Fundación y Tierra (57 page)

Read Fundación y Tierra Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Fundación y Tierra
8.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Es posible —dijo Pelorat —que hubiese algo oculto en la Tierra cuando aún no era lo bastante radiactiva para impedir la llegada de visitantes. Los moradores de la Tierra pudieron temer que alguien aterrizase en ella y descubriese…, lo que sea. Fue entonces cuando la Tierra trató de destruir toda información a su respecto. Lo que tenemos ahora no es más que un vestigio de aquellos inseguros tiempos.

—No, no lo creo —dijo Trevize—. La eliminación de la información que había en la Biblioteca Imperial de Trantor parece que se realizó recientemente. —Se volvió de pronto a Bliss—. ¿No tengo razón?

—«Yo-nosotros-Gaia» dedujimos esto de la turbada mente de Gendibal, de la segunda Fundación, cuando él, tú y yo nos reunimos con la alcaldesa de Términus.

—Por consiguiente —dijo Trevize—, lo que había que ocultar, porque había la posibilidad de que fuese encontrado, tiene que continuar oculto ahora, y debe existir el peligro de que se encontrase ahora, a pesar de que la Tierra sea radiactiva.

—¿Cómo es posible? —preguntó Pelorat ansiosamente.

—Piénsalo bien —dijo Trevize—. ¿Y si lo que había en la Tierra no permaneciese ya en ella, sino que hubiese sido trasladado a otro sitio al aumentar el peligro de la radiactividad? Aunque el secreto ya no este en la Tierra, podría ser que, al descubrir ésta, fuésemos capaces de deducir el lugar al que fue llevado aquél. De ser así, habría que seguir ocultando los alrededores de la Tierra.

La voz de Fallom se dejó oír de nuevo:

—Porque si podemos encontrar la Tierra, dice Bliss que me llevaréis junto a Jemby.

Trevize se volvió a Fallom, mirándola airadamente, y Bliss le habló en voz baja.

—Te dije que podríamos hacerlo, Fallom. Más tarde hablaremos de esto. Ahora ve a tu habitación y lee, o toca la flauta, o haz lo que quieras. Vete, vete..

Fallom se levantó de la mesa, malhumorada.

—Pero, ¿cómo puedes decir esto, Golan? —dijo Pelorat—. Estamos aquí. Hemos localizado la Tierra. ¿Podemos deducir ahora dónde se encuentra lo que se escondía, si no está en la Tierra?

Trevize tardó un momento en superar la irritación que Fallom le había producido.

—¿Por qué no? Imagínate que la radiactividad de la corteza de la Tierra hubiese ido en aumento. La población habría decrecido con la muerte y la emigración, y el secreto, fuese el que fuese, habría estado en peligro. ¿Quién se iba a quedar para guardarlo? En definitiva, habría que trasladarlo a otro mundo, o la utilidad de…, de lo que fuese…, se perdería para siempre.

»Sospecho que debió haber una resistencia a trasladarlo, y es probable que se llevase a cabo en el último momento. Ahora bien, Janov, ¿recuerdas el viejo de la Nueva Tierra que te llenó la cabeza con su versión de la Historia de la Tierra?

—¿Monolee?

—Si. ¿No dijo, con referencia a la fundación de la Nueva Tierra, que lo que quedaba de la población de la Tierra fue trasladado a aquel planeta?

—¿Quieres decir, viejo amigo, que lo que estamos buscando se encuentra ahora en la Nueva Tierra? —preguntó Pelorat—. ¿Llevado allí por los últimos que salieron de la Tierra?

—¿No podría ser así? —dijo Trevize—. La Nueva Tierra apenas si es más conocida que la Tierra en la Galaxia, y sus moradores muestran un sospechoso afán por mantener alejados a todos los forasteros.

—Nosotros estuvimos allí —dijo Bliss—, y no encontramos nada. —sólo buscábamos algo que nos indicase la situación de la Tierra.

—Pero nosotros estamos buscando algo que presupone una alta tecnología —dijo Pelorat desconcertado—; algo que puede eliminar la información ante las narices de la Segunda Fundación, e incluso ante las narices, discúlpame, Bliss, de Gaia. La gente de la Nueva Tierra puede ser capaz de controlar su tiempo atmosférico y dominar algunas técnicas de biotecnología, pero creo que estaréis de acuerdo en que su nivel tecnológico es, en su conjunto, bastante bajo.

Bliss asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo con Pel.

—Este juicio tiene una base poco sólida —dijo Trevize—. No vimos a los hombres de la flota pesquera. Sólo vimos la pequeña parte de la isla donde aterrizamos. ¿Qué hubiésemos encontrado caso de haber explorado más a fondo? A fin de cuentas, no reconocimos las lámparas fluorescentes hasta que las vimos funcionar, y si nos pareció, repito, nos pareció que la tecnología era mínima, yo diría…

—¿Qué? —preguntó Bliss, con clara incredulidad.

—Que aquello podía ser parte del velo tendido para ocultar la verdad.

—¡Imposible! —exclamó Bliss.

—¿Imposible? Fuiste tú quien me dijo en Gaia que, en Trantor, la civilización estaba siendo deliberadamente mantenida a un bajo nivel de tecnología con el fin de ocultar el pequeño núcleo de los de la Segunda Fundación. ¿No podría emplear la Nueva Tierra una estrategia semejante?

—¿Sugieres, pues, que volvamos a la Nueva Tierra y nos expongamos nuevamente al contagio, que esta vez sería activado? La relación sexual es, indudablemente, un agradable sistema de contagio, pero quizá no sea el único.

Trevize se encogió de hombros.

—No estoy ansioso por volver a la Nueva Tierra, pero tal vez deberemos hacerlo.

—¿Tal vez?

—¡Tal vez! Después de todo, hay otra posibilidad.

—¿Y es?

—La Nueva Tierra gira alrededor de la estrella llamada Alfa. Pero Alfa es parte de un sistema binario. ¿No podría haber un planeta habitable que girase alrededor de la compañera de Alfa?

—Demasiado opaca, diría yo —observó Bliss, sacudiendo la cabeza—. La compañera es cuatro veces menos brillante que Alfa.

—Opaca, pero no demasiado. Si hay un planeta lo bastante cerca de la estrella, podría bastar.

—¿Dice algo el ordenador sobre planetas de la compañera? —preguntó Pelorat.

Trevize sonrió tristemente.

—Ya lo he comprobado. Hay cinco planetas de modestas dimensiones. Ningún gigante gaseoso.

—¿Y es habitable alguno de los cinco planetas?

—El ordenador no da información sobre los planetas, salvo que son cinco y que no son grandes.

—¡Oh! —dijo, desanimado, Pelorat.

—Eso no debe preocuparnos —continuó Trevize—. Ninguno de los mundos Espaciales puede ser encontrado en el ordenador. La información sobre la propia Alfa es mínima. Estas cosas son ocultadas deliberadamente y, si se sabe poquísimo acerca de la compañera de Alfa, casi podría considerarse como una buena señal.

—Entonces —dijo Bliss; yendo a lo práctico—, te propones visitar la compañera y, de no dar resultado, volver a la propia Alfa.

—Sí. Y esta vez, cuando lleguemos a la isla de la Nueva Tierra, iremos preparados. Examinaremos toda la isla con meticulosidad antes de aterrizar, y espero, Bliss, que emplees tus facultades mentales para escudar…

En aquel momento, la
Far Star
dio ligeros bandazos, como si tuviese hipo, y Trevize gritó, entre irritado y perplejo:

—¿Quién está en los controles?

No hacía falta que lo preguntase, pues lo sabía muy bien.

Fallom se hallaba completamente absorta ante el ordenador. Tenía abiertas las manitas de largos dedos para que coincidiesen con las marcas débilmente resplandecientes del tablero. Las manos de Fallom parecían hundirse en el material de aquél, aunque estaba claro que era duro y resbaladizo.

Había observado a Trevize cuando colocaba las manos allí en numerosas ocasiones y, aunque no le había visto hacer nada más, era evidente que con ello controlaba la nave.

Una vez, Trevize cerró los ojos, y ella hizo ahora lo mismo. A los pocos momentos, le pareció oír una voz débil y lejana, muy lejana, pero que resonaba en su propia cabeza a través (percibió vagamente) de sus lóbulos transductores. Éstos eran aún más importantes que sus manos. Aguzó la atención para distinguir las palabras.

—Instrucciones —decía aquella voz, en tono casi suplicante—. ¿Cuáles son tus instrucciones?

Fallom no dijo nada. Nunca había visto que Trevize dijese algo al ordenador; pero sabía qué era lo que deseaba de todo corazón. Quería volver a Solaria, a la consoladora inmensidad de la mansión, a Jemby… Jemby… Jemby…

Quería ir allí y, al pensar en el mundo que amaba, lo imaginó visible en la pantalla, como había visto otros mundos a su pesar. Abrió los ojos y miró aquélla fijamente, queriendo que apareciese en ella otro mundo que no fuese la odiosa Tierra, e imaginándose que lo que tenía delante era Solaria. Aborrecía la Galaxia vacía en la que había sido introducida contra su voluntad. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y la nave tembló.

Fallom sintió aquel temblor y respondió balanceándose a su vez ligeramente.

Y entonces oyó unas fuertes pisadas en el pasillo. Cuando abrió los ojos, la cara torcida de Trevize llenó todo su campo visual, bloqueando la pantalla que contenía todo lo que ella deseaba. Él gritaba algo, pero ello no le prestó atención. Era él quien la había arrancado de Solaria después de matar a Bander, y era él quien le impedía volver allí, pues sólo pensaba en la Tierra; por consiguiente, no le escucharía.

Llevaría la nave a Solaria, y la nave tembló una vez más con la intensidad de su resolución.

Bliss agarró el brazo de Trevize con fuerza.

—¡No! ¡No!

Permaneció aferrada a él, reteniéndole, mientras Pelorat quedaba en segundo término, confuso y petrificado.

—¡Quita las manos del ordenador! —gritó Trevize—. No te interpongas, Bliss. No quiero hacerte daño.

—No seas violento con la niña —dijo Bliss, en un tono casi de agotamiento—. Sería yo quien tuviese que dañarte a ti…, contra todas las instrucciones.

Trevize miró ahora furiosamente a Bliss y dijo:

—Entonces, llévatela de aquí, Bliss. ¡Ahora!

Bliss lo apartó con fuerza sorprendente (tal vez sacándola de Gaia, pensó Trevize más tarde).

—Fallom —dijo—, levanta las manos.

—¡No! —chilló Fallom—. Quiero que la nave vaya a Solaría. Quiero que vaya allí. Allí.

Y señaló la pantalla con la cabeza, resistiéndose incluso a aflojar la presión de una de sus manos sobre el tablero.

Pero Bliss asió los hombros de la niña y, al contacto de sus manos, Fallom empezó a temblar. Bliss suavizó el tono de su voz.

—Ahora, Fallom, dile al ordenador que vuelva donde estaba, y tú ven conmigo. Ven conmigo.

Sacudió a la niña, que rompió a llorar, angustiada. Las manos de Fallom se apartaron del tablero, y Bliss, sujetando a la niña por las axilas, la levantó y la puso en pie. Después, la estrechó con fuerza sobre su pecho y dejo que la niña desfogase su llanto.

—Apártate Trevize —ordeno Bliss a éste que se hallaba plantado en el umbral—, y no nos toques al pasar

Trevize se hizo rápidamente a un lado. Bliss se detuvo un momento ante él.

—He tenido que introducirme un instante en su mente —dijo en voz muy baja—. Si le he causado algún daño, no te lo perdonaré fácilmente.

Trevize sintió deseos de decirle que le importaba un comino la mente de Fallom; que sólo temía lo que pudiese ocurrirle al ordenador. Pero la mirada concentrada de Gaia (si sólo hubiese sido la de Bliss, no habría sentido aquel terror) le obligó a guardar silencio.

Permaneció callado durante un rato, y también inmóvil, después de que Bliss y Fallom se hubiesen metido en su habitación. En realidad, permaneció así hasta que Pelorat se dirigió a él.

—¿Estás bien, Golan? —preguntó a media voz—. No te habrá hecho daño, ¿verdad?

Trevize sacudió vigorosamente la cabeza, como para librarse de la momentánea parálisis que había sufrido.

—Estoy bien. Lo que realmente importa es si eso está bien. Se sentó ante el ordenador y apoyó las manos en las dos marcas sobre las que habían descansado recientemente las de Fallom.

—¿Qué? —preguntó ansiosamente Pelorat.

Trevize se encogió de hombros.

—Parece que responde con normalidad. Es posible que más tarde encuentre algún defecto, pero ahora todo da la impresión de estar en orden. —Después, dijo con renovada irritación—: El ordenador no debería responder con eficacia a otras manos que no fuesen las mías, pero en el caso de ese hermafrodita, no sólo eran sus manos. Estoy seguro de que los lóbulos transductores…

—Pero, ¿qué hizo temblar la nave? No debería ser aquello, ¿verdad? —No, Es una nave gravítica y no debería sufrir estos efectos de la inercia. Pero ese monstruo… —Y se interrumpió, furioso de nuevo.

—¿Si?

—Sospecho que dio dos instrucciones contradictorias al ordenador, y ambas con tal fuerza que éste no tuvo más remedio que intentar cumplir ambas a la vez. Al tratar de hacer lo imposible, debió de aflojar momentáneamente lo que mantiene a la nave a salvo de la inercia. Al menos, esto es lo que pienso que ocurrió. Y entonces, se suavizó la expresión de su semblante.

—Todo esto también podría ser favorable, pues ahora se me ocurre pensar que toda mi charla sobre Alfa de Centauro y su compañera fue una tontería. Ahora sé dónde debió trasladar la Tierra su secreto.

Pelorat lo miró fijamente; después, hizo caso omiso de la última observación y volvió a un enigma anterior:

—¿Cómo pudo pedir Fallom dos cosas contradictorias?

—Bueno, dijo que quería que la nave fuese a Solaría.

—Sí. Desde luego, eso quería.

—Pero, ¿qué entendía ella por Solaria? No puede reconocer Solaria desde el espacio. Nunca la ha visto realmente desde arriba. Cuando salimos de aquel mundo con tanta precipitación, ella estaba durmiendo. Y a pesar de sus lecturas en tu biblioteca y de todo lo que Bliss le haya contado, me imagino que no puede captar la verdad de una galaxia que tiene cientos de miles de millones de estrellas y millones de planetas habitados. Habiéndose criado sola, y bajo tierra, sólo podrá captar el concepto elemental de que hay mundos diferentes; pero, ¿cuántos? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? Para ella, cada mundo que ve es probable que sea Solaria y, dada la fuerza de su voluntarioso pensamiento, es Solaria. Y como presumo que Bliss trató de tranquilizarla diciéndole que, si no encontrábamos la Tierra, la llevaríamos de regreso a Solaria, debió concebir la idea de que ésta se halla cerca de la Tierra.

—Pero, ¿cómo puedes decir eso, Golan? ¿Qué te hace pensar que sea así?

—Ella casi nos lo dijo, Janov, cuando la sorprendimos. Gritó que quería ir a Solaria y después añadió «allí…, allí», señalando la pantalla con la cabeza. ¿Y qué había en la pantalla? El satélite de la Tierra. No estaba allí cuando yo dejé la máquina antes de cenar; se veía la Tierra.

Other books

DemonicPersuasion by Kim Knox
Beloved Enemy by Ellen Jones
Murder on High by Stefanie Matteson
Playing in Shadow by Lesley Davis
The Empire of Shadows by Richard E. Crabbe
Melting Point by Kate Meader