Goma de borrar (43 page)

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Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
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Cobre se levantó y la sujetó.

—Mamen, te prometo que te las he dicho todas. No hay ninguna más. Te lo juro... te lo juro por mi madre... —acabó diciéndole, mirándola a los ojos, intentando convencerla con aquella mirada.

Ella, con cara de rabia, aguantó su mirada. Cobre seguía sosteniéndola por un brazo y ahora la soltó y le habló mirándola con franqueza a los ojos.

—He cambiado y no quiero volver a ser el de antes. No te miento, te lo juro —le dijo, manteniendo la vista en los ojos de la chica—. Te he dicho todas las chicas con las que he estado. No quiero engañarte más. Quiero ser sincero contigo y compartirlo todo contigo, sin ningún tipo de engaño. He visto que realmente te quiero y no quiero que haya más mentiras entre nosotros. No quiero acabar como la mayoría de parejas con engaños por aquí y engaños por allá y al final convivir como desconocidos. De verdad, las he dicho todas —acabó diciendo, en un tono suplicante.

Pero Mamen seguía irritada y lo miraba sin creerse nada de lo que le estaba diciendo.

—¡No las has dicho todas! —explotó finalmente, soltando el bolso, el paraguas y el abrigo sobre un sillón, sentándose nuevamente, esta vez sobre uno de los brazos del sofá—. ¡Siéntate! —le ordenó.

Cobre, mirándola extrañada, se sentó en el sofá.

— Y en la fiesta de Alain, ¿qué? —preguntó entonces Mamen, cruzando sus brazos.

—¿Qué fiesta de Alain?

—La fiesta de disfraces de Alain —le recordó, con cara de enfado.

—No fui.

—Ah, ¿no fuiste? —dijo ella, sonriéndole—. Me dijiste que habías ido y que te marchaste a las ocho —le recordó.

—Era mentira.

—Claro, otra mentira.

—Tuve que ir a Barcelona, a vender la cocaína de Johan.

—Ya, a Barcelona... Y el gorila que había en la fiesta era san Pancracio bendito, ¿no? —soltó ella cantarinamente.

Cobre no respondió y patidifuso se la quedó mirando con unos ojos grandes como platos, pero no de los normales sino grandes como los platos de un restaurante fashion.

—¿No me digas que tú eras la cerilla roja? —preguntó sorprendido.

—¡Aaah! Enhorabuena, parece que vas recuperando la memoria —dijo ahora ella, satisfecha de esta respuesta—. Pues sí, la cerilla roja era yo. La puta que te follaste y que salió corriendo era yo, para que te enteres.

—¡Joder! —alcanzó a decir Cobre, poniéndose una mano sobre la cabeza.

—Sí, me jodiste... y con ganas —dijo entonces ella, poniéndose las suyas en jarras sobre la cintura. Luego añadió sarcásticamente—: Claro, pensabas que follabas con otra... y eso te pone cachondo... —Luego, en un tono de rabia contenida, expresó—: Aquí, en tu casa, o en la de mis padres, nunca volviste a follarme así... de aquella manera... Claro, sólo follas así con las otras —acabó diciéndole.

Cobre se había quedado pasmado. No podía creer lo que escuchaba y la miraba boquiabierto sin poder articular palabra, mientras ella se ponía de pie y seguía hablando, ahora con un tono claramente despectivo.

—Qué patético estabas, Cobre... haciendo el idiota bailando en medio... en medio de todas... las guarras esas... Aaah, Aaah, Uuhhh, Uuhhh —imitó al gorila dándose golpes en el pecho, mientras él la contemplaba estupefacto, con los ojos saliéndosele de las órbitas—. Estabas patético, Cobre, francamente patético... —Hizo una pausa mirándolo y sopló resignada— y todo el mundo riéndose de tus monadas de chimpancé de manicomio con aquel ridículo pene de plástico entre las piernas... —siguió su monólogo, ahora poniéndose su paraguas plegable en su entrepierna, caricaturizando los movimientos que hacía el gorila con su pene—. Aaah, Aaah, Uuuhh, Uuuhh... —imitó los obscenos movimientos del gorila—. Y con todos nuestros amigos mirando cómo hacías el idiota de aquella manera... Aaah, Aaah, Uuuhh, Uuuhh... —siguió representando al gorila con el pene, mientras Cobre, con ganas de mutar, seguía mirándola con la boca abierta—... y hablas de contarlo todo... —acabó por fin, soplando, allí de pie, soltando el paraguas sobre el sofá, dándose por vencida en su intento de arreglar la relación.

—Mamen, el que iba de gorila no era yo —dijo al fin Cobre—. Yo me había tenido que ir a Barcelona. Le había prestado el disfraz a Juanjo —le explicó, mirándola todavía sin asimilar lo que suponía. Luego, después de un breve espacio de silencio, siguió—: Mamen, follaste con Juanjo, no conmigo —le acabó diciendo.

Mamen, tratando de racionalizar lo que acababa de escuchar, pero sin creerlo, se giró, mirándolo.

—¿Ahora quieres decirme otra mentira? ¿Por qué no quieres reconocer que eres un mentiroso incorregible? —dijo, buscando su reacción.

—El que iba de gorila era Juanjo... Yo no fui a aquella fiesta... Le presté el disfraz... Créeme, Mamen, follaste con Juanjo, no conmigo —acabó diciéndole Cobre, poniéndose la mano sobre la frente y tirándose atrás en el sofá.

—¡No! No es verdad —dijo, pensando seriamente en esa posibilidad.

—Sí, lo es —dijo él asintiendo, resignado.

—¿Te lo inventas? —preguntó, medio creyéndoselo.

Esta vez no dijo nada.

—Cobre, no jodas —le dijo Mamen, viendo que no reaccionaba, ahora mirándolo con los ojos completamente abiertos.

—No jodo. No te jodí yo —habló esta vez—. Yo había tenido que ir a Barcelona. Fue Juanjo. Al día siguiente me explicó que se tiró a una chica que iba disfrazada de cerilla roja —imitó seguidamente la voz de Juanjo—: Uaa ennyyyaa ojja.

—¡¡Ah!! —exclamó Mamen, dejándose caer en el sofá, aturdida, mirándolo.

De nuevo se hizo un largo silencio que ella rompió, como despertando.

—No hay que decir nada —dijo Mamen, esta vez con su voz normal.

—Tito te vio.

—¡No!

—Sí.

Se hizo otro silencio. Esta vez lo rompió Cobre.

—Me contó hasta los detalles. Dijo que estabas así —expresó Cobre levantándose del asiento, imitando la postura que le había explicado Tito, en la que Mamen estaba apoyada, arqueada de espaldas, con las manos encima de un mueble—. Me explicó que estabas con las piernas abiertas, la blusa o lo que llevases hasta el cuello. Las tetas sueltas y te iban para arriba y para abajo. ¡Doingdoing! ¡Doing-doing! Como echando las campanas al vuelo, es lo que me dijo literalmente.

Mamen estaba muy avergonzada. Con una mano se tapaba la boca.

—¿Es verdad? —preguntó Cobre, a continuación.

Mamen no respondió, estaba mirándolo colorada y del todo aturdida.

—Un amigo suyo también te vio —añadió luego.

—¡No!

—Sí.

—¡Qué vergüenza! —dijo ahora, tapándose la cara con las dos manos.

—No saben que eras tú.

—No hay que decir nada —dijo ella, sacándose las manos del rostro, mirándolo— Nada de nada, a nadie. Nunca. ¿Vale? —añadió, sentándose a su lado en el sofá.

Durante unos instantes, Cobre no respondió.

—¡Jondia, Mamen! Menuda hiciste —le recriminó.

—¿Y tú qué? Fue por tu culpa. Fuiste tú quien empezó a engañarme con otras. Te acostaste con once mientras salíamos juntos —le reprochó.

Empezaron a discutir. Que si tú esto, que si tú lo otro. Que si tú siempre, que si tú nunca. Al cabo de un rato, se sosegaron.

Cobre le preguntó si quería seguir con lo de la goma de borrar y Mamen le respondió que sí.

—Te toca a ti, pues. Sé que tuviste un rollo con un italiano en Cadaqués. Tito me lo contó el mes pasado. ¿Follaste con él?—empezó a preguntarle.

—Sí

—¿Te gustó?

—Yo no te he pedido detalles.

—¿Cuántas veces lo hiciste?

—¿Importa el número? —preguntó ella. Luego puntualizó—: Tres veces.

—¿En un solo día?

—En un fin de semana. Dos veces el sábado y una el domingo.

—Buen promedio —dijo, imitando el sarcasmo que había utilizado ella—. ¿Hubo alguno antes que éste?

—No. Desde que empezamos a salir, ésta fue la primera vez... y todo debido a tus infidelidades; empezaste tú a engañarme... recuérdalo.

—Vale, tienes razón —reconoció—. ¿Y después?

—¿En orden cronológico?

—¿Ha habido varios, pues? —dijo Cobre, con retintín.

Ella se sintió ofendida por el tono.

—Fue por tu culpa —le espetó con rabia—. Tú empezaste con la chica del
pub
. Lo del italiano fue por culpa de lo del Hotel Princesa Sofía, con lo de la puta esa que sorteasteis… y lo que más me dolió fue ya a partir de lo del gorila —hizo una pausa pensando—. Por cierto, aprovechando que hablamos de ello. ¿Era verdad lo que dijisteis que sucedió aquella noche del Princesa Sofía con la tal Julia?

—No. No era verdad... Pero no hicimos nada. Lo que te dije antes de la puta que salió corriendo pasó aquella noche —le explicó—. Bueno, en realidad fueron tres las putas que salieron corriendo —rectificó, mientras ella sin comprender le miraba sorprendida.

Cobre le explicó lo sucedido con los cohetes que había lanzado Santi y la marimorena y la marirrubia que causaron en aquel hotel, así como el motivo de aquella reunión.

—Interesante. Intentos de orgías, además —comentó Mamen.

—Bueno, sigamos —quiso cambiar Cobre de tema para seguir en la posición de preguntar y no en la de tener que responder—. Sigue explicando, ahora te toca a ti contarlo todo. ¿Conozco a alguno de los chicos con los que has ido?

—No. Al menos he sido más discreta que tú.

—Bueno, eso es un decir. Lo del gorila no fue muy discreto, precisamente.

Mamen no le respondió.

—¿Cuántas veces me has sido infiel?

—¿Con chicos o con chicas?

—¡...!

—Es broma. En total me he acostado con cuatro chicos mientras salíamos juntos.

—¡Joder! —exclamó Cobre poniéndose una mano en la boca.

—A mi también me gusta el sexo… y si tu lo hacías… —añadió componiendo una expresión de circunstancias.

—¿Después del italiano quién fue el siguiente?

—Fue después de la fiesta de Alain. En marzo, fue un desquite por lo sucedido en aquella fiesta de disfraces. —Hizo una breve pausa—. Bueno, en realidad por lo que pensaba que había sucedido. Fue con un chico de clase, después de una cena que se organizó. Un polvo rápido en su casa.

—¿Sentiste que me engañabas?

—No. Sentí que me vengaba, igual que con el italiano. Si tú lo hacías con cualquiera, yo también podía hacerlo. No soy de piedra.

—¿Qué sentiste haciéndolo con otro?

—Yo no te he pedido detalles. No vayamos por ese camino. Borrón y cuenta nueva, dijiste.

—De acuerdo. ¿Hubo algún otro?

—Sí. Ese mismo mes. Cuando fuimos a esquiar a Baqueira- Beret por Semana Santa. Fue con un monitor de esquí que daba clases a una amiga. Lo encontramos luego en la discoteca Pachá. Lo hice en su apartamento, en una especie de fiesta, con más chicos y con las otras chicas.

—¿Una orgía? ¿Todos juntos? —se sorprendió Cobre.

—Todos juntos, la fiesta. No el polvo.

—¿Belén también hizo algo?

—¿Te interesa mucho?

—No, sólo era curiosidad.

—Lo hizo con otro monitor, pero fue al día siguiente.

—¿Y tú volviste a hacerlo?

—Yo también, pero con el mismo.

—Ya, repitiendo. ¿Lo hacía bien, supongo?


No comment
—respondió ella en inglés.

—¿Algún otro? —preguntó Cobre.

—Sí, también en Baqueira. El último día.

—Caray con el esquí. Hicisteis ejercicio físico, por lo que veo.

—Ji, ji, ji —rio ella.

—Sí, ríete —dijo Cobre, mosqueado.

Mamen apagó la sonrisa.

—¿Y quién fue esta vez el afortunado?

—Otro profesor de esquí, en su apartamento.

—Daban clases extra gratis, por lo que veo. ¿Cuántas veces con éste?

—Dos. Una por la tarde y otra por la noche.

—En la nieve no sé si llegasteis a esquiar, pero por lo que veo si en la cama —ironizó—. Bueno, sigue.

—Ya están todos.

—¿Y no hubo nadie más?

—No. Pero tú once veces, yo cuatro.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que me has sido infiel siete veces más que yo; sólo dejarlo claro.

—Seis, contando a Juanjo —rectificó el número Cobre.

Seguidamente hablaron de lo que habían hecho después de la noche de Halloween. Él le dijo que este tiempo no había tenido ninguna relación, y Mamen le explicó que sólo hubo otro chico, el que había visto en el Chic con ella.

—¿Por qué lo dejaste? —le preguntó Cobre.

—No tenía mucha vida, digamos —respondió simplemente Mamen.

Después, conversaron largamente sobre su relación de pareja. Que si esto, que si lo demás... Que si tú siempre miras a las chicas...

—Lo hago para saber lo guapa que eres —le respondió Cobre, sin que ella le creyera del todo.

Se adentraron así en el complicado contraste entre mujeres y hombres. La atracción, el afecto, el apasionamiento. Continuaron con los aspectos sexuales de su relación y aunque no llegaron a las ya tan comunes frases de que «mis orejas no son dos manillares», no anduvieron muy alejados de ellas. Así, aclarando las espinosas polémicas que fueron saliendo, pasaron a las cuestiones del puedo prometer y prometo y seguidamente a las del debemos y las del deberíamos. Debemos ser como amigos en nuestra relación, propuso Cobre. Amantes incondicionales, sugirió Mamen. Deberíamos poder decirlo todo, sin escondernos nada, todas nuestras fantasías, incluyendo las sexuales, dijo ella al final de la conversación, antes de darse un amoroso abrazo de reconciliación.

(Tiempo actual)

Azucena había estado prestando mucha atención a Cobre y lo que escuchó le había agradado.

—Interesante —dijo la andaluza, removiendo pensativamente el café con la cucharilla—. Quizás podría probar a hacer eso con Emma y contárnoslo todo. La conocería mejor y ella también a mí. Si no va, no va. Al menos lo habríamos intentado. «Quien hace lo que puede, no puede obligarse a más», que decía mi padre.

—A nosotros, nos ha servido, pero supongo que cada pareja es un mundo.

—Sí. Pero me ha gustado la idea —reconoció la chica.

—Ahora realmente estamos muy bien. Nos lo decimos todo. Ya no escondemos nada. Incluso si yo miro a una chica, ella ya no se enfada como antes. Ahora sabe que no lo hago para engañarla, sino porque se me va la mirada. A los chicos nos sucede eso con las chicas.

—A mí también —dijo Azucena, riéndose los dos.

—Bueno, igual que si ella mira a un chico, yo no me mosqueo. Ella me dice que es atractivo y punto. Siempre dice que es difícil ver chicos atractivos... que no sean gays —aclaró, haciendo reír a su amiga.

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