursos para matarlos a todos, lo haríamos. Sin embargo…

[Apunta al sexto objetivo, que, como los otros, no se da cuenta del agujerito que le hemos abierto en el esternón.]

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo siguen enteros? No hay nada en este mundo más corrosivo que el agua de mar. Estos emes tendrían que haber desaparecido antes que los de tierra.

Está claro que sus ropas ya se han desintegrado, cualquier cosa orgánica, como la tela y el cuero.

[Las figuras que tenemos debajo están prácticamente desnudas.]

Entonces, ¿por qué ellos no? ¿Es la temperatura? ¿La presión? ¿Y, ya puestos, por qué resisten tanto la presión? A estas profundidades, el sistema nervioso humano tendría que haberse hecho gelatina; no deberían poder levantarse y, por supuesto, nada de andar, ni «pensar», o lo que sea que hacen. ¿Cómo lo consiguen? Estoy seguro de que hay algún pez gordo que sabe todas las respuestas y que la única razón por la que no me lo dicen es…

[De repente, se distrae con una luz en el cuadro de mandos.]

Vaya, vaya, vaya, mire esto.

[Miro mi cuadro: las lecturas son incomprensibles.]

Tenemos uno bueno, bastante radiación. Debe de venir del Océano Índico, Irán o Paquistán, puede que del buque de guerra de los comunistas chinos que se hundió en Manihi. ¿Qué le parece?

[Dispara otro dardo.]

Ha tenido suerte, ésta es una de las últimas inmersiones de reconocimiento tripuladas. El mes que viene será todo por control remoto, cien por cien.

Ha habido mucha controversia por el uso de vehículos por control remoto en combate
.

No pasará. Su Majestad
[92]
tiene demasiado poder mediático, no dejará que el Congreso nos machaque con robots.

¿
Tiene alguna validez el argumento del Congreso
?

¿Cuál? ¿Que los robots son luchadores más eficaces que los buceadores de ADS? Claro que no. Todo eso de «limitar las bajas humanas» es un montón de mierda. ¡No hemos perdido ni un solo hombre en combate! Ese tipo del que hablan todo el rato, Chernov, murió después de la guerra, en tierra, un día que se puso pedo y se desmayó delante de un tranvía. Putos políticos.

Quizá los vehículos por control remoto sean más rentables, pero le aseguro que no son mejores. No estoy hablando de la inteligencia artificial, sino del corazón, el instinto, la iniciativa, todo lo que nos hace ser como somos. Por eso sigo aquí, igual que Su Majestad, igual que casi todos los otros veteranos que se metieron en esto durante la guerra. La mayoría seguimos metidos porque tenemos que estarlo, porque todavía no han encontrado un grupo de chips y bits que pueda reemplazarnos. Créame, cuando lo hagan, no sólo no volveré a mirar un
exotraje
en la vida, sino que dejaré la armada y me pondré en modo Alfa-Alfa-noviembre.

¿
Qué es eso
?

Acción en el Atlántico Norte
, una
peli
de guerra antigua, en blanco y negro. Sale un tío, ya sabe, el Skipper de La isla de Gilligan, el padre
[93]
. Tiene una frase…: «Cogeré uno de los remos y me iré tierra adentro. Cuando alguien me pregunte qué es lo que llevo al hombro, me pararé y me quedaré allí para siempre».

Quebec (Canadá)

[La granjita no tiene pared, ni barrotes en las ventanas, ni pestillo en la puerta. Cuando le pregunto al propietario por su vulnerabilidad, él se ríe entre dientes y sigue comiendo. Andre Renard, hermano del legendario héroe de guerra Emil Renard, me ha pedido que mantenga en secreto su ubicación exacta. «No me importa que los muertos me encuentren —dice, sin emoción—, pero no quiero saber nada de los vivos.» El antes ciudadano francés emigró a este lugar tras el fin oficial de las hostilidades en Europa occidental. A pesar de haber recibido numerosas invitaciones del gobierno francés, no ha regresado.]

Todos mienten, todos los que afirman que su campaña fue «la más dura de toda la guerra». Esos presumidos ignorantes que se golpean el pecho y alardean de sus batallas en la montaña, en la jungla o en las ciudades. Las ciudades, sí. ¡Cómo les gusta presumir de las ciudades! «¡No hay nada más aterrador que luchar en una ciudad!» ¿Ah, sí? Pues probad a luchar debajo de una.

¿Sabe por qué el horizonte de París no tenía rascacielos? Me refiero a antes de la guerra, al horizonte del verdadero París. ¿Sabe por qué metieron todas esas monstruosidades de cristal y acero en La Defense, tan lejos del centro de la ciudad? Sí, en parte fue por estética, por un sentido de la continuidad y el orgullo cívico…, no como esa mezcolanza arquitectónica llamada Londres. Pero lo cierto, la razón lógica y práctica por la que no construyeron en París esos monolitos de estilo americano, es que la tierra que los sustenta tiene demasiados túneles para soportarlos.

Hay tumbas romanas, canteras que suministraban piedra caliza a parte de la ciudad, incluso refugios de la Segunda Guerra Mundial utilizados por la Resistencia, y, sí, ¡existía una Resistencia! Después estaba el metro moderno, las líneas telefónicas, las tuberías de gas, las de agua… y, además, estaban las catacumbas. Más o menos seis millones de cadáveres estaban enterrados allí, sacados de los cementerios prerrevolucionarios, donde tiraban a los muertos como si fuesen basura. Las catacumbas tenían paredes enteras de calaveras y huesos que formaban diseños macabros. Incluso resultaba funcional en algunas partes, donde los huesos entrecruzados sostenían los montones de restos sueltos que había detrás. Las calaveras siempre parecían reírse de mí.

Creo que no puedo culpar a los civiles que intentaron sobrevivir en aquel mundo subterráneo. Por aquel entonces no tenían el manual de supervivencia civil, ni la Radio Free Earth. Era el Gran Pánico. Quizá algunos que creían conocer los túneles decidieron intentarlo, unos cuantos los siguieron, después otros más… Se corrió la voz: «Se está a salvo bajo tierra». Un cuarto de millón en total, eso han determinado los que cuentan los huesos, doscientos cincuenta mil refugiados. A lo mejor si se hubieran organizado, si hubiesen pensado en llevar comida y herramientas, si hubiesen tenido el sentido común suficiente para sellar las entradas y asegurarse bien de que los que se metían no estuviesen infectados…

¿Cómo puede decir nadie que su experiencia es comparable con lo que soportamos nosotros? La oscuridad y el hedor…, apenas teníamos gafas de visión nocturna, sólo un par por pelotón, y eso si había suerte. Las baterías de repuesto para las linternas también escaseaban. A veces sólo había una unidad en funcionamiento para un escuadrón entero, sólo para el hombre que iba delante, cortando la oscuridad con un haz cubierto de rojo.

El aire era tóxico por culpa de las aguas residuales, los productos químicos, la carne podrida… Las máscaras de gas eran de chiste, la mayoría de los filtros había caducado. Llevábamos lo que encontrábamos, viejos modelos militares o cascos de bombero que te cubrían toda la cabeza y te hacían parecer un cerdo, aparte de impedirte oír y ver. Nunca sabías dónde estabas, tenías que mirar por un visor empañado, y oír las voces amortiguadas de tus compañeros de escuadrón y el crujido de la radio.

Utilizábamos equipos con cables, ¿sabe?, porque las transmisiones inalámbricas eran poco fiables. Teníamos cables telefónicos antiguos, de cobre, no de fibra óptica; los sacábamos de los conductos y nos llevábamos rollos enormes para aumentar nuestro alcance. Era la única forma de mantener el contacto y, la mayor parte del tiempo, la única forma de no perderse.

Perderse era muy fácil, porque todos los mapas eran anteriores a la guerra y no tenían en cuenta las modificaciones realizadas por los supervivientes: los túneles de conexión, los huecos, los agujeros del suelo que, de repente se abrían delante de ti… Te equivocabas de camino al menos una vez al día, a veces más, y tenías que volver sobre tus pasos por el cable de comunicaciones, comprobar la posición en el mapa e intentar imaginar qué habías hecho mal. A veces eran pocos minutos, otras horas o incluso días.

Cuando atacaban a otro escuadrón, oías los gritos por la radio o rebotando en los túneles. La acústica era malvada, se reía de ti; los gritos y gemidos parecían venir de todas partes, nunca se sabía de dónde. Con la radio, al menos, podías intentar averiguar la posición de tus compañeros. Si no estaban aterrados, si sabían dónde estaban, si tú sabías dónde estabas…

Las carreras: corrías por los pasadizos, te dabas en la cabeza con el techo, te arrastrabas a cuatro patas rezando a la Virgen con todas tus fuerzas para que aguantasen un poco más. Llegabas a su posición, descubrías que te habías equivocado, que era una cámara vacía, y los gritos pidiendo ayuda seguían estando muy lejos.

Y, cuando llegabas, a lo mejor no encontrabas más que sangre y huesos. Puede que, como mucho, tuvieras la suerte de encontrar allí a los zombis, una oportunidad de vengarte…, si habías tardado mucho en llegar, la venganza podía incluir a tus amigos reanimados. Combate cuerpo a cuerpo, tan cerca como esto…

[Se inclina sobre la mesa y coloca la cara a centímetros de la mía ]

Sin equipo estándar, con lo que cada uno creía más apropiado. Verá, no teníamos armas de fuego, porque el aire, el gas, era demasiado inflamable. El disparo de una pistola…

[Imita el ruido de una explosión.]

Teníamos la Beretta-Grechio, la carabina de aire italiana. Era un modelo creado en la guerra, basado en una escopeta infantil de dióxido de carbono que disparaba perdigones.

Tenías cinco disparos, puede que seis o siete si se la pegabas a la cabeza. Una buena arma, pero nunca teníamos suficientes. ¡Y había que tener cuidado! Si fallabas, si la bola daba en la piedra, si la piedra estaba seca, si saltaba una chispa…, todo el túnel podía arder provocando explosiones que enterraban a los hombres vivos o bolas de fuego que les derretían las máscaras sobre la cara. A mano siempre es mejor. Mire…

[Se levanta de la mesa para enseñarme algo que tiene en la repisa de la chimenea. El mango del arma está envuelto en una bola de acero semicircular, de la que sobresalen pinchos de veinte centímetros de largo, colocados en ángulo recto entre sí.]

Other books

Taking a Shot by Catherine Gayle
Stitches in Time by Terri DuLong
Under a Turquoise Sky by J. R. Roberts
Hannah’s Beau by Ryan, Renee
Inside Lucifer's War by Smith, Byron J.
The Matchbaker (A Romantic Comedy) by Jerrica Knight-Catania