Grotesco (17 page)

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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Grotesco
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Me acomodé tras el mostrador de consultas de guardería como de costumbre, pero como no venía ningún cliente, me dejé llevar por mis pensamientos. Con el tifón a la vuelta de la esquina, sólo podía pensar en irme a casa. Entonces se acercó al mostrador una mujer mayor con un elegante traje gris a medida, una mujer muy distinguida y apocada, con unas gafas de leer plateadas que descansaban en la punta de su nariz. Parecía rondar los cincuenta y cinco. Llevaba el cabello canoso recogido en un severo moño y se comportaba con seriedad, como si fuera alemana. En mi ventanilla, estaba acostumbrada a ver tan sólo mujeres jóvenes que cargaban con sus hijos. Imaginé que ella venía a informarse acerca de una plaza de guardería para su nieto, así que le dije con evidente desgana:

—¿En qué puedo ayudarla?

Por respuesta, la mujer dejó escapar un resoplido y separó los labios. En sus dientes había algo que me resultaba familiar.

—Cariño, ¿no te acuerdas de mí?

Aunque la escruté frenéticamente, no conseguía ubicarla. La piel de su rostro, sin rastro de maquillaje, estaba intensamente bronceada. Tampoco llevaba los labios pintados. Era una mujer mayor sin maquillaje con una cara que recordaba a un besugo. ¿Cómo se suponía que debía distinguirla de otras mujeres de su edad?

—Soy yo, Masami, ¡Masami Johnson!

Me sorprendió tanto que dejé escapar un grito. Jamás habría imaginado que, con el paso de los años, Masami se hubiera convertido en una mujer con un aspecto tan austero. La Masami que yo recordaba era una mujer estridente que contrastaba enormemente con su entorno. Era la mujer que se paseaba por los senderos de montaña de la prefectura de Gunma luciendo un enorme anillo de diamantes, la misma que llevaba los labios pintados de un rojo brillante en las pistas de esquí, la que puso su descolorida gorra de moer sobre la cabeza de Yuriko. Una mujer que llevaba una camiseta de diseño con la cabeza de un leopardo feroz, tan realista que asustaba a los niños. La única que gorjeaba cuando hablaba en inglés, como si quisiera reclamar la atención de cuantos estaban a su alrededor. Aun así, tan cambiada como estaba, me convencí con facilidad de que venía a solicitar una plaza de guardería, de modo que saqué el libro de registros.

—No sabía que vivía en este barrio —dije tratando de ocultar mi desconcierto.

—Ah, no, no vivo aquí —respondió con seriedad—. Ahora vivo en Yokohama, ¿sabes?, he vuelto a casarme.

Ni siquiera sabía que se había divorciado del señor Johnson. De hecho, secretamente, tanto Masami como Johnson eran dos personas a las que había esperado no volver a ver.

—No lo sabía. ¿Cuándo se divorció usted?

—Hace más de veinte años.

Masami sacó una tarjeta muy elegante de lo que parecía ser una cajita de plata y me la tendió.

—Esto es lo que hago ahora.

«Coordinadora y asesora: clases particulares de inglés», decía la tarjeta. Se había cambiado el nombre: en vez de Johnson, ahora se apellida Bhasami.

—Me casé con un iraní que se dedica al negocio de las exportaciones y las importaciones. Yo tengo mi propia empresa cuya actividad principal es reclutar profesores de inglés para impartir clases de conversación a particulares. Es realmente divertido.

Yo fingía observar la tarjeta mientras reflexionaba: ¿por qué había venido a verme después de veintisiete años? Más aún, ¿por qué en un día como ése? Era demasiado extraño para explicarlo con palabras. Para colmo, se quedaba allí de pie sonriéndome, con los ojos titilando de nostalgia.

—¡Ah, me alegro tanto de verte! Veamos…, la última vez que hablamos fue cuando Yuriko te llamó para decirte que había ingresado en el primer ciclo de secundaria de Q. ¡De eso debe de hacer más de veinte años!

—Sí, supongo que sí.

—¿Qué tal te ha ido?

—Muy bien, gracias por preguntar.

«Sí, gracias por preguntar», pensé con amargura mientras respondía con la formalidad habitual en esos casos. Era tan raro que hubiera aparecido por allí, porque no debía de haber hecho todo el camino sólo para contarme que daba clases particulares de inglés, eso seguro. Cuando no pude ocultar mi perplejidad por más tiempo, Masami finalmente empezó a contar la verdad.

—Después de romper con Johnson, él tocó fondo. Él tenía un futuro prometedor como corredor de seguros ¿sabes?, pero una vez que su carrera empezó a caer en picado, se hundió y se convirtió en un profesor de inglés vulgar y corriente. Luego, claro, asesinaron a Yuriko.

Lo dijo con una voz cortante, como si se esforzara por contener una emoción inadecuada: el odio. A continuación, mirándome fijamente al observar mi expresión estupefacta, añadió:

—No sabías que Johnson y yo nos separamos por culpa de Yuriko, ¿verdad?

De repente recordé la cara del señor Johnson cuando, aquella noche tan lejana, se sentó frente a la chimenea en la cabaña de la montaña con Yuriko en sus rodillas, tonteando con él. Entonces ella sólo era una alumna de primaria, pero Johnson siempre había sido un hombre muy atractivo y seguro de sí mismo, con el cabello castaño alborotado y aquellos vaqueros gastados. Me imaginé qué rostro tendría el hijo de ambos, y la imagen que se formó en mi mente era tan encantadora que fue suficiente para dejarme paralizada. Puede que Yuriko hubiera muerto, pero todavía se las arreglaba para ejercer su control sobre mí, y yo no podía soportarlo.

Al percibir mi propia aversión oculta, Masami dijo:

—Así que no lo sabías. Yo fui tan buena con ella, me preocupé y la mimé en exceso, para que luego me apuñalara por la espalda de esa manera… En serio, me trastornó tanto que tuve que recibir ayuda psicológica en el hospital durante un tiempo.

Quiero decir, moví cielo y tierra para que ingresara en la escuela Q; todas las mañanas le preparaba un almuerzo fantástico para asegurarme de que ninguna de sus amiguitas pudiera reírse de ella; la asignación que le daba no era poco, y me cercioraba de que siempre que salía tuviera dinero. Además de todo lo que tuvimos que pagar para que la aceptaran en el equipo de animadoras, que fue bastante… ¡Si hubiera posibilidad de que me lo devolvieran, puedes estar segura de que lo reclamaría!

Así que era eso. ¡Había venido a por el dinero! Confundida, bajé la cabeza intentando evitar su mirada.

—Lo lamento muchísimo.

—Olvídalo. Tú no podrías haber hecho nada por evitarlo. Yuriko y tú nunca tuvisteis muy buena relación. Supongo que eres inteligente y veías cómo era realmente.

De la manera en que me alababa Masami, parecía que yo fuera adivina. A continuación rebuscó en su bolso, sacó un cuaderno y lo dejó en el mostrador, justo delante de mí. En la tapa del cuaderno había un adhesivo con un lirio blanco. Parecía de una niña. En donde se había despegado el forro, los bordes se veían sucios y manchados.

—¿Qué es eso?

—Es de tu hermana. Supongo que se podría decir que es un diario. Parece que lo estuvo escribiendo hasta sus últimos días. Siento entregártelo de esta manera, de sopetón, pero es que a mí me da escalofríos. He venido expresamente para dártelo. Creo que lo mejor es que lo tengas tú. Johnson lo guardó por alguna razón, y luego un día me lo envió por las buenas diciéndome que a él no le servía de nada puesto que no sabía leer japonés. Cuando asesinaron a Yuriko, supongo que lo atormentó la mala conciencia. Aunque no debía de saber que en el diario también había escrito sobre él.

Al decir eso, Masami miró el cuaderno con desprecio.

—¿Lo ha leído usted?

—De ninguna manera. —La mujer negó enérgicamente con la cabeza—. No me interesan los diarios de otras personas, y todavía menos uno como éste, repleto de obscenidades.

Masami no parecía darse cuenta de que lo que decía era una contradicción.

—Está bien. Me lo quedo —repuse.

—¡Ah, qué alivio! Se me hacía extraño entregárselo a la policía, y he oído que el juicio empezará pronto, por lo que me preocupaba un poco. Todo bien, entonces. Quédatelo. Gracias y cuídate.

Masami me dijo adiós con su mano bronceada. Echó un vistazo al cielo a través de la ventana y giró sobre sus talones con agilidad. Estoy segura de que quería irse a casa y salir de aquel lugar desconocido antes de que llegara el tifón. O quizá no quería pasar ni un minuto más hablando con alguien relacionado con Yuriko. Fuera como fuese, se alejó a toda prisa en dirección al vestíbulo.

El jefe de sección apareció detrás de mí y observó con atención el cuaderno.

—¿Se trata de una solicitud? ¿O acaso ha habido algún problema?

—Ninguna de las dos cosas. No es nada, de verdad.

—¿En serio? Pues no parecía que esa mujer tuviera relación alguna con las guarderías.

Rápidamente oculté con las manos el cuaderno de Yuriko. Al abrirse el «Caso de los asesinatos de los apartamentos», de nuevo había sido el blanco de las miradas curiosas. El jefe de sección daba por sentado que estaba ocultando información.

—¿Hay algún problema si salgo hoy un poco antes? —le pregunté—. Lo siento de veras, pero es que estoy preocupada por mi abuelo.

Mi jefe asintió sin decir una palabra y volvió a su escritorio, junto a la ventana. A causa de la humedad que había ese día, incluso el ruido de sus zapatillas en el suelo era sordo y apagado. Con el permiso del jefe de sección, me apresuré a irme a casa mientras luchaba contra el viento con todas mis fuerzas. Las ráfagas eran tan fuertes que casi hacían levantarse del suelo las ruedas de mi bicicleta. No faltaba mucho para que llegara el otoño, y se podían prever los vientos fríos del norte, pero la humedad de ese día hacía que sintiera la piel caliente y pegajosa. El hecho de que tuviera el estómago revuelto, por otra parte, no tenía nada que ver con el tiempo, sino con que alguien como Yuriko hubiera dejado un diario.

En la escuela primaria, Yuriko era tan mala redactando que siempre tenía que pedir ayuda. Además nunca prestaba atención a nada de lo que ocurría a su alrededor porque carecía por completo de un espíritu curioso. Un diario escrito por una chica tan egocéntrica y con tan pocas luces como ella debía de estar plagado de autorretratos pueriles. ¿Cómo era posible que Yuriko, que a duras penas podía componer una frase coherente, hubiese escrito un diario? Sin duda, alguien lo había escrito en su lugar. Pero ¿quién? Y, más que quién, ¿qué? ¿Sobre qué podía haber escrito? Me moría de la curiosidad y deseaba sumergirme cuanto antes en la lectura del diario de Yuriko.

Bueno, pues aquí está. Éste es el diario de Yuriko. Para ser honesta, preferiría no enseñároslo, ya que está repleto de basura sobre su desastrosa vida, y en él también se cuentan numerosas mentiras sobre mí y sobre nuestra madre. ¡De entre todos, tenía que ser Yuriko quien hiciera algo así! Realmente me asombra que pudiera escribir semejante porquería. Sin duda, la caligrafía se parece a la de Yuriko; alguien debió de falsificarla.

Si me prometéis no creeros ni una palabra de lo que dice, os dejaré ver lo que escribió. Pero, en serio, no debéis creeros nada: se trata tan sólo de un gran montón de falsedades. Algunos de los caracteres chinos que usó estaban mal escritos; luego hay lugares en los que omite cosas, y otros en los que determinadas palabras resultan indescifrables. Yo he reescrito esas partes.

TERCERA PARTE
Una puta nata:
el diario de Yuriko
1

E
ra la una del mediodía cuando sonó el teléfono. Todavía en la cama, respondí con tanta amabilidad como pude, por si era un cliente, pero se trataba de mi hermana. Yo nunca la llamo, pero ella me llama al menos dos o tres veces por semana. Sin duda, tiene mucho tiempo libre.

—Estoy ocupada, llámame más tarde —le dije con brusquedad, dispuesta a colgar.

—Volveré a llamarte esta noche —repuso ella.

No es que tuviera nada importante que decirme. Imagino que lo único que quería era comprobar si estaba con un hombre. Ésa es la verdadera razón por la que llamó. Y sé esto porque, justo después, me dijo:

—¿Estás sola? Siento como si estuvieras con alguien.

Una vez, con Johnson, mi hermana llamó mientras estábamos haciéndolo, y dejó un mensaje largo e incoherente en mi contestador:

—Yuriko, soy yo. Acabo de tener una idea genial. ¿Por qué no nos vamos a vivir juntas? Piénsalo. Tenemos horarios muy diferentes, por lo que podríamos compaginarlos perfectamente. Yo trabajo de día y acabo al anochecer y, dado que tú trabajas de noche, estarás en casa durmiendo mientras yo trabaje. Luego, mientras yo duerma, tú estarás fuera. Si llegaras a casa antes de que yo me levantara, ni siquiera tendríamos por qué vernos en todo el día. Ahorraríamos mucho dinero en el alquiler. Podríamos turnarnos para cocinar y comer las sobras durante varios días seguidos. ¿Qué me dices? ¿No crees que es una idea genial? ¿En qué apartamento crees que deberíamos quedarnos? Dime qué te parece, ¿vale?

—Oye, ¿ésa no es tu hermana? —preguntó Johnson.

—Sí. ¿No te abruma la nostalgia? —respondí, reprimiendo un ataque de risa.

—Pues fue gracias a ella que nos conocimos tú y yo; nuestro pequeño Cupido particular —replicó en un japonés perfecto al tiempo que soltaba una carcajada.

Luego nos tumbamos en la cama mondándonos de risa., lo que hizo que nuestra sesión amorosa se viese abruptamente interrumpida.

—Cupido, ¿eh? Dudo que ella opine del mismo modo.

¡Mi horrible hermana mayor con su personalidad retorcida! Johnson se acercó a mí y empezó a acariciarme el cuello con la nariz para intentar ponerme a tono de nuevo. Ladeé la cabeza para que pudiera besarme mejor y observé las pecas marrones que se esparcían por sus anchos hombros. Su cuerpo se ha ensanchado y prácticamente se le ha caído todo su hermoso cabello. Johnson ya tiene cincuenta y un años.

Cuando nos conocimos, yo todavía era una niña, pero aun así supe de inmediato que aquel hombre me deseaba. Él no hablaba mucho japonés por entonces y yo no sabía nada de inglés, pero nos las arreglábamos para entender de forma tácita lo que el otro quería decir.

«¡Date prisa en crecer!», eso era lo que él pensaba.

«Lo haré, espérame.»

Cada vez que mi hermana mayor me martirizaba, yo huía a la cabaña de los Johnson. No importaba que él estuviera hablando de negocios por teléfono o agasajando a unos invitados; en el mismo momento en que me veía, se le iluminaba el r ostro. A su pesar, por tanto, debo dar las gracias a mi hermana por enviarme a los brazos de Johnson cada vez que ella abusaba de mí. Sin embargo, el mayor obstáculo al que debía hacer frente era la amabilidad de Masami. Era la mujer de Johnson, y antes de eso había trabajado como azafata de vuelo en Air France. Él tenía cinco años menos que ella y era la obsesión absoluta de su esposa, cautivada por su estabilidad económica y su posición social. A Masami le aterraba pensar que algún día él pudiera abandonarla, de modo que si Johnson era amable conmigo, ella tenía que serlo también. Por eso, constantemente estaba dándome caramelos y peluches, aunque lo que yo en realidad quería era el esmalte de uñas Revlon que tenía en su tocador. No obstante, entendí que lo mejor era que me comportara como una niña pequeña, al menos mientras ella anduviera cerca.

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