Girl 6 (23 page)

Read Girl 6 Online

Authors: J. H. Marks

BOOK: Girl 6
12.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

Girl 6 hubiese preferido cualquier extravagancia sadomasoquista, algo totalmente imaginario.

La exhausta operaría del telesexo se dio un leve masaje en las sienes y miró por la ventana hacia la noche. Veía pasar hombres y mujeres solitarios. Vio a una pareja y a unos niños, personas que irían a hacer las cosas más cotidianas.

Por lo menos, se dijo Girl 6, la llamada de Wojowski no sería aburrida.

Oyó sonar el teléfono del rellano. La operadora seguía dándole instrucciones acerca de Wojowski.

—Quiere que la niña sea negra y que hable inglés con fuerte acento.

Girl 6 oyó de nuevo las risas y los aplausos grabados. Su cómica travestí negra Esmeralda acababa de caer en la cuenta de lo que tenía que hacer. Puso unos ojos como platos y expresión de abatido candor al encendérsele la lucecita.

—¡Eh! ¡Despierte! ¿Se entera de lo que le digo? —le espetó la operadora con perceptible crispación.

—Sí, mujer, sí. La escucho.

—El prefijo del cliente es el 818...

Llamaron insistentemente a la puerta y Girl 6 se distrajo al anotar el número. Aporreaban la puerta con tal violencia que la operadora lo oyó.

—¿Se puede saber qué ocurre en su casa? —preguntó la operadora.

—Nada —contestó Girl 6, que terminó de anotar el número, resuelta a ignorar a quien llamase de modo tan impropio.

Girl 6 empezó a marcar el número del cliente de Pasadena y, mientras lo hacía, se concentró en su personaje, dispuesta a satisfacer los deseos de Gregory Wojowski.

La conversación duró casi una hora. Cuando al fin Gregory Wojowski llegó al orgasmo y colgó, Girl 6 había ganado un buen dinero. Satisfecha por la rentable llamada, Girl 6 se quitó los auriculares y oyó que seguían llamando a la puerta.

Después de lo que la adolescente de Pasadena acababa de sufrir, a Girl 6 ya no le asustaba nada. Nada iba a sorprenderla. Nada iba a acobardarla.

Girl 6 abrió la puerta e irrumpió un airado Jimmy.

—¿Estás sorda? Hace una hora que aporreo la puerta.

Girl 6 tenía que haber supuesto que era su vecino.

—Estaba ocupada —dijo ella.

Jimmy dejó a un lado la diplomacia y fue derecho al grano.

—Pues..., ¡de eso precisamente me quejo! Ya me gustaría saber a mí cómo fue lo de tu ex. ¿Piensas volver con él?

—Nunca miro atrás, siempre hacia adelante.

—De acuerdo. Sé que te debo dinero y que no tengo trabajo pero, ¡ya está bien de ese puñetero teléfono! Ahora ya ni siquiera hablamos.

Girl 6 estaba demasiado cansada para justificarse. ¿Qué se había creído Jimmy? ¿Qué había hecho por ella? Se había portado como una amiga y él no correspondía en la misma medida. No lo necesitaba. Tenía otras amistades. Tenía su propia vida fuera de aquel apartamento.

Jimmy no hacía más que vivir casi enclaustrado. Se limitaba a leer la sección deportiva de los periódicos y elucubrar sobre sus hipotéticos tesoros.

Girl 6 se había esforzado por mantener una relación amistosa porque le daba lástima. No iba a tolerar que un tipo, que era poco más que un conocido, se permitiese hacerle reproches.

—A ver si te enteras de una vez, Jimmy. Yo cobro por hablar. Y no me puedo permitir el lujo de hablar de bobadas gratis en horas de trabajo.

Pese a todas sus trapazas y fantasiosos planes, Jimmy no carecía de cierto sentido de la realidad. Quizá no supiera adonde iba, pero solía tener muy claro dónde estaba.

Jimmy no podía creer lo que acababa de oír decir a una chica que había sido un verdadero encanto con él. No podía creer que sus ratos de convivencia —y, sobre todo, el tiempo que pasaban con las caracterizaciones de Girl 6— significasen tan poco para ella.

Jimmy comprendió que la situación no tenía salida, que Girl 6 ya no era ella, que se hundía en la degradación por culpa de la línea erótica.

—¿A una conversación normal entre dos amigos lo llamas tú hablar de bobadas? —dijo él.

Antes de que Girl 6 pudiera replicarle, Jimmy fue hacia el tocador y arrancó una carta pegada a una fotografía de Dorothy Dandridge. Jimmy la leyó sin dejar de menear la cabeza. ¿Qué hacía aquella carta pegada allí? ¿Es que no se daba cuenta de que era algo irreal?

—«Querida señorita Lovely» —leyó Jimmy en su tono de voz más candoroso—. «Soy muy chiquitín y no quiero ir a la cama porque tengo hambre. Anda, mamita, échame un chorrito de la caliente leche de tus pechos a mi bol de congelados copos. ¡Están buenísimos! Con el amor de Tony
el Tigre.»

Girl 6 miró a Jimmy con expresión desafiante y él la fulminó con una mirada que venía a decir «¡Tú bromeas!»

Ella no sabía qué decir, no encontraba una réplica adecuada para hacerlo callar. No podía, porque ella sabía perfectamente que la carta respondía a algo irreal. No pudo enfadarse y acabó por echarse a reír.

Jimmy también se rió. No sólo por lo ridicula que era aquella carta, sino al ver que se había disipado la tensión entre ellos. Si Girl 6 no llega a convenir en la ridiculez de aquel «Tony
el Tigre»,
y de su «¡Están buenísimos!», habría llegado a la conclusión de que su vecina estaba irremisiblemente perdida.

Aunque no todo pareciese perdido, Jimmy no se quedó ni mucho menos tranquilo. Tenía que hacer lo que fuese para devolverle a Girl 6 el sentido de la realidad.

—Bromas aparte, no me sorprendería que tuvieses más de un orgasmo con esas llamadas..., señorita Lovely.

¿Qué se habrá creído éste?, pensó Girl 6. ¿Por qué tenía que aguantar que le diese la paliza? Aunque fuese verdad que ella se engañaba en muchos aspectos de su vida, Jimmy se engañaba respecto de su relación con ella.

—En eso te equivocas. Sé muy bien lo que es real y lo que no lo es. De lo que no estoy tan segura es de que lo sepas tú.

CAPÍTULO 25

Girl 6 dedicó gran parte de la noche a pasear por la parte alta de Manhattan.

Entre la llamada del pedófilo de Pasadena y su discusión con Jimmy, había acabado tan crispada que necesitaba salir de casa. Si sólo se hubiese tratado de la llamada, o de la discusión con su vecino, lo habría encajado mejor. Pero dos cosas tan exasperantes casi al mismo tiempo la habían puesto fuera de sí.

Necesitaba respirar aire fresco y sentirse entre la gente normal.

No se detenía a mirar escaparates. No se fijaba en los coches ni en los edificios. Sólo observaba los rostros de los viandantes con los que se cruzaba. Reconoció a algunos de su barrio. No sabía quiénes eran exactamente. Sólo los conocía de vista. Pero el simple hecho de que le resultasen familiares hizo que se sintiera menos sola.

Sin embargo, cuando se hubo alejado varias manzanas de su calle, los rostros que veía resultaban menos tranquilizadores. Y, aunque sabía que no era nada fácil, buscaba entre la gente el rostro de algún vecino. Cuando comprendió que era muy improbable dar con ninguno, Girl 6 optó por buscar rostros que la mirasen de un modo amistoso o respetuoso.

La mirada neoyorquina —vista al frente a un invisible punto de la «media distancia»— empezó a minar la confianza de Girl 6. Mucha gente, pero nadie capaz de asegurar que ella era una ciudadana decente; ni una leve sonrisa ni la más superficial mirada.

Girl 6 se sintió destemplada, deprimida y furiosa.

Siguió a pie hacia el barrio de Lil. Alzó la vista y vio que había luz en las ventanas de la nave del sexófono. Subiría a ver a Lil y a sus ex compañeras. Nada más agradable que una bienvenida, aunque hiciese poco que se había marchado.

Como en lo económico le iba muy bien, decidió subir con algunos obsequios para agradecerles a sus compañeras lo amables que habían sido con ella, y para que viesen que salía adelante.

Entró en el quiosco del hindú y le pidió al «salido» propietario de The Pearl of Bombay varios cartones de cigarrillos. Le sorprendió la deferente actitud con que la acogió el quiosquero. Había supuesto que se entusiasmaría al verla de nuevo, y que no dejaría escapar la ocasión de tirarle los tejos otra vez.

Le sorprendió que no la invitase a pasar las vacaciones juntos, ni a casarse con él, ni a echar un polvo rápido en el camastro de la trastienda.

El hindú se limitó a anotar diligentemente las marcas de cigarrillos que le había pedido.

Girl 6 vio que el cartel que decía «Cuidado con el ladrón», con fotografía incluida, seguía donde estaba. Le irritó ver el cartel, pero como el hindú la atendía del modo más educado, no tuvo excusa para dar rienda suelta a su malhumor.

Cuando ya se disponía a salir, descubrió la razón del modoso comportamiento del quiosquero. Su esposa acababa de salir de la trastienda y estaba junto a él tras el mostrador. Cuando vio que la esposa le sonreía, Girl 6 decidió aprovechar la oportunidad para escarmentar al quiosquero.

—¿Todavía quiere llevarme de pesca? —le preguntó.

El hindú la ignoró y siguió llenando una bolsa de plástico con los cartones de cigarrillos que le había pedido.

La esposa miró a Girl 6 como si estuviese loca.

—¡Vamos! ¿No irás a hacerte el despistado ahora? —le espetó Girl 6 crispada.

—Está chiflada —le dijo el quiosquero a su esposa.

La hindú había visto pasar por allí a tanto lunático que asintió con la cabeza, sin dudar de su marido.

La esposa del quiosquero odiaba Nueva York. Nunca creyó que el dinero que ganaban con el quiosco les compensase de verse separados de sus familiares de Bombay.

Girl 6 midió con la mirada al quiosquero, encantada de verlo tan violento. Notó que temblaba por dentro, temeroso de que insistiera en el tema, de que Girl 6 diese más detalles sobre sus pasadas conversaciones.

Girl 6 no pensaba callarse.

—¡Ah, vaya! Ahora ya no quiere casarse conmigo. ¡Como si no me conociera! ¡Menuda cara!

La esposa del quiosquero empezaba a mosquearse. Notó que su esposo no reaccionaba con la misma despreocupación que con otros chiflados que pasaban por allí.

—¿Quién es esta señora? —preguntó la esposa.

El quiosquero no veía el momento de que Girl 6 saliese del quiosco. Estaba furioso consigo mismo para haber hablado con aquel putón. Las putas siempre acarreaban problemas. Las esposas terminaban por enterarse. Tendría que ser especialmente amable con ella durante unas cuantas semanas para que le pasase «aquélla». O quizá..., no tenía por qué ser amable. No lo veía muy claro. Lo que sí veía claro era que tenía que quitarse de encima a Girl 6 por la vía rápida.

—¿Que quién es? ¿Quién va a ser? ¡Vamos! Coja los cartones y lárguese de aquí. ¡Chiflada! ¡No quiero ni su dinero!

Girl 6 cogió los cartones, le guiñó el ojo al quiosquero de modo que su esposa lo viese y enfiló hacia la puerta.

La quiosquera sabía que su esposo no daba gratis ni la hora; ni siquiera a la familia. Además lo conocía lo bastante como para sospechar que algo debía de haber entre él y aquella mujer. ¿Por qué, si no, iba a regalarle tantos cartones de cigarrillos para quitársela de encima?

Antes de trasponer la puerta, Girl 6 se dio la vuelta y se alegró al ver que la esposa del quiosquero empezaba a montarle un escándalo.

Girl 6 salió muy satisfecha hacia la oficina de Lil.

No había notado que el ladrón la seguía desde hacía un buen rato.

El ladrón la había visto hacía cosa de media hora. Decidió seguirla hasta encontrar el momento oportuno de dejarse ver. Estuvo tentado de entrar tras ella en The Pearl of Bombay, pero desistió al pensar que el quiosquero lo iba a reconocer.

El ladronzuelo estaba furioso. ¿Por qué unos tendrían tanto y otros tan poco? ¿Por qué no podía él tener dinero, comida y... sobre todo, por qué no podía tener a aquella chica?

El mundo era una mierda y, puesto que no tenía lo que necesitaba, tendría que conseguirlo como fuese. ¿Dad y recibiréis? Él prefería hacerlo al revés.

El ladrón la seguía sigilosamente, con rostro triste y cansado. Aunque era consciente de haberlo estropeado todo con ella una vez, confiaba en encontrar el medio de arreglarlo. Incluso pensó en robar algo bonito para regalárselo, pero sabía que eso ya no iba a funcionar con Girl 6.

Como el ladrón no sabía adonde iba Girl 6 decidió acercarse a ella. Lo invadió un fantasioso optimismo que lo convenció de que en esta ocasión conseguiría robarle... el corazón. Aunque hacerse el gracioso tampoco iba a funcionar. Tendría que cambiar de táctica. Pero no sabía cuál seguir.

Girl 6, por su parte, sabía que nunca iba a conseguir que el ladrón se enmendase. Cuando creyó poder cambiarlo, él se dedicó a jugar con ella. En realidad, incluso él llegó a creer que sería capaz de cambiar por su amor.

Cuando el ladrón estaba a punto de llamarla, reparó en que se dirigía a la oficina de Lil y se ocultó en el portal contiguo.

En la oficina de Lil, Ronnie, el vigilante de seguridad, miró la pantalla de su monitor de vídeo y vio a Girl 6, que miraba directamente a la cámara.

—¡Soy la sexy Girl 6! —dijo ella sonriente.

Ronnie se alegró de verla, pulsó el botón y se levantó para recibirla. Vio por la pantalla que entraba en el edificio. Y también vio el demacrado rostro del ladrón, que miraba a la cámara contrariado, luego como perdido, después herido y, finalmente, frustrado.

Con las manos en los bolsillos de la chaqueta, el ladrón se mordisqueó el labio, frunció el entrecejo y se alejó.

Ronnie hizo pasar a Girl 6 y la observó al reencontrarse con sus ex compañeras. Girl 6 siempre le subía alguna cosa del bar o del quiosco, y coqueteaba con él lo justo para no acomplejado. De modo que Ronnie se alegró de verdad de que a Girl 6 pareciesen irle bien las cosas. Se había marchado casi de un día para otro y, que él supiera, no dejó aquel trabajo por algo mejor —ni para casarse, como Girl 19; ni para trabajar en el cine o en el teatro, como le decía siempre que quería hacer.

Lil les había dicho que Girl 6 se iba a tomar una temporada de descanso, que estaba agotada. Pero Ronnie llevaba en la empresa el tiempo suficiente para saber que «tomarse un descanso» nunca significaba nada bueno. Por eso, al verla ahora de nuevo, se dijo, que hubiese pasado lo que hubiese pasado, Girl 6 había conseguido superarlo. Y se alegraba de corazón.

Lil alzó la vista y vio a Girl 6 a través de la pared de cristal de su despacho. No se alegró tanto de verla como Ronnie. No porque la hubiese dejado plantada, sino porque no le parecía bien que las profesionales del sexo telefónico trabajasen desde sus casas. Sabía qué tipo de llamadas recibían. Había confiado en que cuando Girl 6 hubiese atendido a unos cuantos clientes desde su apartamento, no querría seguir y volvería a su empresa. No imaginaba que Girl 6 pudiera «forrarse» con su nuevo empleo; que no tenía intención de dejarlo. De manera que no iba a darse la menor prisa por salir a saludarla. No había razón para felicitarla. Sabía perfectamente cómo terminaban las mujeres que atendían ese tipo de llamadas.

Other books

Whatever You Love by Louise Doughty
Pharaoh by Jackie French
Silvertip's Trap by Brand, Max
Taming the Hunted by Larisa Anderson
When The Fur Flies by Kelliea Ashley
Dragon Sword and Wind Child by Noriko Ogiwara
Pastel Orphans by Gemma Liviero
Fallen by Susan Kaye Quinn
Feral Sins by Suzanne Wright