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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (29 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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Los asaltantes dejaron de intentarlo apenas unos segundos antes de descubrir por experiencia la debilidad secreta de sus huesos.

—Así son las cosas por aquí, mutante —dijo el que hablaba, bufando.

—Nací desnudo —contestó Miles desde el polvo—. Y eso no me detuvo.

—Mierdecilla atrevida —soltó el que hablaba.

—Le cuesta mucho aprender —añadió otro.

La segunda paliza fue peor que la primera. Dos costillas rotas, por lo menos… y la mandíbula escapó por poco, al precio de la muñeca izquierda, que Miles había usado como escudo. Esta vez resistió la tentación de vengarse verbalmente. Se quedó en el polvo y deseó poder desmayarse.

Permaneció allí un buen rato, tendido en el suelo, encogido de dolor. No sabía cuánto. La iluminación de la cúpula uniforme y sin sombras nunca cambiaba. Sin tiempo. La eternidad. El infierno era eterno, ¿no es cierto? El lugar tenía demasiadas relaciones con el infierno, eso era seguro, maldita sea.

Y ahí venía otro demonio… Miles parpadeó para enfocar la figura que avanzaba. Un hombre, tan herido y desnudo como Miles, las costillas marcadas, hambriento, se arrodilló en el polvo a unos metros. Tenía una cara huesuda, envejecida por el dolor… tal vez cuarenta años, tal vez cincuenta… o veinticinco.

Tenía los ojos demasiado saltones debido al encogimiento de la piel. Y el blanco resaltaba contra la suciedad que le cubría. Polvo, no barba crecida, Todos los prisioneros de la cúpula, hombres y mujeres, tenían el pelo corto y los folículos pilosos bloqueados para impedir el crecimiento. Cortados como para el servicio militar y afeitados para siempre. Miles había tenido que pasar por ese proceso hacía unas horas. Pero el que había tratado a ese hombre, fuera quien fuere, lo había hecho con prisas. El bloqueador de cabello se había saltado una línea en la mejilla y allí crecía una docena de cabellos como una línea de pasto largo en un jardín mal cortado. Encogido como estaba, Miles veía que esos pelos tenían ya varios centímetros y caían más debajo de la mandíbula del hombre. Si hubiera sabido la rapidez con que crecía el cabello, habría podido calcular el tiempo que llevaba el hombre en esa cárcel.
Demasiado tiempo, de todos modos
, pensó Miles con un suspiro interno.

El hombre tenía la mitad inferior de una taza de plástico rota y la empujó despacio hacia Miles. Jadeaba y el aliento pasaba con ruido a través de sus dientes amarillentos, por el esfuerzo, la excitación o alguna enfermedad. Probablemente, no por enfermedad: todo el mundo estaba bien inmunizado allí. La huida, aunque fuera a través de la muerte, no era tan fácil. Miles rodó de costado y se apoyó, dolorido, sobre el codo, mirando al visitante a través del brillo cada vez menor de la sensación de dolor y aturdimiento.

El hombre dio un paso hacia atrás, sonrió, nervioso. Hizo un gesto con la cabeza hacia la taza.

—Agua. Mejor bebe. La taza está rajada y si esperas demasiado, no quedará nada.

—Gracias —dijo Miles con voz quebrada. Una semana antes, o en cualquier momento anterior de su vida, Miles se había permitido beber un sorbito de una selección de vinos y sentirse insatisfecho con éste o aquel matiz de sabor. Se le abrieron un poco los labios al recordar. Bebió. Era agua común, tibia, con un poco de regusto a cloro y azufre.
Un cuerpo refinado, pero el bouquet es un poco presuntuoso
.

El hombre se quedó así, en cuclillas, esperando a que Miles terminara de beber. Después se inclinó hacia adelante apoyándose sobre los nudillos en un gesto de urgencia reprimida.

—¿Eres el Elegido?

Miles parpadeó.

—¿Que si soy qué?

—El Elegido. El otro elegido, debería decir. La escritura dice que tiene que haber dos.

—Ah. —Miles dudó, receloso—. ¿Qué es lo que dice la escritura, exactamente?

La mano derecha del hombre cogió su muñeca izquierda huesuda. Alrededor de la muñeca tenía un harapo de tela que formaba una especie de cuerda. Cerró los ojos, los labios se le movieron un minuto, y después recitó en voz alta:

… pero los peregrinos subieron esa colina con facilidad, porque tenían a esos dos hombres para guiarlos de la mano; también habían dejado sus vestimentas tras ellos porque, aunque entraron con ellas, salieron desnudos. —Abrió otra vez los ojos para mirar a Miles con esperanza.

Ah, así que ahora empezamos a darnos cuenta de por qué este tipo parece estar solo

—Por casualidad… ¿No serás tú el otro Elegido? —se aventuró a decir Miles.

El hombre asintió con timidez.

—Ya veo. Ah… —¿Por qué siempre atraía a los locos? Lamió lo que le quedaba de agua sobre los labios. El tipo tal vez tenía algunas tuercas flojas, pero era obviamente un adelanto con respecto al último grupo, siempre que no tuviera una o dos personalidades más del tipo homicida escondidas en otro recodo de su cabeza. No, en ese caso se habría presentado como los Dos Elegidos y no habría estado buscando ayuda externa—. Ah… ¿cómo te llamas?

—Suegar.

—Suegar. De acuerdo. Yo me llamo Miles.

—Ajá. —Suegar sonrió con una especie de ironía alegre—. Tu nombre significa «soldado», ¿lo sabías?

—Sí, ya me lo habían dicho.

—¿Pero no eres soldado…?

Allí no había ningún truco de estilo de ropa o uniforme para esconder ni de uno mismo, ni de los demás, las peculiaridades del cuerpo. Miles se sonrojó.

—Al final admitían a cualquiera. Me dieron un puesto de empleado de oficina de reclutamiento. Nunca llegué a disparar un arma. Escucha, Suegar… ¿cómo supiste que eras el Elegido o por lo menos uno de los Ellos? ¿Es algo que has sabido desde siempre?

—No, me di cuenta hace poco —confesó Suegar, cambiando de posición para cruzarse de piernas—. Soy el único aquí que tiene las palabras… —Volvió a acariciar el harapo—. He buscado por todo el campo, pero se burlan de mí. Fue una especie de proceso de eliminación, ¿sabes?, cuando todos se dieron por vencidos menos yo.

—Ah. —Miles también se sentó pero se quejó de dolor al hacerlo. Esas costillas iban a ser una tortura constante los próximos días. Hizo un gesto con la cabeza hacia el brazalete de soga—. ¿Ahí es donde guardas la escritura? ¿Puedo verla? —¿Y dónde mierda había encontrado Suegar una película plástica, o un pedazo de papel suelto o lo que fuera, en ese lugar de pesadilla?

Suegar cerró los brazos en un gesto protector, los acercó a su pecho y meneó la cabeza.

—Ya han intentado sacármela. Durante meses. No puedo descuidarme. Hasta que pruebes que eres el Elegido. El diablo puede citar las escrituras, ya sabes…

Sí, eso era exactamente lo que tenía en mente
. ¿Quién sabe qué oportunidades podía contener la «escritura» de Suegar? Bueno, tal vez en otro momento. Por ahora, a seguir bailando.

—¿Hay algún otro signo? —preguntó—. Lo que pasa es que no sé si soy tu Elegido, pero tampoco estoy seguro de no serlo. En realidad, acabo de llegar.

Suegar sacudió la cabeza.

—Son sólo seis o siete frases. Hay que interpolar mucho…

Apuesto a que sí
. Miles no lo dijo en voz alta.

—¿Y cómo la conseguiste? ¿Cómo lo pasaste hasta aquí dentro?

—Fue en Puerto Lisma, antes de que nos capturaran —explicó Suegar—. En una pelea casa por casa. A una de mis botas se le soltó un poco el tacón y hacía ruido cuando caminaba. Es extraño, con todo ese estruendo en los oídos, cómo una cosita así se le puede meter a uno bajo la piel. Había una caja con libros dentro, frente de vidrio, libros reales, antigüedades de papel… lo abrí con la punta del revólver y saqué una parte de una página de uno de los libros y la doblé para meterla en el tacón de la bota, para amortiguar el ruido. Ni miré el libro. Ni siquiera supe que eran escrituras hasta más tarde. Creo que es escritura. Suena como una escritura, por lo menos. Debe de ser escritura.

Suegar se retorció los pelos de la barba con el dedo.

—Cuando esperábamos para que nos procesaran, la saqué de la bota, así porque sí, ¿sabes? La tenía en la mano: el guardia que nos procesaba la vio, pero no me la sacó. Probablemente pensó que era un pedacito de papel sin importancia. No sabía que era escritura sagrada. Todavía la tenía en la mano cuando nos metieron aquí. ¿Sabes que es el único pedazo de algo escrito en todo el campo? —agregó con algo que sonaba a orgullo—. Tiene que ser una escritura sagrada.

—Bueno… entonces cuídala mucho —aconsejó Miles con amabilidad—. Si la has preservado todo este tiempo, evidentemente, ésa es tu misión.

—Sí… —parpadeó Suegar. ¿Lágrimas?—. Soy el único que tiene una misión aquí adentro, ¿no es cierto? Así que debo de ser uno de los Elegidos.

—A mí me parece bien —dijo Miles con voz agradable—. Dime… —agregó y miro alrededor, la cúpula vasta y sin rasgos—, ¿cómo hace uno para moverse aquí adentro?

El lugar no tenía puntos de referencia, eso era evidente. A Miles le recordaba las pingüineras. Pero los pingüinos parecían capaces de volver a sus nidos de piedra. Iba a tener que empezar a pensar como un pingüino o conseguir a uno para que lo guiara. Estudió a su pájaro guía, que tenía un aire ausente y estaba dibujando en el polvo. Círculos, por supuesto.

—¿Dónde se come? —preguntó Miles un poco más alto—. ¿De dónde has sacado el agua?

—Hay grifos fuera de las letrinas —dijo Suegar—, pero no funcionan todo el tiempo, sólo a veces. No hay lugar fijo para comer. Solamente nos dan barras de rata. A veces.

—¿A veces? —dijo Miles furioso. Podía contar las costillas de Suegar—. Mierda, los cetagandanos dicen a voz en cuello que tratan a sus prisioneros de guerra según las reglas de la Comisión judicial Interestelar.

Tantos metros cuadrados de espacio por persona, tres mil calorías por día, por lo menos cincuenta gramos de proteínas, dos litros de agua potable… deberían recibir por lo menos dos barras de rata estándar por día. ¿Los estaban matando de hambre?

—Después de un tiempo —suspiró Suegar—, uno realmente deja de preocuparse por conseguir la barra… —La animación que parecía haberle iluminado por el interés en Miles como un objeto nuevo de esperanza parecía estarle abandonando. Su aliento se había hecho más lento, su postura volvía a inclinarse. Parecía estar a punto de acostarse a dormir sobre el polvo.

Miles se preguntó si la manta de Suegar habría sufrido el mismo destino que la suya. Hacía ya bastante, supuso.

—Mira, Suegar… creo que tal vez tenga un pariente en este campo. Un primo de mi madre. ¿Crees que podrías ayudarme a encontrarlo?

—Puede ser bueno para ti tener un pariente —contestó Suegar—. No es bueno estar solo aquí.

—Sí, ya me he dado cuenta, pero ¿cómo puedo encontrar a alguien? No parece haber mucha organización aquí.

—Ah… hay… grupos y grupos. Después de un tiempo todo el mundo se queda más o menos en el mismo lugar.

—Estuvo en el 14 de Comandos. ¿Dónde están?

—Pero no queda mucho de los
viejos
grupos…

—Era el coronel Tremont. Coronel Guy Tremont.

—Ah, un oficial —La frente de Suegar se arrugó en un gesto de preocupación—. Eso es más difícil. Tú no eras oficial, ¿verdad? Si eras oficial, mejor no lo digas…

—Fui empleado. Oficina —repitió Miles.

—…porque aquí hay grupos a los que no les gustan los oficiales. Oficina. Entonces, probablemente estarás bien.

—¿Y tú? ¿Eras oficial, Suegar? —preguntó Miles con curiosidad.

Suegar frunció el ceño, se retorció los pelos de la barba.

—El ejército de Marilac desapareció. Si no hay ejército, no puede haber oficiales, ¿no te parece?

Miles se preguntó si no llegaría más rápido a su objetivo levantándose, dejando a Suegar con sus cosas y tratando de trabar conversación con el siguiente prisionero que se cruzara en su camino. Grupos y grupos. Y seguramente grupos como el de los hermanos robustos de la entrada. Decidió quedarse con Suegar durante un tiempo. En primer lugar, no iba a sentirse tan desnudo con otra persona desnuda a su lado.

—¿Me llevarías con alguien que haya estado en el 14? —pidió a Suegar—. Cualquiera. Alguien que conozca a Tremont de vista.

—¿No lo conoces?

—Nunca nos vimos en persona. Vi vídeos. Pero supongo que… su aspecto puede haber cambiado bastante…

Suegar se tocó la cara, pensativo.

—Sí, probablemente.

Miles se puso de pie con mucho dolor. La temperatura era siempre un poquito fresca bajo la cúpula, por lo menos sin ropa. Una brisa le levantaba el vello en los brazos. Si tan sólo pudiera conseguir una prenda, ¿preferiría pantalones para cubrirse los genitales o una camisa para esconder la espalda torcida? Mierda. No había tiempo. Extendió una mano para ayudar a levantarse a Suegar.

—Vamos.

Suegar lo miró desde abajo.

—Siempre se sabe quién es recién llegado aquí. Todavía tienes prisa. Aquí, todo el mundo se mueve despacio. El cerebro funciona despacio…

—¿Y tu escritura no tiene nada que decir sobre eso? —le preguntó Miles, impaciente.

—…por lo tanto, ellos subieron allí con mucha agilidad y velocidad, a través de los cimientos de la ciudad… —Suegar frunció las cejas y miró a Miles, pensativo.

Gracias, pensó Miles.
Me lo quedo
. Levantó a Suegar.

—Vamos.

Ni agilidad ni velocidad, pero por lo menos era progreso. Suegar lo llevó caminando despacio a través de un cuarto del campo, metiéndose en medio de algunos grupos y dando un gran rodeo alrededor de otros. Miles vio a los hermanos robustos desde lejos. Estaban sentados sobre su colección de mantas. Miles elevó su estimación del tamaño de la tribu de cinco a unos quince. Algunos hombres estaban sentados en grupos de dos o tres o seis, algunos pocos solos, tan lejos como podían de los demás, y eso, claro, nunca era demasiado lejos, en realidad.

El grupo más grande estaba formado sólo por mujeres. Miles las estudió con interés electrizado apenas le llamó la atención el tamaño de su frontera sin marcas. Eran, por lo menos, varios cientos. Ninguna carecía de manta, aunque algunas la compartían. Tenían un perímetro patrullado por grupos de media docena más o menos, grupos que caminaban lentamente en vueltas controladas. Parecían defender dos letrinas para su uso exclusivo.

—Cuéntame algo sobre las chicas, Suegar —le pidió Miles a su compañero, con un gesto de la cabeza hacia ese grupo.

—Olvídate de ellas. —La sonrisa de Suegar tenía un lado sardónico—. No se dejan.

—¿Qué? ¿Para nada? ¿Ninguna? Quiero decir, aquí estamos todos y no tenemos nada que hacer excepto entretenernos unos con otros. Hubiera creído que, por lo menos algunas, se interesarían.

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