Fuego mágico (34 page)

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Authors: Ed Greenwood

BOOK: Fuego mágico
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Poco a poco, las fragorosas llamas se perdieron de vista. Shandril se erguía allí desnuda a la luz de la luna, olisqueando con curiosidad las chamuscadas puntas de su cabello que, por lo demás, permanecía intacto. Su capa había sido consumida por las llamas, pero éstas no habían dejado marca alguna en ella. Narm se liberó de las manos de Merith y Florin y echó a correr por las chamuscadas rocas sin reparar en el dolor que éstas infligían a las desnudas plantas de sus pies.

Elminster se adelantó y le cortó el paso, pero no era necesario. La propia Shandril retrocedió.

—¡No des un paso más, amor mío! —lo previno—. No sé si mi tacto puede ser mortal en este momento. —Narm se detuvo a apenas a un paso de ella—. Estoy bien —añadió ella con dulzura. Su largo pelo serpenteaba y se agitaba en el tranquilo aire de aquella noche como si tuviese vida propia.

—¿Qué puedes hacer tú? —preguntó Narm a Elminster angustiado.

—Yo la tocaré, para terminar con la prueba —respondió con firmeza el anciano—. Estoy protegido por potentes sortilegios, mientras que tú estás indefenso. Trata de contenerte un momento —y, acercándose hasta Shandril, tomó su mano.

—Bien hallado, señor —dijo Shandril con ceremoniosa cortesía. Narm esperaba en tensión.

—A vuestro servicio, señora —respondió Elminster inclinando su cabeza. Su rostro permanecía inexpresivo, pero sus ojos centelleaban.

Narm sacudió sus puños con impaciencia.

—¿Está a salvo? —casi suplicó.

El mago afirmó con la cabeza y casi se vio arrollado por Narm en su ímpetu por abrazar a su compañera. Retrocedió unos pasos e hizo una señal hacia los árboles. Arpistas, caballeros y guardianes aparecieron desde todas partes.

Elminster miró entonces a Narm y Shandril y, dándose un golpe en la frente, murmuró:

—¡Dioses, debo de estar envejeciendo!

Y se quitó la capa con un veloz ademán para echarla sobre los hombros de Shandril. Mientras hacía esto, la piedra que sostenía se retorció de repente dentro de su mano y empezó a crecer. En un instante, Elminster se hallaba frente a una mujer de ojos extraños, vestida con un oscuro hábito hecho jirones, cuyo largo pelo plateado caía salvajemente alrededor de sus hombros. Los Arpistas se llevaron la mano a la espada mientras avanzaban en círculo hacia ellos.

—Bien hallada seas —dijo con calma Elminster y se volvió hacia Shandril—. Shandril Shessair —dijo ceremoniosamente—, te presento a Simbul, reina de Aglarond.

Hubo un murmullo entre los que se aproximaban y, después, silencio mientras todos esperaban que la infame archimaga hablase. Shandril se separó de Narm con suavidad y saludó con una solemne inclinación de cabeza. Simbul casi sonrió.

—Impresionante, jovencita —dijo—, pero peligroso..., tal vez demasiado peligroso. Elminster... y todos vosotros... ¿habéis pensado en ello? Tenéis aquí un poder que quizá tengáis que silenciar. Puede que tenga que ser destruido.

Hubo una pequeña oleada de comentarios entre los presentes y, de nuevo, silencio. Shandril, con la cara pálida, tenía los ojos fijos en la archimaga, pero Elminster se interpuso entre ellas y habló.

—No —dijo el anciano mago. Echó una mirada alrededor, a todos los que se encontraban en la cima de la colina, con una triste mirada en sus viejos ojos—. Escucha —dijo a Simbul—, yo y todos los que estamos aquí reunidos somos peligrosos. ¿Deberíamos entonces ser destruidos sin más por lo que somos capaces de hacer? ¡De ningún modo! Es derecho y suerte de todas las criaturas que caminan por Faerun el obrar según su voluntad. Por eso los que practicamos el arte no vemos con buenos ojos a quienes abusan de él o lo utilizan de un modo frívolo o caprichoso.

»¡Ni siquiera los mismos dioses se han adjudicado el poder de controlarnos a ti o a mí tan estrechamente que no podamos caminar, hablar o respirar sin permiso de otros! Es su voluntad que podamos ser libres para hacer lo que creamos apropiado. Matar a un enemigo o defenderse de un invasor, desde luego...; pero eliminar a alguien porque un día puede ser una amenaza para ti, ¡eso es tan monstruoso como la acción del usurpador que mata a todos los niños que nacen en una tierra por miedo a que un heredero por derecho pueda levantarse un día contra él!

—¡Muy bien dicho! —intervino Florin con aire siniestro en abierto desafío a la mujer de negro que se erguía allí entre ellos. Nadie más habló. Esperaban en silencio la reacción de Simbul.

La reina-bruja se elevaba sola y terrible en medio de todos. Y todos habían oído hablar del tremendo poder del arte que ella gobernaba, que mantenía a raya incluso a los Brujos Rojos de Thay y hacía batirse en retirada una y otra vez a sus ejércitos para preservar su reino. Habían oído susurrar historias acerca de su temperamento cruel y su gran poder. Narm podía oler el miedo de los presentes, allí en la cima de la colina. Ni una sola espada desenfundada se movió.

Simbul asintió muy despacio.

—Sí, gran mago —dijo a Elminster—. Tú posees realmente la sabiduría que la edad te proporciona en estas tierras. Estoy de acuerdo contigo. Si otros no hubiesen estado de acuerdo, hace muchos inviernos, yo no habría vivido para estar ahora aquí en la Colina de los Arpistas. —Y, dicho esto, dio la vuelta en torno a Elminster sin que éste le impidiera el paso.

Narm, sin embargo, se colocó protectoramente delante de Shandril mientras Simbul se acercaba. La maga se detuvo a un paso de él y lo miró.

—Yo he confiado —susurró. Sus ojos reflejaban un gran orgullo—. ¿No vas a confiar tú también?

Narm se quedó mirándola fijamente durante unos instantes y, entonces, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y se hizo a un lado. Simbul se deslizó hasta Shandril y dijo:

—Te ruego que aceptes mis excusas. No te deseo ningún mal.

Shandril tragó saliva y dijo con voz apagada:

—Yo... yo no tengo nada contra vos, gran señora —y, no muy convencida, sonrió.

La maga sonrió también, y añadió:

—Tengo un regalo para ti. —Su mano fue hasta el ancho cinturón negro que rodeaba su talle y sacó de él un sencillo anillo de talón. Luego se inclinó muy cerca de ella, hasta que Shandril pudo oler un extraño perfume que procedía de su cuello. Shandril no había visto jamás unos ojos como aquéllos, que eran a la vez grises como el acero, severos y tristes—. Utilízalo sólo cuando todo lo demás esté perdido —susurró Simbul—. él os llevará a ti y a quien toque directamente tu carne cuando hagas uso de él, a un refugio mío. Pero has de saber que sólo funciona una vez y en una sola dirección. La palabra clave está en su interior y sólo se hace visible cuando calientas el anillo. No la digas nunca en voz alta salvo cuando tengas intención de usarlo. Tu fuego mágico no dañará a este anillo —y unas manos frías tocaron las de Shandril y pusieron el anillo, curiosamente caliente, en su palma—. Una última cosa —dijo Simbul—. Ve por tu propio camino, Shandril; no dejes que nadie te controle. Cuidado con aquellos que acechan en las sombras.

Y, tras sonreír de nuevo, besó con suavidad a la perpleja Shandril en la mejilla. Después, sin decir nada, dio unas palmaditas en el brazo de Elminster y se volvió con súbita premura. Su figura serpenteó y se elevó y, de pronto, un halcón negro voló unos instantes en círculo entre las estrellas y desapareció.

Todos los ojos la siguieron en silencio hasta que se perdió de vista y, entonces, todo el mundo empezó a hablar a la vez.

En medio de la barahúnda, Elminster dijo:

—Gracias, Shandril. La prueba ha terminado. Narm, lleva a tu dama a casa y dormid. Guarda el fuego mágico que te queda dentro hasta que tengas necesidad de él. Ahora sé que no te hará daño llevarlo contigo. Guarda bien tu anillo, también. Un regalo de Simbul es cosa rara sin duda.

Detrás de ellos, Florin estaba organizando con discreción un cordón de guardias para escoltar a la pareja mientras regresaban a la torre.

—Piensa en esto, y comunícanos tu decisión —dijo Elminster mientras descendían de la cima de la colina—. Jhessail e Illistyl te adiestrarán, Narm, si lo deseas, y yo te enseñaré lo que pueda acerca de manejar conjuntamente fuego mágico y conjuros. Guarda esa capa para ti. Te protegerá en el combate. Es vieja y su magia no es fuerte, de modo que procura no agotarla sin propósito. —Y, después de toser una vez, agregó—: Ahora marchaos a la cama... donde tendrían que estar estos viejos huesos si tuviese un poco de sentido. Después de todo, podríamos necesitaros para salvar Faerun mañana; cuando el sol ya esté arriba, supongo.

Shandril asintió, súbitamente fatigada.

—Gracias, señor —dijo, y Elminster hizo una mueca ante el título—; debo dormir pronto o me caeré aquí mismo.

—Gracias, Elminster —dijo Narm con repentino atrevimiento—. Buena suerte esta noche y en lo sucesivo. Cuando los caballeros me devuelvan nuestras ropas, iremos y pensaremos en vuestros señores durante uno o dos segundos antes de dormirnos.

Los dos rompieron a reír al unísono y, luego, la joven pareja descendió la colina con los guardias cerrándose en torno a ellos. Florin y Merith volaron vigilantes por encima de ellos, dejando al mago atrás con Jhessail e Illistyl.

—¿Satisfecho? —preguntó la maga del Valle de las Sombras al que en otro tiempo fuera su maestro.

Elminster miró las chamuscadas marcas de la roca, a sus pies, y dijo quedamente:

—Ya suponía esto. El poder de liberar fuego mágico... lo tenía su madre, también. —Las dos damas-caballeros lo miraron con sorpresa, pero Elminster se limitó a dedicarles esa sonrisa distante de quien no piensa dar ninguna respuesta y preguntó—: Bien, ¿y qué pudiste oír de interés, Illistyl? Puedes omitir aquellas cosas que sientas que mis ancianos oídos no deben escuchar, en consideración a mi vulnerable corazón.

—Muy bien, pues —dijo Illistyl con una maliciosa sonrisa—, queda bien poco que decir.

La niebla todavía se deslizaba entre los árboles cuando Korvan, de La Luna Creciente, llegó a la carnicería.

—Buenos días —dijo un hombre encorvado que el cocinero no había visto jamás. El desconocido se apoyaba en la valla del patio, junto a la puerta, y se podía ver en sus botas y calzones el barro de muchos kilómetros de viaje.

—Buenos días —respondió agriamente Korvan. Había venido en busca de carne, no de charlas. Desde que aquella pequeña mocosa de Shandril se había largado, él tenía que salir antes para conseguir la carne, a una hora en que él habría preferido estar en la cama bostezando y dormitando.

—¿Comprando cordero? Yo tengo una treintena de buenas cabezas allí en el redil, recién llegadas del Valle de la Batalla. —El pastor señaló con la cabeza hacia el embarrado camino que se alejaba tras él.

—¿Cordero? Bien, miraré... a ver si puedo encontrar una buena docena entre ellos; tal vez podríamos hacer algún trato —dijo Korvan a regañadientes.

El pastor se quedó mirándolo.

—¿Una docena? ¿Tienes una gran familia?

—No, no —dijo Korvan de mala gana mientras entraban—. Yo compro para la posada La Luna Creciente, allí, siguiendo la carretera.

—¿Ah, sí? ¡Vaya, entonces tengo una historia para ti! —dijo el pastor—. Se trata de aquella muchacha que trabajaba en la posada y se marchó.

—¿Ajá? —dijo Korvan girando de inmediato su cabeza con repentino interés—. Shandril, se llamaba.

—Ah... muy bonita, ella —respondió el pastor asintiendo con la cabeza—. La vi en las montañas hace tan sólo unas pocas noches. Yo estaba persiguiendo dos ovejas descarriadas.

—¿Las Montañas del Trueno? —preguntó Korvan señalando con la cabeza a la pared más allá de la cual sabía que las grises y purpúreas montañas se podían ver por encima de los árboles.

—Sí, cerca del Sember. Me encontré con una gran multitud de personas, con armas y todo. Estaban todos de pie a su alrededor, preguntando a la muchacha si se encontraba bien... después de haber arrojado «fuego mágico», tal como lo llaman...

—¿Fuego mágico? —preguntó Korvan atónito.

—Sí; yo me escondí... Había monedas de oro por todo el lugar, y ellos llevaban las espadas desenfundadas. Yo no estaba seguro de que dejaran marcharse vivo a un visitante que había aparecido sin ser invitado, si entiendes lo que quiero decir...

Korvan asintió:

—Sí..., pero ¿quién era toda esa gente?

—Todos eran del Valle de las Sombras. Aquel viejo sabio y el guardabosques que cabalga por los valles llevando sus mensajes... Mano de Halcón, ¿no es eso?... y el guerrero elfo que vive allí y un sacerdote, creo. Había gran excitación en torno a la chica... Parece que ella destruyó a un dragón o algo parecido con ese fuego mágico. Y también hubo algo sobre alguien llamado Shadowsil. Caminaban de aquí para allá, de modo que no pude oírlo bien. No llegué a encontrar las ovejas, pero me cobré su precio y más en monedas de oro escondiéndome y saliendo después, cuando se habían ido.

—¿Ella se marchó de allí, entonces? —preguntó Korvan.

El pastor cabeceó afirmativamente.

—Hacia el norte; descendieron adentrándose en el bosque. Hacia el Valle de la Llovizna, supongo... y luego hacia el Valle de las Sombras.

Korvan suspiró.

—Demasiado lejos para seguirla —dijo con fingida tristeza—. De todos modos, si ella quisiera volver, ya habría encontrado el camino sin duda, a estas alturas. Bien; gracias por tu historia —dijo mirando hacia la puerta del patio donde estaba el carnicero—. Y ahora, ¿qué? ¿Tienes alguna oveja que valga la pena comprar? Cuanto antes las compre, antes podré ahumarlas y colgarlas.

«Shandril debe morir», decidió Malark, el del culto. Todavía no, sin embargo, sino después de que esos locos altruistas la hubiesen adiestrado plenamente en sus poderes. Como fuese, había destruido a Rauglothgor y su guarida, matado o escapado de Shadowsil y, si los rumores que corrían eran dignos de crédito, había escapado también— e incluso derrotado— a Manshoon del castillo de Zhentil. Había tenido suerte, sin duda. Pero sería imposible que una insignificante muchacha derrotase a los magos reunidos del Culto del Dragón.

Malark maldijo cuando la carreta crujió y se tambaleó al coger un bache especialmente profundo. Arkuel, vestido con el atuendo de cuero de un guardia contratado, se volvió y sonrió a modo de disculpa a través de la puerta delantera de la carreta. Malark rugió algo ininteligible y se frotó su hombro dolorido. Luego se volvió a concentrar en sus pensamientos y consideró cómo podría separar a esa Shandril de sus protectores en la Torre de Ashaba. La Torre Torcida, la llamaban. Era obvio que tendría que conseguir entrar en las filas de la guardia del lugar. Aunque tal vez era demasiado pronto.

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