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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (21 page)

BOOK: Garras y colmillos
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A lo largo de este discurso, Sher, incómodo, había ido cambiando de postura.

—He pensado en lo que dices —dijo cuando su madre hubo terminado—. Pero no hay una diferencia tan enorme. Bon murió siendo digno, eso solo son dos rangos por debajo de eminente, y además, los Fidrak pensaron que era lo bastante bueno para su hija.

—Era la hija de una rama menor —interrumpió la Eminente.

—Solo hay dos clases que importen —continuó Sher haciendo caso omiso de su madre—. Los de noble cuna y los demás. No cabe duda de que Selendra es de noble cuna, y estoy seguro de que ni tú discutirías eso.

—No, desde luego que no —dijo la Eminente—. Pero querido…

—En ese caso, pertenecemos al mismo rango —dijo Sher—. No te preocuparías si quisiera casarme con la hija de un distinguido, ¿verdad?

—Por favor, espera hasta que la hayas conocido un poco más —le aconsejó la Eminente.

—Esa es mi intención. Todavía no he tomado la decisión de casarme con ella, en absoluto —mintió Sher. No quería hacer enfadar a su madre en estos momentos, quería convencerla poco a poco—. Esta conversación me ha inclinado más hacia ella que lo contrario, pero casarme con ella para demostrar que no albergo ningún convencionalismo de clase pasado de moda sería tan absurdo como negarme a casarme con ella porque sí lo albergo. —El joven sacudió la cabeza—. Me has preguntado si me estaba encariñando con ella y creo que te he respondido. Es posible.

—Sí, me has respondido —dijo la Eminente y suspiró—. ¿Era para enseñarle la cascada para lo que querías organizar la merienda?

—En parte —admitió Sher con una sonrisa hipnotizadora—. Pero los dragoncitos jamás han subido ahí y les encantaría la caverna. Empecé a pensar en ello y de verdad que quiero aprovechar esta oportunidad antes de que se hiele el agua. Podríamos invitar a un grupo grande, si quieres; a todas las doncellas bonitas en varios kilómetros a la redonda, una última celebración antes del invierno.

—Oh, muy bien —dijo la Eminente—. Pero te advierto encarecidamente que creo que esa chica sería una pésima elección. Mira un poco a tu alrededor antes de decidirte por Selendra.

—Lo haré —dijo Sher—. Gracias por la merienda. Es justo la clase de cosas con las que más disfruto. Invita a tantos dragones como quieras.

—Desde luego que pienso invitar a algunas doncellas más. Y por favor, préstales un poco de atención, no te pases todo el tiempo con Selendra.

—Seré cortés con cada una de ellas y las observaré muy de cerca; tú serás la primera en saberlo si entrego mi corazón para siempre —dijo Sher con otra sonrisa—. Pero intenta encontrar a alguna que no sea un completo carámbano. No sé qué te hizo elegir a Gelener Telstie, pero me resfrío cada vez que me acerco a ella.

—Oh, Sher, eres imposible —dijo la Eminente con una carcajada mientras despedía a su hijo con la mano.

34
La cascada

La Eminente había cumplido su promesa de formar un grupo grande. Dieciséis alegres y sonrientes dragones jóvenes partieron de la Mansión Benandi bajo el sol de la mañana. Había unas cuantas nubes sobre los picos más altos y el aire era frío. Con todo, el cielo lucía un maravilloso color azul. Si no fuera por el frío, casi podría haber sido altoverano. Sher llevaba la cesta con Gerin y Wontas colgando bajo él. La cesta era antigua, databa de los tiempos en los que el ferrocarril no estaba tan extendido. Felin se había preocupado pensando que quizá ya no fuera lo bastante sólida. Recordaba que a ella la habían llevado allí cuando llegó a Benandi. La probaron con cuidado. Sher se elevó sobre las dos patas traseras y dejó colgar la cesta de tal modo que los niños pudieran saltar en ella a menos de un metro del suelo. Por fin Felin se dio por satisfecha y los ató con cuidado para el vuelo.

Los otros dragones llevaban cestas de fruta. Sher había prometido que habría un poco de caza para complementarla, solo machos, todo garras y sin armas. (Penn, que había salido con la Eminente para despedir a los demás, tuvo la sensación de que eso iba por él y frunció el ceño.) En general reinaba el buen humor. Sher tenía razón, al parecer, todo el mundo quería un poco de emoción final antes de que llegaran las nieves. Los tocados de todos eran brillantes y veraniegos; varias doncellas llevaban incluso sombreros con largas serpentinas. Gelener le hizo una pequeña concesión al viento con su elección de sombrero y guardó las lentejuelas y los espejos danzarines para otra ocasión.

Era un vuelo de dos horas hasta las cascadas Calani. Y por esa razón Selendra se había negado a ir tan lejos un día normal, dando lugar a que Sher desarrollara toda la idea de la merienda campestre. El paisaje que atravesaron consistía en tierras altas y calizas, cortadas y disueltas aquí y allá por ríos que ya se habían desvanecido. Por todas partes, los huesos de la tierra sobresalían a través del fino suelo. Los serbales se aferraban a donde podían y más arriba había hileras de pinos. Brezo y tojos, ya moribundos, cubrían el suelo entre ellos. Selendra lo encontró inhóspito pero bello; sabía que Haner ansiaría dibujarlo.

Cuando llegaron a las cataratas, el sol seguía brillando aunque las nubes parecían mucho más cercanas y el frío más intenso. Se acercaron a las cascadas por el sur, volando hacia la caída de agua y el frente del acantilado, y dibujando luego un ángulo hacia el estanque y la pradera que había más abajo. El estanque era profundo. La cascada solo agitaba uno de los extremos, el otro estaba lo bastante liso para reflejar el cielo y los dragones voladores que dibujaban círculos antes de aterrizar.

—Tienes razón, es muy hermoso —le dijo Selendra a Felin cuando aterrizaron, las primeras después de Sher—. ¿Pero no te parece que volar con un grupo grande es menos divertido que con uno pequeño?

—Hay menos oportunidades de hablar, desde luego. Aquí es donde veníamos siempre a merendar —dijo Felin mirando con el ceño fruncido a Sher, que estaba sacando con mucho cuidado a los dragoncitos de la cesta un poco más allá—. No me imaginaba que fuéramos a venir hasta aquí otra vez este año.

—Sher parece capaz de hacerse un nudo por los dragoncitos —dijo Selendra mientras seguía la mirada de su cuñada.

—Cuando no le resulta demasiado inconveniente —dijo Felin—. Selendra… —se detuvo porque a Gerin y a Wontas los habían liberado de la cesta y venían corriendo hacia su madre y su tía. Sher se acercó paseando después, tras dejar la cesta vacía en la hierba.

—Vinimos volando —dijo Gerin—. ¿Nos viste, madre? ¿Nos viste, tía Sel?

—Lo podíamos ver todo extendido bajo nosotros, como en un dibujo —dijo Wontas.

Los otros dragones aterrizaron entre un torbellino de alas y se estiraron tras el largo vuelo. Gelener se estremeció un poco al mirar a su alrededor.

—Está muy vacío —dijo.

—La belleza se encuentra en la ausencia tanto como en lo que está aquí —dijo Sher—. Todavía no habéis visto la caverna. Está detrás de la cascada. Venid a verla.

—¿Caverna?

—Una cueva natural, no una casa. Es un lugar espléndido, primitivo y salvaje que se extiende kilómetros enteros bajo la roca, con estanques ocultos en las profundidades —dijo Sher—. Data de los tiempos en los que los dragones macho alargaban las cavernas con sus propias garras y sus esposas esperaban en casa para pulir el oro y las joyas que les traían ellos.

Gelener bajó el hocico para mirarlo.

—Creo que a la respetada Telstie le gustaría tomar un poco de fruta primero —sugirió Felin con tacto—. ¿Y no dijiste algo de una carne para acompañarla?

Sher sonrió.

—Te encontraré algo de inmediato —dijo. Despegó de un salto ante la mirada envidiosa de los dragoncitos y pronto todos los machos del grupo se habían elevado hacia las alturas.

—¿Qué crees que encontrarán? —preguntó Selendra levantando la vista. Sher era el más grande y el más bruñido. Sus escamas reflejaban el sol cuando volaba.

—Quizá un cerdo salvaje o, si tenemos suerte de verdad, un venado o dos —dijo Felin.

—Nada, con toda probabilidad —dijo Gelener—. Yo no vi nada al volar hacia aquí, aunque incluso por debajo de los árboles apenas hay espacio suficiente para poder cazar algo.

—¿Usted caza? —preguntó Selendra.

—Llevo cazando desde que aprendí a volar, con una lanza, por supuesto. Aunque después de casarme, creo que adoptaré el rifle y cazaré un poco con fuego real. A mi padre no le parece muy correcto en una doncella, pero yo estoy deseando probarlo. —Selendra se sintió aliviada al ver que Gelener sí que tenía algo en común con Sher, después de todo—. Creo que subiré a la propiedad de mi tío, en Alto Telstie, para la temporada de caza de este año. Va a alojar a un grupo de amigos durante toda la temporada. ¿Va a cazar allí, Felin o se internará en las auténticas montañas?

—Ya soy muy mayor para todo eso —dijo Felin mientras empezaba a desempaquetar la fruta.

Los ojos de Gelener se dispararon un poco sorprendidos. Selendra se hartó de repente de la conversación.

—Voy a llevar a los dragoncitos a dar un paseo junto al estanque —dijo.

Felin la despidió con un gesto.

—Nada de nadar hoy —les advirtió a los dragoncitos.

—Nos helaríamos —dijo Wontas muy solemne.

Había rastros de ciervo al borde del agua. La hierba estaba pisoteada y había huellas de cascos en el barro en un punto poco profundo. Selendra se las señaló a los niños, que de inmediato quisieron seguir las huellas y llevarse a los animales para comérselos.

—Podrían haber estado aquí hace días —dijo Selendra—. El tío Sher encontrará alguno arriba, en los riscos. —Los riscos que se cernían sobre ellos estaban formados sobre todo por pinos, con varios barrancos, perfecto territorio de caza a medida que empezaban a escasear los tojos, si es que había algún venado por allí. Ahora que había visto las huellas, y sabiendo que era demasiado pronto para el comienzo de la temporada oficial, a Selendra le parecía muy probable que encontraran algo.

Se oyeron gritos entre las dragonas en ese momento y Selendra, al levantar los ojos, vio que volvía el grupo de caza con triunfantes cuerpos en los brazos.

—Mira, ves —dijo Gerin estirando el cuello.

Selendra volvió andando al grupo, que estaba formado sobre todo por doncellas, así que la impresión general bajo los rayos del sol era de escamas doradas con el tono rosa de alguna novia en ciertos sitios. El color rosa más profundo de Felin, que estaba en el centro del grupo repartiendo fruta, era muy llamativo. No había sido tan obvio cuando partieron, con los tonos broncíneos y negros de sus esposos y hermanos mezclados entre ellas. Selendra se hizo algunas preguntas. ¿La Eminente le estaba ofreciendo a Sher algunas alternativas a la elegante pero glacial Gelener? ¿O era él quien estaba buscando una forma de huir?

Sher aterrizó con un venado sujeto entre las garras.

—Estuvimos ahí, bajo sus garras, así —dijo Wontas al tiempo que pinchaba a Gerin.

—Vinimos volando —informó Gerin a Gelener.

—Lo sé, yo también vine volando —dijo la joven—. Muy pronto tendréis alas propias e iréis volando a todas partes.

—Quiero ver la caverna ahora —dijo Wontas.

—Después de comer —les aseguró Selendra.

La partida de caza había conseguido dos venados y un cerdo salvaje adulto. Lo cual parecía apenas un bocado para un grupo de dieciséis dragones que habían hecho un vuelo tan largo, pero todo el mundo estuvo de acuerdo en que la comida sabía mejor bajo el cielo abierto; y era tan ingenioso por parte de Sher pensar en una comida campestre a finales de cambiodehoja… Algunos pensaron, y Gelener lo dijo, que deberían haber sido cuatro bestias, para permitirles comer a cada uno un cuarto de animal. Se las arreglaron con lo que tenían y se encontraron con que el hambre era una especia muy agradable.

A medida que comían, las nubes se fueron cerrando sobre ellos.

—Me temo que va a nevar —dijo Felin con pesar.

Algunos miembros del grupo a los que les esperaban largos vuelos a casa desde Benandi, o los que podían llegar a su hogar con más rapidez desde las cascadas sin tener que desviarse, decidieron irse en cuanto terminaron de comer. Cada vez se fueron uniendo más, hasta que al final solo quedaba el grupo de Benandi: Sher, Felin, Gelener, Selendra y los dragoncitos.

—Creo que nosotros también deberíamos irnos a casa —dijo Felin—. Esas nubes se están oscureciendo. Los dragoncitos podrían enfriarse mucho en la cesta si nos quedamos mucho tiempo.

—Tienes razón —dijo Sher con pena—. Qué pena que no hayamos tenido tiempo para asomarnos a la caverna. La próxima vez. Te traeremos aquí arriba en veranoverde, Selendra, así lo verás todo.

—Siento perdérmelo —dijo Gelener, pero su tono expresaba más bien lo contrario—. Bueno, si vamos a regresar, ¿no deberíamos salir ya?

Y fue en ese momento cuando descubrieron que Wontas no estaba.

—Debe de haber ido a ver la caverna —dijo Gerin con los ojos muy abiertos.

—¿Lo viste irse? —preguntó Felin.

—No —dijo Gerin, sus ojos eran versátiles estanques de falsedad.

—¿Cuándo se fue? —preguntó Sher. Pero Gerin se negó a dejarse presionar, dijo que creía que Wontas estaba justo a su lado, como todos los demás.

Estaba claro que no se podía hacer otra cosa salvo entrar en la caverna y encontrarlo. Felin se disculpó ante Gelener por el mal comportamiento de su dragoncito.

—Debería haberlo vigilado —dijo Selendra.

—Hace un frío terrible, pero por supuesto que debemos encontrarlo —dijo Gelener mientras daba todo tipo de señales de estar soportando unas terribles privaciones por el bien de los niños. A Selendra nunca le había caído bien, pero ahora empezó a detestarla.

Se dirigieron a la boca de la caverna. Como Felin y Sher ya sabían, la entrada era una gran habitación con varios túneles que se bifurcaban desde allí. La luz entraba a través de la cascada exterior, y aunque sí que parecía muy primitiva, no era demasiado emocionante en aquellas circunstancias. No había ninguna señal de Wontas, y el pequeño tampoco vino cuando lo llamaron.

—Es terrible, qué forma más desafortunada de perder un dragoncito —dijo Gelener mientras se preparaba para dar la vuelta.

Gerin aulló y se agarró a la pata de Felin. Esta bajó la cabeza y lo acarició con el hocico, luego se fue hundiendo poco a poco hasta que se encontró en posición supina sobre el suelo de la caverna.

—Haremos una búsqueda adecuada de Wontas —dijo Sher con impaciencia—. Puede irse a casa si así lo prefiere, Gelener.

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