Fundación y Tierra (6 page)

Read Fundación y Tierra Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Fundación y Tierra
2.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, Golan —admitió Pelorat en voz baja, mirando las puntas de sus zapatos—. Pero míralo de esta manera. ¿Qué pasaría si tú fueses una criatura unicelular…?

—Sé lo que vas a decir, Janov. Olvídalo. Bliss y yo hemos comentado ya esa analogía.

—Si, pero piensa un momento. Imaginemos unos organismos unicelulares con un nivel de conciencia humano y con la facultad de pensar, y consideremos que se encuentran ante la posibilidad de convertirse en un organismo multicelular. ¿No llorarían los organismos unicelulares la pérdida de su individualidad y no lamentaran amargamente su forzada integración en la personalidad de un organismo total? ¿Y no estarían equivocados? ¿Podría una célula individual imaginar siquiera el poder del cerebro humano?

Trevize sacudió la cabeza con un gesto enérgico.

—No, Janov; ésa es una analogía falsa. Los organismos unicelulares no tienen conciencia ni facultad de pensar, o, si la tienen, es tan infinitesimal que podemos considerarla cero. Para esos objetos, combinarse y perder su individualidad equivale a perder algo que nunca tuvieron en realidad. Sin embargo, el ser humano es consciente y tiene la facultad de pensar. Posee una conciencia y una inteligencia independiente reales que puede perder; por esto, la analogía falla aquí.

Entre los dos se produjo un momentáneo silencio, casi opresivo, y por último, Pelorat, tratando de dar un nuevo rumbo a la conversación, dijo:

—¿Por qué contemplas la pantalla con tanta atención?

—Por costumbre —respondió Trevize, sonriendo irónicamente—. El ordenador me dice que no hay ninguna nave gaiana que me siga y que ninguna flota saysheliana viene a mi encuentro. Pero sigo mirando con atención, tranquilizado al no ver aquellas naves, cuando los sensores del ordenador son cientos de veces más agudos que mis ojos. Más aún, el ordenador es capaz de percibir, con gran detalle, algunas propiedades del espacio que mis sentidos no pueden captar bajo ninguna condición. Y sabiendo esto, todavía sigo mirando.

—Golan —dijo Pelorat—, si somos realmente amigos…

—Te prometo que no haré nada que pueda ofender a Bliss; al menos, nada que yo pueda evitar.

—Pero hay otra cuestión. Sigues ocultándome nuestro destino, como si no confiases en mí. ¿Adónde vamos? ¿Crees saber dónde está la Tierra?

Trevize levantó la mirada.

—Perdona. He estado guardando celosamente mi secreto, ¿verdad?

—Sí, pero, ¿por qué?

—¿Por qué? —repitió Trevize—. Me pregunto, amigo mío, si no tiene —algo que ver con Bliss.

—¿Con Bliss? ¿Es que no quieres que ella lo sepa? Te aseguro, viejo, que es digna de toda confianza.

—No es eso. ¿De qué me serviría no confiar en ella? Sospecho que puede arrancar cualquier secreto de mi mente, si desea hacerlo. Creo que tengo una razón más infantil. Me da la sensación de que sólo le prestas atención a ella y que yo he dejado de existir realmente para ti.

Pelorat pareció horrorizado.

—Te equivocas, Golan.

—Lo sé, pero estoy tratando de analizar mis propios sentimientos.

Tú acabas de darme a entender que temes por nuestra amistad, y, pensándolo bien, creo que yo he sufrido idénticos temores. No me lo he confesado abiertamente, pero pienso que hemos sido separados por Bliss. Tal vez estoy tratando de «desquitarme» ocultándote cosas. Una niñería, supongo.

—¡Golan!.

—He dicho que era algo infantil, ¿no? Pero, ¿hay alguien que no lo sea de vez en cuando? Sin embargo, nuestra amistad perdura. Sentado este punto, no volveré a jugar contigo. Vamos a Comporellon.

—¿Comporellon? —preguntó Pelorat, sin recordar de momento.

—Seguramente recordarás a mi amigo, el traidor Munn Li Compor.

Los tres nos encontramos en Sayshell.

El rostro de Pelorat reflejó una visible expresión de comprensión.

—Claro que lo recuerdo. Comporellon era el mundo de sus antepasados.

—Si lo era: No me creo todo lo que Compor dijo. Pero Comporellon es un mundo conocido, y Compor me contó que sus habitantes sabían algo de la Tierra. Por consiguiente, iremos allí y lo averiguaremos. Puede que no conduzca a nada, pero es el único punto de partida de que disponemos.

Pelorat carraspeó y pareció dudar.

—Oh, mi querido amigo, ¿estás seguro?

—No hay nada que podamos afirmar. Pero ese punto de partida existe, y, por muy débil que pueda ser, no tenemos más remedio que seguirlo.

—Si, pero si lo hacemos en base a lo que Compor nos dijo, tal vez deberíamos considerar todo lo que nos comentó. Creo recordar que declaro, con gran énfasis, que la Tierra no existe como planeta vivo, pues su superficie es radiactiva y que no hay ni rastro de vida en ella. Si eso resulta ser cierto, de nada servirá que vayamos a Comporellon.

Los tres estaban almorzando en el comedor, llenándolo virtualmente al hacerlo.

—Está muy bueno —dijo Pelorat, con visible satisfacción—. ¿Es parte de las provisiones que embarcamos en Términus?

—No, en absoluto —respondió Trevize—. Aquéllas se acabaron hace tiempo. Esto corresponde a las que compramos en Sayshell antes de dirigirnos a Gaia. Muy desacostumbradas, ¿no? Una especie de mariscos, pero bastante crujientes. En cuanto a lo que comemos ahora, me dio la impresión de que eran coles cuando lo compré, pero tiene un sabor muy diferente.

Bliss escuchaba mas no decía nada. Picaba la comida de su plato con delicadeza.

—Tienes que comer, querida —aconsejó Pelorat amable.

—Lo sé, Pel, y así lo hago.

—Tenemos comida gaiana, Bliss —dijo Trevize, con un deje de impaciencia que no pudo reprimir.

—Sí —repuso Bliss—, pero creo que debemos conservarla. No sabemos cuánto tiempo permaneceremos en el espacio y, en todo caso, debo aprender a comer los alimentos de los aislados.

—¿Tan malos son? ¿O debe Gaia comer sólo Gaia?

Bliss suspiró.

—Nosotros tenemos una máxima que dice: «Cuando Gaia come Gaia, nada se pierde ni se gana.» No es más que una transferencia de conciencia arriba y abajo de la escala. Todo lo que yo como de Gaia es Gaia, y cuando se metaboliza y se integra en mi, sigue siendo Gaia. En realidad, por el hecho de comer yo, algo de lo que tomo tiene una posibilidad de participar en un nivel de intensidad más alto de conciencia, mientras que, por supuesto, otras porciones de ello se convierten en desperdicios de alguna clase y descienden por ello en la escala de conciencia.

Tom ó un buen bocado de su comida, masticó durante un momento con energía y lo tragó.

—Representa una vasta circulación —continuó—. Las plantas crecen y son comidas por los animales. Éstos comen y son comidos. Todo organismo que muere es incorporado a las células de hongos, de bacterias de putrefacción…, y sigue siendo Gaia. Incluso la materia inorgánica participa en esa vasta circulación de conciencia, y todo lo que circula tiene posibilidad de participar periódicamente en una intensidad más elevada de conciencia.

—Todo esto —dijo Trevize —puede aplicarse a cualquier mundo.

Cada átomo que hay en mí tiene una larga historia durante la cual puede haber formado parte de muchos seres vivos, incluidos los humanos, y también puede haber pasado largos períodos formando parte del mar o de un pedazo de carbón o de una roca o del viento que sopla sobre nosotros.

—Pero en Gaia —dijo Bliss—, todos los átomos forman parte siempre de una conciencia planetaria superior de la que vosotros nada sabéis.

—Entonces —dijo Trevize—, ¿qué les ocurre a las verduras de Sayshell que comes en este momento? ¿Se convierten en parte de Gaia?

—Sí, aunque con bastante lentitud. La misma lentitud con que mis excrementos dejan de ser parte de Gaia. A fin de cuentas, lo que sale de mi pierde todo contacto con Gaia. Incluso carece del contacto hiperespacial indirecto que yo puedo mantener gracias a mi alto nivel de intensidad de conciencia. Este contacto hiperespacial es el que hace que la comida no gaiana se convierta, poco a poco, en parte de Gaia cuando yo la consumo.

—¿Y qué me dices de la comida gaiana que tenemos almacenada? ¿También se convertirá lentamente en no galana? Si eso ocurre, será mejor que la comas mientras puedas.

—No debemos preocuparnos —dijo Bliss—. Nuestras provisiones gaianas han sido tratadas de manera que seguirán siendo parte de Gaia durante un largo período.

—Pero, ¿qué sucederá cuando nosotros comamos los alimentos galanos? —preguntó Pelorat de pronto—. Y a propósito de este tema, ¿qué nos pasó a nosotros cuando comimos alimentos gaianos en la propia Gaia? ¿Nos estamos convirtiendo en Gaia poco a poco?

Bliss sacudió la cabeza y una expresión de peculiar turbación se reflejo en su semblante.

—No, lo que vosotros comisteis se perdió para nosotros. O al menos las porciones que fueron metabolizadas en vuestros tejidos. Lo que excretasteis siguió siendo Gaia o se convirtió lentamente en Gaia, de manera que, en definitiva, el equilibrio se mantuvo; pero numerosos átomos de Gaia se convirtieron en no-Gaia como resultado de vuestra visita.

—¿Por qué? —preguntó Trevize con curiosidad.

—Porque vosotros no habríais podido soportar la conversión, aunque ésta hubiese sido parcial. Erais nuestros invitados, traídos a nuestro mundo por la fuerza, por decirlo de alguna manera, y teníamos que protegeros del peligro, aun a costa de perder algunos diminutos fragmentos de Gaia. Fue un precio que hubimos de pagar, aunque no de buen grado.

—Lo lamentamos —dijo Trevize—, pero, ¿estás segura de que la comida no gaiana, o alguna clase de ella, no puede, a su vez perjudicarte a ti?

—No —respondió Bliss—. Lo que es comestible para vosotros también lo es para mí. Sólo tengo el problema adicional de metabolizar esa comida en Gaia además de en mis propios tejidos. Representa una barrera psicológica que hace que pueda disfrutar menos de los alimentos y que tenga que masticarlos despacio; pero lo superaré con el tiempo.

—¿Y las infecciones? —preguntó Pelorat, muy alarmado—: No comprendo cómo no pensé antes en ello. Bliss, lo más probable es que cualquier mundo en el que aterricemos tenga microorganismos contra los que careces de defensas, y la más leve dolencia infecciosa resultaría mortal para ti. Trevize, debemos volver atrás.

—No te espantes, querido Pel —dijo Bliss sonriendo—. También los microrganismos son asimilados en Gaia cuando están en mi comida o cuando entran en mi cuerpo por cualquier otro medio. Si parecen capaces de causar daño, serán asimilados con mayor rapidez, y en cuanto sean Gaia, no podrán hacerme ningún mal.

El almuerzo tocaba a su fin y Pelorat sorbió su sazonada mezcla de zumos de fruta caliente.

—¡Caramba! —dijo, lamiéndose los labios—. Creo que es hora de que volvamos a cambiar de tema. Se diría que mi única ocupación a bordo de esta nave es cambiar de temas. ¿Por qué será?

—Porque Bliss y yo nos aferramos hasta el máximo a todos los temas que discutimos —repuso Trevize con aire solemne—. Dependemos de ti, Janov, para conservar nuestra cordura. ¿De qué quieres hablar ahora, viejo amigo?

—He repasado mi material de información sobre Comporellon, y todo el sector del que forma parte es rico en antiguas leyendas. Su colonización se remonta muy atrás en el tiempo, al primer milenio de los viajes hiperespaciales. Incluso se habla de un fundador legendario llamado Benbally, aunque no explican de dónde llegó. Dicen que el nombre primitivo de su planeta fue Mundo de Benbally.

—Y en tu opinión, Janov, ¿qué hay de verdad en ello?

—Algo, tal vez, pero, ¿quién puede adivinar lo que es ese algo?

—Yo nunca he oído mencionar a Benbally en la historia real. ¿Y tú?

—Tampoco, mas ya sabes que en la última era Imperial hubo una deliberada supresión de la Historia preimperial. Los emperadores, en los postreros y turbulentos siglos del Imperio, se mostraron ansiosos por reducir el patriotismo local, puesto que consideraron, no sin motivo, que era una influencia desintegradora. Por consiguiente, en casi todos los sectores de la galaxia, la verdadera Historia, con relatos completos y esmerada cronología, comienza en los días en que la influencia de Trantor se dejó sentir y el sector en cuestión se hubo aliado al Imperio o fue anexionado por él.

—Yo nunca había pensado que la Historia pudiese ser borrada con tanta facilidad —exclamó Trevize.

—Y en cierto modo, no se puede —dijo Pelorat—; aunque un gobierno resuelto y poderoso es capaz de conseguir debilitarla en gran manera. Si se debilita lo bastante, la Historia primitiva llega a depender de material esparcido y tiende a degenerar en cuentos populares. Estos caen, de manera invariable, en exageraciones que quieren mostrar al sector como más antiguo y más poderoso de lo que probablemente fue en realidad. Y por muy tonta que sea una leyenda particular, o por muy imposible que pueda resultar, se convierte en un tema patriótico que ha de ser creído por la gente del sector. Puedo citarte cuentos de todos los rincones de la galaxia, según los cuales los primitivos colonizadores vinieron de la Tierra, aunque no siempre llaman así al planeta padre.

—¿Qué otro nombre le dan?

—Muchísimos. A veces, el único, otras, el Más Viejo, o le llaman el Mundo de la Luna, que, según algunas autoridades, es una referencia a su gigantesco satélite. Otros sostienen que significa «Mundo Perdido» y que «Mooned» (de la Luna) es una versión de «Marooned», palabra pregaláctica que significa «perdido» o «abandonado».

—¡Basta, Janov! —dijo Trevize con acento amable—. No acabarías nunca con tus citas y contracitas. Pero dices que esas leyendas están en todas partes, ¿no?

—Oh, sí, mi querido amigo. En todas partes. Sólo tienes que repasarlas para hacerte cargo de la costumbre humana de empezar con una semilla de verdad y recubrirla con capas sucesivas de bellas falsedades, de la misma manera que las ostras de Rhampora fabrican perlas partiendo de un grano de arena. Se me ocurrió esta metáfora una vez, cuando…

—¡Janov! ¡Basta otra vez! Dime, ¿hay algo en las leyendas de Comporellon que las diferencie de las otras?

—¡Oh! —Pelorat miró un momento a Trevize, fijamente—. ¿Alguna diferencia? Bueno, dicen que la Tierra está relativamente cerca, y esto resulta poco corriente. En la mayoría de los mundos que hablan de la Tierra, sea cual fuere el nombre que le den, existe la tendencia de referirse vagamente a su localización, situándola en una lejanía indefinida o en algún lugar al que nunca se puede llegar.

—Sí —dijo Trevize—, de la misma manera que nos dijeron en Sayshell que Gaia estaba situada en el hiperespacio.

Other books

Treva's Children by David L. Burkhead
Satan's Stone by Ward, H.M.
The Pinballs by Betsy Byars
Witness to a Trial by John Grisham
Operation Sherlock by Bruce Coville
Winners by Eric B. Martin
Swamp Team 3 by Jana DeLeon
Power of a Woman by Barbara Taylor Bradford