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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

Graceling (12 page)

BOOK: Graceling
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—¿Cuántos hay?

—Siete, como el número de hijos.

—Entonces, uno es tuyo.

—Sí, el más pequeño.

—¿Te importa que sea el más pequeño?

Po escogió una manzana del cuenco de fruta que había en la mesa, y repuso:

—Al contrario, me alegro de que lo sea, aunque mis hermanos no me creen cuando lo digo.

A Katsa no le extrañaba que no lo creyeran. No sabía de ningún hombre, ni siquiera su primo, que no deseara que su propiedad fuera lo más grande posible. Giddon, por ejemplo, siempre comparaba su feudo con el de sus vecinos, y cuando Raffin enumeraba sus quejas sobre Thigpen, nunca dejaba pasar la ocasión de mencionar cierto desacuerdo respecto a la ubicación exacta de la frontera oriental de Terramedia. Katsa creía que todos los hombres eran así y había llegado a lo conclusión de que su postura difería de la de ellos por ser mujer.

—No abrigo las ambiciones de mis hermanos —añadió Po—. Nunca he querido una posesión grande, ni ser rey, ni un señor feudal destacado.

—Yo tampoco —convino Katsa—. He dado gracias al cielo muchas veces de que Raffin sea hijo de Randa y yo su única sobrina, hija de su hermana, además.

—Mis hermanos desean todo ese poder. Les encanta inmiscuirse en las disputas cortesanas y, de hecho, les deleitan esos enredos. Además, también les entusiasma dirigir sus castillos y sus burgos. A veces creo que todos quieren llegar a ser rey. —Se recostó en la silla y se acarició el hombro dolorido con gesto ausente—. Mi castillo no tiene burgo, pues solamente hay una villa cerca que se autogobierna, ni tampoco dispone de corte. En realidad es una casa enorme que será mi hogar cuando no esté de viaje.

—Es decir, que tienes intención de viajar —aventuró Katsa mientras escogía una manzana para ella.

—Soy más inquieto que mis hermanos. Pero es tan hermoso... Me refiero a mi castillo. Es el lugar más bonito al que regresar cuando quieres volver a casa. Se halla en lo alto de un acantilado, pero dispone de una escalera tallada en la roca que baja hasta el agua, y de miradores abiertos al mar, colgados al borde del acantilado. Da la impresión de que te caerás si te asomas demasiado. Al anochecer, el sol se pone en el mar y todo el cielo se pinta de rojo y naranja, convirtiendo el agua en una réplica. A veces, desde esos miradores, se ven grandes peces, peces de colores increíbles, que suben a la superficie y rondan de acá para allá. Pero en invierno las olas son altas y el viento sopla tan fuerte que te tira, y no puedes asomarte. Es peligroso. —De repente se levantó de un salto y se giró hacia la cama—. Abuelo.

«Los ojos que tiene en la nuca le han advertido de que el anciano ha despertado», pensó Katsa con sorna.

—Estabas hablando de tu castillo, muchacho —murmuró el anciano.

—¿Cómo estás, abuelo?

Rebosándole la mente de las cosas que le había contado Po, Katsa empezó a comerse la manzana al tiempo que oía la charla entre ambos. Ignoraba que existieran sitios en el mundo tan maravillosos que hicieran desear a una persona contemplarlos eternamente.

En ese momento Po se volvió hacia ella, y la antorcha colgada en la pared le acentuó el brillo de los ojos. Katsa se esforzó en respirar de manera acompasada.

—Contemplar cosas hermosas es una debilidad que tengo —dijo él—. Mis hermanos se burlan de mí por eso.

—Los muy bobos de tus hermanos no son conscientes de la fuerza que hay en las cosas hermosas —sentenció Tealiff—. Acércate, pequeña —le dijo a Katsa—. Déjame verte los ojos, porque me dan fuerza.

La amabilidad del anciano la hizo sonreír aunque lo que decía fuera una tontería. Se sentó al lado del anciano Tealiff, y éste y Po le contaron más cosas del castillo del joven, de sus hermanos y del Burgo de Ror, la ciudad construida en el cielo.

Capítulo 11

-¿Q
ué distancia hay entre el feudo de Giddon y Burgo de Randa? —le preguntó Po una mañana.

Estaban sentados en el suelo de la sala de prácticas y bebían agua mientras descansaban. Había sido una buena sesión. Po volvió el día anterior de una visita a Nordicia, y Katsa creía que el tiempo de separación les había venido bien a los dos, puesto que reanudaron los entrenamientos con una renovada intensidad.

—Está cerca —repuso Katsa—. A un día de viaje más o menos, hacia el oeste.

—¿Lo conoces?

—Sí. Es grande e impresionante. Giddon no suele ir allí a menudo, pero pese a ello se las ingenia para mantener el predio en buen estado.

—No me cabe duda.

Giddon había acudido a la sesión de ese día, aunque fue el único espectador y no se quedó mucho tiempo. Katsa no sabía la razón de que hubiera ido, ya que cuando asistía, parecía que se ponía de mal humor.

La joven se tumbó boca arriba y se quedó contemplando el alto techo. La luz entraba a raudales en la sala por los grandes ventanales orientados al este. Pero los días empezaban a acortarse y dentro de poco el viento soplaría frío; el castillo olería a la leña encendida en las chimeneas y las hojas crujirían bajo los cascos de su caballo cuando saliera a cabalgar.

Las últimas dos semanas habían sido muy tranquilas, y le habría gustado que surgiera una misión del Consejo; tenía ganas de salir de la ciudad y estirar las piernas. Se preguntó si Oll habría descubierto algo nuevo sobre el secuestro de Tealiff. A lo mejor se acercaba ella misma a Oestia a husmear en busca de información.

—¿Qué vas a contestarle a Giddon cuando te pida que te cases con él? —preguntó de improviso Po—. ¿Aceptarás?

Katsa se sentó erguida y lo miró de hito en hito.

—¡Qué pregunta tan absurda!

—¿Absurda? ¿Por qué?

En el semblante del lenita no había atisbo de una de sus habituales sonrisas, por lo que Katsa no creyó que estuviera de broma.

—¿Por qué diantre iba Giddon a pedirme que me case con él?

—Katsa, no hablarás en serio. —La joven lo miró con perplejidad y entonces él sonrió—. Pero ¿no te has dado cuenta de que Giddon está enamorado de ti?

La joven soltó un sonoro resoplido y le espetó:

—No seas ridículo. Giddon sólo vive para criticarme.

—¿Cómo puedes estar tan ciega? —exclamó Po, y su risa fue estruendosa—. Está locamente enamorado. ¿No ves lo celoso que está? ¿No recuerdas su reacción cuando te arañé la cara?

Una sensación incómoda empezó a crecer en las entrañas de la joven.

—No sé qué tiene que ver eso. Y, además, ¿cómo ibas a saberlo tú? Dudo que lord Giddon te eligiera como confidente.

—No —admitió Po entre risas—. Claro que no. Giddon me considera tan poco de fiar como Murgon. Supongo que cree que un hombre que lucha contigo como lo hago yo sólo puede ser un oportunista en el mejor de los casos, cuando no un malhechor.

—Te engañas. Giddon no siente nada por mí.

—No puedo hacértelo ver si tú te empeñas en lo contrario, Katsa. —Po se desperezó y bostezó—. De cualquier modo, yo en tu lugar pensaría en algún tipo de respuesta. Por si acaso se te declara. —Rió de nuevo—. Tendré que ponerme hielo en el hombro, como siempre. Yo diría que has vuelto a ganar, Katsa.

La joven se puso en pie de un brinco.

—¿Hemos acabado ya aquí? —preguntó.

—Supongo que sí. ¿Te ha entrado hambre?

Desestimó su comentario con un gesto de la mano, se marchó dejándolo tumbado boca arriba al sol que penetraba por los ventanales y se fue corriendo en busca de Raffin.

* * *

Katsa irrumpió como un ciclón en el laboratorio de Raffin. Sentados a la mesa con las cabezas muy juntas, éste y Bann examinaban un libro.

—¿Estáis solos? —preguntó. Ellos alzaron la cabeza, sorprendidos, y dijeron: —Sí...

—¿Giddon está enamorado de mí?

Raffin parpadeó y Bann la miró con los ojos abiertos como platos.

—Nunca me ha dicho nada al respecto —respondió Raffin—. Pero sí, creo que cualquiera que lo conozca diría que está enamorado de ti.

Dándose una palmada en la frente, Katsa farfulló:

—De todas las estupideces que... ¿Cómo va a...?

Se acercó a la mesa, se dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia la puerta.

—¿Te ha dicho él algo? —quiso saber Raffin.

—No. Ha sido Po. —Se giró con brusquedad hacia su primo—. ¿Y por qué no me habías dicho nada?

—Creía que lo sabías, Kat. —Raffin se apoyó en el respaldo de la silla—. ¿Cómo iba a pensar que no te habías dado cuenta? Te acompaña como escolta cada vez que algún asunto del rey te hace salir de la ciudad, siempre se sienta a tu lado en la mesa...

—Randa es quien decide dónde nos sentamos cada cual.

—Claro. Y lo más probable es que Randa sepa que Giddon espera desposarte —fue la respuesta de su primo.

Kat se aproximó otra vez a la mesa mientras se aferraba el cabello con fuerza.

—Pero esto es terrible. ¿Qué voy a hacer?

—Si te pide en matrimonio, dile que no. Le explicas que no es por él, sino porque has decidido no casarte, ni quieres tener hijos. Dile lo que haga falta para que entienda que tu negativa no se debe a nada personal.

—No me casaría con él ni para salvar mi vida. Ni siquiera para salvar la tuya. —Bien, muy bien. —A Raffin se le notaban las ganas de reír—. Olvidaré eso último.

Katsa suspiró y regresó una vez más a la puerta.

—Espero que no te moleste que te lo diga, pero eres la persona menos perspicaz que conozco, Katsa —comentó su primo—. Tu capacidad para no ver lo evidente es asombrosa.

La joven alzó los brazos al cielo y se dispuso a marcharse. De pronto, al ocurrírsele una idea turbadora, se giró y le soltó a Raffin:

—Tú no estarás enamorado de mí, ¿verdad?

Raffin se la quedó mirando unos instantes, estupefacto. Entonces estalló en carcajadas, así como Bann, aunque éste trató denodadamente de disimularlo tapándose la boca con la mano.

Katsa experimentó tal alivio que no se dio por ofendida.

—Vale, vale —dijo—. Supongo que me lo merezco.

—Mi querida Katsa, Giddon es tan apuesto... ¿Estás segura de que no quieres reconsiderar tu decisión? —comentó su primo.

Las risas de Raffin y Bann se intensificaron, y los dos jóvenes tuvieron que sujetarse las tripas. Katsa desestimó sus bromas con un ademán. Esos dos no tenían remedio. Dio media vuelta para marcharse de una vez.

—Esta noche hay reunión del Consejo —advirtió Raffin.

Ella alzó la mano para indicar que le había oído, y, dejando atrás las risas, cerró la puerta a su espalda.

* * *

—Casi no ha pasado nada que sea destacable en los siete reinos —informó Oll—. Pero hemos convocado esta reunión porque tenemos cierta información relativa al príncipe Tealiff a la que no le encontramos sentido, y esperamos que a vosotros se os ocurra alguna idea.

Bann asistía a esa reunión porque el anciano lenita se encontraba bastante bien para quedarse solo de vez en cuando.

Katsa se las había arreglado para que Bann, de torso y hombros fornidos, se sentara entre Giddon y ella; así el noble no tendría posibilidad de verla. Además, por si acaso, la joven también había interpuesto a Raffin entre ellos. Sentados enfrente de ella se hallaban Oll y Po, éste recostado en el respaldo de la silla.

Así las cosas, los relucientes ojos del príncipe siempre estaban dentro del límite visual de Katsa, mirara donde mirara.

—La información que nos dio lord Davit era correcta —iba diciendo Oll—. Ni Nordicia ni Elestia saben nada sobre el secuestro; ninguno de los dos reinos tuvo nada que ver. Y estamos casi seguros de que el rey Birn de Oestia también es inocente.

—Entonces, ¿podría tratarse de Murgon? —preguntó Giddon.

—¿Con qué motivo? —argumentó Katsa.

—No tiene ninguno —dijo Raffin—. Claro que los otros tampoco lo tienen. Es el inconveniente con el que tropezamos: no existe un motivo evidente para que alguien haya llevado a cabo semejante acción. Ni siquiera a Po, el príncipe Granemalion, se le ocurre alguno que sea verosímil.

El príncipe lenita asintió con la cabeza y aclaró:

—Mi abuelo sólo es importante para su familia.

—Además, si alguien tuviera como objetivo provocar a la familia real lenita, ¿no se sabría a la larga? De otra forma, esa demostración de fuerza no tendría sentido.

—¿Ha contado algo más Tealiff ? —preguntó Giddon.

—Ha explicado que primero le vendaron los ojos y lo drogaron —contestó Po—. Al parecer pasó mucho tiempo en una embarcación, pero el viaje por tierra fue más corto en comparación, lo que sugiere que los secuestradores lo llevaron hacia el este desde Lenidia, probablemente a uno de los puertos emeridios del sur. Después enfilarían hacia el norte a través de los territorios boscosos, hasta Burgo de Murgon. Mi abuelo dice que cuando les oyó hablar, le pareció que el acento era sureño.

—Eso apunta a Meridia y a Murgon —manifestó Giddon.

Pero no tenía sentido. Ninguno de los monarcas tenía un motivo para secuestrarlo, y Murgon, menos que nadie. Él trabajaba para otros y sólo movido por el dinero. El Consejo en pleno lo sabía.

—Po, ¿existe alguna desavenencia entre tu abuelo y tu padre, con alguno de tus hermanos o incluso con tu madre? —inquirió Katsa.

—Ninguna, estoy seguro.

—No comprendo por qué está tan seguro —arguyó Giddon.

Los ojos de Po destellaron al mirar al noble, y él le dijo:

—Tendrá que fiarse de mi palabra, lord Giddon. Ni mi padre, ni mis hermanos, ni mi madre, ni ninguna otra persona de la corte lenita estuvieron involucrados en el secuestro.

—La palabra de Po le basta al Consejo —afirmó Raffin—. Si no fueron Birn, ni Drowden, ni Thigpen, ni Randa, ni Ror, sólo queda Murgon.

—¿Ningún miembro del Consejo ha pensado que podría haber sido el rey de Monmar? —planteó Po.

—¿Un monarca notorio por su bondad con animales heridos y niños perdidos sale de su aislamiento para secuestrar al anciano padre de su esposa? Un tanto inverosímil, ¿no le parece? —comentó Giddon.

—Se han hecho indagaciones y no se ha averiguado absolutamente nada —terció Oll—. El rey Leck es un hombre amante de la paz. O ha sido Murgon, o alguno de los reyes guarda un secreto que ni siquiera conocen sus propios espías.

—Puede que haya sido Murgon o puede que no —intervino Katsa—. En cualquier caso, él conoce al responsable. Y si Murgon sabe quién es, los más cercanos a él también lo saben. ¿Por qué no buscamos a alguien de su camarilla? Yo podría hacerle hablar.

—Tendría que revelar su identidad, mi señora —argumentó Oll.

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