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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (15 page)

BOOK: Garras y colmillos
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—No sé si eso los hace mejores o peores —dijo Avan entre fascinado y horrorizado.

—Oh, peores, viejo amigo, definitivamente peores. Pero se entiende por qué no los sustituye Hathor. Siempre pasa lo mismo con las viejas cosas de familia, tienes que aferrarte a ellas ya sean feas o hermosas, valiosas o sin valor; en realidad no le pertenecen a nadie, existen para dejarlas como legado a la siguiente generación. Nosotros tenemos muchas cosas así en Rimalin, en realidad un montón de tonterías, pero en cualquier caso yo no las tocaría.

—No, ¿cómo podría hacerlo? —murmuró Avan pensando que no podía ser tan duro cuando pasaba tanto tiempo en la ciudad, donde su casa estaba amueblada por completo con el estilo más moderno posible.

—Me pregunto si le gustaría venir a quedarse con nosotros en Rimalin una temporada. Este invierno, quizá, si pueden prescindir de usted en la Oficina de Planificación durante un tiempo…

Avan se quedó tan asombrado que fue incapaz de hablar durante un momento. Tenía muchos amigos en Irieth, sobre todo porque su trabajo exigía que se moviera en los lindes de los círculos políticos, pero jamás le habían invitado a una casa fuera de la capital. Había contado a Ketinar, la eminente Rimalin, entre sus amigos, pero su esposo jamás había sido tan directo con él. Estaba claro que la muerte de su padre había cambiado su posición de forma que todavía no había podido evaluar.

—Me encantaría —tartamudeó—. Si puedo escaparme.

—Haré que Ketinar le envíe una invitación formal, válida para cualquier momento en que le sobren unos cuantos días—dijo Rimalin.

Justo entonces se abrió la puerta del despacho interior y salió una doncella joven y muy hermosa, seguida por su madre, una dragona grande, de aspecto imponente y color rojo rubí.

—¿No es maravillosa? ¿Arreglando los detalles de la dote, cree usted? —aventuró Avan en voz muy baja.

Rimalin no dijo nada hasta que se cerraron tras la pareja las puertas exteriores.

—Esa es la encantadora respetada Gelener Telstie y su no menos encantadora madre, la bienaventurada Telstie —dijo—. Gelener es una de las doncellas más apetecibles que hay en el mercado este año, y en los últimos dos años, pero si se ha acordado un matrimonio, todavía no se ha anunciado.

Una de las secretarias se levantó y le hizo un gesto a Rimalin para que entrara a ver a Hathor. La puerta estaba abierta y Avan pudo vislumbrar por un instante el despacho interior, donde Hathor estaba agachado sobre papeles y libros de la misma forma que lo harían la mayor parte de los dragones sobre oro.

—Tengo que irme. Pero venga a verme pronto. Y si tiene algo de capital para arriesgar, no lo inmovilice todo antes de haber hablado conmigo. Tengo algo que sugerirle.

—He leído su nota pero… —empezó Avan pero Rimalin ya se había levantado.

—No corre tanta prisa —dijo Rimalin, entró en el despacho interior de Hathor y cerró la puerta con cuidado tras él.

23
Política de despacho

Avan llegó a la Oficina de Planificación poco antes del mediodía. El oro se había puesto en depósito de momento y Hathor había realizado las disposiciones pertinentes para recogerlo. Después de escuchar todos los hechos, Hathor había estado de acuerdo en que Avan tenía caso aunque no tanto como lo tendría si Haner y Selendra se le unieran. La demanda contra Daverak se había presentado de todos modos y la notificación se enviaría a la mañana siguiente. Mientras volvía volando, contento con su mañana, Avan se había planteado llegar aún más tarde tras visitar una casa de baños pública. Pero luego lo pensó mejor. No podía permitirse perder su cargo. Deseaba parecer lleno de confianza, no insolente. Además, se había remojado solo tres mañanas atrás en el helado río Nia que cruzaba la heredad Agornin. Se suponía que los baños demasiado frecuentes eran perjudiciales para las escamas. Sonrió mostrando un poco los dientes, luego se enderezó la gorra, apartó las dudas y atravesó con paso firme el arco.

Kest estaba inclinado sobre Sebeth mientras esta intentaba escribir unas cartas. Kest era un hermoso dragón de escamas broncíneas, más o menos del mismo tamaño que Avan, algo más de seis metros; por tanto, casi doblaba en tamaño a Sebeth.

—Tienes tiempo de hacer estas copias —dijo Kest con voz acariciante e inclinándose aún más. Avan se detuvo donde estaba.

—Que las haga su secretaria —dijo Sebeth con tono glacial mientras se retiraba todo lo que podía tras el bloque de granito que era el escritorio de Avan.

—No tengo secretaria, como bien sabes, pequeña distinguida, y el cautivo que hace todas las copias no llegará a las mías hasta mañana.

—No veo por qué ha de ser ese mi problema —dijo Sebeth mientras colocaba unos papeles y levantaba la vista para mirar a Kest.

—Ah, así que no ves por qué es ese tu problema —repitió Kest imitando la voz de la joven—. Bueno, pues ya va siendo hora de que lo veas y dejes de darte aires, pequeña distinguida v____________________. Es tu problema porque cuando Avan vuelva, si es que lo hace, aquí ya no tendrá ningún cargo y seré yo el que asuma sus responsabilidades, y eso incluye tu bonito…

Avan ya había oído bastante. Con la palabra «v____________________» había entrado en la habitación, y antes de que Kest pudiera pronunciar la obscenidad, la garra de Avan lo había cogido por la axila y lo había tirado a un lado. Antes de que Kest pudiera recuperarse, Avan dio un salto, cayó con todo su peso sobre el tórax de Kest y le puso los dientes en la garganta. Avan tenía el factor sorpresa de su lado y quizá también era un poco más grande. Había crecido desde que había comido el cuerpo de su padre. Kest reconoció la derrota de inmediato y le negó a Avan el placer de la lucha y la esperanza de terminar matando y comiendo a su oponente. Kest posó las garras y la cola en el suelo y cerró los ojos. Por un momento Avan sintió ser un dragón civilizado, luego recordó las peleas que había librado con sus hermanos tanto tiempo atrás. El pobre Merith siempre se entregaba así.

Levantó la cabeza un poco, listo para morder otra vez si fuera necesario.

—¿Te rindes? —preguntó.

—Me rindo —dijo Kest con voz débil. Avan seguía echado encima de él y casi lo ahogaba.

—¿Y rindes tu puesto en el despacho?

—Lo rindo —dijo Kest tras abrir los ojos un poco.

—¿Y te disculpas ante mi secretaria y prometes no volver a insultarla de nuevo? —preguntó Avan manteniendo su peso donde estaba.

—Sí —repitió Kest, y cuando Avan no se movió, añadió:— Me disculpo, respetada Sebeth, por insultarla y juró que no haré de nuevo algo así.

Con cierta renuencia, Avan se retiró un poco y dejó que Kest respirara con libertad.

—Dile a todos los que puedan pensar en intrigar para hacerse con mi puesto que he vuelto y que no me muestro reacio ante las luchas, si es necesario —dijo Avan.

—Sí, no, estoy seguro de que nadie le molestará más, digno —dijo Kest mientras se retiraba tosiendo un poco. Aún de espaldas atravesó el arco que llevaba a los otros despachos.

Avan recogió su gorra, que se le había caído en algún momento de la lucha. Le sonrió con ironía a Sebeth, que se había sonrojado y parecía emocionada.

—Me lo advertiste —dijo el dragón—. ¿Es siempre así de repugnante cuando no estoy por aquí?

—Pequeña distinguida es lo que me suele llamar —dijo la joven y extendió la mano en un gesto de incomprensión—. Intentar imponerme sus copias porque cree que son importantes es algo que ya ha hecho con anterioridad. Siempre se ha tomado más confianzas de las que debería, está claro que piensa que mi posición es ambigua y quiere aprovecharse de eso. —La joven se miró el hombro, de un exquisito color rosa, y suspiró—. El resto era nuevo.

—Debería haberlo matado —dijo Avan mientras se quedaba mirando la salida por la que había desaparecido Kest.

—Con toda la envidia, codicia e intrigas que le corren por la sangre, lo más probable es que sepa asqueroso —dijo Sebeth.

Avan lanzó una carcajada.

—Si te vuelve a decir algo, cualquier cosa más allá de una cortesía tan normal como glacial, cualquier cosa que no quieras oír, dímelo —dijo el joven—. Estoy dispuesto a correr el riesgo de probar cómo sabe.

Sebeth abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera hablar Liralen entró rebosante de actividad. Liralen era un dragón anciano, de escamas negras y casi quince metros de longitud. Llevaba un expediente bajo el brazo, no solo en ese momento sino casi todo el tiempo.

—Ah, Avan, Kest me dijo que había vuelto —dijo—. Le acompaño en el sentimiento por la muerte de su padre.

—Gracias. Y gracias por su nota de pésame. Me retuvo un asunto familiar urgente a primera hora de esta mañana —dijo Avan.

—Oh, no tiene importancia, ahora ya está aquí —dijo Liralen. Era de esperar que Liralen no se preocupara por otra cosa que no fuera el trabajo—. La respetada Sebeth me ha informado. Pero mientras usted estaba fuera ha surgido una situación bastante difícil con respecto a los derechos de construcción del Skamble. —El Skamble era una de las zonas más peligrosas de Irieth, al otro lado del río. Sebeth movió unos papeles por el escritorio para que los otros dos fueran conscientes de su presencia.

—¿Es confidencial? —preguntó Avan.

—Más o menos, pero no es necesario ocultárselo a su secretaria —dijo Liralen con una sonrisa glacial que estaba toda en sus ojos pálidos—. Dejaré con usted la carpeta. Yo no he tenido tiempo de ocuparme de ello pero no podía confiar en que nadie más lo hiciera de la forma adecuada, así que ha estado esperando su regreso.

Avan sintió el reproche implícito pero, dado que había estado en el lecho de muerte de su padre y se había quedado allí menos de dos semanas, unos escasos nueve días, no se sintió en absoluto culpable.

—Me familiarizaré con los detalles y me ocuparé de ello en cuanto pueda —dijo mientras cogía la carpeta. Esta en concreto era de un color lavanda pálido. Liralen se la entregó de mala gana y parecía casi desnudo sin ella.

—Es un asunto delicado —dijo Liralen—. Ya lo verá cuando lo lea. Hágame saber qué acciones decide tomar.

Avan parpadeó, sorprendido. En general él investigaba, luego pensaba posibles acciones y presentaba las posibilidades ante Liralen, no decidía solo. Esa responsabilidad era algo nuevo.

—¿Es esto un ascenso? —preguntó atreviéndose a decirlo directamente.

Liralen dudó un segundo. Sebeth bajó la cabeza hacia los papeles e intentó pasar desapercibida. Avan esperó con calma.

—Podría serlo —dijo Liralen—. Podría muy bien serlo. —Hizo una pausa y miró a Sebeth con una expresión de claro disgusto—. Me estoy haciendo viejo, dentro de un año o dos puedo coger mi pensión e irme a casa. En ese momento necesitarán que alguien ocupe mi lugar aquí y yo preferiría que fuera alguien que hace su trabajo, y no alguien que no supiera lo que es el decoro.

Era la primera vez que Liralen le mencionaba la jubilación a Avan, y este intentó detener el giro frenético de sus ojos. ¿A qué se refería Liralen cuando hablaba de decoro? Sabía que su superior no aprobaba a Sebeth por principios, era rosa pero no estaba casada, y por tanto y por definición no era una dragona respetable. No había recurso posible, y aunque Avan había presentado con lealtad el empleo que le había dado a Sebeth como una forma de redimir a los más desgraciados, sabía que Liralen solo se había reconciliado de mala gana con ella cuando vio lo bien que hacía su trabajo.

—¿Decoro? —se atrevió a preguntar.

—No ha pasado tanto tiempo desde que se despidió a varios dragones de este despacho por parcialidad —dijo Liralen—. Hay otros aún entre nosotros que parecen creer que viven en la época anterior a la Conquista, cuando la mejor forma de lograr un ascenso era a través de la violencia. Usted, y me alegro de observarlo, no es uno de esos.

Avan, todavía excitado por la derrota de Kest, intentó parecer pacífico.

—Estoy deseando ver cómo lleva este caso, y también el Consejo —dijo Liralen. El Consejo eran las brillantes figuras ante las que Liralen respondía. Avan inclinó la cabeza al oír su nombre—. Bueno, hay trabajo que hacer —terminó Liralen.

—Haré lo que pueda para compensar el tiempo perdido —asintió Avan y abrió la carpeta de inmediato.

24
Una segunda confesión

Justo antes de la puesta de sol, Sebeth dejó la Oficina de Planificación. Avan seguía trabajando, absorto en el contenido de la carpeta que le había traído poco antes Liralen. Había pasado algún tiempo poniéndose al corriente de lo que había hecho su secretaria en su nombre durante su ausencia, pero siempre volvía a la carpeta de color lavanda. Apenas gruñó una despedida cuando ella se fue. La joven se alejó de la Cúpula en dirección al río. Nadie le había preguntado a dónde iba y nadie parecía prestarle atención. Atravesó el parque e hizo caso omiso tanto de los paseantes de la buena sociedad como de los trabajadores de las fábricas. De vez en cuando veía a una secretaria que conocía e intercambiaban un saludo con la cabeza o una palabra. Aunque en general eran corteses, ninguna de ellas era su amiga, la mayor parte la encontraba sospechosa. Sabía que aquellas dragonas pensaban que no debería disfrutar de un empleo respetable. Prefería a los extraños, que no tenían forma de saber que no era una recién casada.

Cuando llegó al paseo del río dudó, se volvió y examinó las aceras para asegurarse de que nadie la vigilaba. Se detuvo, como si dudara entre la derecha y la izquierda del camino del río. La derecha la habría llevado hacia las tiendas, espectáculos y casas elegantes del distinguido suroeste y los distritos oficiales, mientras que la izquierda la habría devuelto hacia las fábricas y oficinas de los distritos Cúpula y Toris y al final a casa.

Una vez que estuvo segura de que nadie la observaba, se quitó el sombrero, indicador de su estatus y respetabilidad, y lo dobló para meterlo en el bolso. Luego hizo caso omiso del paseo y cruzó con pasos rápidos y seguros el puente de piedra y arcos altos que salvaba el río Toris. Una vez al otro lado siguió caminando con seguridad, dirigiendo sus pasos sin dudar a través de los giros y recovecos de las estrechas calles. Pronto se encontró en el distrito que yacía entre el río y las vías del tren y que se conocía con el nombre del Skamble. Se preguntaba mientras caminaba por el contenido de la carpeta de color lavanda. ¿Derechos de construcción, en el Skamble? Cada milímetro y garra que se podía construir ya estaba construido, aunque buena parte estaba cubierto de chozas miserables en las que los trabajadores pobres de las fábricas arañaban la poca comodidad que podían entre paredes mal remendadas. Los caminos eran estrechos y los edificios se apiñaban unos contra otros como si quisieran darse calor. Había pocos espacios abiertos, y los que quedaban estaba claro que habían sido provocados por incendios recientes.

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